Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (III)

29 noviembre, 2022 at 8:30 am

       ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

Confío en que los amables lectores no se hayan desanimado porque me haya permitido recordar en los dos posts anteriores aspectos que a muchos historiadores les sonarán como trivialidades. Pero me parecieron necesarios a fin de preparar el terreno en el que se mueve esta pequeña serie de posts. En el presente centro la cuestión.

A lo largo de la guerra civil y la posterior dictadura franquista (casi cuarenta años) hubo una reacción única a los, en mi modesta opinión, cuatro grandes interrogantes de la evolución histórica española en la primera mitad del siglo XX:

  • ¿Por qué hubo una guerra civil?
  • ¿Quién la quiso y preparó?
  • ¿Por qué?
  • ¿Quién empezó antes a matar?

Las respuestas fueron inequívocas y excluyentes. Se expresaron, eso sí, con mayor o menor contundencia a lo largo del período. Espero no ser demasiado conciso si señalo que los camelos, históricos y políticos, difundidos fueron del siguiente tenor:

  • La guerra civil fue inevitable
  • La quisieron y provocaron las izquierdas.
  • Una gran parte de ellas deseaba establecer en España un régimen soviético o para-soviético.

(Tras el colapso de la URSS pasó a afirmarse que lo que en realidad querían era un régimen revolucionario de características que no se han precisado demasiado).

  • También fueron las izquierdas las que empezaron a matar porque en la primavera de 1936 crearon una situación intolerable e invivible, con destrucciones, saqueos, asesinatos, incendios, asaltos, etc. Un contexto, pues, absolutamente apocalíptico.

Los amables lectores observarán que no menciono el caso de la insurrección obrera de Asturias, aunque un sobresaliente general de división, descendiente de uno de los generales rebeldes, continúa impertérrito afirmándolo hasta en fecha reciente acudiendo a “autoridades” de risa. Sí cabe afirmar que tuvo dos efectos fundamentales. A los militares que más tarde se sublevaron les enseñó que contra un amplio sector del Ejército, debidamente preparado y condicionado, el Gobierno tendría poca fuerza que oponer. Los Gobiernos de la primavera de 1936, en cambio, ni interiorizaron ni, sobre todo, operacionalizaron las lecciones que cabría extraer de aquellos acontecimientos.

Todo esto he tratado de explicarlo en mi libro El gran error de la República y no lo repetiré aquí. Junto con el precedente (¿Quién quiso la guerra civil?) he documentado, en lo posible, cómo se combinó el haz de factores que determinaron las condiciones suficientes para el posterior estallido. Ni que decir tiene que la explicación de la dictadura fue, desde el comienzo del golpe, muy diferente.

En esta explicación, y supuestas las circunstancias de desbarajuste total, no pudo extrañar que la parte más sana de las fuerzas armadas y de un amplio sector de la propia sociedad española se vieran obligadas a recurrir a la legítima defensa. Únicamente gracias a tal reacción se evitó que España se convirtiera en un bastión del comunismo y, por ende, en una amenaza para Europa e incluso para toda la civilización occidental. En realidad, se les debía todo el reconocimiento que recibieron en la dictadura y que todavía reivindica un amplio sector de la derecha española más o menos manipulado.

Aun en nuestros días se publican libros o artículos que, de una u otra manera, defienden y argumentan lo bien fundado de las anteriores afirmaciones y, por ende, sus resultados.  Puedo citar como ejemplo el de un distinguido general ya mencionado en este blog en un libro aparecido a bombo y platillo en el año 2021. Otros retroceden incluso a los tiempos del glorioso Imperio en el que no se ponía el sol y a la envidia torera que su existencia y sus éxitos despertaron en otros países, cualidades negativas que suponen siguen teniendo efectos hasta nuestros días.

La situación me parece un tanto sorprendente. A principios de los años cincuenta aparecieron en la República Federal de Alemania algunas memorias o biografías que trataron de explicar, de manera no demasiado condenatoria, el proceso que llevó al Tercer Reich y a la segunda guerra europea y mundial. Con prudencia, eso sí, porque la derrota y la ocupación estaban todavía muy presentes en el recuerdo de todos.  Constituyó un golpe de efecto el que, en 1985, a los cuarenta años del final de la guerra en Europa, el presidente Richard von Weizsäcker se pronunciara oficialmente, desde su alta magistratura, en el sentido de que tal desastre, colapso o hecatombe (Zusammenbruch en alemán) había sido, en realidad, el momento de la liberación (Befreiung) de la tiranía nacionalsocialista.    

Cada país lucha con sus demonios pasados como quiere y como puede. En España hubo que esperar a 2007 para que las Cortes aprobaran la Ley de Memoria Histórica y hasta el reciente mes de octubre para que lo hicieran con la Ley de Memoria Democrática. Eso sí, tras un duro forcejeo mantenido por las derechas sin excepción y con subterfugios que no afectaban a lo esencial. No recuerdo a ningún prohombre o minifigura de las derechas que no haya disimulado una parte de la propia historia. Ricardo de la Cierva modernizó, como pudo, el canon acuñado durante el franquismo y sus resultados le han sobrevivido, aunque sean hoy los menos quienes lo citen. 

Pero como la historia siempre se escribe desde el futuro analizando los hechos, datos, decisiones y circunstancias de los que para quienes la hicieron eran su presente, hoy, cuando ya se han abierto bastante los archivos (no todos) podemos afirmar sin temor a equivocarnos demasiado que algunos (y no en las izquierdas) desencadenaron la guerra civil y mantuvieron en pie la dictadura.

Sin embargo, no es la evolución de la derecha española lo que aquí me interesa. Me interesa más lo que se afirma en algunos libros de historia, con sus combates de frente y de retaguardia. En el próximo post me referiré a uno de sus más denodados defensores en un libro que se autodenomina de historia. Dejo de lado las estupideces que circulan por internet y las que distribuyen aficionados, periodistas y militares connotados, siempre como si fueran verdades inapelables y eternas.

Para servidor la desvirtuación frontal de la historia de los orígenes de la guerra civil (es decir, la cuestión clave de la que se derivan todas las demás) se encuentra en dos libros inequívocamente de la derecha más acrisolada, es decir la de cuño franquista. Casi todo está en ellos. Hay otros, por ejemplo, la Historia de la Cruzada española de Joaquín Arrarás, pero el autor era un periodista de medio pelo, cuyos grandes méritos consistieron en ser miembro de Acción Española, es decir del núcleo más inequívocamente monárquico alfonsino de la conspiración, y haber escrito la primerísima biografía del omnisciente, del elegido por la gracia de Dios y de su santa Iglesia, vencedor del comunismo y salvador de España, el general Francisco Franco.

Los dos libros en cuestión son

Servicio Histórico Militar: Historia de la Guerra de Liberación, tomo 1 (no tuvo seguimiento), Madrid, 1945, y

Ricardo de la Cierva: Historia de la guerra civil española.  Antecedentes. Monarquía y República, 1898-1936, Librería Editorial San Martín, Madrid, 1969.

(Aprovecho la ocasión para sugerir al Ministerio de Defensa la publicación del primero, con o sin edición comentada: sería un gran servicio a la historia y a la democracia)

(continuará)

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Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (II)

22 noviembre, 2022 at 8:33 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Angel Viñas

En comparación con la situación en Europa en los años de nuestra guerra civil es trivial afirmar que los españoles padecimos otro tipo específico. En ella también se concentró el choque de las grandes ideologías del siglo XX: liberalismo, comunismo, fascismo en algunas de sus variedades. Fue igualmente una guerra internacional por interposición. Es innegable que no se hubiese producido sin un caldo de cultivo previo y propio, por muchos que sean los paralelismos que se le quieran encontrar con otros países europeos. Al igual que en otras situaciones históricas la determinó la conjunción de condiciones necesarias (exhaustivamente estudiadas) y otras suficientes, manipuladas desde los primeros momentos, e incluso antes, del estallido de la conspiración.   Duró casi la mitad de la contienda mundial en Europa. Los ejemplos más próximos podrían ser, hasta cierto punto, Italia, Francia, Yugoslavia y, con características especiales, más tarde
Grecia.  

Ahora bien, a diferencia de lo que ocurrió en Europa occidental, la evolución subsiguiente no llevó a la restauración de un sistema democrático. Abocó, al contrario, en la consolidación de una dictadura militar de ribetes ferozmente antiliberales, fascistas y trentistas (es decir, propios de los Concilios de Trento y sucesivos). No existen paralelos en los países de nuestro entorno (salvo, con características muy peculiares y diferentes, en Portugal). Espero que no se me eche a los perros tras estas manifestaciones. Son bastante elementales.

En el caso que nos ocupa tampoco tuvimos los españoles la oportunidad de gestionar el duelo de las víctimas, salvo el que los vencedores impusieron a la gloria de sus propios caídos (siempre por Dios y por ESPAÑA, constante y obsesivamente presentes en el espacio público). Al resto, muchísimo más numeroso, se le condenó a un ignominioso silencio, aunque no pudo ser al olvido de sus deudos. A estos, en cambio, sí se les imposibilitó exteriorizarlo debida y públicamente. A todos ellos se les espetó, en términos hirientes, un adjetivo omnipresente: rojos.  Algo similar no ocurrió ni siquiera en la Alemania post-nazi o en la Italia post-fascista, países con una historia bastante más sangrienta que la nuestra.

En consecuencia, se quiera o no se quiera, la España actual es un subproducto directo de la dictadura franquista (que jamás fue un tiempo de extraordinaria placidez). Al igual que las sociedades de la Europa central y oriental lo son también de sus pasadas dictaduras comunistas y, a veces, de sus propias guerras, como en los casos que siguieron a la desmembración de la antigua Yugoslavia. Subrayo esto último, porque sus consecuencias me tocó vivirlas desde la atalaya de Naciones Unidas y siempre tuve presente el caso español. Cada país y cada Estado han lidiado con su pasado como han querido o como han podido (algunos incluso dirán que como se les han permitido).

La característica más peculiar española en tal proceso es que en la evolución posterior a la dictadura los poderes públicos no fueron tan beligerantes como en otros casos. La democracia anclada en nuestra Constitución sentó las bases de un cierto laissez-faire en lo que se refiere a la confrontación con el pasado. Influida, en mi modesta opinión, por el dictum tan corriente en los años setenta del pasado siglo: “todos fuimos culpables”.  Personalmente yo suelo afirmar, no en broma, que “bueno, algunos lo fueron más que otros”. Así que discrepo de protagonistas y testimonios que mezclaron a todos y a los que, a veces, se acude sin apoyarse en evidencias primarias de época para obtener “resultados” hoy que no tienen propósitos demasiado científicos.

Aquel dictum no se evoca ya con tanta contundencia como antaño, pero no por ello ha dejado de ser operativo. Es algo, en mi modesta opinión, sorprendente. En la moderna historiografía española, y también en una parte de la extranjera que se ha ocupado seriamente del caso español, se ha mostrado de forma suficiente, con trazos bastante inequívocos, lo que hubo detrás del juego de responsabilidades en la evolución que llevó a la guerra civil y lo que ocurrió después.

En estos posts combinaré historia (mucha) y memoria (menos). Para esta última debo remitirme a un sinnúmero de especialistas entre los que, desglosados algo generacionalmente, figuran nombres como Francisco Espinosa Maestre, Francisco Cobo Romero, Francisco Moreno Gómez, Santos Juliá, sir Paul Preston, Javier Tusell, Julio Aróstegui, Alberto Reig, Josefina Cuesta (cuyo nombre se ha dado a la  nueva Cátedra salmantina de Memoria), Eduardo González Calleja, Rafael Cruz, Manuel Álvaro Dueñas, Julián Casanova, José Luis Ledesma,  Fernando Mikelarena, Fernando del Rey, José María Márquez, Matilde Eiroa, Santiago Vega, Javier Rodrigo, Gutmaro Gómez Bravo, Mirta Núñez Díaz-Balart, Encarnación Barranquero, Sergio Riesco, Jorge Marco y muchos otros y otras que han investigado y publicado abundantemente.

En el libro que hemos escrito Francisco Espinosa, Guillermo Portilla y servidor, CASTIGAR A LOS ROJOS, puede encontrarse un listado de las más importantes investigaciones por provincias y comunidades sobre la represión que tuvo lugar en la zona franquista y después en la España entera, sin solución de continuidad, y la que acaeció en la zona leal a la República. Todavía queda bastante por hacer, aunque es difícil que en términos cuantitativos los resultados varíen fundamentalmente. Los cualitativos, sin embargo, han ido ganando en relevancia porque las diferencias son esenciales, vitales, totales.

Los amables lectores observarán que, en tan abreviada, y sin duda poco exacta nómina, no figura quién esto escribe. Servidor se dedicó a otros temas que, eso sí, tienen mucho que ver con la historia y los camelos que sobre ella se han escrito y se escriben. Es, pues, en esta rápida retrospectiva en lo que ante todo me concentraré. Luego pasaré a la cuestión de la memoria.

Lo que intento señalar es que no todo lo que pasa por historia en el período relacionado a la guerra civil, sus antecedentes y sus consecuencias, se ajusta a los cánones generalmente aceptados, tanto en el extranjero como entre una buena (o gran) parte de los contemporaneistas españoles.

(continuará)

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

15 noviembre, 2022 at 10:32 am

Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (I)

Angel Viñas

La creciente polarización de los discursos políticos e históricos en estos últimos años tiene muchas causas y no solo la de los ataques al gobierno “social-comunista” como empezó a afirmar VOX en el debate parlamentario de enero de 2020 y continúa hoy la presidenta de la Comunidad de Madrid, entre muchos otros. Una de tales causas podría ser la competencia con y en el PP y sus advenedizos líderes. No me compete abordar la cuestión. De ello se ocupan muchos mejores analistas que servidor. Prefiero concentrarme en la historia, porque para abordar el pasado disponemos de evidencias primarias relevantes de época más seguras.

Después de haber sacado los colores, hasta cierto punto, a un eminente historiador norteamericano en los dos posts anteriores, ahora me dedicaré a sacárselos a un menos eminente historiador español. Haré una excepción. No mencionaré su nombre, pero daré pistas para que los amables lectores puedan identificarlo sin grandes problemas.

La idea se me ocurrió después de dar la conferencia inaugural el pasado 2 de noviembre en un encuentro en torno a la represión educativa durante el franquismo en el distrito universitario de Salamanca. Se me pidió que hablara en términos generales sobre la historia y memoria de la misma y que diera una visión global. No pude negarme por razones personales y profesionales. Como en aquel día estaba cegato, a consecuencia de una doble operación de cataratas (problemas de la edad), y bastante fastidiado, no pensé en improvisar. Penosamente fui puliendo a lo largo de las semanas precedentes mi intervención.

Ahora la retoco de forma sustancial con otra finalidad: la de reflexionar sobre un ejemplo -para mi egregio- de cómo un historiador (cuya filiación política exacta no me consta, aunque de la ideológica no tengo muchas dudas) puede llegar a tergiversar de manera radical y absoluta el pasado. Un pasado, por cierto, bien conocido, documentado, explorado y analizado por multitud de otros colegas, mayores y también mucho más jóvenes que él.

Recordaré, a todos los efectos, que el tema de la represión franquista hace tiempo que se ha convertido en el capítulo más vivo, más vibrante y, me atrevo a señalar, más innovador de la historiografía española contemporánea. Es un capítulo que ha reunido a historiadores, forenses, arqueólogos, sicólogos, juristas, médicos y otros especialistas en los trabajos de campo y de laboratorio como raras veces se ha visto en nuestra sociedad. Es un ámbito bastante trillado, aunque nunca lo suficiente. Todavía queda mucho por descubrir y, por tanto, analizar.

Me apresuro a señalar que, en esto, como en otras ramas del conocimiento histórico, los españoles hemos seguido, adaptado y renovado ejemplos extranjeros. Los interesados fuera de España por temas similares ya se habían atrevido a desentrañar las peripecias por las que, en sus países respectivos, atravesaron los temas relacionados con la gestión de las víctimas de dos guerras mundiales y su recuerdo.  Los españoles también los hemos abordado a la par que la sociedad ha ido cambiando y se ha hecho más consciente de su propia historia. Ha planteado a los poderes públicos una serie de cuestiones con una intensidad que no siempre había atosigado a sus antecesores.

El tema de por qué ha sido así ha dado origen a análisis sin cuento. También a diatribas. Desde la lejanía en la que, por lo general, he abordado y sigo abordando capítulos de la historia de España, creo que algunos identificadores deben figurar en todo caso. En primer lugar, la modernización del marco social y cultural, efecto de diversos factores:

  • La incorporación plena de España y de los ciudadanos a las democracias europeas.
  • Los impactos que ello ha conllevado en un mundo en el que la comunicación nacional e internacional se han hecho casi instantáneas.
  • El propio cambio intergeneracional por el transcurso del tiempo y, no en último término,
  • La necesidad cada vez más intensamente sentida de ajustar cuentas con nuestro pasado.

En general, nada nuevo bajo el sol. Otras sociedades (en Europa, América Latina, Asia, África) han tenido que lidiar con problemas similares, cada una con sus mecanismos, sus situaciones de partida y sus desafíos políticos y culturales.

Servidor no actuó nunca sobre el terreno en el ámbito de las “fosas del olvido”. He visto los toros desde la barrera en dos puestos de cierta responsabilidad: como director general (en el sentido español) para América Latina y los países del sudeste asiático primero y como responsable de la política de derechos humanos en la Comisión Europea después. En ambos tuve que dar mis propias batallitas para empujar la actuación directa, frente a otras múltiples necesidades. Puedo asegurar que conozco un tanto las dificultades para arbitrar recursos y las sempiternas explicaciones para justificar la carencia de fondos.

Tampoco olvido que el estudio de la represión en la guerra civil española no es un capítulo nuevo en nuestra historia. En pleno desarrollo de la contienda los vencedores ya sintieron la imperiosa necesidad de ir exponiendo ante sus partidarios y ante el mundo los resultados de lo que denominaron la “vesania roja”. Por supuesto silenciaron la propia y no tardaron en establecer un “inventario” de los crímenes republicanos. (Siguen en ello). Algunos (no todos) de sus esfuerzos se reflejaron en un Avance de la denominada Causa General publicado por el sedicente Ministerio de Justicia en 1943. No tuvo seguimiento hacia el exterior, en España o fuera de España. Los miles y miles de expedientes en que se plasmaron sus hercúleos esfuerzos quedaron cerrados a cal y canto. El Avance, hoy disponible en el mercado en varias ediciones sucesivas, pero con prólogos cada vez más incendiarios, fue la única plasmación de aquel hercúleo esfuerzo.

A diferencia de lo ocurrido durante la dictadura, la democracia española ha puesto tales expedientes en Internet. Hay autores que han escrito artículos y algún libro sobre el tema sin abandonar su lugar de residencia, incluso en el extranjero. Milagros, claro, de las modernas técnicas de información y comunicación.

Hoy está de moda señalar en algunos ambientes que el caso español NO ES (repito, NO ES) un caso radicalmente diferente en comparación con otras sociedades europeas que también han atravesado por guerras o confrontaciones internas. Se subraya que se adapta bastante bien, en particular, a lo que ha sucedido en otros casos del espacio común europeo. Sesudos estudios han mostrado pautas relativamente similares en cuanto a la evolución de los indicadores económicos, sociales y culturales, sobre todo en la Europa occidental.

Hélàs! Quizá por mi larga permanencia en el extranjero, y mi propia experiencia personal en Bruselas o en Nueva York (Naciones Unidas), mi percepción es algo diferente. Uno siempre está influido por su propia carrera de funcionario experto en algo o historiador.

España no participó en los dos crisoles en que se formaron las sociedades europeas occidentales de nuestros días: a saber, las dos guerras mundiales. Fueron los vencedores y los vencidos quienes, apenas terminada la primera contienda, comenzaron a abordar los problemas prácticos, teóricos y conceptuales de la gestión de las víctimas, militares y civiles, y la significación más apropiada que debería darse a sus sacrificios. Todavía seguimos en la senda abierta por aquellas experiencias. El culto a los muertos y desaparecidos se extendió particularmente en Francia y Bélgica (países en los que he vivido) y en Italia. Todos fueron campos de batalla. También se extendió en el Reino Unido y Alemania (los conozco un poco igualmente porque he vivido en ellos). Las consecuencias fueron inmensas para sus sociedades. No puede ni debe extrañar que al cabo del tiempo ocurriera algo similar en nuestro caso…

(continuará)

UNA PUNTUALIZACIÓN SOBRE LA EXHUMACIÓN/INHUMACIÓN DE JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA (y II)

8 noviembre, 2022 at 8:30 am

ÁNGEL VIÑAS

Después del intervalo derivado del recuerdo a nuestros antepasados, formalizado en el día de difuntos, reanudo y termino mi referencia al caso de José Antonio Primo de Rivera.

Cuando servidor entró en escena los italianos habían desclasificado para entonces muchos más papeles.  Como no hay historia definitiva, no sorprenderá que en mi texto destacase los curiosos brincos de saltimbanqui que había dado el profesor Stanley G. Payne en una de sus últimas obras (titulada pomposamente nada menos que El camino al 18 de Julio). A diferencia suya, que solo mencionó crípticamente la carta de Goicoechea (p. 389) y hasta se equivocó en la fecha tras una referencia obligada (sin más) a Ismael Saz, yo entré a discutir el informe anejo a la misma.

El libro de Payne, que yo sepa, está todavía en librerías y cualquier hijo de vecino puede adquirirlo. En este post solo me referiré al punto que he mencionado y trataré de expandir algo su versión, como se merece. Que tan distinguido historiador no lo hiciera lo atribuyo a un tic de su ocupación académica (salvo el de asesor a ciertas instancias gubernamentales norteamericanas no conozco otras): cubrirse las espaldas ante eventuales críticos. ¡He dado la referencia! Pero, a él añado su posible deseo de no defraudar a sus lectores y apoyos de la derecha más rancia.

No comparto, por supuesto, tal deseo. Sí, comparto el tic primero, pero tampoco escabullo mis citas. Ni, mucho menos, las recorto. Así que, como es lógico, natural y a diferencia de Payne, acudí a Saz y a Mazzetti extensamente (rebatí a este último). Hice lo que hace cualquier historiador normalito, pero no sesgado: resitué en un nuevo contexto su significado aprovechando los papeles italianos que los anteriores autores no habían logrado conocer por no ser accesibles. Y por los que el profesor Payne (que casi nunca ha puesto sus pies en un archivo) no hizo nada por ampliar. Sin duda, a su provecta edad -superior a la mía, que también lo es- debe haber aprendido que el historiador es tributario de sus fuentes. Cuanto más amplias y extensas sean, mejor le será posible interpretar un escrito determinado inserto o insertable en ellas.

No discrepé en lo esencial de Saz. Simplemente contribuí, espero, a mejorar el conocimiento del origen y del entorno del documento, anteriores y posteriores. En cualquier caso, lo que importa aquí es que JPdR se declaró solidario con el informe de 14 de junio que acompañaba a la carta de Goicoechea a Mussolini. Payne, repito, se calló como un muerto. No hay que ser un arúspice avanzado para intuir el porqué.

Destruía la “amable” tesis que consiste en echar sobre las espaldas de la izquierda española toda la responsabilidad por la sublevación, último recurso de los, para él, patriotas. Es decir, dio una respuesta, muy escorada, a una de las grandes cuestiones de la historia contemporánea española. Incluso, si se me apura la mayor. (Escribo esto después de leer algunos de los comentarios que eminentes lectores me han dedicado en el blog en el que publico este tipo de artículos y vuelvo a recomendar el número especial de Hispania Nova que dedicamos a Payne varios historiadores: https://e-revistas.uc3m.es/index.php/hispnov/issue/view/448) Los lectores se harán una idea de hasta qué punto nos equivocamos, si nos equivocamos.

Acudiendo esta vez a Wikipedia y consultando sus artículos más relevantes (José Antonio Primo de Rivera; José Calvo Sotelo; Antonio Goicoechea; Pedro Sainz Rodríguez; Ismael Saz) no he encontrado la menor referencia al informe del 14 de junio.  De los artículos más generales, no hablemos. ¿Conclusión? No hay que fiarse demasiado de tal enciclopedia (y siempre utilizarla con precaución, como trata de hacer servidor).

Así, pues, me temo que los lectores interesados tengan que ir, en bibliotecas, al libro de Saz o al mío (que está en el mercado y afortunadamente en pocos meses llegó a la friolera, para un trabajo de historia de vocación académica, a seis reimpresiones).

Ello me obliga a exponer los doce puntos fundamentales con los que JPdR se mostró totalmente solidario con Calvo Sotelo y Antonio Goicoechea: (y que el profesor Payne silenció demostrando con ello su talante académico):

Las elecciones de febrero habían entregado los resortes del Poder a la Revolución y significaban la derrota de la política de Gil Robles, legalista y tacticista.

No había, pues, otra alternativa (sic) que el golpe de fuerza.

Había sido indispensable organizar un ambiente de violencia, a través de pequeños grupos de acción directa. Entre ellos Falange Española.

JAPdR había dado su autorización, previo acuerdo, al escrito de 14 de junio.

Correspondía al Ejército abordar por la violencia el movimiento necesario de recuperación nacional.

Ya existía una organización orientada políticamente, “y costeada por nosotros”, a tal efecto.

Se precisaba, con carácter urgente, un refuerzo monetario (un millón de “pelas”) para dar el golpe de Estado. Se destinaban a “engrasar” mandos dubitativos.

La ocasión era propicia. La coherencia del Frente Popular era más aparente que real.

Tras el golpe de Estado se elevaría a la presidencia al general Sanjurjo.

10º Había que extender a toda España el mismo espíritu patriótico que reinaba ya en las guarniciones en Marruecos. En la de Madrid, objeto de gran preocupación para el gobierno, ese espíritu flaqueaba. Había que movilizar “propinillas”.

11º Tras el esperado triunfo, la gestión de los asuntos públicos correspondería a Calvo Sotelo, JAPdR y Goicoechea.

12º Sería imprescindible el rápido reconocimiento internacional del nuevo estado de cosas.

Sería francamente difícil haber enunciado los proyectos de forma más clara. De aquí el silencio benedictino de Payne.  Mazzetti y Saz llegaron a la conclusión de que la ayuda financiera la denegó Mussolini. Servidor discrepó de tal interpretación porque en el ejemplar que se conserva en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores italiano no figura la negativa. Mazzetti no ofreció otra fuente. Es decir, se equivocó o engañó a sus lectores (yo pedí a un amigo mío de Roma que verificase, de nuevo, la fuente: me confirmó que no me había equivocado). 

Aquí no interesan las vicisitudes del envío y de la recepción del informe. Las he explicado en mi mencionado libro. No fueron exactamente como figuraban en la literatura. Sí me interesa subrayar, como hice, que dos días más tarde, cuando el mensajero que lo llevó todavía no había llegado a Roma, Don José Calvo Sotelo lanzó su apocalíptica visión en su conocida intervención en Cortes. Como pertenecía un grupo mucho menor que el de la CEDA, le correspondió intervenir después de Gil Robles (quien, lógicamente, tampoco fue demasiado fino). [Dejo en el aire la cuestión, que no he estudiado en base a evidencias documentales, de si Gil Robles sabía de los viejos contactos entre monárquicos, carlistas, falangistas y fascistas italianos].

Como es lógico Calvo Sotelo, ¿patriota?, negó con la boca pequeña (mintiendo como un bellaco) que hubiese en marcha una conspiración en el seno del Ejército; también se autoproclamó, más o menos abiertamente, fascista. El discurso ha sido objeto de numerosas interpretaciones que han ocultado siempre lo fundamental. Los lectores pueden fácilmente consultar toda una serie de versiones en internet.  Para mí solo hay una correcta: aparte la apelación obvia a quienes todavía estaban dudando en el seno del Ejército, la menos obvia se dirigía al Duce: aquí está servidor, para lo que VE guste.

Ya imagino que se levantarán sables y cuchillos en contra de tal interpretación. Pero alguien tendría que explicar por qué había refrendado tan solo dos días antes el “hermoso” informe que Goicoechea estaba tratando de hacer llegar a Mussolini.  Sin olvidar que, para entonces, en Roma se hallaba otro conspirador monárquico (exjefe de la denominada por algunos “Falange de la sangre”) negociando a toda prisa con los italianos su futuro apoyo a la sublevación que, lo que son las cosas, Sainz Rodríguez firmaría el 1º de julio de 1936.

Lo que quiero señalar y subrayar es que es imposible disociar a JAPdR de la conspiración que llevaban a cabo los monárquicos alfonsinos (más los carlistas) y una parte del Ejército para torcer el curso de la política e historia españolas MEDIANTE EL RECURSO A LA AYUDA DE UNA POTENCIA EXTRANJERA: la Italia fascista. Algo que no acaba de penetrar en las numerosas referencias a tal héroe que figuran en internet.

Así, pues, hoy convendría entornas menos lloreras ante la por su familia deseada exhumación de los restos mortales de JPdR. Sería, obviamente, una muestra de generosidad conceder la autorización solicitada para que sean inhumados de nuevo en terreno sagrado. Ahora bien, ¿se lo merece con prioridad absoluta a muchos otros? ¿No hay decenas de restos mortales en Cuelgamuros cuyos descendientes llevan años tratando de exhumarlos e reinhumarlos fuera de la pirámide (es un decir) faraónico-franquista? Al fin y al cabo JPdR quiso derrocar a un régimen legítimo por la fuerza y con el apoyo de una dictadura foránea bastante despreciable para muchos (entre ellos también italianos).

En cualquier caso, debo señalar que ni tengo interés propio, ni arte ni parte en el tema. Tampoco me quita el sueño. Su solución, cuándo sea, reflejaría que la DEMOCRACIA ESPAÑOLA (con mayúsculas) y el GOBIERNO DE ESPAÑA (también)

  • No temen a la historia, como sí hacen otros (en particular los que todavía creen en la que les enseñaron durante la dictadura y desprecian otra).
  • No les preocupan los fantasmas que se niegan a salir de libros de texto y otros.
  • No les conmueven quienes no quieren disociarse de las perversiones e indecencias que han promovido y promueven ciertos políticos, publicistas e, incluso, algunos historiadores sobre el tema en cuestión.

FIN

Nota: el discurso del diputado José Calvo Sotelo, a cuyos descendientes la LMD desposee de su ducado con Grandeza de España, puede leerse en:

https://app.congreso.es/est_sesiones/

La referencia exacta en Legislatura 1936: 16-06-1936 Nº 45 (de 1359 a 1413)

Como los amables lectores comprenderán, no creo que sea necesario reproducir en este modesto blog más de 70 páginas del Diario de Sesiones. Lo que sí puedo decir es que, si las descargan, las lean junto con las interpretaciones que pueden encontrar fácilmente en internet de la pluma de alabados comentaristas en medios de todo tipo. Presten particular atención a los digitales de extrema derecha y luego piensen por sí mismos.

Quedaré muy agradecido si me muestran mis errores (por favor, con papeles) porque, digo y repito, no hay historiador infalible. Con todo, no puedo dejar de recomendar dos libros esenciales: el de Rafael Cruz, En el nombre del pueblo, y el de Eduardo González Calleja, Cifras cruentas. Y, después, traten de refutarlos en vez de darme la lata en Facebook con sus quejas sobre lo mala que fue la República “para los buenos españoles”.