SER el Cardenal Rouco Varela y una homilía desafortunada

4 abril, 2014 at 11:01 am

© BarcexLa referencia a la guerra civil en la homilía de Su Eminencia Reverendísima (SER) el cardenal y expresidente de la Conferencia Episcopal Rouco Varela  en el funeral de Adolfo Suárez ha despertado una fuerte controversia. Curioso, he acudido a una impecable fuente para comprobar lo que dijo. Tomo por buena la cita que introduce este post. Basta para mi argumentación. He puesto en negritas las palabras que me parecen encerrar el meollo de la cuestión.

Tengo en cuenta que una homilía no un texto académico, riguroso y preciso. Aun así,  SER se apoyó en  importantísimas figuras religiosas, eclesiales y doctrinales. Supongo que se molestó en prepararla o, al menos, en leer con cuidado lo que le preparasen.

Me limito a enjuiciar aquí el conocimiento histórico del autor. En el supuesto de que se la escribieran estaríamos ante un caso de indigencia conceptual y de desinformación. En el segundo, debidamente impresionado por los numerosos títulos académicos de SER, pongo en duda que si bien es posible que haya dedicado mucho tiempo a “empaparse” de la vida de los mártires de la fe, asesinados en la contienda, no es verosímil que haya profundizado en las causas de la guerra misma.

La imprecisión terminólogica es relevante. ¿Cuáles fueron los “hechos”? ¿Cuáles las “actitudes”? ¿De quiénes?.

La reacción más elegante que se me ocurre es la de mostrar perplejidad. En cuanto a los “hechos”, es difícil establecer paralelismos entre 1936 y 2014. ¿Hay alguna conspiración en marcha, bien sea a la derecha o a la izquierda, de que SER tenga conocimiento?. ¿Existe, por ventura, una situación de desenfreno, de anarquía, de violencia generalizada como la que siempre denunciaron los escribidores derechistas para justificar el golpe? ¿Ha llevado a cabo alguna formación política actual alianzas con potencias extranjeras para subvertir la legalidad vigente? ¿Son el fascismo y el bolchevismo hoy elementos cohesionadores de la conspiración? Misterio.

Si nos referimos a las “actitudes” deberíamos distinguir entre las de los sublevados y las de quienes no se sublevaron. Los primeros dejaron constancia oral y escrita de lo que querían: esencialmente salvar a la PATRIA (con mayúsculas) de una inminente revolución. No puede ignorarlo SER. Se trató de uno de los pilares conceptuales de la famosa Carta Colectiva del Episcopado español y de su fundamental redactor, el cardenal Isidro Gomá, quien ya había reflejado su “análisis”  en su opúsculo El caso de España del que tomó las ideas. Entrecomillo lo de análisis porque no tenía mucho que ver con la realidad. Fue una visión meramente ideológica y un instrumento de guerra política con un ataque en toda regla contra los “chamarileros rusos”, desembarcados en Barcelona.

Supongo que SER no pensará en este tipo de “actitudes”. Así que debemos establecer la hipótesis que las  que ha denunciado en su homilía se refieren a las que predominaban en 1936 en los medios gubernamentales, pero en ellas no figuró en lugar descollante la de cortar la eventual sublevación en el Ejército. Mas bien la de poner en práctica el programa electoral del Frente Popular, aprobado en las elecciones de febrero de 1936.

¿Y hoy?.  ¿Cuantos de los países que encuadran a España en la UE y en la OTAN apoyarían a los futuros sublevados? ¿Piensa, quizá, en la Rusia de Putin como si la península ibérica fuese otra Crimea? ¿Contra quién se rebelaría una parte de la población, si es que de guerra “civil” se trata? ¿Contra el Gobierno del PP? ¿Contra la oposición que representan los demás partidos políticos, in totto o separadamente? ¿Un nuevo 23-F, coronado por el éxito?

Ha habido malpensados que han divisado extrañas alusiones detrás de las palabras de SER. Seamos generosos y consideremos  que las “soltó” en passant. Ahora bien, si las dijo a propósito ¿fue para prevenir?, ¿para poner de relieve su preocupación por la PATRIA?  Este tipo de cosas pueden hacerse más discretamente. Quizá en una entrevista con el presidente del Gobierno. Claro que, según noticias de prensa, este último no ha recibido todavía formalmente a SER.

También es concebible (n´est-ce pas?) que el cardenal tuviera en mente algunos de los problemas políticos y sociales que gravitan sobre el presente: las consecuencias de la crisis, el mal reparto del peso del ajuste, la desafección de la población con respecto a la casta política, el desapego nacionalista…  Todo junto es difícil que dé para una guerra civil.

SER mezcló los evangelios y numerosas referencias eclesiales con un análisis histórico francamente débil.  Quiza quería  dar una lección à lo Gomá. A este, por lo menos, Franco le escuchó. Convengamos con EL PAÍS que el cardenal Rouco Varela se confundió , cuando menos, de tiempo y de lugar. Y pongamos en duda que esté al día en historia, salvo en la de los mártires de la proverbial “vesania roja”.

 

La referencia al párrafo relevante de la homilía la he tomado de http://infocatolica.com/?t=ic&cod=20408

Un académico de la historia «se traga» a un ministro

1 abril, 2014 at 8:54 am

La entrada relativa al teniente general Francisco Gómez-Jordana, conde de Jordana, está escrita por el profesor Carlos Seco Serrano. Es breve. Dos páginas y media. Más de media la ocupa la bibliografía. Con el criterio seguido podría haberse extendido a una entera. El autor no nos abruma, afortunadamente, con un extracto del expediente militar. Prefiere reducir al mínimo la parte dedicada a la guerra civil y al franquismo. Nos concentraremos en este último como ejemplo del método que tanto agrada a la RAH: proliferación de errores de principiante, “olvido” de aspectos históricamente relevantes, ignorancia de la literatura especializada y escasa precisión en el lenguaje.

Veamos los errores. Jordana fue a partir de febrero de 1938 ministro de Asuntos Exteriores de Franco (no de Estado, denominación republicana en aquella época y antes de 1931 de la Monarquía) y vicepresidente del Gobierno. Hubiera sido pedir peras al olmo que el profesor Seco identificara a sus predecesores, aunque no hubieran sido ministros sino “proto-ministros” pero eso es para nota (figuran en Wikipedia). Un limpio y claro suspenso recibe nuestro distinguido académico al olvidarse de su anterior puesto (presidente de la Junta Técnica del Estado, JTE, desde, también según Wikipedia, el 3 de junio de 1937).  Le damos igualmente un cero mondo y lirondo por afirmar que “al estallar la guerra mundial consagró todos sus esfuerzos a evitar la entrada de España en el conflicto”. En septiembre de 1939 Jordana no era ministro. Subimos la nota a un 1 porque al profesor Seco le suena que Jordana “fue desplazado del poder por Serrano Suñer, ardiente partidario de la alianza con el Eje”.  Le suenan algo las campanas. El desplazador fue Franco.

El sucesor fue el coronel Beigbeder. Franco lo eligió posiblemente en función de sus valoraciones del norte de África como zona del máximo valor estratégico para España y clave del ensoñado Imperio por el que se pirriaba el dictador.  Añadamos que hay constancia documental pública de que Beigbeder tenía otras aspiraciones.

Estos errores no son explicables fácilmente. Seco prologó una síntesis de los diarios del propio Gómez-Jordana. Como en estos no se menciona la presidencia  de la JTE “se le olvidó”. A lo mejor la entrada la ha subcontratado.

¿Cuáles son las omisiones históricamente relevantes? Seco no dice  absolutamente nada de la actuación de Jordana en el período comprendido entre el final de la guerra civil y su salida del Gobierno. Es otro “olvido” difícilmente comprensible porque se trata de un período que abordó en el plano de la política exterior Javier Tusell y que ha desarrollado con gran acopio documental en el plano militar Manuel Ros Agudo. Pensar que Jordana no estaba al tanto de la deriva pro-alemana de Franco en aquellos meses es poner una pica en Flandes (estoy escribiendo sobre ello).

La gestión como nuevo ministro de Asuntos Exteriores (no de Estado) entre septiembre de 1942 y su fallecimiento en agosto de 1944 la despacha Seco exactamente en 10 (diez) medias líneas. Parte del supuesto, controvertible, de que ya “era evidente el resultado de la gran conflagración”. Esto le evita la molestia de explicar el porqué de las continuadas muestras de solidaridad española con el Tercer Reich y las duras gestiones que realizaron británicos y norteamericanos para recortarlas en la mayor medida posible. Por no molestarse, ni se molestar en mencionar la monografía de Emilio Sáenz-Francés.

Nuestro distinguido académico, de expresión no demasiada precisa, presenta a Jordana (o a España) “haciendo causa común con Estados Unidos en la guerra contra Japón, que había ocupado las islas Filipinas” (solo esto último es verdad). El resto nos deja estupefactos.  Washington contaba con un aliado sin saberlo. ¡Con lo que tuvo que batirse De Gaulle para que los norteamericanos reconocieran a la Francia combatiente!

Nuestro eminente académico, a pesar de una larga lista de trabajos (¡ncluso en inglés y en francés, ¡bravo!) pasa por alto la, sin duda para él despreciable, literatura especializada en las relaciones entre España y la segunda guerra mundial (también la que se refiere a la política exterior de la España franquista durante la civil, que es mucho más abundante). Eso le impide citar algunas de las ideas de su biografiado (no pedimos ya ni que glose ni mucho menos que interprete). Citaremos nosotros:

“España estima que, independientemente de lo que la suerte de las armas decida en la contienda, muy anteriormente a la guerra y con mucha más profundidad que ésta, existe en el mundo un problema espiritual de la más extraordinaria trascendencia, constituído por el ambiente revolucionario de unas masas alejadas de la creencia en Dios y que, por lo tanto, aspiran a mejorar su situación económica por la violencia, empleada sin escrúpulo ni limitación alguna, apoderándose de abundantes riquezas para disfrutarlas ampliamente mientras dure esta vida, cueste lo que cueste y empleando los medios a propósito, cualesquiera que éstos sean…”

Así, pues, que sufran en este mundo que ya distribuirá Dios las recompensas en el próximo. Con ciertas alteraciones esta típica profesión de fe, cuya etiología no hay porqué analizar aquí, la dio a conocer el diplomático franquista José María Doussinague hace más de sesenta años en sus cuasi-memorias. Seco todavía no se ha enterado. En octubre de 1943 Jordana se la comunicó al embajador norteamericano, católico y después un tanto simpatizante de Franco. Que el lector extraiga sus propias conclusiones.

¡Aleluya!: La «historietografía” franquista vuelve

28 marzo, 2014 at 1:42 pm

La RHA ha publicado una entrada que se refiere al general Juan Yagüe. En un post no inmediato la comentaré mínimamente. Para prepararme he empezado por leer algo de lo que sobre tan prestigioso militar se ha escrito en los últimos años. Afortunadamente existe una voluminosa biografía aparecida en 2010. No mencionaré al autor. Es una de esas voces que se rebela contra una presunta escuela oficial de pensamiento (¿comanditada, quizá, por los Gobiernos socialistas?). Por fortuna, contra ella se yergue, enérgica, una “pequeña legión”, “poco más de cien” historiadores, que en torno a la Universidad San Pablo CEU están volcados en escribir “sin pudores de lo políticamente correcto sobre nuestro pasado”.

Al escribir, sin esos pretendidos pudores que nos atenazan a quienes no formamos parte de tan escogida legión, sobre los antecedentes de la guerra civil nuestro autor reconoce implícitamente que los republicanos no querían emprenderla. Se trata de una afirmación rigurosamente exacta. Puntualizaré que quienes querían emprenderla fueron los conspiradores derechistas y, en particular, los monárquicos alfonsinos. Ahora bien, la argumentación en que tan distinguido autor basa su afirmación es de antología, nos retrotrae a 1936 y merece pasar si no a la historia mundial de la infamia si a una equivalente del disparate que probablemente exista. ¿Quién dijo que la historiografía franquista ya había periclitado?

El Komintern, escribe literalmente aquella lumbrera del pensamiento políticamente no correcto, “no quería iniciar una guerra civil que podía perder, pues ya tenía el poder en España y no lo quería arriesgar”. Esto implicaría prudencia, taimada prudencia. No en vano se ha dicho que los cominternianos eran astutos, sigilosos, sinuosos y que se refugiaban tras el coco fascista.

La victoria en las elecciones del 16 de febrero de 1936 confirmó, para nuestro autor, el triunfo de Stalin y de sus cohortes. Que numerosas obras hayan examinado la cuestión y no apunten en esa dirección no constituye el menor óbice. Lo escriben aguafiestas políticamente correctos, ya sean extranjeros o, vade retro, españoles enfeudados a las disolventes doctrinas marxistas.

El Politburó, afirma el maestro de historiadores, ya había acordado el 28 de febrero de 1936 un programa político para España. Obsérvese la implicación: desde las nieves moscovitas las finas antenas de la Komintern seguían no al minuto sino al segundo lo que pasaba en España. Hay que contar con un lapso de algunos días desde que en Moscú se dirigiese el resultado electoral y con el necesitasen unos cuantos engendros del averno para pergeñar un ambicioso programa. Luego debía aprobarlo el mandamás de la Komintern, Georgi Dimitrov. A lo mejor perdió algunas horas antes de enviarlo a Stalin. Aun cuando este sin duda fue rápido cual centella había que ponerlo en el orden del día de la primera reunión del Politburó. Es decir, que la Komintern debió proceder, como muy rápido, unos cuantos días después de las elecciones. El escenario, impuesto por los constrenimientos de comunicación y de burocracia interna, es grotesco pero a nuestro eminente autor no se ocurre detenerse en la reacción, infinitamente más inmediata, del general jefe del EM, un tal Francisco Franco, solicitando la declaración del estado de guerra para anular el resultado electoral. Hubo de contentarse con la posibilidad de que el presidente del Gobierno saliente se declarara dispuesto a decretar el de alarma aunque no llegó a hacerlo.

El distinguido historiador no se arredra. El Politburó acordó el penúltimo día de febrero (1936 fue bisiesto), entre otras lindezas, la introducción en España “de medidas especiales, en coacción y opresión, contra los jefes y oficiales del Ejército actual”; “la expropiación y nacionalización de toda clase de propiedad particular, tanto en fincas rústicas como en consejos industriales y económicos”  (¡lloremos por los pobres terratenientes!); “la nacionalización de la banca”; (¡lágrimas aun mas ardientes!);  el “cierre de iglesias y casas religiosas” (ya lo habíen hecho los malvados bolcheviques en su revolución); la “independencia de Marruecos y transformación del mismo en Estado soviético independiente” (pasmo general); el terror dirigido al exterminio de la burguesía (pero ¡qué salvajes!); la creación del Ejército Rojo (¡antes morir!); el asalto del proletariado al poder (¡la revolución francesa modernizada!); “la creación de la República Soviética Ibérica y una declaración de guerra a Portugal”. ¿Quién da más?

Tales estupideces (en el sentido de la primera acepción de este término en el DRAE) las ha publicado en España una editorial prestigiosa hace tan solo unos cuantos años. El autor, por si únicamente los audaces o los convencidos leen su mamotreto, las ha repetido algo después  en otro libro más ligero, y más cortito, dirigido al gran público. Publicado también por la misma editorial.

Nada de ello es suficiente para explicar la catástrofe. ¿Por qué? Porque el Komintern se quedó atrás. “El radicalismo de los mandos medios y bajos de los partidos frentepopulistas buscaba el cambio social al más puro estilo revolucionario”. ¿Resultado? Con gran falta de disciplina, casi todo el mundo en España dejó atrás el programa cominterniano.

El ABC de la época solía calentar motores y mentes aludiendo a fuentes tan poco sospechosas como el Tercer Reich. Nuestro autor las ha encontrado  en el diario de B. Felix Maiz, secretario del general Mola, versión 1952. En setenta años de debate historiográfico sobre la primavera de 1936 quien proclama orgullosamente no someterse a los dictados de la “historia oficial” no ha encontrado mejor asidero.

Encerradito en la Universidad San Pablo CEU, nuestro autor demuestra esa cualidad tan admirable como es la de poder otear las estrellas joseantonianas a plena luz del día. A veces, da resultados en política. No se consiguen tan fácilmente en historia. En futuros posts demostraré que el mismo enfoque se aplica desde las atalayas de la Real Academia de la Historia. Vuelve la “historietografía” que denunció Herbert R. Southworth en El mito de la Cruzada de Franco.

Va de espías

25 marzo, 2014 at 5:24 pm

Desde hace algún tiempo vengo estudiando el zigzagueante rumbo de la política de neutralidad (benevolente hacia el Eje), no beligerancia (copiando el ejemplo italiano como paso previo a la entrada en guerra) y vuelta a la neutralidad (ante los aliados occidentales en un principio) que la dictadura franquista siguió durante la segunda guerra mundial. Ni que decir tiene que el núcleo de mi interés es la segunda fase y, en particular, las mentirijillas que esparcen los historiadores parafranquistas. A veces sin la menor vergüenza.

Ahora leo en EL PAIS encendidos elogios a la política del teniente general Gómez-Jordana, conde de Jordana, como sucesor del siempre alabado Ramón Serrano Suñer al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores. Le tocó, naturalmente, lidiar con otra situación desde su nombramiento en septiembre de 1942. Con los aliados sólidamente asentados en Marruecos y Argelia los sueños imperiales de Franco y de Serrano se habían ido al garete. Pero el desenganche debió de ser doloroso. Siempre subsistieron  viejas querencias. Quizá no tantas en Exteriores. Sí en los ministerios militares (no había ya de Defensa).

El régimen siguió apoyando al Eje (y luego al Tercer Reich) en todo lo que pudo. Una de las vías a través de las cuales lo hizo fue pasando a los alemanes informaciones que llegaban de Londres. A decir verdad, este juego más que sucio ya se había iniciado en los tiempos sombríos de los masivos bombardeos alemanes (lo que los ingleses llaman el Blitz). La embajada recibió instrucciones de comunicar los efectos vistos desde el propio terreno. Tales datos eran de una importancia difícil de exagerar ya que permitían a la Luftwaffe hacerse una idea de los destrozos ocasionados.

Los británicos se aguantaron. No había que empujar a Franco hacia el Eje. Pero pusieron cerco a los diplomáticos franquistas y terminaron descifrando sus claves. No tardaron demasiado en leer de corrido los telegramas del duque de Alba, embajador de Franco y anglófilo notorio. De cara a los preparativos del desembarco en Normandía las autoridades prohibieron a la embajada usar radiotelegramas no pudieron evitar que algunos de los informes que enviaba por valija acabaran en Madrid en manos alemanas. Los Ministerios militares eran, en efecto, un coladero ante los antiguos Kameraden. No nos interesan aquí las contramedidas británicas.

Lo que nos interesa es destacar que, tras el desembarco, se levantó la prohibición. Los británicos se dieron cuenta de que el espionaje militar alemán en Madrid había remitido a Berlín un informe sobre la OPERACIÓN BALLESTA (CROSSBOW). Se trataba de una acción supersecreta, y de importancia absolutamente primordial, destinada a bombardear los sitios en que se desarrollaba el programa alemán de armas de largo alcance (entre ellas las V1 y luego las V2). En Londres se hicieron las correspondientes comprobaciones y su resultado se transmitió al general norteamericano Bedell Smith, responsable de la operación. Se averiguó que el informe no procedía de Inglaterra (aunque el duque de Alba en alguna ocasión había telegrafiado sobre el programa, sin poder dar detalles peligrosos para los aliados). Lo transmitido a Berlín se lo habían medio inventado los agentes alemanes en Madrid.

BALLESTA, pues, siguió estando segura pero los británicos destacaron que la embajada había vuelto a las malas costumbres. Incidentalmente, solo los telegramas del agregado militar seguían siendo indescifrables para los servicios de contraespionaje. Fue entonces, a finales de junio de 1944, cuando el secretario particular del titular del Foreign Office, Peter Loxley,  quien era el encargado por Eden de mantener el enlace con los servicios secretos, puso sobre el papel que en Madrid los telegramas de Alba se enviaban no solo a los alemanes sino también a los japoneses.

¡Caramba con la tan cacareada neutralidad franquista! El lector reconocerá que el tema es sugestivo y que los británicos, que combatían por su supervivencia, hicieron muy bien en mantener a raya, en todo cuanto pudieron, los ímpetus intervencionistas de los ministros de Franco. Y ello a pesar de que para entonces la guerra ya la tenían perdida los nazis y en el Pacífico las cosas tampoco pintaban demasiado bien para Japón. En Defensa, con la idea de no entorpecer las relaciones exteriores de España, a lo mejor el ministro no se ha enterado –historiográficamente hablando.

Operación impensable (también impensable en España)

21 marzo, 2014 at 12:30 pm

Recientemente se ha puesto a la venta en el Reino Unido el libro de un historiador militar, Jonathan Walker, con el título que abre este post (OPERATION UNTHINKABLE). Es una revelación en toda regla.

Winston Churchill y Iósif StalinEn los meses de abril y mayo de 1945, cuando la segunda guerra mundial en Europa estaba acercándose a sus últimos coletazos, un grupo reducidísimo de oficiales de Estado Mayor, cuidadosamente seleccionados, empezó a estudiar planes para lanzar una ofensiva contra la Unión Soviética. Lo que hubiera podido ser el comienzo de la tercera guerra mundial. ¿Por qué?

La razón principal estaba relacionada con la creciente inquietud de Churchill ante la escasa probabilidad de que Stalin renunciara a engullirse Polonia. El primer ministro, entonces en la cumbre de su gloria, no podía olvidar que la invasión alemana había sido el chispazo que había detonado la guerra que en aquellos momentos de 1945 estaba a punto de acabar en Europa. Además, los aliados occidentales habían apoyado al Gobierno polaco en el exilio, radicado en Londres, y las tropas polacas les habían prestado servicios muy relevantes en todos los frentes de lucha, abiertos y no abiertos.

En aquella primavera, sin embargo, parecían evidentes los signos de que Stalin proseguía una línea destinada a promover un gobierno polaco alternativo bajo influencia comunista y a no retirarse de los territorios polacos que iba liberando del yugo alemán el Ejército Rojo.

El detalle de las maniobras políticas, militares y diplomáticas entre los soviéticos y los aliados occidentales constituyen el terreno en el cual floreció la idea de IMPENSABLE.

Los militares pusieron rápidamente manos a la obra y en unos pocos meses tenían sobre la mesa un primer borrador, si bien con grandes lagunas, de las actuaciones bélicas que el Reino Unido podría desencadenar a partir de julio de 1945. Gran parte del libro de Walker se dedica a describir en minucioso detalle los supuestos militares de la planificación, sus incógnitas, sus suposiciones, sus temores. Menor atención se prestaron a los presupuestos ambientales.

Entiendo por ellos la escasa posibilidad de la imprescindible  contribución norteamericana sobre todo cuando, aun contando con ella, la planificación no cubrió sino los primeros meses de eventuales hostilidades. ¿Y después?. El Reino Unido no hubiera podido lanzarse por si solo a una verosímil tercera guerra mundial. O la dificultad de abrir un conflicto contra un aliado al que la propaganda aliada occidental había puesto por las nubes en el combate común contra el fascismo. O el agotamiento de los combatientes y el deseo norteamericano de proceder a la desmovilización lo más pronto posible. O las exigencias que para Washington se derivaban de la continuada guerra en el Pacífico y el temor que despertaba la invasión del Japón. O la ignorancia en que Churchill se encontraba respecto al progreso del proyecto MANHATTAN, es decir, el desarrollo de una bomba atómica que emplear contra los japoneses. Walker, evidentemente, los analiza con detalle.

También ocurrieron incidentes de suma importancia como el imprevisto fallecimiento de Roosevelt, buen amigo de Churchill, y su sustitución por Truman, a quien el primer ministro no había tratado.  O la conveniencia de convocar elecciones para adelantarse al partido laborista que había anunciado que rescindiría su colaboración a partir del mes de octubre de 1945 con el gobierno de guerra que había dirigido el esfuerzo bélico británico. Tras la inesperada y rotunda derrota de los conservadores en julio, IMPENSABLE terminó quedando sepultada bajo el más espeso de los secretos.

Curiosamente, fueron los norteamericanos quienes, con un retraso de  seis u ocho meses, enarbolaron abiertamente la bandera del anticomunismo. Stalin había engullido Polonia y empezado la construcción de un glacis imperial en torno a la Unión Soviética.

En su famoso discurso de Fulton (Missouri) en marzo de 1946 Churchill habló entonces del “telón de acero” que se abatía sobre Europa. Esta expresión, que hizo fortuna rápidamente, la había ya utilizado en una comunicación con Truman el 12 de mayo de 1945, al mes de que este tomara posesión, cuando trató de sensibilizarle, vanamente, del peligro soviético.

El conocimiento de esta planificación militar, aunque poco desarrollada, hubiera sido explosivo en los años de la guerra fría e incluso en los de la inmediata post-guerra fría. Hoy el secreto se ha levantado y las discusiones que este episodio suscite tendrán, esencialmente, interés para los historiadores.

Caso de echar mi cuarto a espadas en el debate, lo que me sorprende es que una planificación militar tan preñada de consecuencias inconcebibles no se viera acompañada del correspondiente marco político e internacional. No se explica ni siquiera por las prisas. Los británicos pusieron en marcha tres años antes una planificación respecto a España, que estoy estudiando ahora, y desde el primer momento le adicionaron grandes dosis de supuestos políticos y ambientales.

Lo que me importa, sin embargo, destacar es que afrontar el pasado, oscuro o brillante, en el caso español es, a lo que parece, impensable (con minúsculas, porque no nos referimos a la operación del mismo nombre). El Gobierno del PP está agarrotado por el miedo y ni siquiera se atreve a permitir a los historiadores que estudien la construcción de fortificaciones pirenaicas durante los años de la segunda guerra mundial. Sin duda, por temor a que los malvados franceses puedan aprender cosas que pongan en peligro la seguridad del Estado.

Es bastante improbable que en los archivos hoy cerrados puedan encontrarse “secretos” de tal importancia histórica como los que van saliendo a la luz en el caso británico. A cada cual, pues, el honor que le corresponde.

Materia secreta: el espionaje británico en la guerra civil

20 marzo, 2014 at 9:31 am

Acabo de publicar en el blog de Historia de EL PAIS, 20 de marzo de 2014, el artículo cuyo vínculo se reproduce abajo.

http://blogs.elpais.com/historias/2014/03/espionajebritanicoguerracivil.html

El general Orgaz, un pinta poliédrico

18 marzo, 2014 at 8:23 am

Para cualquier historiador digno de este nombre hubiera debido ser evidente que la actuación de un alto comisario de España en Marruecos en los años críticos de la segunda guerra mundial merecería, por lo menos, algún comentario. Salvo la línea en que se menciona tal nombramiento, el profesor Martín Brocos Fernández no dice una palabra. El silencio es total y absoluto. A lo mejor no ha encontrado datos en el extracto de la hoja de servicios.

Sin embargo, de haber seguido las pistas proporcionadas por Richard Wigg se habría llevado alguna sorpresa. Quien esto escribe lo ha hecho. No cuesta demasiado trabajo y, lo que es más, puede incluso pedirse por internet. De haber obrado profesionalmente nuestro “experto” biógrafo habría quizá percibido que el 16 de junio de 1944 el cónsul general británico en Tánger envió al Foreign Office una apreciación sobre Orgaz en el Report on the Leading Personalities in the Tangier Zone of Morocco. Se había hecho cargo de su puesto en mayo de 1941 dotado de poderes más amplios que los de sus predecesores. Es cierto. Se trataba, afirmó el cónsul,  de un hombre en el que se combinaban la vanidad, la falta de cultura y una cierta timidez y provocaba explosiones que asustaban tanto a civiles como a los militares. Había llegado, continuó, con una actitud imparcial pero desde 1943 se había hecho furiosamente anti-aliado. En política interior se le consideraba a favor de una Monarquía (cierto), pero solo cuando lo decidiera Franco. Pasaba por anti-falangista (cierto), pero esencialmente porque no toleraba otra autoridad que no fuese la suya. Añadió un poco en broma (algo insólito) que Orgaz rezaba todos los días para que los aliados no ganasen la guerra y que él, cónsul general, lo hacía para que se marchara lo antes posible de Tetuán.

Naturalmente estas son impresiones de un diplomático extranjero pero en el mismo informe Orgaz aparece bajo otra luz complementaria en la valoración del famoso arabista capitán Tomás García Figueras, hombre acomodaticio que transfirió su lealtad de Beigbeder a Serrano y luego a Orgaz con quien se enemistó. Orgaz  no lo mantuvo como secretario general de la Alta Comisaría. En cambio, en noviembre de 1942 lo nombró delegado de Economía, Industria y Comercio. ¡Un chollo!  Se rumoreaba que en este puesto había amasado una fortuna considerable y que tenía asociado a Orgaz en sus lucrativas transacciones. Cierto o no, es difícil que en el Protectorado no continuaran las pautas establecidas de corrupción en la Administración colonial, que tenían tras de sí varios decenios de experimentación. Ya las abordaron Barea y Cordón, que conocían el percal. Los comerciantes del Protectorado odiaban a García Figueras.

Aparece así un nuevo vector. Money. ¿Habría sido Orgaz alguien a quien el vil metal le indujese a actos tan deplorables? El profesor Martín Brocos Fernández no ha explorado esta veta. Una pena. De haber seguido a Moradiellos hubiera podido aprender que Orgaz fue uno de los generales previsiblemente “tocados” por Juan March para evitar que Franco basculara hacia el Eje en la segunda guerra mundial.

Ciertamente, no criticaremos a nuestro autor por ignorar lo que se ha sabido después de que él escribiera su reseña “biográfíca”. Junto con Nicolás Franco, Orgaz fue uno de los generales, con Aranda, que más dinero recibió por conducto del banquero mallorquín. Hoy puedo asegurar que los británicos le tenían en tal estima que esa conexión se ocultó por todos los medios posibles. De aquí que nuestro autor pueda, si se molesta un pelín, encontrar numerosos documentos en los que a Orgaz se le tacha de pro-alemán a machamartillo pero muy pocos en que se le identifica como receptor de dádivas. Debió de ser capaz de mostrar varias caras a la vez. Un pinta poliédrico.

Dos observaciones adicionales. Hay que agradecer al profesor Martin Brocos Fernández que en su entrada sobre Orgaz no utilice la terminología que aparece en otras contribuciones suyas al tan mencionado, ya que no alabado, Diccionario Biográfico Español. Es una terminología que hace uso abundante de tan “científicos” conceptos como “Alzamiento”, “Movimiento Nacional”, “rojos”, “Guerra de Liberación”, “dominación roja”, etc. que el lector, atónito, puede encontrar en la reseña que también redactó sobre el coronel Bartolomé Barba Hernández, otro pájaro de mucha cuenta. Son muestra de por dónde se inclinan las simpatías de nuestro no esclarecido autor.

La segunda observación es que tampoco le habrá dado tiempo a captar que fue precisamente el general Orgaz quien se llevó consigo, cuando dejó Las Palmas para volar a Tetuán a los pocos días de la sublevación, al (presunto) asesino del general Balmes. Por orden de Franco. Pero como el profesor Martin Brocos Fernández parece ser un asiduo aficionado a leer las hojas de servicio de los militares franquistas estoy seguro de que no tardará en localizar la hojita correspondiente. Tal vez querrá entonces ilustrarnos al respecto.

Para mis lectores: la referencia que tomé de Wigg y que, naturalmente, he consultado en los Archivos Nacionales británicos es FO371/39806.

La academia de la historia y el general Orgaz

14 marzo, 2014 at 8:20 am

En lo que se refiere a los “héroes de la Cruzada” el Diccionario es una obra algo más que lamentable. Tanto por lo que dice como por lo que omite. También por la selección de los biógrafos a los que un comité, escasamente cualificado, ¡en la Academia de la Historia!, les confió  las correspondientes entradas. A muchos lectores de nuestros días, el nombre de Luis Orgaz no les dirá nada. Sin embargo, fue un general importante. Más significativo de lo que deja traslucir su biografía.

Sorprende el nombre del autor: José Martín Brocos Fernández. Acudiendo al buscador de Mr Google resulta ser un profesor de la Universidad San Pablo-CEU. Firma otras entradas de militares de la guerra civil lo cual podría indicar que los “expertos” de la RAH le han otorgado credibilidad. Algo sorprendente. ¿Miraron sus publicaciones? ¿Miraron Dialnet?

Al ojear sus títulos me ha llamado, en particular, la atención un trabajo que da idea de por dónde han discurrido algunas de las preocupaciones del autor:  “La decadencia escolástica y el misticismo heterodoxo del siglo XIV como antecedente de la fundamentación filosófica del modernismo decimonónico”. Quedo arrollado.

Cogido de la mano de Mr Google el contenido de otra de sus obras me ha producido un shock: “la democracia liberal partitocrática únicamente es una forma de gobierno donde el factor cuantitativo prima siempre sobre lo cualitativo, la masa sobre lo egregio, la mediocridad por encima de lo superior y excelso. Así, la absolutización global de la democracia, conduce a la deriva natural en la dictadura de la mayoría, y a la eliminación de la libertad personal y social”. ¿Retrotrae esto, tal vez, a la necesidad de elecciones censitarias o a la bondad del Ancien Régime basado en las noblezas de la Iglesia, la espada, la toga y las fincas?  El párrafo transcrito corresponde a un artículo titulado “La deriva totalitaria de la democracia liberal”. Uno que estudió en los años sesenta las teorías del totalitarismo avanzadas por Hannah Arendt y Carl J. Friedrich, y luego ha leído algo de su ulterior destino, cuando los historiadores pudieron comparar la realidad interna de los regímenes nacionalsocialista y soviético en base a documentos de archivo, se queda hecho un lío al ver mezclados conceptos antinómicos.

La sabiduría técnica que arropa a Mr Google nos dice, además, que nuestro autor ha escrito otras muchas cosas de temáticas varias, con frecuencia publicadas en revistas que no se me ocurriría ojear, pero no he hallado –quizá por error- sesudos trabajos militares que me hagan pensar que el profesor Martín Fernández Brocos pueda considerarse gran conocedor de la guerra civil.  A no ser que sus induadablemente multifacéticos saberes los guarde para sí. En la ignorancia, en este post me limitaré a juzgarle por su apunte biográfico.

Metodológicamente hablando, dicho biógrafo confirma un fenómeno muy querido de algunos de los autores que participan en el Diccionario Biográfico de nuestra tan querida Academia. Estriba en glosar, más o menos detalladamente, los extractos de las hojas de servicios. Una tarea, no precisamente ímproba, que cualquier estudiante de tercero de grado estaría encantado de hacer por 25 euros.  Martín Fernández Brocos suministra un microextracto y la  relación de las muchas, por no decir muchísimas, condecoraciones del general Orgaz. Todo ello seguido de una bibliografía que, en general, no viene al cuento.

El segundo rasgo de su metodología es la omisión, incluso aunque sea con unas cuantas palabras. No cita a Pedro Sainz Rodríguez quien ofreció hace más de treinta años algún detalle de la actividad conspiratoria de Orgaz en Madrid d. No  explica porqué el Gobierno lo envió en abril de 1936 a Las Palmas a que “estudiara” el artillado (sic) de Canarias (Orgaz era de Infantería), como si nadie lo hubiese hecho anteriormente (fue una especie de destierro para alejarlo). No menciona sus contactos con alemanes para conseguir, ¡oh, patriota!, un avión que pudiera transportar a Franco a Tetuán si fallaba el Dragon Rapide  (se conoce desde 1974). Sobre todo, no pierde una palabra acerca de sus duras disensiones con Franco en la segunda guerra mundial. Esto es bastante más serio porque varios historiadores militares, entre ellos Gabriel Cardona, o no  ya las han analizado. Quizá nuestro autor pretenda abonar la leyenda de que el Ejército estuvo detrás, como un solo hombre, del invicto Caudillo en los momentos procelosos en los que se jugó la entrada de España en guerra al lado del Eje y luego la (remota) posibilidad de restauración monárquica.

El profesor Martin Fernández Brocos también tiene escasa curiosidad en leer obras de historia. Hubiera, por ejemplo, podido aprender algo ojeando el libro de Richard Wigg, Churchill y Franco, publicado por Debate en 2005 O la biografía del dictador, de Paul Preston. O, en el caso de que no le gusten los historiadores foráneos (no aparece ninguno en su bibliografía), podría por lo menos haber acudido a Enrique Moradiellos, que a diferencia de nuestro autor sabe de lo que escribe.

Conviene, pues, rellenar huecos. Para el próximo post.

Una presentación de credenciales a Franco

11 marzo, 2014 at 2:47 pm

Como el Gobierno del PP en general y su ministro de Asuntos Exteriores, Don José Manuel García-Margallo, en particular se han empeñado en mantener cerrados a cal y canto los archivos diplomáticos españoles, los historiadores habremos de volver a los extranjeros para enterarnos de lo que ocultaron el general Franco y su régimen. No podremos estudiar, con su documentación, los motivos de las argumentaciones esgrimidas ni escudriñar sus desiderata. Volveremos a los tiempos de la dictadura en la que solo unos cuantos paniaguados, singularmente el jefe de la censura, Ricardo de la Cierva, se preciaba de tener acceso a algún que otro archivo (no crean los lectores que a demasiados). Aunque luego en sus escritos, siempre repetidos, se abstuviera de dejar constancia de sus fuentes, si en verdad las había consultado, ni tampoco facilitase la posibilidad de contrastación de sus afirmaciones, muchas de las cuales no han resistido el paso del tiempo.

Franco recibió credenciales de, digamos, cerca de un millar de embajadores en los casi cuarenta años de su “caudillaje”.  La mayoría, de trámite. Algunas, difíciles. Aparte de varias sostenidas con el embajador británico sir Samuel Hoare en los años de la segunda guerra mundial, destaca la presentación de las de su sucesor, sir Victor Mallet, el 27 de julio de 1945, que llegó a España procedente de otro país neutral, Suecia. Aunque no hemos examinado las razones que impulsaron al Gobierno de Londres a nombrarle para Madrid, suponemos que se pensó que la experiencia en Estocolmo le serviría para lidiar con un régimen excesivamente proclive a las derrotadas dictaduras fascistas pero que no había participado en las hostilidades.

En una ceremonia generalmente ritualizada, Franco se esforzó en dar a Mallet la mejor impresión posible. La entrevista duró tres cuartos de hora. Hablaron a través de un intérprete. El embajador, como es lógico, afirmó que el pueblo británico deseaba tener las relaciones más amistosas posibles con el español. Sin embargo, y aquí la ceremonia se salió de los canales habituales, señaló que en su visita a Londres se había dado cuenta del general sentimiento de desconfianza que existía hacia el régimen. En la mente británica a Franco se le tenía como amigo de nazis y fascistas. Sus actuaciones y discursos durante la guerra no se habían olvidado. Costaría trabajo superar el recuerdo de las esperanzas que Franco había depositado en una victoria alemana. El inmarcesible Caudillo le interrumpió, algo tampoco muy habitual,  y se lanzó a una larga disertación: la orientación pro-alemana era algo que se había exagerado notablemente. Él nunca había tenido la menor intención, incluso en 1940, de aliarse con los enemigos de Inglaterra. (Una mentira podrida). Mallet aludió a la “División Azul”. Franco respondió que había sido una “mera gota de agua”.

Franco se afanó en convencer a Mallet de que su programa educativo y de reforma social era más próximo a los ideales del partido laborista que a los de los conservadores. No aludió en lo más mínimo al resultado de las recientes elecciones que habían ganado los primeros. Significativa omisión. Afirmó, eso sí, que España no deseaba vivir aislada de sus vecinos y amigos (sic). El embajador replicó que ya estaba muy aislada y que cabía imaginar que tal vez se sintiera todavía más aislada en el futuro. Una afirmación bastante dura pero en aquel momento en Madrid, con él, solo había seis embajadores incluído el nuncio y de ellos dos estaban a punto de partir. El resto de las embajadas no estaba acreditado al nivel de embajador (informe del 8 de noviembre).

Los británicos informaron a los Gobiernos de la Commonwealth el 11 de agosto. Señalaron que Franco no había podido contener su inquietud. Martín Artajo, novísimo ministro de Asuntos Exteriores, parecía comprender mejor la situación. La declaración de Potsdam, en la que los “tres grandes” (Estados Unidos, la URSS y el Reino Unido) condenaron al régimen, incrementó el nerviosismo entre las filas franquistas. Por razones demasiado largas para explicar aquí, los británicos no estaban dispuestos a hacer mucho más. Mallet recibió instrucciones explícitas. Correspondía a los españoles decidir bajo qué tipo de régimen querían vivir. Un régimen aceptable debía, sin embargo, basarse en principios democráticos: libertad de expresión, elecciones libres, libertad de prensa y una justicia imparcial. Valía más pedir la luna.

Es obvio que el franquismo no los aceptó jamás. Los países democráticos aceptaron, hasta cierto punto, al franquismo. ¿Un éxito? La política exterior del régimen desde 1945 es la historia de un largo intento por encontrar acomodo en el mundo occidental. Ganó batallas. Nunca logró ganar la guerra. La aceptación del exterior fue siempre limitada. A las democracias occidentales nunca les gustó demasiado Franco. Sí les gustaron la situación geoestratégica española y sus posibilidades económicas y comerciales, sobre todo después de la apertura de 1959.

Explorar los recovecos, las acciones, las contra-reacciones, las limitaciones y los descalabros de una política destinada a obtener la absolución es precisamente lo que no parece que guste hoy al Gobierno del PP. Un historiador normal, al abordar la entrevista con sir Victor Mallet, buscaría el dossier que el Ministerio de Exteriores hubiese preparado, la minuta que se redactara, las consideraciones efectuadas de cara a vender a los británicos la “marca España” de entonces. Ya no es posible. Habrá que alumbrar el pasado con la documentación extranjera y con la española que, afortunadamente, ha logrado exhumarse de la oscuridad de los archivos antes de que sobre ellos cayera el manto del secreto.  ¡Cómo para sentirse orgullosos!

¡Ah!, las referencias se encuentran en los National Archives, legajo FO371/49617.

Negrín, siempre Negrín

7 marzo, 2014 at 7:59 am

En menos de tres semanas me ha tocado participar en dos actos públicos en que la figura del que fue presidente del Consejo de Ministros de la República española en guerra y en el exilio, hasta 1945, ha resurgido poderosamente.

El primero fue el acto solemne de la inauguración de la nueva sede de la Fundación Juan Negrín en Las Palmas, en la que se conservan ya sus papeles. Es el aldabonazo principal que permitirá desentrañar zonas de la gestión negrinista en la guerra y en la postguerra que todavía hoy son objeto de discusión enconada y sobre las que gravitan prejuicios, errores, mitos y malas intenciones.

El segundo acto fue la presentación en el Palacio del Congreso de una monografía sobre el Negrín parlamentario preparada por el diputado socialista europeo y exministro de Justicia, el catedrático de Derecho Constitucional Juan Fernando López-Aguilar. Este autor, además de redactar una larga semblanza humana y política del estadista canario, ha tenido la feliz idea de recopilar todas las intervenciones en Cortes realizadas por Negrín, desde su ingreso en ellas como diputado representante de la provincia de Las Palmas en 1931 hasta su dimisión en la reunión de Cortes del exilio, en México, en agosto de 1945.

En un cómodo volumen son consultables fácilmente los discursos negrinistas, situados en el contexto de los debates de las Cortes de la época. Dado que en España no se dispone por desgracia, todavía, del Diario de Sesiones en línea (llevamos ya mucho retraso en la comparación internacional), la consultabilidad de los debates en que participó Negrín no es una fruslería. Todavía recuerdo el esfuerzo que tuve que realizar, dada mi residencia en Bruselas, para acceder a ellos. No dejé de molestar a amigos, tan ocupados como quien esto escribe, a que fueran a alguna de las bibliotecas en que se encuentran a fotocopiarlos. Los británicos o los norteamericanos lo tienen mucho más fácil. Los debates parlamentarios de sus países hace tiempo que se encuentran en línea. ¡Menuda suerte!

En Las Palmas mi colega y amigo, el profesor Ricardo Miralles, recordó que, por esas ironías de la historia, después de largos años de olvido, Negrín se había convertido en la figura más biografiada de entre los líderes republicanos. En verdad, ha sido una tarea a la que han contribuido historiadores ingleses (Helen Graham, Paul Preston), norteamericanos (Gabriel Jackson) y españoles (Miralles, Moradiellos y quien esto escribe). Políticamente, Negrín ha sido rehabilitado con su readmisión, póstuma, y la de una treinta de sus compañeros, al PSOE (del que fueron expulsados en circunstancias harto oscuras tras la segunda guerra mundial).

Su recuperación historiográfica ha desmontado sistemáticamente, una tras otra, las calumnias e infamias que le montaron sus adversarios entre los vencedores y entre los vencidos. Su figura de estadista se ha agigantado. La comparación morfológica y de contenido de sus discursos con los de Franco daría para una tesina. En cualquier caso, ninguno de esos historiadores que se fían del discurso político como medio de acceder a la suprema realidad del pasado (hay varias experiencias, alguna de ellas grotescas, para los años anteriores a 1936) lo ha intentado jamás.

Figura compleja, poliédrica, difícilmente encasillable, Negrín se hizo hombre en el extranjero, donde cursó su licenciatura y doctorado de Medicina. En los años de formación personal e intelectual, esos que condicionan la actitud ante los desafíos de la vida, en lo privado y en lo político, Negrín se separó radicalmente de las experiencias hechas por casi todos los políticos e intelectuales españoles de su tiempo. Un bicho raro en una España cuyo salto hacia la modernidad fue truncado por la fuerza de las armas. Español y profundamente europeo a un tiempo, en torno a él se configuran todavía “combates de retaguardia”,  espoleados –todo hay que decirlo- más desde el extranjero que desde la historiografía española.

Semanas antes del primero de los actos a que me he referido, una prestigiosa revista británica, en un número coincidente con el XXV aniversario del final de la guerra civil, todavía contiene algún artículo en el que el autor sigue proclamando a los cuatro vientos falacias documentalmente desmontadas desde hace años. Entre ellas, la de que Stalin poco menos que trató a la República como si hubiera sido una colonia. La vieja máxima de que no hay que dejar enemigo alguno a la izquierda sigue siendo de actualidad para ciertos autores de vocación pontifical.

Frente a ello, la exploración en profundidad de los archivos de Negrín deparará, de ello estoy seguro, más de una sorpresa. Veremos cuantos historiadores extranjeros se dan un garbeo por Las Palmas.