ANTE ORO, GUERRA, DIPLOMACIA

31 enero, 2023 at 8:30 am

Ángel Viñas

Dado que mi nuevo libro está ya en la calle y que mañana, 1º de febrero, lo presento personalmente en Madrid me gustaría hacer unos comentarios sobre su génesis. No es mi intención darme coba. Simplemente quisiera ubicarlo dentro del contexto en y para el cual lo he escrito. Todo libro tiene una prehistoria y todo libro se justifica por una serie de razones.

El contexto inicial lo enuncio en el prólogo. El año pasado se cumplió el tercer centenario del establecimiento de relaciones bilaterales, digamos modernas, entre los reinos de España y Rusia. En Moscú se celebró previamente con la coedición, en castellano y en ruso, de un mamotreto que abordaba muchas de las vetas que han acompañado tal relación: culturales, políticas, diplomáticas, de influencia artística, etc. Lo normal. Continuó, ya en la pandemia, con un congreso on line en el participamos autores de ambos países. Muchas de las ponencias presentadas se publicaron después, en castellano y/o en ruso.

Servidor tenía la idea de escribir algo para conmemorar la ocasión, a mi manera, tan pronto como deshice algunos de las leyendas que todavía hoy, en España y en parte de la literatura que producen algunos historiadores extranjeros, lastran la explicación de los motivos o de las razones por las cuales en 1936 estalló una sublevación militar.

No había entrado demasiado en las relaciones bilaterales hispano-soviéticas durante aquel período porque no se conocían bien y porque mi intención estribaba en destruir el infundio de que la sublevación de julio se hizo para prevenir una toma del poder por los comunistas españoles (versión castizamente franquista) o por los socialistas bolchevizados (algo sobre lo que ya he escrito en este blog identificando a más o menos notables historiadores que siguen afirmándolo tan panchos).

Se interpuso la pandemia. Un desastre sin paliativos para todo el mundo. Las pérdidas humanas, económicas, culturales, etc. que ha ocasionado son enormes. Cada uno ha lidiado con ella como ha podido y/o como le han dejado.

En mi caso, una de las ventajas de estar jubilado es no tener que salir a trabajar y ya estaba acostumbrado. Me encerré en casa, salí poco, bicicleteé (es un decir, ha sido estáticamente) varios centenares de kilómetros y me concentré en escribir. Como en los viejos tiempos, en dos y a veces tres libros a la vez. Cuando me cansaba de un tema pasaba a otro. Ya tengo dos en buenas vías para este año y el siguiente.

Dejando de lado la conexión con el tercer centenario, aproveché la ocasión para echar  luz sobre algunos de los capítulos de las relaciones hispano-soviéticas con los que me había topado a lo largo de mi carrera. Para ello había ido recopilando, cual hormiguita hacendosa, bastantes papeles de archivos y literatura secundaria antes y a la par de que me planteara abordar hacia 2011 algunas dimensiones de la conspiración militar (y también no militar) que llevó al estallido de julio de 1936.

Llovía sobre mojado porque algunos aspectos (por ejemplo, la cuestión del oro de Moscú) ya había empezado a tratarlos en 1974 y 1979. Fue también la que constituyó el núcleo en torno al cual giró una parte de las relaciones bilaterales en la guerra civil (abordado en una trilogía a partir de 2006 y, si se quiere, tetralogía con la inestimable coautoría en el cuarto tomo de uno de los más brillantes historiadores del comunismo español, Fernando Hernández Sánchez). Aprovecho para recordar que los cuatro volúmenes (varios miles de páginas están de nuevo disponibles en el mercado tras el agotamiento de anteriores ediciones). No parece, por cierto, que los políticos, funcionarios, periodistas (es un decir), historiadores e influencers del PP y de Vox les hayan hecho demasiado caso.

Previamente a este libro que ahora ha salido publiqué otros dos (¿Quién quiso la guerra civil? y El gran error de la República) en los que creo haber demolido las versiones ¡oh, cuán castizas!, de que la responsabilidad del estallido de julio de 1936 corresponde exclusivamente a las izquierdas. No fue así. Diferenciando entre condiciones necesarias y condiciones suficientes, creo haber puesto de relieve que los tan hiperbolizados factores estructurales (hay quienes lo remontan a principios de siglo) no llevaban por sí a la guerra. Fueron los hombres (ciertos hombres) quienes la quisieron y la provocaron. Algo que todavía hoy no parece haber calado en la mente de muchos españoles, para quienes tales leyendas (propagadas antes, en la guerra y después de la guerra durante cuarenta años) parece que todavía tienen validez.

Así que este nuevo libro es una consecuencia lógica de mucho de lo que he escrito anteriormente. ¿Cómo lo he hecho? No acudiendo a una glosa de la literatura existente (enfoque que suele recomendarse a los doctorandos para que antepongan en sus tesis un “estado de la cuestión”) sino yendo directamente a las fuentes documentales. Es decir, lo que llamo EPRE (evidencia primaria relevante de época) y que tantas carcajadas ha suscitado en ciertos autores que se abstienen cuidadosamente de buscarla, contextualizarla, analizarla e interpretarla. En tal ámbito siempre cito a un muy distinguido historiador norteamericano, darling de la derecha española y que ahora no mencionaré. 

Solo a partir de la EPRE (española, soviética, francesa, británica, alemana, italiana, etc) fui construyendo el relato en el que tras pergeñar un borrador bastante elaborado inserté la literatura secundaria. Porque es evidente que esta no ha faltado tampoco en la presente ocasión. El procedimiento a que me atengo lo he descrito en al menos dos ocasiones en este blog y no es el caso de retornar a ello.

Debo enfatizar y subrayar que lo que ha escrito servidor -y otros historiadores españoles y extranjeros que han trabajado sobre el mismo período- no hubiera sido posible sin la apertura de archivos: de los soviéticos en primer lugar (en los que investigaron, entre otros, Gerald Howson, Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, Daniel Kowalsky, Frank Schauff, Josep Puigsech Farràs y otros) y de los archivos españoles (en los que también han husmeado muchos autores pero sin hacer la conexión con los primeros, salvo en el caso de Ricardo Miralles).

Es evidente, literalmente de cajón, que para describir y analizar relaciones bilaterales se necesitan, en primer lugar y ante todo, papeles de ambos lados. Cuantos más, mejor.

He tenido mucho cuidado en no reproducir demasiado aspectos presentados previamente a los lectores en otras obras mías. Subrayo lo de demasiado porque a veces ha sido imprescindible, pero no se trató nunca de condensar los capítulos soviéticos de la tetralogía para “engordar” el libro que acaba de salir.

No puedo olvidar que fue en un período en el que todavía estaba en vida un general llamado Francisco Franco cuando, tembloroso, me adentré en los arcanos de los archivos departamentales del Banco de España, en los del Servicio Histórico Militar y en los de la Delegación de Hacienda de Burgos, entre otros, para husmear las huellas que pudiera encontrar en ellos sobre el supermitificado “oro de Moscú”.

Por cierto que, en vano porque la obsesión antirrepublicana, y para ello anticomunista, todavía subsiste en numerosos autores, militares y civiles, historiadores y periodistas, políticos y copiones. Todos los cuales la han esparcido a la población y a los lectores.

En lo que a mí respecta, no puedo dejar de dedicar unas palabras de recuerdo a los profesores Enrique Fuentes Quintana y Rafael Martínez Cortiña quienes, sin quererlo, me desviaron de mi profesión de economista para enriquecerla con lo que pudiera arañar de un pasado histórico entonces tan discutido y controvertido como sigue siendo en la actualidad.  

Ciertamente ya no es tan incomprensible. Los historiadores españoles y extranjeros hemos hecho nuestro trabajo y hoy se conoce infinitamente mejor que entonces. Lo cual no impide que ciertas editoriales hagan su agosto vendiendo obras de calidad ínfima pero que confortan la versión que los vencedores de la guerra civil presentaron como la única posible. Consiguieron y siguen consiguiendo que varias generaciones de españoles la deglutieran, de buen o mal grado, como si no pudiera haber otra.

Pues no.

La “historia” que diseminaron los vencedores es una historia basada en la proyección.  Es decir, atribuyeron sistemáticamente los comportamientos propios a los adversarios (perdón, enemigos ontológicos) y se los endilgaron como si los suyos hubieran sido los que correspondían a ángeles de la luz.

Pues tampoco.  

¡Que se abran radicalmente los archivos! ¡Que los doten de más medios y de más personal! ¿Quién teme a la historia? ¡Viva la EPRE!

En capilla con un nuevo libro, lanzo un desafío

24 enero, 2023 at 8:30 am

Angel Viñas

Mañana, 25 de enero, sale a la venta mi nuevo libro. Trata de las relaciones entre la República española y la URSS en el tiempo de Stalin, es decir, entre 1931 y 1939. No es la primera vez que me acerco al tema. Debuté en 1976/77 con El oro español y la guerra civil; seguí en 1979 con El oro de Moscú; continué con el “vil metal” en el punto central en mi trilogía, La soledad, El escudo y El honor de la República. También escribí algo en Las armas y el oro. Todos en el mercado. Nadie podría decir de mí que, en este tema, sea un novato.

Ahora hago algo diferente y desde el principio enseña bandera. El libro comienza y termina con dos afirmaciones rotundas. No hay historia definitiva. No hay historiadores definitivos. Creo que las casi 500 páginas que median entre el principio y el final demuestran sobradamente lo bien fundado de tan rotundas declaraciones. Avanzar en historia depende, en gran medida, de las evidencias que se manejen y de su interpretación. Claro es que cualquier historiador puede equivocarse en el análisis de un documento. Es más difícil cuando 400 o 600 apuntan en una sola dirección.

Pero es que, además, a la provecta edad que ya es la mía también he llegado a otra conclusión. Aunque las interpretaciones de qué es la historia son abundantes, disimilares, contradictorias etc., en general en casi todas ellas termina abordándose la acción de los hombres (y en los últimos decenios crecientemente también de las mujeres) en el pasado.

Este es un pasado en el que, como ya afirmó un reputado pensador del siglo XIX (abominado para la derecha), los seres humanos actúan en condiciones dadas, es decir que no son las que quieren sino aquéllas en que nacen, viven y mueren. Condiciones, pues, objetivas y sobre las que influyen, independientemente de la voluntad de quienes las soportan, fuerzas de muy diversa índole: económicas, políticas, sociales, culturales. Ha habido, hay y probablemente seguirá habiendo grandes debates en cuanto a su génesis e importancia relativas, pero esto es otra cuestión.

En este libro he explotado documentación soviética que apenas si se ha rozado en Occidente. Que yo sepa (aunque puedo equivocarme), tan solo dos autores lo han hecho, pero muy superficialmente (uno es inglés, el segundo norteamericano). Es posible que en otros idiomas (francés, alemán, ittaliano y por supuesto rusos otros lo hayan hecho también, pero no en castellano ni en inglés). Todos los voceros e historiadores españoles más o menos enfeudados al PP y a VOX han ignorado a uno y al otro olímpicamente. Uno se pregunta por qué será.

Quizá (esta una suposición mía susceptible de refutación con facilidad) sea porque, como sus respectivos partidos con cuyos principios y políticas comulgan en mayor o menor medida, están en posesión de la verdad suprema, a ella se atienen. No existe, ni puede existir, debelación posible.

Un vistazo a las estanterías de las librerías o un pequeño recorrido por algunas de las cabeceras de la prensa española, escrita y digital, basta para salir corriendo si de lo que se trata es de echar luz sobre un pasado turbio.

Servidor siempre ha tratado de acercarse al caso español con la mente muy abierta. A veces me he equivocado (nunca adrede). Pero si he caído en el hoyo con cierta frecuencia, porque no he dispuesto de toda la información relevante, cuando ha llegado a mis manos he ampliado o rectificado.

Ahora estoy trabajando, casi como siempre, en dos libros futuros a la vez. Cuando me canso de uno, paso al otro. El no salir con frecuencia de casa ayuda. Espero poder terminar ambos.

En uno de ellos abordo un temita que fue el cogollo de mi primer libro, publicado en 1974. Muchos lo citan, aunque mucho menos alguna de sus dos rectificaciones. Ahora acometo una tercera. ¿Por qué? Porque nueva EPRE ha llegado a mi conocimiento. Y también porque ha aparecido un nuevo motivo para emprender tal tarea.

Subrayo que esto no lo considero ningún mérito. Es una obligación ética y profesional. Lo que no hago, cuando aparecen nuevos papeles que a ello incitan, es no rectificar. Tampoco dejo de lado otros trabajos publicados si llegan a mi conocimiento y son importantes para el trabajo entre manos. Hacer lo contrario me parece poco profesional y servidor siempre (o casi siempre) ha aspirado a comportarse con profesionalidad. En el trabajo corriente, y nunca sometido a decisiones del ser o no ser, he aplicado la máxima norteamericana: I stand where I sit.

En el libro que aparece mañana no critico a muchos autores, pero sí a varios. Son de diversas categorías. En una propia aparece, ¡cómo no!, el profesor Stanley G. Payne. Nadie podría decir que lo esquivo. Cada vez que se cruza en mi camino (no le busco) le dedico algunas palabritas. En otra, surge un colega y amigo. Le tengo mucho aprecio, pero como dijo alguien lo tengo mayor a la verdad (en el sentido nunca finalista de la documentable). Finalmente, menciono a otra colega que se ha dejado llevar a afirmaciones para las cuales la evidencia primaria relevante de época (que siempre hay que analizar y contextualizar) no ampara varias. He tratado de evitar que pueda aplicárseme a mí la misma fórmula que aplico a otros.

¿Significa esto que he llegado a determinar la verdad de lo ocurrido? En absoluto, pero sí he intentado poner el listón lo suficientemente alto para que quienes vengan detrás (que vendrán) se vean obligados a esforzarse un pelín. Como probablemente no lo veré, tampoco podré discutir con ellos.

En el ínterin, no levanto la guardia en lo que se refiere a la historiografía franquista, pro-franquista y, si se me apura un poco, de derechas. En mi modesta opinión pontifica sobre la República y la guerra civil, con sus causas, su desarrollo y sus consecuencias, desde un punto de vista viciado de origen por su falta de utilización de las nuevas evidencias ya disponibles.

Tal historiografía está, en mi opinión y como he dicho tantas veces, de afectada en origen por un permanente síndrome de proyección. Es decir, evacua hacia el adversario un tipo de comportamientos que fueron, en realidad, los propios. Como si los militares, policías, juristas, funcionarios y leguleyos del franquismo hubieran recibido del Altísimo la única comprensión posible, y deseable, del pasado.

Sugiero a mis amables lectores un nuevo jueguecito: ¿por qué no echan un vistazo al libro y me hacen las preguntas que deseen o me planteen las razones de su eventual desacuerdo?

Nadie, que yo sepa, lo ha hecho hasta ahora con los dos libros anteriores (¿Quién quiso la guerra civil? y El gran error de la República) en que más intensamente me he preocupado por ilustrar aquel síndrome, no solo sicológico, sino también político, ideológico y cultural.

Este libro es, en cierta medida, y en al menos en lo que se refiere a dos capítulos (el primero y el último) una continuación de mis dos trabajos anteriores.  

Dicho lo que antecede, me agradaría mucho si el nuevo libro agradase a los lectores. Lo he escrito en condiciones materiales poco habituales, casi sin salir de casa salvo cuando era imprescindible, con limitaciones totales de acceso a bibliotecas y a archivos y solo con el único recurso a la mía, a los papeles que tenía (en ocasiones desde hace muchos años) y a los documentos que ha ido suministrándome desde Madrid una excelente colaboradora, la Dra Pilar Sánchez Millas.

Por lo demás, los lectores verán que la lista de mis agradecimientos es larga y, en particular, a muchos de los mentores, colegas y amigos que por desgracia ya no están entre nosotros.

Un tuit sobre la manipulación del pasado español

17 enero, 2023 at 8:30 am

Angel Viñas

El 29 de diciembre un amigo mío, Julián Casanova, circuló un tuit con el siguiente contenido que abrevio: “Las frases sobre el siglo XX español más difundidas con ignorancia en redes sociales: -La República provocó la guerra -Franco nos libró del comunismo -El franquismo fue un antecedente necesario de la democracia. Y citó como fuente de autoridad a …” tres nombres que servidor se resiste a reproducir. Hay muchos otros.

Las tres afirmaciones anteriores no contienen un grano de verdad. No responden a los hechos. Forman parte del argumentario político de la derecha más extrema. Las dos primeras aparecieron, en el adecuado formato propagandístico, pero con casi idéntico sentido ya de cara a la sublevación de julio de 1936 o en los primeros meses de la guerra. La tercera tiene un origen algo más deslavazado que cabe situar en los años posteriores a 1959, tras confirmarse el éxito -aunque no el coste social- del plan de liberalización y estabilización. Los españoles que recordamos el período anterior somos, por desgracia, cada día menos y de nosotros solo una ínfima minoría ha estudiado el proceso político, económico y social que llevó a aquel cambio de estrategia. El carácter de tal aseveración puede hasta cierto punto refutarse recurriendo a la comparación con casos próximos: digamos Italia, Portugal, Grecia, Irlanda. Y, por supuesto, yendo a los archivos españoles correspondientes.

Respecto a las dos primeras la pregunta que se suscita es la siguiente: ¿cuáles son las evidencias documentales en que se basan tales propagandistas mencionados por Casanova y potenciados ahora por partidos tan significados como VOX o algunos sectores ligados a las “verdades” eternas del franquismo?

Ya sé que hay autores (en este blog he citado a algún nombre que sigue escribiendo como si tal cosa cuando la cara debería habérsele caído de vergüenza torera) que limitan la responsabilidad por la guerra: ya no es la República in totto sino fracciones determinadas de los partidos políticos que la apoyaron. Para los sublevados no hubo la menor duda: ¡los comunistas! Hoy esta acusación unilateral ha decaído un poco. Nadie ha encontrado un papel que lo sustente. La desviación (también bendecida por ciertos sectores del PP que no necesitan identificación) se ha producido a “favor” de otro conglomerado: los socialistas. Y, como este era demasiado heterogéneo, se ha constreñido: los largocaballeristas. Lo ha afirmado, por ejemplo, reiteradamente Andrés Trapiello en las sucesivas ediciones de su libro Las armas y las letras.

El Excelentísimo Ayuntamiento de Madrid también tomó hace unos años, por mayoría del PP, Vox y C´s, la decisión -innoble, en mi opinión- de derribar la placa en la plaza de Chamberí en donde había nacido Largo Caballero. Aquello suscitó una protesta de centenares de historiadores, españoles y extranjeros, que firmamos el oportuno comunicado. El papel pudo utilizarlo el Sr. Alcalde, abogado del Estado, para otras actividades que no hay que mencionar. Hace unas semanas el Tribunal Supremo le quitó la razón, a los que votaron a favor de los tres partidos mencionados.

El razonamiento del TS y el desarrollo reglamentario de la LMH (que personalmente desearía se hiciese con la mayor rapidez posible) abrirán la puerta a la eliminación de otros nombres ligados a los sublevados, con pretextos espurios, de 1936.

Antes de que terminara el año 2022 me entretuve en deshacer algunas de las argumentaciones de un ilustre catedrático de una universidad confesional que ligaba la sublevación a la necesidad imperiosa, esencial, vital, de contener la supuesta deriva española hacia el comunismo. Tal peligro lo evocaron las derechas antes de 1931, después de 1931, en 1936 y desde entonces. Quienes hoy siguen argumentando en aquella dirección no son muchos en los libros de historia que pretenden ser serios. Por lo general, son o eran militares.

Atribuyo a tal calidad una significación especial. No en vano, la UME estuvo desde 1933 jaleando en los cuarteles el peligro comunista. En ello comulgaron personajes a los cuales hoy cabe añadirle un cierto hálito de infamia.

Como en las entregas anteriores me he basado en la fuente un tanto escondida del ilustre catedrático madrileño de Historia a que se referían, acudiré de nuevo a los señores vicealmirantes los hermanos Moreno de Alborán y de Reyna quienes, en su obra imperecedera, reflejaron aspectos como los siguientes:

  1. “A partir de mediados de agosto de 1936, la Unión Soviética decidió intervenir en la guerra de España en favor del gobierno marxista” (p. 890). 
  2.  “Del 15 de agosto al 15 de septiembre llegaron a puertos rojos cuatro mercantes soviéticos que, entre otros efectos, descargaron 30.000 toneladas de petróleo” (p. 891)
  • Es, sin embargo, la presentación contenida en el capítulo XVIII de su magna obra (vol. III, pp. 1685-1696) lo que supone toda una serie de disparates  sobre las implicaciones internacionales de la guerra de España. Para tales autores, “Adolfo Hitler y el nacionalsocialismo irrumpieron en la escena política tras haber ganado limpiamente las elecciones democráticas de 1933 con el apoyo masivo del pueblo alemán”. Él y Mussolini “contuvieron las expansión comunista en zona tan vital para Europa” (p.  1.686). A Largo Caballero  (p. 1687) lo presentaron como “socialista filocomunista”.

Será una casualidad, pero leo en la prensa que la comisión permanente del Consejo General del Poder Judicial ha validado, como expresión de la opinión personal y no institucional, la afirmación del señor presidente del TS del TSJ de Castilla-León según el cual “también el Partido Nacional Socialista llegó al poder por las urnas en Alemania en 1933”. Sin querer, en la menor medida, hacer comparaciones odiosas, cabe recordar que lo sucedido no fue exactamente así.  El tema ha salido ocasionalmente en este blog. Véanse, por ejemplo, las entradas del 21 de octubre de 2014 y 5 de julio de 2016.

De notar es que el centro católico no sobrevivió. Los interesados pueden incluso leerlo en Wikipedia, al alcance de cualquier ratón:   

https://es.wikipedia.org/wiki/Rep%C3%BAblica_de_Weimar#:~:text=La%20Rep%C3%BAblica%20de%20Weimar%20(en,en%20la%20Primera%20Guerra%20Mundial.

No cabe olvidar que las más estúpidas fantasías franquistas las recogieron los ilustres marinos de forma algo más que detonante: “De continuar el gobierno del Frente Popular, la situación degeneraría hasta llegar a caer, indefectiblemente, en la órbita de Moscú, es decir convertir a España en un país satélite -anticipándose a lo que sucedería con la Europa del Este a partir de 1945- con un férreo régimen comunista y las consecuencias que ello implicaría” (p. 1688). Están en la misma línea en que estaba Franco en 1936, según relata en sus memorias -no destinadas a la publicación- el embajador Francisco Serrat.

Tales autores tampoco tienen demasiada simpatía por el Reino Unido. Para cuando escribieron la política británica hacia la guerra civil española había sido diseccionada en numerosos trabajos de investigación. Incluso por un vicealmirante de tal nacionalidad (Sir Peter Gretton) y un joven historiador español, Enrique Moradiellos, pero ello no les impidió ser tajantes: “El gobierno de Su Majestad no se dio cuenta de ese riesgo para Europa. Tras una España comunista, y siguiendo la política de fichas del dominó -de la que se tiene suficiente experiencia- habría seguido Portugal y a continuación Francia, que ya estaba al borde de ello” (p. 1.688).

Claro: cree el ciego que todos los demás son de su condición. Como si el gobierno británico solo tuviera las fuentes de “información” que se inventaron los conspiradores de 1936 y la España “nacional” durante la guerra.

Observarán los amables lectores, cito fuentes caras a los autores que mencionó Julián Casanova en su tuit, pero sigo planteándome la misma pregunta: ¿cuáles son las bases documentales para sus afirmaciones?

No existen.

Naturalmente, nadie tiene por qué creerme.

Lo que cabe hacer es obvio: reclamar a los autores, periodistas, influencers y aficionados que hagan el favor de exhibir sus bases documentales y no las cretinadas que siguen sirviéndonos algunos partidos políticos que, no por casualidad, son de derechas. El no añorado Ricardo de la Cierva fue, en general, más inteligente.

Postdata 1:

Un lector ha tenido la amabilidad de escribirme diciendo que mi post precedente no le ha gustado y que es promocional de mi nuevo libro. No lo oculté, pero mi idea fue hacerlo de pasada. El libro todavía no ha salido. Seré más preciso. También me informa que todos mis supuestos esfuerzos contra el profesor Stanley G. Payne (a quien suelo mencionar con alguna frecuencia) están destinados al fracaso. En general, solo acudo a él como paradigma de una cierta interpretación sobre los orígenes inmediatos de la guerra civil y varios de sus capítulos más sobresalientes (Gernika, por ejemplo), siempre sin haberse contaminado por los miasmas de los archivos públicos y privados (salvo en unas cuantas ocasiones en los de la FNFF, a tenor de lo que él mismo ha escrito).  Espero que tampoco le agradará el libro que se avecina, en el que soy el primero en reconocer su influencia. No para bien de la historia documentable.

Postdata 2:

Otros amables lectores, a quienes no se lo agradeceré bastante, me han informado que el periódico EL DEBATE ya está digitalizado. Hay dos direcciones en las que puede consultarse:

La primera,  https://repositorioinstitucional.ceu.es/handle/10637/11973

Y la segunda, https://prensahistorica.mcu.es/es/consulta/registro.do?id=3126.

Con respecto a esta segunda me informan que se incorporó, procedente de la Hemeroteca Municipal de Madrid y de la Biblioteca Pública del Estado en Vitoria, al repositorio digital del Ministerio de Cultura en 2022.

Me es particularmente grato difundir esta información porque, para quienes no vivimos en Madrid, que somos la mayoría, la digitalización de la prensa es esencial. Sobre todo, en el caso de la segunda República, porque cualquier historiador puede así mostrar la distancia entre lo que se publicaba, lo que ocurría y lo que discurría entre bastidores. En tiempos como los presentes, una necesidad ineludible para restregar la diferencia entre “desinformación” y la realidad de los cuarteles.

ANTE UN NUEVO AÑO Y UN NUEVO LIBRO: REFLEXIONES DE ANDAR POR CASA

10 enero, 2023 at 8:30 am

Ángel Viñas

Ya han acabado las fiestas. Volver al curro es difícil. Reconozco que también para mí, porque solo trabajo en casa. Me pregunto en estos días si el año que ha acabado de empezar será mejor que el que ha terminado. La respuesta depende, esencialmente, de la perspectiva que se adopte. En este blog, que no está dedicado a temas del presente, la que utilizo se refiere, entre otras, a aspectos a los que cabe aplicar su lema inicial: la historia no se escribe con mitos. Suelo centrarme en la República, la guerra civil y el franquismo y la interminable controversia en torno a los años treinta y cuarenta del pasado siglo. Últimamente, y a medida que me he sentido más seguro de los perfiles históricos, también lo hago en los debates sobre memoria histórica y democrática. En este sentido, preveo avances y progresos.

De todas maneras, no hay que ser un avezado zahorí para pensar que proseguirán, o incluso que se recrudecerán, las controversias del año que acaba de terminar. En un tuit que ha tenido una gran resonancia, mi buen amigo el profesor Julián Casanova, desde su observatorio de la Universidad de Michigan en Ann Arbor, ha señalado los puntos esenciales en debate y, en particular, las fuentes nutricias de los camelistas, que se ponen en plan de historiadores y alimentan la discusión de las redes. Confieso que son para llorar.

Otra cosa son los intentos de “recuperación” de interpretaciones más cercanas a las fuentes historiográficas anteriores a la desaparición de la censura. Soy de quienes creen que muchos de los autores de aquel período, españoles en su mayoría, son acercables a una situación de desguace tan pronto se salen de temas estrictamente militares (y no en un sentido lato del adjetivo en su acepción contemporánea sino en la que dominaba hasta poco después de la primera mitad del siglo pasado). Querer reverdecer los laureles de numerosos protagonistas de aquella literatura me parece un error de planteamiento.

Con casi la práctica totalidad de los archivos extranjeros abiertos a los períodos comprendidos entre 1931 y, digamos, 1975 así como con la silenciosa, pero por el momento imparable, apertura de los españoles, los historiadores pro-franquistas y sus sucesores post-franquistas o neo-franquistas lo han tenido, tienen y tendrán algo más difícil. Mi impresión en términos generales es que peor será su futuro.

Las cuestiones claves no han variado: ¿por qué hubo una guerra civil en España?, ¿quién la quiso?, ¿para qué se quiso? Son temas esenciales. Quién más, quién menos ha tratado de defender sus respuestas. Oscilan desde el arco de las extremas derechas al opuesto de las extremas izquierdas pasando por el medio. Con la notable reaparición de una supuesta “tercera España”, que sigue siendo defendida contra viento y marea. Quizá copia de una clásica “tercera Francia”.

Servidor también ha pretendido dar algunas respuestas. Tal vez con una singularidad: no me he basado en una muestra, más o menos amplia, más o menos restringida, de la inmensa literatura existente. Lo he hecho dejándola de lado para concentrarme desde el principio en la evidencia primaria relevante de época (EPRE). Reconozco que ello ha sido posible gracias a la apertura de archivos (que también he buscado. Como Enrique Barón recordará, fuimos el profesor Marichal y un servidor quienes en una cena con él y con Fernando Claudín, a la sazón director de la Fundación Pablo Iglesias, sugerimos la posibilidad de incorporar a la entonces en negociación Constitución Española un artículo que previera el derecho de acceso a los archivos, cosa que se logró merced a Gregorio Peces Barba (art. 105b).

A partir de tal EPRE pude avanzar en la construcción de un relato fundamentado, y siempre provisional, que he contrastado y contrasto con las aportaciones de autores, españoles y extranjeros, que me han parecido o parecen significativos. Algunos todavía en vida. Otros, la mayoría, desaparecidos. Siempre, todo hay que decirlo, una selección representativa. Las derechas no podrán quejarse.  

He comprobado no tener muchos seguidores. Aunque vivo en Bruselas, y me encerré hasta septiembre del pasado año a causa de la pandemia, tampoco crean los amables lectores que dejo de estar al día. Padezco del mismo síndrome que aquejó a Herbert R. Southworth. Él se deshizo de gran parte de su biblioteca que vendió a la Universidad de California en San Diego. Servidor regaló casi la mitad de la mía (excluidos los libros sobre España) a la UCM. A Southworth le sobró tiempo para reponer una buen porción de la que se desprendió (que su heredera pasó al Centro Documental del Bombardeo de Gernika, contra una suma que ya no recuerdo). Servidor tiene dispuesto que la otra mitad de la mía, y los libros que he continuado adquiriendo, sigan el mismo destino que los anteriores.

Esto significa que he continuado comprando. Por ello me sorprende constatar cómo algunos autores solo de manera mínima han acompasado sus análisis (a veces entroncados con historiadores pro o parafranquistas) a los nuevos descubrimientos. Son los generados por, al menos, dos o tres generaciones de investigadores para quienes el franquismo es historia remota. Como para mi generación lo fueron, en gran medida, las guerras carlistas o la de Cuba.

Pertenezco al grupo de quien creen que profesionalidad implica mantenerse al día cuando aparecen nuevos libros. No es algo evidente por sí mismo. Por ejemplo, el mes pasado se ha publicado uno que aspira (lo dice su autor, no servidor) a ser una historia total de la guerra civil española. Todavía no lo he leído entero, pero ya puedo decir que no ha tenido en cuenta las aportaciones no ya de quien suscribe, que es lo de menos, sino de una gran parte de los historiadores de mi generación y siguientes que más han contribuido a renovar los estudios sobre tal período. Hayan utilizado nueva EPRE o aplicado nuevos puntos de vista y perspectivas.

Limitándome a los años de paz republicanos ignorar las aportaciones de Eduardo González Calleja y su equipo o de Rafael Cruz me parece lamentable (adjetivo que también podría aplicarse a la un tanto sesgada selección que aquel autor utiliza). Presentar al coronel Martínez Bande, del SHM, como epítome de la historiografía militar de la guerra civil, es desconocer todo lo que evadió de episodios que hoy cabe perfilar perfectamente en el AGMAV o en el AGA y que cualquier hijo de vecino puede consultar. Este mismo enfoque puede aplicarse a otros autores.

Servidor se precia de no seguirlo. Daré dos ejemplos.

Hace poco he leído que acaba de salir la traducción castellana del libro de un historiador norteamericano, Sean McMeekin, La guerra de Stalin. Es un deber moral felicitar a la editorial. La versión original apareció en 2021. La adquirí de inmediato y está incorporada al libro que CRITICA publicará dentro de quince días. En él figuran mis desavenencias con tal autor en la medida, y solo en la estricta medida, en que se refiere, de pasada, a la guerra civil española. No va a los documentos disponibles. Se basa en las afirmaciones de otro historiador también norteamericano, a quien yo tengo por costumbre mencionar con acusada condescendencia.

Creer como realidades pasadas las evocaciones de protagonistas es un pecado mortal.  Sobre todo, si se refieren a aspectos que el propio autor considera importantes. Nadie, por definición, debe estar exento de confrontación con las fuentes. En un tema que, por ejemplo, se considera muy significativo para la victoria de Franco las leyendas se perpetúan sin que nadie se haya molestado en indagar qué es lo que hay detrás de ellas. En estos últimos meses he estado trabajando con un colega, Guillem Martínez Molinos, para enviar a la basura en este mismo año algunas de las que más se han repetido hasta la actualidad. ¿Por ciencia infusa? No. Por el trabajo en archivos.

Nada de lo que antecede hace que un historiador sea mejor que otro. Lo que sí los diferencia es un conjunto de cualidades. En primer lugar, la predilección por ir a las fuentes primarias. Esto no es sino la derivación de la curiosidad innata a cualquier investigador que quiera decir algo nuevo o, por lo menos, fundamentarlo. (Fuera de la historia contemporánea en España se trata de un truismo que no merecería la menor mención).  En segundo lugar, que acepte la conveniencia de no dejar de lado a cualquier historiador relevante que se encuentre en vida. Es decir, que esté en condiciones de responder (por eso suelo citar la última obra que haya escrito el connotado “investigador” norteamericano al que suele alabar desmesuradamente la derecha española). En tercer lugar, la capacidad de enfrentarse con las construcciones ideológicas del pasado y que sigan retumbando en la actualidad (de aquí las referencias que he hecho a un general de División en el Ejército del Aire y a otro que lo es de Tierra y cuyos nombres ya han aparecido en este blog).

¿Resultado preliminar, parcial y sujeto a críticas al que he llegado por el momento? Mi convicción de que la historiografía de derechas está en general constreñida por un vicio de origen: su interpretación teleológica de la de la sociedad española hacia el “benemérito” régimen del general Francisco Franco. Gracias a los cuales en su España se exorcizaron los supuestos demonios familiares de las izquierdas antipatrióticas, más o menos vendidas al “oro de Moscú”.

Termino con una indicación: tal vez muchos eventuales lectores puedan llevarse una pequeña sorpresa cuando acudan, si es que lo hacen, a mi libro de inminente publicación. Y atrévanse a discrepar, pero con pruebas documentales en la mano, ya sean propias o leídas.