MIRANDO HACIA ATRÁS Y HACIA ADELANTE EN EL FINAL DE CURSO 2021-2022

19 julio, 2022 at 8:30 am

ÁNGEL VIÑAS

El curso académico ha terminado. También va a hacerlo el político. Las vacaciones -sean como sean- están a la vuelta de la esquina. Es hora de hacer balance y de pensar un poco en el próximo curso. Servidor lo hará refugiado en casa. Sin salir mucho de ella. Escribiendo mañana y tarde. Este es el resumen de lo que ha sido un triste curso académico.  El próximo espero que sea algo diferente para este blog.

En septiembre viajaré a España. En octubre me operarán de cataratas y, si todo va bien, espero poder abordar la continuación de este blog desde otra perspectiva. Por varias razones.

La semana pasada pensé que había puesto fin a un libro para el que, a trancas y a barrancas, he ido recopilando EPRE durante al menos los últimos siete años. A veces con suerte. Otras veces sin ella. Por fortuna me ha tocado leer las pruebas finales de la obra magna de un amigo y colega (Ricardo Robledo) que me obliga a ampliar un par de cuestiones. El texto final lo remitiré a la editorial a principios de septiembre.  Aparecerá, si nada se entrecruza, en algún momento el año que viene.

Advierto que se trata de un “tocho” de casi 600 páginas. Aunque lo he escrito con toda la soltura posible, abordo temas muy discutidos sobre la guerra civil. La EPRE que he ido recopilando me ha obligado a discrepar de muchos autores que antes que servidor han escrito sobre el mismo tema. Me apresuro a señalar que, aparte de quienes no han sabido, querido o podido refutar los incrustados mitos franquistas o para-franquistas, entre ellos figura un cierto número de historiadores muy reputados, en general norteamericanos o de lengua inglesa. Algunos no tienen la menor idea de la historia de España. Otros sí, pero parece ser que no pueden vencer sus preconcepciones ideológicas o, al menos, disciplinarlas. Confío en que en algún momento pueda comentar algo sobre él en este blog. Será una de sus orientaciones,

De forma inmediata habrá otra. El pasado mes de junio llovió mucho en Bruselas y con fuerza. En el tejado se abrió una gotera. El agua se desparramó sobre la buhardilla, el último refugio en donde guardo desde hace muchos años libros y papeles.  Los primeros estaban en estanterías y no les ha pasado nada. Sobre los papeles sí cayó el agua. No se han estropeado muchos porque -mosqueado- subí y los aparté de debajo de la maldita gotera. Los he ido poniendo después en otras estanterías, viejas y nuevas.

Me llevé una sorpresa.  

Creía haber enviado, hace ya muchos años, a la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense no solo un montón de libros. También un montón de papeles relacionados con mi tesis doctoral (data de 1973). Creí que ya no los necesitaría. Igualmente trasladé los que se referían a mi tercer libro. Versó sobre la política comercial exterior de España entre 1931 y 1975. Lo elaboré con cuatro colegas y amigos. Apareció en 1979 y me sirvió para desmontar unos cuantos mitos franquistas (uno de los más importantes lo ha reverdecido hace unos meses un estimado colega que, naturalmente, parece ignorar el tocho en cuestión. Está en muchas bibliotecas españolas y extranjeras (me preocupé de que eso ocurriera, porque las ventas de tres volúmenes con un total de 1.500 páginas fueron mínimas). Cuando los envié pensé que ya no tendría que volver a ellos. Me equivoqué. También quedaron unos cuantos papeles.  

Al reorganizar los documentos que se mojaron o que corrieron peligro de mojarse me encontré con numerosas fotocopias que databan de mis primeras investigaciones en los años setenta del pasado siglo. Evidentemente, se me había olvidado enviarlos a la Facultad, porque ni me acordaba de ellos. Como ya han pasado casi cuarenta años es muy verosímil que muchos los hayan localizado otros historiadores. O a lo mejor no. Me llevará tiempo distinguir los unos de los otros.

Así que el próximo curso lo que pretendo hacer es acudir a los papeles no conocidos o insuficientemente estudiados y, de vez en cuando, traer este blog los resultados de mis reflexiones.

Ya he identificado algunos temas que he rozado en libros posteriores a aquellos, pero cuya EPRE subyacente no llegué a utilizar simplemente porque me había olvidado de ella.  Tales temas me servirán para demostrar hasta qué punto son pertinentes dos de las máximas que vengo exponiendo en los últimos tiempos: No hay historia definitiva. Tampoco hay historiadores definitivos. Uno cree haber agotado prácticamente alguna cuestión y de pronto aparecen nuevos o desconocidos papeles y hay que rellenar huecos, realizar cambios o apuntar hacia nuevas preguntas y nuevos interrogantes.

Se me ha acusado de exagerar la importancia de la EPRE. Quizá con razón. Pero resulta que son los hombres -y las mujeres- los sujetos activos de la historia. Que obran en condiciones dadas, con perspectivas acuñadas por el peso de sus experiencias y de sus pasados, y que a veces tratan de modificar su presente siquiera mínimamente. Son argumentos banales.

También lo es, o debería serlo, que los historiadores que tratamos de reconstruir parcelas del pasado no actuamos como si fuéramos mejillones (o langostas, que son más apreciadas). Después de darle muchas vueltas resulta una verdad de Perogrullo. Todos tenemos nuestro corazoncito, nuestras ideas, nuestra ideología y, como solía decir José Luis Sampedro, uno de mis maestros, todos vemos el mundo en torno nuestro y su pasado a través de una retícula axiológica. Quien lo niega, quiere engañar a sus lectores si no es que se engaña a sí mismo.

¿Es, pues, imposible decir algo verdadero o, al menos, cierto sobre el pasado? En el caso más habitual de describir acciones humanas, la respuesta es negativa. De ellas quedan reflejos en documentos, en papeles, en objetos, en construcciones, en fosas, en cadáveres … Son evidencias susceptibles de contrastación y de análisis. Y esto sí se acerca a un procedimiento que no es solo literario. También es científico. Aunque sea blando.

Nunca he creído que el positivismo decimonónico de von Ranke et al sea la única respuesta metodológica más apropiada para comprender el pasado. De hecho, la historiografía hace ya mucho tiempo que utiliza otros instrumentos, simplemente porque han surgido otras áreas temáticas de interés. Tampoco la escuela de los Annales es la única alternativa posible. En los últimos cincuenta o sesenta años se ha experimentado con otros enfoques y los historiadores somos parte de lo que suele denominarse una comunidad científica.

Personalmente juzgo por los resultados. Y, para mí, estos estriban en demostrar si nuestras afirmaciones y nuestras hipótesis contienen algo de verdad sobre el pasado, un pasado que ya no existe y sobre el cual solo tenemos “representaciones” (en la terminología más adecuada, “Vorstellungen”). Esa porción de verdad es la que puede comprobarse aplicando un procedimiento no intuitivo ni tampoco meramente literario. Debe de apoyarse en “pruebas”.

Expandir ese “algo de verdad” (comprobable) es, pues, para un servidor la tarea del historiador. Tengo la seguridad de que si la futura Ley de Memoria Democrática aprobada la semana pasada en el Congreso de los Diputados, lo es también por el Senado y entra en vigor RÁPIDAMENTE, abrirá las puertas para avanzar en una profundización radical en el conocimiento de ese pasado. Es lo que ha ocurrido en otros países de nuestro entorno, también sometidos a dictaduras represivas, sangrientas, y no creo que los españoles seamos genéticamente incapaces de hacer menos.

Lo que se abre ante nosotros será también, no puede ser de otra manera, una tarea interdisciplinaria, segmentada y colectiva. El tiempo de las religiones absolutas y de las verdades incontrovertibles ha pasado. Porque sabemos hoy mucho más sobre el pasado, entramos en una etapa en la que poco a poco nos iremos dando cuenta de que, a pesar de lo mucho conocido, es más lo que todavía queda por conocer.

Desde esta perspectiva, me dedicaré a preparar el próximo curso y a abordar también el siguiente libro. No es el que acabo de terminar. Es otro nuevo. Veremos si consigo llevarlo a buen puerto.

Felices vacaciones. Deseo a todos un excelente verano. Hasta el 6 o 13 de septiembre.

MARÍA ROSA DE MADARIAGA ÁLVAREZ-PRIDA IN MEMORIAM

12 julio, 2022 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

En el lapso de unas cuantas semanas se nos han ido dos historiadores. La primera, María Rosa. El segundo, Fernando García de Cortázar. Conocí a ambos. La primera me sirvió de fuente para informarme de cuestiones sobre Marruecos, de las que yo tenía -y tengo- poca idea. El segundo participó conmigo, amén de dos supervivientes más y otros historiadores ya fallecidos, en el programa ESPAÑA EN GUERRA que TVE emitió en los años 1986 y 1987 con motivo del cincuentenario de la guerra civil.

Del fallecimiento de Fernando ha dado cuenta la prensa. Lógico también si se piensa en su actividad publicística y en sus quehaceres ciudadanos en los años oscuros del terrorismo etarra. Del de María Rosa, no he visto demasiado en internet. Entre los publicados destacan el de EFE, al día siguiente de su fallecimiento (https://www.efe.com/efe/espana/cultura/fallece-maria-rosa-de-madariaga-historiadora-especialista-en-el-rif/10005-4841935), la sentida necrológica bajo la pluma de un eminente arabista, Bernabé López García, que la conocía bien (María Rosa de Madariaga, la gran historiadora del Rif | Opinión | EL PAÍS (elpais.com), publicado el pasado 4 de julio, y de una referencia en Desperta Ferro (https://www.despertaferro-ediciones.com/2022/fallecimiento-de-maria-rosa-de-madariaga/).

No escribiré aquí acerca de Fernando. Sí lo haré, con cariño, de la primera. No por razón de género sino por admiración. A María Rosa la conocí, hace ya muchos años, por intermedio de Carmen Negrín. Eran los tiempos en que me afanaba por escribir sobre el entorno internacional que maniató a la República durante la guerra civil en varios aspectos esenciales y que tanto coadyuvó a su derrota.

María Rosa y Carmen eran colegas y ambas habían trabajado en la UNESCO en su cuartel general de París. A mi alegró mucho conocer personalmente a la primera porque había sido -y sigo siéndolo- un admirador de su obra. Cuando me disponía a recopilar literatura secundaria que pudiera servirme -o no servirme- para abordar lo que terminó siendo, entre 2006 y 2010, una tetralogía, entre ella figuraba su gran obra. Los moros que trajo Franco…. La intervención de tropas coloniales en la guerra civil. La publicó, en marzo de 2002, la editorial Martínez Roca. Un tocho de casi 450 páginas con base en EPRE extraída del Archivo General de la Administración (AGA), del Foreign Office, del Quai d´Orsay y del Servicio Histórico del Ejército de Tierra, de Vincennes. En aquel momento no podía pedirse más.

A mi me encantó, cuando en puridad no debía haber ocurrido. En aquella edición del libro, que es la única que he conservado, no figuran notas a pie de página ni largas disquisiciones más o menos académicas o más o menos quisquillosas sobre otros autores, sus errores y sus aciertos. Pero al leerla me di cuenta de que estaba ante una obra seria, muy seria. Luego se publicaron otras ediciones. En 2015 apareció una corregida y aumentada en Alianza, pero ya no las compré.

El título era toda una declaración de intenciones. Fue la primera línea de una de las cancioncillas republicanas que se hicieron famosas al principio de la guerra:

         Los moros que trajo Franco

          En Madrid quieren entrar.

          Mientras haya milicianos,

          Los moros no pasarán….

Por lo demás, no fue su primer libro. Este honor correspondió a su tesis doctoral, en francés, que dirigió el profesor Pierre Vilar en la Sorbona y que publicó la UNED de Melilla, unos años antes, bajo el título España y el Rif. Crónica de una historia casi olvidada. Yo no lo adquirí, a pesar de la admiración que siempre sentí por el director, íntimo amigo de Herbert R. Southworth, quien en puridad fue uno de mis maestros en metodología de la investigación histórica.

María Rosa tiene una entrada en Wikipedia. Es bastante sucinta y no he advertido en ella ningún error. Alguien la ha puesto recientemente al día ya que figura la fecha de su fallecimiento, a finales del pasado mes de junio.

Era licenciada en Filosofía y Letras, rama de filología románica, y había llegado a la Universidad procedente del Liceo Francés de Madrid. No extrañará que, disgustada con el ambiente de la España de Franco, ansiara salir, como tantos otros, en busca de nuevos horizontes. Tras un pequeño paso por la DGS, los encontró en Inglaterra, pero sobre todo en París. Por informaciones personales he sabido que a su madre no le gustaba que se marchara e incluso, en algún momento, le escondió el pasaporte.

En qué momento ingresó en el PCE no he podido determinarlo, pero es posible que fuera antes de viajar a París ya que perteneció al grupo fundador de la editorial Ciencia Nueva. El caso es que en la capital del Sena se bandeó, como tantos otros de varias formas durante algún tiempo. Un nieto del gran escritor ruso Leon Tolstoy le abrió la puerta para entrar en la UNESCO. En aquel entonces era el jefe de la división de traducción La conexión probablemente pudo establecerse gracias a Isabel de Madariaga, especialista en la Rusia del XVIII. Fue la muy respetada hija de Don Salvador, hiperpolíglota y perfectamente incrustada en la sociedad británica, particularmente en la administración y círculos universitarios londinenses. Sus estudios sobre Catalina la Grande la hicieron acreedora a una fama universal. Servidor llegó a conocerla brevemente.

El recorrido de María Rosa en la UNESCO no es interesante en este caso. Baste con señalar que después de varios años en labores de traducción y revisión (en los cuales coincidió con Julio Cortázar) pudo dar un salto al sector de Cultura. Fue en el seno de la división encargada del seguimiento del encuentro de dos mundos. Esto, evidentemente, encajaba más con uno de sus intereses más antiguos relacionados con el norte de África, a su vez consecuencia de su temprano compromiso e interés desbordante por los avatares de la lucha anticolonial.

Su primera idea fue escribir una tesis sobre dicho tema, pero en París decidió optar por algo más manejable. En la familia se recuerda el impacto que le produjo una noticia que daba cuenta del fallecimiento de Abd el Krim. Al preguntar a su madre quién era la respuesta fue que se había tratado de un moro que, de haber ganado en la lucha contra los españoles, no habría habido franquismo. Esta anécdota la recordó el propio Pierre Vilar en la sesión de defensa de su tesis en la Universidad de la Sorbona, hacia 1988, cuando, medio en broma medio en serio, señaló que la madre había hecho un “raccourci historique” muy acertado.

Para entonces, en París, María Rosa había estudiado intensamente árabe y se empapó de las glorias y fracasos de la historia colonial francesa, como tantos otros que, por aquella época e incluso antes, veíamos en el país vecino una inspiración en comparación con la mediocridad que reinaba en la España de Franco. En su nuevo puesto pudo contribuir con su enorme conocimiento sobre la cultura musulmana. Publicó para la UNESCO sobre El Andalus y sobre la influencia y convivencia de la cultura musulmana en el mundo latino

En algún momento, que no he podido determinar, María Rosa dejó, como tantos, el PCE. Sé, por la familia, que no quiso decírselo a su tío dado el anticomunismo de Don Salvador. Este terminó enterándose por terceras personas y, curioso, le preguntó a su sobrina por qué no se lo había dicho. María Rosa respondió que por no disgustarlo y él, muy tranquilo, inquirió si era de los prochinos o de los prosoviéticos.

En Dialnet hay una lista de sus publicaciones más importantes. No es una lista despreciable para alguien que no trabajó en el mundo universitario: 21 artículos en revistas especializadas y de divulgación; 13 colaboraciones en obras colectivas y 4 libros, además de los dos mencionados: Breve historia de Marruecos; Marruecos, ese gran desconocido; Abd-el Krim El Jatabi; La lucha por la independencia; En el barranco del Lobo: las guerras de Marruecos y España y el Rif. Crónica de una historia casi olvidada.

Aparte de ello María Rosa estuvo presente en periódicos digitales y participó en las controversias históricas del presente. Nos enviábamos algunos de los artículos que pudieran interesar al otro. No puedo ocultar cuanto le agradó mi serie de 17 artículos sobre los manejos, maniobras, mentiras y subterfugios utilizados por Franco para ver si le daban la Cruz Laureada de San Fernando por su tan proclamado “heroísmo”.

De convicciones reciamente republicanas no tuvo grandes dificultades en convencerme de firmar un manifiesto en favor de una tercera República.

El mes pasado pensé en ella y en la sorpresa que, como gran conocedora del Ejército sublevado que se forjó, en gran parte, en las campañas de Marruecos, podrían quizá producirle los tres artículos que pienso publicar en los próximos días sobre una figura tan mitificada como el general Francisco Franco VC, con nueva evidencia primaria relevante de época.  

Por desgracia, una rápida enfermedad, que no tenía por qué ser mortal, se adelantó. Permanecerá en mi recuerdo. Solo le deseo que la tierra le sea leve y que su esfuerzo como historiadora no caiga en el olvido.

Descanse en paz.

NB. Deseo agradecer a Carmen Negrín y a Elena Sánchez de Madariaga su amabilidad en compartir conmigo algunos de sus recuerdos de María Rosa.

CASTIGAR A LOS ROJOS: OTRO ESLABÓN EN UNA CADENA (Y IV)

5 julio, 2022 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

Para culminar esta pequeña serie de posts el profesor Guillermo Portilla ha redactado la siguiente contribución que sitúa perfectamente al teniente coronel Acedo Colunga en el ominoso lugar que le corresponde. Lo ubica como un eslabón fundamental en coexistencia con penalistas españoles no militares de la época. Todos contribuyeron, con sus escritos y opiniones, a crear el caldo de cultivo en el que floreció, en todo su mortal esplendor, la mefítica atmósfera que nutrió el pensamiento jurídico dominante durante la dictadura. Avalaron, con su supuesta autoridad, las ideas que “justificaron” el asesinato legal, la persecución, la depuración o la muerte civil de los defensores de un derecho penal en consonancia con las mejores tradiciones de las Luces, el liberalismo y la democracia tanto en España como en el extranjero.

‘Castigar a los rojos. Acedo Colunga, el gran arquitecto de la represión franquista’, Ángel Viñas | Francisco Espinosa | Guillermo Portilla (Crítica, 2022)

GUILLERMO PORTILLA

Tras el golpe militar los penalistas republicanos fueron perseguidos y condenados. Traicionados por sus “colegas” de profesión, fueron depurados en la Universidad y sancionados por todos los tribunales de excepción. Suerte muy distinta corrieron los que apoyaron al régimen. El Derecho penal español quedó en manos de mediocres y serviles procedentes del tradicionalismo católico y del nacional-falangismo. La interrelación entre unos y otros fue perfecta: los tomistas asumieron sin rechistar el nacionalismo y el Caudillaje en tanto que los fascistas aceptaron de buen grado la intervención eclesiástica en todos los sectores del Estado.  Unos y otros, sin excepción, avalaron, legitimaron y, a veces, incluso participaron directamente en la configuración legal del régimen militar integrando los tribunales “especiales”.

Con la intención de dotar al derecho penal autoritario de la legitimidad que le faltaba, aparecieron ante todo los penalistas: Federico Castejón, falangista ultraconservador, fue uno de los diseñadores del Derecho penal de la dictadura y componente básico de la Comisión serranosuñerista sobre ilegitimidad de una República que habría funcionado como una verdadera organización criminal. Además, fue el redactor del Anteproyecto de Código penal falangista de 1938 que prohibía el matrimonio entre españoles y personas de raza inferior.

Isaías Sánchez Tejerina, artífice de la ley sobre represión de la masonería y el comunismo, vocal del Tribunal correspondiente, fue uno de los depuradores más estrictos en la Universidad. Justificó el golpe de Estado como un ejemplo de legítima defensa colectiva y avaló la creación de una dictadura tradicionalista católica. La mejor manera de prevenir la delincuencia era, pensaba, la creación de un Estado fuerte, autoritario y no neutral en la defensa de la fe.   

Jaime Masaveu, haciendo uso del mismo informe de la Comisión serranosuñerista, elaboró una teoría sobre el estado de necesidad del soldado republicano contra la República. Su ideología ultraderechista quedó patente en el trabajo “La defensa nacional militar frente a un Estado anárquicamente revolucionario. (Enfoque jurídico)”.  En él planteó una cuestión trascendente: si la verdadera obligación del Ejército era la Defensa Nacional frente a cualquier otra finalidad y el significado de asumir tal opción. En tal disyuntiva, Masaveu lo tuvo claro: el soldado republicano debía defender a la Nación española frente al Estado delincuente. Desde la Fiscalía franquista se dijo que su comportamiento durante la “cruzada” fue de intachable patriotismo, estando siempre dispuesto para toda clase de misiones que pudieran encomendársele. Militarizado desde los primeros momentos, se le concedió la medalla de la campaña.

Entre los penalistas hubo otro, Juan del Rosal, que sobresalió por encima de todos. No solo por su apoyo al Caudillo o admiración por el nacionalsocialismo, sino porque intentó elaborar las bases de un Derecho penal totalitario, autoritario y tradicionalista católico conforme a una dictadura fascista. De un catolicismo vehemente, característica, por lo demás, habitual entre aquellos penalistas que tras la guerra se quedaron en España, Del Rosal fue por convicción, quien mejor representó al falangismo nacionalsindicalista y al nacionalsocialismo en la dogmática penal. Renegó de su maestro Jiménez de Asúa una vez consumado el levantamiento militar y apoyó sin fisuras las dictaduras totalitarias de Alemania y España.  Es cierto también que a finales de los años cuarenta, coincidiendo con el fracaso de las dictaduras fascistas, abdicó aparentemente de esa ideología y se pasó al bando del Derecho penal liberal

Eugenio Cuello Calón, ya mencionado en el post anterior, fue el autor intelectual del Proyecto de Código penal de 1939. Franquista y católico, llegó a tener un control absoluto de la Academia. Cooperó activamente con la dictadura de Primo de Rivera hasta el punto de ser uno de los juristas que participó en la Comisión redactora del Código Penal de 1928. En 1929 ya era Catedrático de Derecho penal de la Universidad de Barcelona y Vocal de la Comisión General de Codificación. Su posición iusnaturalista la mantuvo hasta el fin de su vida: principio de legalidad sí, pero siempre que no colisionara contra “los principios de eterna razón y preceptos inmutables de un orden moral obligatorio”. El ideal de Derecho penal que defendió aparece recogido en el discurso de ingreso que pronunció en la Academia de Jurisprudencia y Legislación, el 24 de abril de 1951.  En ella perfiló lo que debería ser su modelo. Un Derecho penal subjetivo en el que no se castigara el hecho sino al autor. Siguiendo muy de cerca el movimiento de la Nueva Defensa Social, salvaguardó una doctrina para los delincuentes corregibles y fundada en el aislamiento o segregación de seguridad, para los ineducables o incorregibles.

En la Academia, una vez fallecido Castejón, el poder se concentró en manos de Cuello Calón y Sánchez Tejerina, a los que se premió con las cátedras de Jiménez de Asúa y Quintiliano Saldaña. Más tarde, sus discípulos: Octavio Pérez Vitoria, Valentín Silva Melero, José Ortego Costales, Antonio Ferrer Sama, José Guallart López y Manuel Serrano mantuvieron una línea continuista, legitimadora de la dictadura. Fueron tan conservadores y tradicionalistas católicos o más que sus maestros. A ninguno se les leyó ni oyó jamás una censura al régimen franquista y a su maquinaria represiva.

Por contraposición, el penalista más perseguido y odiado por los “intelectuales” y el aparato represivo de la dictadura fue sin duda Luis Jiménez de Asúa. Contaba para su orgullo con los antecedentes de una lucha pertinaz contra la Monarquía, la Iglesia católica y la dictadura primorriverista. Similar senda de persecución y exilio sufrieron la mayoría de sus discípulos y amigos: Mariano Ruiz Funes, Emilio González López, Antón Oneca y Manuel López Rey.

Al profesor Jiménez de Asúa, socialista y masón, le persiguieron las dos dictaduras españolas. ¿Qué otro fin podía esperar a un demócrata antimonárquico que altivamente proclamaba que“en España la norma de cultura política es hoy marcadamente antidinástica, afirmativamente republicana, y en pro de la auténtica forma democrática está hoy mayoritariamente pronunciada la opinión pública española. (..) nadie defiende al rey y a la dinastía que representa, a lo sumo los capitalistas e industriales que con algunos políticos conservadores tratan en esta hora de crear un partido “centrista”, soslayan tamaña cuestión diciendo que la política consiste en abordar y resolver problemas concretos, pero no se deciden a la defensa abierta y desinteresada del caduco trono”?          

El desencuentro entre Jiménez de Asúa y la dictadura de Primo de Rivera se produjo prácticamente desde la llegada al poder de los militares. El sátrapa no vio con buenos ojos su crítica a los reiterados ataques a la libertad de expresión ejecutados por la dictadura y la denuncia del confinamiento de Miguel de Unamuno en Fuerteventura, con motivo de la intervención no autorizada de su correspondencia y desvelarse el contenido de una carta que el escritor había enviado a un amigo residente en Argentina. Al tiempo, Asúa reprochó a la dictadura el encarcelamiento de Ángel Ossorio, ex ministro, por una razón similar: desvelarse el contenido de una carta privada dirigida a Antonio Maura, en la que se reprobaba la adjudicación del servicio telefónico a la compañía donde trabajaba el hijo del dictador.  No hay que identificarlo.  

Pero realmente el acontecimiento que marcó el destino de Asúa y su colisión con Primo de Rivera fue el concurso a la cátedra de griego que durante treinta años había ocupado Unamuno. Pese a la presencia policial, Jiménez de Asúa junto a otros docentes y seis alumnos burlaron el control y accedieron al lugar de la votación. En ese escenario se produjeron insultos a los miembros del Tribunal y varias cargas policiales. Al tener conocimiento Asúa de la detención de los estudiantes en los alrededores del Ministerio, se presentó el 29 de abril de 1926 en la Dirección General de Seguridad. Tras dar su nombre fue inmediatamente detenido, al tiempo que se le comunicó la decisión del Gobierno de proceder al inmediato confinamiento.

Durante el franquismo, fue depurado en la Universidad y condenado por el Tribunal de Responsabilidades Políticas a la pérdida de todos sus bienes y a la nacionalidad. Igualmente lo condenó el Tribunal Especial por un delito complejo de masonería y comunismo a la pena de treinta años de cárcel.  Su lucha política y su inmensa contribución al desarrollo del Derecho penal continuaron en el destierro hasta su fallecimiento en Buenos Aires en 1970 cuando era presidente de la República española en el exilio.

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Ex post de servidor

Para terminar esta serie, una pequeña orientación bibliográfica. Los lectores que deseen profundizar en un tema que puede parecerles un tanto abstruso harían ver en consultar el trabajo del profesor Gutmaro Gómez Bravo sobre las no siempre divertidas oposiciones en la postguerra a las codiciadas cátedras de Derecho Procesal y Derecho Penal en los años siguientes a la guerra civil. Se darán una idea del ambiente que en ellas se respiró, con aspirantes que solían vestir el uniforme del “Glorioso Ejército Nacional” e imbuidos en las doctrinas, entre otras, del nacionalsocialismo imperante en los años treinta y principio de los cuarenta. Es de fácil consulta en https://www.academia.edu/28307279/LA_UNIVERSIDAD_NACIONALCAT%C3%93LICA_La_reacci%C3%B3n_antimoderna

Se trata de un estudio masivo dirigido por el profesor Luis Enrique Otero Carvajal, de consulta obligada. Las páginas correspondientes a los dos tipos de “Derecho” de la época que aquí interesan se encuentran en las páginas 969 a 986. Se reirán.

FIN