LA REFLEXION DE UN FILÓSOFO SOBRE FRANCO (I)

27 septiembre, 2022 at 9:42 am

ÁNGEL VIÑAS

Soy el primero en señalar que los historiadores de archivo (o equivalentes) nos pasamos la vida buscando evidencias que nos permitan esclarecer facetas del pasado y de las acciones de los hombres y mujeres en él.  La noble aspiración de muchos es poder llegar a demostrar algo que otros no hayan escrito. Reconozco haber caído en tal pecado, que algunos calificarán de soberbia, y entono el oportuno acto de contrición.

Sé, quizá demasiado bien, que no todo está en los papeles u otras evidencias. Ni siquiera en lo que se refiere a Franco, objeto en los últimos años de mi atención antes, en e inmediatamente después de la guerra civil.

Que todos sus papeles no se conocen, es la evidencia misma. Al igual que se destruyeron (gracias a los buenos oficios de ciertos ministros de la epoca y otros gerifaltes falangistas o franco-falangistas) millares y millares de documentos sobre la represión, los de SEJE no abundan, fuera de los archivos habituales. (Ahora, han aparecido muchos nuevos en el Pazo de Meiras, sobre los que sus honorables descendientes no habían dicho ni pio). Un historiador empírico se mesa, naturalmente, los cabellos y soy de quien se pone en primera línea de los entristecidos y de los que tanto lo lamentan.  

Hay, obviamente, otra manera de escribir sobre el pasado que es más simple, más directa y, sobre todo, muchísimo más cómoda. Basarse, por ejemplo, en una mas o menos cuidada selección de lo escrito sobre Franco y aplicar otra forma de ver, de mirar, de comprender (parte de) lo publicado. Los resultados son más rápidos, tan pronto como se identifique esa nueva perspectiva. Escribo esto con todo respeto.

El pasado curso academico se publicó una reflexión sobre Franco y el franquismo. El autor es el profesor José Luis Villacañas, catedrático de Filosofía en la UCM. La publicidad con que se rodeo la obra hizo hincapié en que habría que considerarla como novedosa y el autor, es de imaginar, esencial. El título es ciertamente prometedor y a servidor le llamó la atención por lo que me pareció ser una cierta contradicción en su título: LA REVOLUCIÓN PASIVA DE FRANCO.  

Normalmente, el término revolución no se asocia con pasividad. Si acudimos al DRAE veremos que entre sus acepciones figuran las siguientes: 2. Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional; 3. Levantamiento o sublevación popular; 4. Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.

Común a tales acepciones son las notas de rapidez, profundidad y acción. La pasividad brilla en todas ellas por su ausencia. Reconozco, evidentemente, que el DRAE, al que acudo siempre que puedo, no es autoridad suprema en materia histórica, salvo del lenguaje, pero tampoco es en modo alguno desdeñable.

Curioso, compré el libro y el pasado verano me he entretenido en leerlo. No puedo decir que de una tirada y que no descansara hasta haberlo terminado. Tampoco que me fascinase. Es, en parte, una reflexión biográfica del personaje; un intento de penetrar en los entresijos de su pensamiento y un análisis de la evolución del sistema político que engendró y que perduró hasta su muerte.

Dificulta la lectura el que, quizá por exigencias de tiempo, carezca de un índice bibliográfico e incluso de nombres. Esto me parece el colmo. Pensar en que hubiera debido considerarse un índice analítico o de conceptos es, en tales condiciones, utópico.

Ciertamente admito que, a veces, por exigencias del calendario de publicaciones de la editorial no dé tiempo a introducir este último, que es el más útil, creo, para el eventual lector. Que tampoco se hayan incorporado los dos primeros es muy de lamentar. Sobre todo, el bibliográfico. No cuesta más de un par de horas y no tiene por qué dedicárselas el autor. Cualquier lector/revisor de la editorial puede hacerlo. HarperCollins es un sello respetable y el libro no se publicó en un período en el que tenía que competir con una multiplicidad de títulos. Salió a mitad de febrero del corriente año.

Los lectores espero que no me consideren tiquismiquis si traigo a colación la banalidad que sobre el “Caudillo” y su obra se han escrito algunos centenares de libros. Del más diverso tipo y con los más encontrados resultados. A favor (en España de forma casi exclusiva hasta, digamos, 1975). En contra, hasta entonces sobre todo en el extranjero (aunque también hubo obras a favor, en general de periodistas -muchos de ellos tramposos). Luego las tornas cambiaron: los autores españoles tomamos la iniciativa y, en mi modesta opinión, creo que no la hemos dejado. Los últimos ejemplos que conozco son los de Matilde Eiroa (ya comentado en este blog) y el recientisimo de Javier Rodrigo (que en pocos días estará en las librerías)

La obra que ahora abordo no pretende ser una biografía en sentido estricto. Sí pretende aportar una “nueva” concepción de la personalidad y obra del   inolvidable “Caudillo”. Aquí está su interés y, para mí, una profunda decepción.

El profesor Villacañas (a quien no tengo el gusto de conocer) aspira a decir algo que no se ha dicho o escrito sobre la figura de Franco. Lo hace de una forma, digamos, un tanto peculiar: conjuga las tesis y escritos de dos autores completamente dispares. e italianos. Está en su derecho, pero no aporta ningún documento ni de la pluma de Franco ni de su paso por la historia que no sea conocido. Se basa en una selección de autores que lo trataron de cerca (en particular su primo hermano) y en un cuidado repertorio de ministros o políticos que han escrito sobre él en memorias y relatos muy heterogéneos, pero en general laudatorios.

Con estos más que limitados, si no limitadísimos, materiales acude para comprender mejor la figura más señera de la historia de España en el siglo XX a nada menos que a Nicolás Maquiavelo en algunas de sus obras. Una es, naturalmente, El príncipe. Otra, de la que confieso no había jamás oído hablar, es la biografía de un condotiero del siglo XIV llamado   Castruccio Castracani. Para explicar al lector de nuestros días la carrera y virtudes del Franco militar parece ser que es la más importante. Utiliza, además, no traducciones. Acude, como es debido, a los textos originales.

Los lectores que no los tengan en casa pueden descargarlos en https://www.academia.edu/25630010/El_Principe_Maquiavelo_Ensayo_     y en  https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/2/609/11.pdf, respectivamente.

El procedimiento puede parecer muy interesante, pero es absolutamente erróneo. De haber pensado como historiador y no como filósofo político tendría que haber demostrado que Franco, un militar con resultados mediocres en la Academia de Infantería de Toledo, habría estado leyendo al menos la primera obra  (la más conocida) a lo largo de sus años de aprendizaje militar en África (de la segunda no hablemos porque no hay  -o el profesor Villacañas no la ha aportado- la mas minima referencia de que Franco hubiese conocido de su existencia).

 Es un lugar común afirmar que Napoleón Bonaparte leía El Príncipe. Es posible que de ello sacara altísimo provecho. Al autor del nuevo libro habría que pedirle que lo hubiese demostrado en el caso de Franco. De ello, sin embargo, rien de rien.

No olvido, al contrario, que algunos de los biógrafos, y mas aun los hagiógrafos, de Franco  han afirmado que el futuro “Caudillo”, a medida que se hacía mayorcito y aprendía a manejar las armas en las casi decimonónicas campañas de Marruecos, y luego mientras meditaba sobre la agitación social de la época en Oviedo, y después, ya general, como director de la Academia de Zaragoza, y, sobre todo, en los años de paz de la República leyó mucho: por ejemplo, obras de historia, de filosofía, de derecho, de economia; incluso alguna que otra de gramática para perfeccionar su estilo. O tal vez que  discutió con el genio hacendístico por excelencia que es como solia presentarse a Don José Calvo Sotelo.

¡Ay!, por desgracia nadie ha aportado la menor prueba de lo que antecede. Tampoco el autor del extraño libro que comento. No podría afirmarse lo mismo de sus congéneres entre los dictadores europeos del siglo XX: la biblioteca de Stalin se conserva y con muchas de las obras anotadas o con marcas de lectura; también se ha escrito sobre lo que queda de la biblioteca de Hitler (de educación incluso más limitada que la de Franco). De Mussolini se conoce su gusto por el pensamiento político y la filosofía y desde luego escribió la tira (aunque también le escribieron, como es lógico). De Salazar, catedrático de Universidad, no hablemos.

Es decir, me parece que el autor de este nuevo libro sigue un procedimiento profundamente ahistórico. Impone, para comprender el comportamiento de Franco, una metodología basada en el análisis de dos obras para “demostrar” una tesis absurda. La que, tácitamente, el glorioso “Caudillo” obró como si las hubiese leído cuando una de ellas era probablemente desconocida para los militares españoles de principios del siglo XX (ya que no de los siempre admirables eruditos). Lo que no hace es ir A LOS DOCUMENTOS (públicos y no públicos).

Esto que antecede se aplica, esencialmente a la primera parte intitulada “Príncipe Nuevo”.  Uno puede verse tentado a afirmar la influencia de la lectura de Maquiavelo sobre el inefable caudillo si asocia  su famosa baraka con la idea de fortuna, que utiliza el prepolitologo italiano y que circulaba en el ambiente humanista del renacimiento en Italia. El hombre tiene que habérselas con la fortuna para hacer su vida, y para ello ha de poseer la virtù, una noción que Maquiavelo seculariza más que sus precedentes. Empero, para tener algún valor histórico, cualquier hipótesis que se lance ha de ser contrastada con evidencia empírica de la que en este caso estamos huérfanos.

Pero, más allá de la supuesta influencia de tales obras sobre el pensamiento del inmarcesible Caudillo, en esta primera parte llaman la atención algunas referencias de menor enjundia, pero que dejan con la mosca tras la oreja al historiador menos atento.

A título de ejemplo, se nos dice que, en 1934, los hombres de Acción Católica estaban en contacto con Mussolini para preparar la rebelión en España, cuando ya sabemos que ésta llevaba años preparándose. desde el mismo día en que se proclamó la República; que tanto Calvo Sotelo como Sainz Rodríguez y los monárquicos estuvieron en la operación para conseguir la ayuda militar italiana (pp. 36 y 62). Asimismo, señalemos la mención a la “Legión africana” cuando su nombre no es otro que el original de “Tercio de Extranjeros”, y posteriormente transformado en “Legión Española” (p. 46). No hay nada nuevo y si bastante texto para rellenar pagina tras pagina.

La segunda parte del título “La revolución pasiva” se basa en una interpretación del concepto que de esta acuñó Gramsci. Yo me descubro humildemente. No me considero discípulo del pensador y político italiano, pero para asociarlo con Franco habría que mostrar que, al menos, alguno de los compañeros de milicia y luego ministros de Franco a partir de 1937 hubieran estado influidos por su lectura. Por ejemplo, el cuñado y supuesto mentor, el por tantas razones odiado Ramón Serrano Suñer, alejado oportunamente del poder en 1942.

(continuará)

¡ALBRICIAS, ALBRICIAS!: UN LIBRO, ESPLÉNDIDO, DE UN NUEVO AUTOR, CARLOS PÍRIZ:

20 septiembre, 2022 at 8:30 am

EN ZONA ROJA. LA QUINTA COLUMNA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA (y II)

ÁNGEL VIÑAS

Con las imprescindibles adaptaciones a las condiciones de lugar y tiempo los residuos de la conspiración que lograron salvar el pellejo en las capitales en que no logró triunfar el golpe de Estado se amoldaron a las nuevas circunstancias, pero con el mismo objetivo: derribar la República entonces resistente. Tal fenómeno es muy importante porque, en contra de los alaridos que siguen propagando muchos de los portavoces de la tradición “historiográfica” franquista, la solución de continuidad entre conspiración y guerra brilló por su ausencia.

Píriz examina esta situación prácticamente en numerosos casos en que se presentó. Allí donde se dio el triunfo de los sublevados, empezaron las funciones de los matarifes de uniforme, caqui, azul u otros. Ya habían preparado las “justificaciones” que sirvieron para alimentar y lanzar el golpe (amenaza comunista, peligro de caer en el abismo soviético, imposibilidad de vivir dignamente en medio de los horrores de la primavera de 1936, etc). Se trata de uno de los grandes milagros de la historia de España, tan abundante en ellos, que continúen propalándose todavía hoy. Pero así es. Los voceros que se pronuncian en tal sentido no leen o lo que leen en contrario se lo pasan por cierto sitio.

Naturalmente, no en todos los lugares se obró de la misma manera. En algunos, que no eran cabeza de Divisiones Orgánicas, como por ejemplo Almería, Murcia y Cartagena, y en los que la sublevación tampoco triunfó, se siguieron otros parámetros en la organización del quintacolumnismo. Es curioso, no obstante, de que en ellos la conspiración no hubiese logrado avances fundamentales antes del golpe.

Píriz acude a centenares y centenares de expedientes personales, de militares y civiles, que fueron recopilados por las organizaciones que desde la España sublevada trataron de poner orden en la quinta columna. Primero fue el Servicio de Información Militar (SIM) y más tarde, ya bajo el mando del coronel José Ungría, el no menos famoso SIPM. Ambos se sirvieron de los fugados de la zona republicana por muy diversos canales. Uno de los más importantes fueron las misiones diplomáticas extranjeras en ella. Este es un tema explorado por muchos autores. El libro que comento lo aborda con multitud de ejemplos concretos que muestran que, en manos de los diplomáticos de carrera o aficionados que en ellas estaban, se trató de uno de los canales más importante para obtener información del adversario y para filtrar agentes en uno y otro sentido.

En el juego participaron prácticamente todas las misiones y consulados extranjeros (salvo los de la URSS). Incluso Francia e Inglaterra lo hicieron en ocasiones. Destacaron las misiones de Argentina, Chile y Noruega, que lograron exfiltrar a numerosos protagonistas ulteriores de la política y del Ejército de la España de Franco.

En paralelo, Píriz arroja también nuevas luces sobre los esfuerzos republicanos para contener las actividades quintacolumnistas, en medio de una auténtica histeria contra las mismas. Poco a poco se lograron éxitos, pero no paralizarlas totalmente.

Por las páginas de este libro, y basados en sus expedientes personales, discurren numerosos protagonistas de las mismas. Algunos de personas conocidas ulteriormente. La mayoría de auténticos desconocidos, militares y civiles, que filtraron al enemigo franquista informaciones absolutamente sensibles contra los republicanos.

Los sublevados fueron siempre conscientes de la importancia vital de la obtención de información (incluso desde mucho antes del golpe). Todos los conspiradores participaron en tal creencia, desde la Comunión Tradicionalista (muy estudiada particularmente) al SIFNE, que también goza de merecida fama.

Con todo, los militares rebeldes se fiaron más de sus compañeros. Ya el 14 de septiembre de 1936 la Junta de Defensa Nacional creó el SIM y puso a su cabeza a un veterano jefe de Infantería, el teniente coronel Salvador Múgica Buhigas, uno de los mandos más experimentados en materias de inteligencia. Otros agentes de los servicios republicanos en tiempos de paz no tardaron en sumarse. Italianos y alemanes, más avanzados que los españoles, ofrecieron sus consejos. Los avatares organizativos y operativos los sigue Píriz con suma atención, en particular desde que llegó el coronel Ungría.

A mediados de 1937 lo que había sido una organización hasta cierto punto primitiva se modificó sustancialmente. De lo que se trató fue de explotar de manera efectiva y sistemática las ayudas que pudieran hacer llegar las personas afectas y residentes en la zona republicana. Aquí Píriz brilla por su combinación del detalle y de la visión global que poco a poco fue desarrollando el SIPM. Su archivo, aunque parcialmente explotado por Heiberg y Ros Agudo, lo ha llevado el joven doctor a unas conclusiones absolutamente sorprendentes. No es exagerado afirmar que sin el SIPM los franquistas hubieran tenido muchas más dificultades en ganar la guerra.

Es más, desplegado en el frente, se ocupó también de la propia retaguardia. Se encargó de todos los servicios de investigación militar, seguridad, orden público y contraespionaje. Controló con mano de hierro los territorios propios y los ocupados. Sus agentes se infiltraron en todos los servicios y oficinas del Estado naciente, en los centros de comunicación en las industrias militares, en los hoteles, en los bares, en los cafés.

Con todo ello, las redes quintacolumnistas que operaban en la zona republicana recibieron un apoyo sistemático mucho más estructurado del que hasta entonces no habían gozado tanto en el sector nordeste (Cataluña), como en el centro y en el sureste.

El dominio de la inmensa documentación de archivo de que hace gala Píriz es absoluto. Sus resultados son importantes no solo en el plano general. También contribuirán a alumbrar el perfeccionamiento de los estudios locales. El material acumulado para la represión, tanto sobre la marcha como tras la victoria, fue muy importante y este libro habrá de convertirse en una obra de referencia para futuros estudios en este campo.

Tal dominio de EPRE se observa a lo largo de toda la obra, pero más singularmente en los capítulos finales. Aquí el autor inserta sabiamente los documentos de archivo en la larga lista de testimonios conocidos y no conocidos, monografías y estudios generales sobre el final de la guerra. Demuestra que, como afirma, “la Quinta Columna” era versátil. “Espiaba, saboteaba, evacuaba, asesinaba, delataba, corrompía e inventaba. Todo le servía para azotar a la República”.

En el último año de guerra, sobre el que se ha escrito abundantemente, y bajo la puntillosa dirección inmediata de Ungría, el SIPM puso en marcha dos tácticas que Píriz caracteriza como de “implosión” y de “ofensivas personales”. Se trataba de azuzar, exasperar, incentivar y fomentar las discordias que la marcha de la guerra exacerbaba en el campo republicano. En muchos casos obedecían a factores endógenos, pero estos fueron potenciados y exacerbados por el lado franquista,

Tales tácticas requerían múltiples labores. Desde la continuada infiltración cerca de los hombres y puestos sensibles para el esfuerzo de guerra y no solo para pinchar decisiones, preparativos, informaciones sino también para abrir los ojos de los mandos republicanos hacia las consecuencias de la derrota inminente.  Ello no hubiera sido posible sin el trabajo previo de las redes quintacolumnistas a lo largo del período anterior. Las ofensivas personales, una cristalización de lo anterior en torno a políticos y militares, fue la guinda sobre el pastel. Se trataba de influir sobre todos aquéllos que, por sus puestos y capacidad de tomar decisiones fundamentales, podrían inclinar el fiel de la balanza en un momento determinado.

La aceleración se constata a partir de la primavera de 1938. Es decir, las semillas de la deshonrosa claudicación del esfuerzo de guerra republicano, ya muy maltrecho tras el corte geográfico de su territorio al alcanzar las fuerzas franquistas el Mediterráneo por Vinaroz, se plantaron en aquellas semanas.

Quienes lo traicionaron meses más tarde aparecieron por aquella época: entre los militares, como por ejemplo Matallana y Casado. Entre los políticos, destacan Besteiro y Mera. Se “tocó” también a los propios Rojo y Miaja. Muchos acercamientos, a este nivel tan elevado, no tuvieron demasiado éxito, pero a niveles inferiores sí.

El cuadro general es, naturalmente, conocido desde hace años. Los que se sumaron al trabajo en pos del desplome de la resistencia republicana dejaron memorias. Algunos de quienes lo propulsaron, también. Los historiadores hemos hecho nuestra labor. Lo que Píriz aporta es la documentación operativa del SIPM que en muchos casos no era conocida.

Destaca el caso de José María Taboada, conspirador desde antes del 18 de julio, cuando hizo gestiones difíciles de identificar ante políticos destacados de la época como Juan de la Cierva (hoy más famoso si cabe por el emperramiento del gobierno de la Región de Murcia en dar su nombre al aeropuerto), José Calvo Sotelo, Antonio Goiecoechea, Manuel Fal Conde y José Antonio Primo de Rivera para acercar posiciones comunes de cara a las elecciones de febrero. Por “tocar”, incluso “tocó” después al propio Casares Quiroga. En 1938 creó dos nuevos servicios al amparo de las tácticas desplegadas por el SIPM que se revelaron extraordinariamente útiles.

A pesar de las prisas por terminar la guerra, el SIPM supo esperar a que tuviesen algún efecto las gestiones efectuadas ante Besteiro y Casado, pero las actividades “normales” de sabotaje, desmoralización y espionaje no se detuvieron en la práctica diaria. Para entonces el coronel Ungría ya había sido nombrado jefe del Servicio Nacional de Seguridad, antecedente de la tenebrosa Dirección General de Seguridad de los tiempos de Franco.

La declaración, el 23 de enero de 1939, del estado de guerra en el territorio republicano hizo que los militares -en su mayoría muy desalentados- se hicieran con el poder efectivo en sus respectivas zonas. A Casado se lo pusieron fácil. Había habido una pugna en el interior del gobierno republicano sobre cómo hubiera debido hacerse tal declaración del estado de guerra, pero al final no extrañará que se llevara a cabo de la peor forma posible.

Los papeles del SIPM no dejan en buena luz a los artífices del golpe casadista. Ni siquiera Miaja sale bien librado, a pesar de los heroicos esfuerzos de su sobrino. Tampoco quedan bendecidos los casadistas, mal que les sepa a algunos modernos autores.

No hay que revelar aquí los últimos descubrimientos de Carlos Píriz. Su libro creo que será de lectura obligada para comprender una parte de la socavada política de resistencia negrinista y comunista. También para entender mejor las fuentes de que se nutrió la propaganda derrotista que afectó a importantes sectores políticos y militares republicanos. Lo que el SIPM no logró jamás demostrar fue que la República española estuviera en las garras estalinistas. Es lo que se dijo desde antes del golpe, en el golpe, después del golpe y que un sector de la derecha española, el más agreste, continúa afirmando hoy con la fe del carbonero y el desprecio hacia las evidencias documentales.  

¡ALBRICIAS, ALBRICIAS!: UN LIBRO, ESPLÉNDIDO, DE UN NUEVO AUTOR, CARLOS PÍRIZ:

13 septiembre, 2022 at 8:10 am

EN ZONA ROJA. LA QUINTA COLUMNA EN LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA (1)

ÁNGEL VIÑAS

He publicado, a propósito, el primer blog de la temporada sobre un tema diferente a este porque no me parecía sensato dar alaridos de alegría por la publicación de un nuevo libro a principios de curso. ¿Quién sabe lo que nos traerá entre los gritos de Casandra de tantos profetas que tratan de anticipar el futuro? Ahora, cuando ya todo el mundo ha vuelto al tajo y se inicia un nuevo año político y académico, deseo anunciar la aparición de un nuevo libro sobre la guerra civil que va a trastocar mucho de lo que sabíamos sobre la misma.

A decir verdad, por razones que desconozco el libro en cuestión se distribuyó sin alharaca alguna a principios del pasado mes de julio. Es de esperar que en estos momentos esté ya en disponible en todos los circuitos comerciales. Servidor se permitió llamar la atención sobre él en las redes sociales hace ya un par de semanas y anuncié comentarios más extensos. Tengo un interés particular en que su temática y su desarrollo lleguen a conocimiento de todos los lectores de este blog y de mis cuentas en Facebook y Twitter. Que lo adquieran o no, es algo sobre lo que no puedo influir, pero lo recomiendo muy vivamente.

Me inducen a ello dos factores. El primero es de índole, por así decir, personal. El segundo, profesional. Ambos actúan en el mismo sentido.

Al primer factor ya me he referido en este blog en algún momento. En el mes de julio de 2019 fui presidente de un tribunal de tesis de doctorado en la Universidad de Salamanca. Conmigo estuvieron el profesor Morten Heiberg de la Universidad de Copenhague (que participó por vía telemática) y la profesora Josefina Cuesta Bustillo, desgraciadamente fallecida el año pasado.

Teníamos que juzgar la tesis de un alumno del profesor Juan Andrés Blanco, amigo y compañero de varias aventuras editoriales y otras. Se la dirigieron él y el profesor Gutmaro Gómez Bravo. Ambos aseguraban una calidad excepcional. Yo conocía al doctorando. Nos habíamos visto en numerosas ocasiones y había seguido, a distancia, sus apuros, problemas, incógnitas y esperanzas que suelen ser acompañantes de todo proceso de investigación basado en evidencias primarias relevantes de época (EPRE). Hablar con él me retrotraía a mis años jóvenes, cuando también trataba de explicar un proceso que, en mi opinión, no se había alumbrado satisfactoriamente (debo indicar que volveré a él: no hay investigación que resista el paso del tiempo, sobre todo cuando este tiempo se mide en varios decenios).

Leyendo la tesis antes del examen me quedé en muchas ocasiones con la boca abierta: ante mí se descubría toda una problemática de la que no tenía mucha idea, a pesar de ser amigo de varios autores que habían escrito sobre la misma. Naturalmente, el doctorando los cita reconociéndoles su carácter innovador, que lo tuvieron, pero en historia no hay nada inamovible. Solo los cuentos de hadas lo son (como también los mitos franquistas).

A la experiencia de lectura de una tesis que recibió inmediatamente un sobresaliente por unanimidad y la recomendación de que se la considerase para la calificación máxima de premio extraordinario (que consiguió), me he referido en el prólogo de mi libro EL GRAN ERROR DE LA REPÚBLICA. No se me hubiera ocurrido escribirlo de no haber visto en ella algunas referencias documentales a EPRE conservada en el Archivo General Militar de Ávila. Me obligaban a ampliar mi libro anterior (¿QUIÉN QUISO LA GUERRA CIVIL?) pero, por recomendación de mi editora, Carmen Esteban, que nunca agradeceré bastante, lo que hice fue escribir otro. Recordé este episodio para información de todos los eventuales lectores. No soy autor que desee pavonearse con plumas ajenas.

Por consiguiente, he estado pendiente de que el nuevo y flamante doctor, CARLOS PÍRIZ, reorganizase su tesis y la descombrara de todo el aparato técnico, metodológico y del inevitable estado previo de la cuestión. Abordar tales temáticas es lo normal y lo que casi todo nuevo doctor en Historia debe hacer.   

Los lectores de este blog sabrán lo mucho que he repetido -y sigo repitiendo- una afirmación continuada: para abrir nuevos caminos en historiografía en materia de guerra civil el acudir a la documentación de archivos es prácticamente insoslayable. Quien no lo hace es difícil que innove, por muchos aires que se dé o que le den en estos tiempos de agitación en las redes sociales. De aquella necesidad fui consciente desde mis primeras aventuras en archivos extranjeros y españoles y no estará de más recordar que en estos últimos empecé a entrar, muy suavemente y con las debidas autorizaciones, en 1974, antes del fallecimiento del inmorible. Y ya a saco, en 1977, en condiciones infinitamente mejores.

El punto de partida de Píriz es muy razonable. La Quinta Columna no surgió como consecuencia demorada de un golpe de Estado convertido en guerra civil inesperadamente. Es que ya estaba latente en potencia como prolongación de las redes de la conspiración en base a la cual se había preparado dicho golpe. Lo que servidor hizo fue ligar tal conspiración llegando hasta los momentos preliminares de la República y postulando que en ella no hubo ninguna solución de continuidad. Y añadí dos temas exóticos: los SOS lanzados por sus directores civiles y militares (monárquicos todos ellos) a la Italia fascista y la vigencia irrestricta del acuerdo de marzo de 1934, desestimado por la mayor parte de los historiadores.

La clave estaba en dos factores que Píriz mencionó en su tesis: la aparición de la UME (aunque yo la ligué a la conspiración y dirección monárquicas) y una lista de miembros de la misma que compilaron en 1937 los servicios republicanos, quizá como consecuencia de una operación de infiltración que se prolongó durante 1935.

Así que ello me dio pie para un nuevo libro, en tanto que para Carlos Píriz se trató de un mero aperitivo para abrir el apetito. Ahora con su tesis ya reescrita publica lo más granado de sus descubrimientos y, como es lógico y natural, avanza un paso más en relación con sus antecesores. Es así como procede la investigación histórica, que no es un cuento de hadas sino una ocupación científica y sin pretensiones sobrenaturales. No refleja la forma en que se despliega la voluntad de Dios en el mundo terrenal ni tampoco el juego impersonal de fuerzas superiores a los seres humanos obligando a estos a obrar de una determinada manera y no de otra.

Allí donde triunfó el golpe la quinta columna evidentemente no apareció. Donde se formó fue en aquellos territorios (sobre todo núcleos urbanos) en donde fracasó y quienes la configuraron fueron aquellos conspiradores que lograron escapar a las garras de las autoridades o de los comités de vigilancia que florecieron como las setas tras las lluvias de otoño. Pudieron hacerlo porque sus elementos directivos, improvisados, no divisaron solución de continuidad entre las actividades que ya iban preparando contra las autoridades republicanas y de los partidos del Frente Popular y las que en muchos casos tuvieron que lanzar al fracasar el golpe.

Me ha llamado, por ejemplo, la atención el caso de Valencia. Desde el mes de marzo de 1936 estaban ya agitándose no solo en la guarnición sino también en los partidos políticos autorizados (singularmente entre los carlistas y los miembros de la Derecha Regional Valenciana). La fecha es importante. No le dieron al nuevo Gobierno ni siquiera un mes de respiro. Ponían al pie de la letra las consignas que Don Antonio Goicoechea (que en el infierno esté) transmitió al Duce en octubre del año precedente.

Como el golpe fracasó, algunos de sus líderes pasaron a la clandestinidad, se apalancaron tras nuevas identidades y se dispusieron a hacer el mayor daño posible a las autoridades constituidas o reconstituidas.

De notar es que pocos han sido los historiadores militares franquistas, o en los años de la dictadura, que trataron de reconstruir esta génesis. Uno clama por los Martínez Bande, Salas Larrazábal, Gárate Córdoba y demás componentes del Servicio Histórico Militar. ¿Dónde estaban? ¿En la luna de Valencia?

Carlos Píriz basa su relato en los documentos ya desclasificados que procedieron del SIM o de su sucesor, el SIPM y de otras organizaciones paralelas (SIFNE) que ya habían manejado parcialmente mis buenos amigos Morten Heiberg y Manuel Ros Agudo. En su caso, y gracias a las sucesivas rondas de desclasificación documental en el Archivo General Militar de Ávila, el abanico lo ha ampliado considerablemente. ¿Su procedencia? Los archivos de la dictadura y del SHM. Cerrados a cal y canto mientras duraron y todavía algunos años más.

(continuará)

AVANZAR EN HISTORIA: ¡CUANTO CUESTA!

6 septiembre, 2022 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

Antes de nada, quisiera expresar públicamente el profundo sentimiento, la pena y la rabia con que me he enterado, el 30 de agosto, del fallecimiento -tras un accidente- de mi compañero de Universidad y de la Comisión Europea, durante muchos años, el profesor Francesc Granell, catedrático de la Universidad de Barcelona. Un gran colega y un excelente universitario. Su recuerdo perdurará en mí mientras viva.

En este primer post del nuevo curso académico he de reconocer que poco de lo que me prometía hacer en el verano he podido cumplirlo. Había querido sumergirme en varios libros de historia de entre la pila que he ido acumulando a lo largo de los últimos meses del pasado curso. Procuro estar al día de las novedades, no solo sobre historia contemporánea de España sino también de otros países y temas por los que me intereso. Al final, todo el mes de agosto lo he dedicado a pulir y repulir lo que ya había escrito, y creído terminado, en el curso pasado.

He ido haciéndolo tanto con un sentimiento de futilidad como de cierto berrinche. Gracias a los modernos medios digitales, de los que me he vuelto un tanto adicto, surfeo por internet -o me llega automáticamente al ordenador- y estoy al corriente de lo que se escribe sobre la República, la guerra civil o el franquismo. En general, me doy cuenta de dos cosas: la primera que lo que escribimos los historiadores españoles comprometidos no con los mitos sino con los datos “no pasa”; la segunda, que los mitos franquistas gozan de buena salud, tanto en España como en algunos otros países.
Corresponderá a los “comunicólogos” abordar las razones de este estado de cosas. La técnica que hay detrás es sencilla. Se reúnen unos cuantos centenares de ejemplos en una dirección y a partir de ellos se deducen varias líneas de argumentación. Luego, se “inflan”. Si se quiere, por necesidades del guion, se “combaten”. En ambos casos hay argumentos, según los libros o artículos que se elijan para reforzar las “informaciones” respectivas.
Común a tal tipo de enfoques es que no es necesario, prácticamente, moverse de casa (o, como mucho, ir a la biblioteca más próxima). Si, por azar, el “comunicólogo” tiene relación con alguna universidad puede, incluso, descargar sus apoyaturas a través de sus conexiones respectivas. Sobre todo, si se trata de artículos, que suelen ponerse en la red y, por consiguiente, son objetivos fáciles (mucho más si aparecen en revistas profesionales).
Los “comunicólogos” suelen ser (aunque no siempre son) periodistas. Los de mayor impacto publican incluso en periódicos “respetables”. Si estos son extranjeros, mejor. Pero también es verdad que sus outlets son, en España, los medios digitales (preferentemente) de extrema derecha. Hay la tira y yo suelo poner mis ojos (pecadores) en varios.
El mes pasado un ejemplo lo ofreció el diario parisino Le Figaro. Publicó un artículo despreciable en el que retomó una buena parte de los mitos que tanto gustan a las derechas españolas pero también a alguna que otra extranjera. Es irrelevante, al efecto, que los periodistas no supieran de qué escribían. Se basaron en unos cuantos autores (a uno de ellos no lo nombro nunca, simplemente por un prurito de vergüenza). A otro, sin embargo, no tengo inconveniente en citarlo una y otra vez: es el profesor Stanley G. Payne.
Yo admiro la persistencia y constancia de este último. Hace años publicó dos remedos de biografías de Franco, en colaboración con un periodista español, exmiembro y exresponsable de asuntos internacionales del CEDADE (ruego a los lectores a quienes este grupo sonará posiblemente a arameo que lo miren en Google). Las dos biografías solo se salvan mínimamente de integrarse en un producto de calidad ínfima gracias al buen hacer profesional del otrora respetado profesor. Pero su contenido es tramposo. Personalmente me enfadé hasta tal punto que me molesté en coordinar un número especial de la revista digital HISPANIANOVA para denunciar en particular una de tales biografías. La más seria, aparentemente. La he mencionado con frecuencia en este blog, pero vuelvo a dar la referencia. Mi idea fue que de un lado al otro del planeta pudiera descargarse sin más molestias que apretar un ratón de ordenador: https://e-revistas.uc3m.es/index.php/hispnov/issue/view/448.
El caso de Le Figaro es diferente. En el otoño de 1936 fue uno de los periódicos que más se distinguieron en lanzar bulos sobre la República española, la incipiente guerra civil y las atrocidades republicanas (silenciando o disminuyendo en lo posible las de los sublevados). Sus tesis e “informaciones” calaron profundamente en un sector de la población francesa y, más tarde, por vías perfectamente definibles se introdujeron en la literatura supuestamente histórica proclive a los sublevados. Incluso en España. Todavía hoy algún que otro pardillo (incluidos profesores de Universidad) que las utilizan.
Una parte de las alegaciones publicadas por Le Figaro choca con las investigaciones que hemos llevado a cabo en los últimos años numerosos autores acudiendo a fuentes primarias sobre la República y los orígenes de la guerra civil. Cabe citar, entre muchos otros, a nombres con los que he trabajado tales como Julio Aróstegui, Encarnación Barranquero, Walther L. Bernecker, Juan Andrés Blanco, Carlos Barciela, Miguel I. Campos, Gabriel Cardona, sir Raymond Carr, Julián Casanova, Javier Cervera Gil, Lucio Ceva, Francisco Cobo Romero, Carlos Collado Seidel, Rafael Cruz, Jean-Marc Delaunay, Ángeles Egido León, Matilde Eiroa, Manuel Espadas Burgos, Francisco Espinosa Maestre, Sergio Gálvez, Josep Fontana, Soledad Fox, Ferran Gallego, Fernando García de Cortázar, Gutmaro Gómez Bravo, Eduardo González Calleja, Helen Graham, Ekaterina Grantseva, Morten Heiberg, Fernando Hernández Sánchez, Xabier Irujo, Gabriel Jackson, David Jorge, Santos Juliá, ,José Luis Ledesma, Juan Carlos Losada, Jorge Marco, Antonio Marquina, Jesús A. Martínez, Ana Martínez Rus, José Luis Martín, Abdón Mateos, Ricardo Miralles, Enrique Moradiellos, Víctor Morales Lezcano, Francisco Moreno Gómez, Antonio Niño, Xosé M. Núñez Seixas, Juan Carlos Pereira, Carlos Píriz, Julio Prada, sir Paul Preston, Fernando Puell de la Villa, Josep Puigsech, Hilari Raguer, Alberto Reig, Sergio Riesco, Ricardo Robledo, Francisco Javier Rodríguez Jiménez, José Ramón Rodríguez Lago, Javier Rodrigo, Yuri Rybalkin, Pilar Sánchez Millas, Francisco Sánchez Pérez, Thomas de Swynnerton, Manuel Tuñón de Lara, Javier Tusell, Juan B. Villar, Boris Volodarsky, Olga Volosyuk, William B. Watson. Hay muchos más. Ruego no se incomoden si no los menciono expresamente. Unos y otros son de, al menos, cuatro generaciones. Desde antes de la mía a la más reciente en doctorarse.
Los mitos que resucita ahora Le Figaro tienen sus raíces en los años republicanos y de la guerra civil y en la “historietografía” subsiguiente (Alberto Reig dixit). Esta fue promovida por los vencedores desde el principio para “justificar” su sublevación, el inmenso derramamiento de sangre, la pobreza y la miseria de una gran parte del pueblo español y, no en último término, la larga dictadura. Hoy solo los más obtusos de entre sus seguidores apelan a un anticomunismo primario (sustituido por la deriva supuestamente procomunista de Largo Caballero y sus muchachos) y a la manipulación de las elecciones de febrero de 1936 (sobre este tema y la última obra que la defiende remito, por ejemplo, al artículo de González Calleja/Sánchez Pérez “Revisando el revisionismo” (https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=6565899). A lo que servidor sabe, no ha tenido respuesta y eso que se ha escrito la tira en la senda del Dictamen de la comisión sobre ilegitimidad de poderes actuantes en 18 de julio de 1936.
Si Vdes. leen lo que publican ciertos medios de la derecha española y que ha proliferado este verano como las setas tras las lluvias de otoño (naturalmente cuando las había), se encontrarán con la combinación de tres “informaciones” esenciales, que no han variado casi nada desde 1936: había que salvar a España de caer en las manos del comunismo (luego del socialismo prosoviético); el ejército y las fuerzas vivas de la Nación no podían esperar más, vistos los atentados, asesinatos y el sinnúmero de tropelías cometidos por socialistas, anarquistas y comunistas con la tolerancia de las autoridades; se multiplicaron después, aprovechando los acontecimientos y solo la providencial actuación del glorioso Ejército y las fuerzas vivas de la Nación, que se negaban a morir, abrió un nuevo capítulo en la historia de ESPAÑAAA.
Pensar lo impensable como que la conspiración hubiera surgido y desarrollado a partir de 1932 con la creciente ayuda fascista en apoyo a una restauración monárquica y que ya en octubre de 1935 sus dirigentes anticiparan una sublevación militar en el caso de que las izquierdas ganaran unas futuras elecciones no se le habría ocurrido a ningún historiador de derechas, incluso a los más serios. Pues, fíjense, eso es exactamente lo que ocurrió y para aprovechar la ocasión (calva) nada mejor que excitar a las izquierdas que cayeron como pardillos en las tretas de los conspiradores.
Me cabe el honor (o el deshonor, según el punto de vista) de haber documentado (no inventado sino utilizando EPRE, evidencia primaria relevante de época, esa por la cual el profesor Payne no se ha adentrado jamás) que las cosas no fueron como todavía se dice. Y lo he hecho en la tradición de autores como Ismael Saz, Eduardo González Calleja, Morten Heiberg y algunos otros.
No había podido, hasta ahora, asestar un golpe mortal a otra leyenda, de la que siguen haciéndose eco numerosos autores españoles y anglosajones de vaya usted a saber de qué partido, ahora que la sociedad norteamericana parece volver al segundo tercio del siglo XX: la victoria del Frente Popular hubiera conducido a la SOVIETIZACIÓN de España. En tiempos de la guerra de Ucrania, este viejo camelo ha recobrado nuevas resonancias. Servidor ha estado trabajando en el tema, cual hormiguita hacendosa, a lo largo de los últimos años, sobre todo de pandemia, pero después de acumular pacientemente documento tras documento.
En este verano he terminado totalmente mi trabajito. Un tocho de 600 páginas, que espero salga a la luz en este mismo curso. Los amables lectores me permitirán, espero, que cuando ya esté en la calle dedique numerosos posts a poner al descubierto las miserias de la “historiografía” profranquista o, cuando menos, de derechas.
Ya puedo asegurarles que ni ha sido fácil ni, sobre todo, barato, pero confío que el resultado dé para pensar a los historiadores españoles y extranjeros e incluso a los periodistas de los medios digitales y los “comunicólogos” de pro que tanto nos han inundado con sus ocurrencias históricas en este ya casi pasado verano. Nos reiremos. Mucho más que con el profesor Ricardo de la Cierva, que al fin y al cabo decía que había visto documentos.
Mientras tanto, a todas y a todos les deseo un feliz curso 2022-2023. En los dos próximos posts me referiré a un nuevo libro que, en mi modesta opinión, no deberían perderse.