Exterminio, a lo nazi, en Córdoba

27 mayo, 2014 at 8:00 am

Francisco Moreno Gómez hizo sus primeras armas en el estudio de la represión concentrándose en Córdoba cuando muy pocos en España, y ciertamente no en la Universidad, prestaban a aquel tema demasiada atención. De Córdoba pasó a Andalucía y luego al resto de España. Sus obras, basadas en documentación y testimonios apabullantes, son abrumadoras. En la última, La victoria sangrienta 1939-1945, desarrolla con gran precisión un tema que hasta ahora había solido ser objeto de análisis monográficos. Lo que trata de identificar y demostrar Moreno son los mecanismos de ejecución,  los resultados y la persistencia de la represión despiadada y multimodal que se abatió sobre la España vencida. Un capítulo que muchos historiadores extranjeros (entre ellos Stanley G. Payne) suelen despachar en unas cuantas líneas y en el que han abierto brecha autores como Julio Aróstegui, Paul Preston, Francisco Espinosa, Gutmaro Gómez Bravo, Jorge Marco, Peter Anderson, Hartmut Heine, Montse Armengou, Mirta Núñez Díaz-Balart, Ricard Vinyes, Ángel Bedmar, David Ginard, Manuel Álvaro Dueñas, Isaías Lafuente y muchos otros.

Afirma un dicho inglés que la prueba del pudding está se hace al comérselo. Lo mismo pasa, mutatis mutandis, con la represión franquista (o la de los sublevados en 1936). Quisieron, en un principio, paralizar la resistencia republicana y sangrar el cuerpo social para amedrentar a los leales al Gobierno. De aquí se pasó, sin solución de continuidad, a una actuación masiva, controlada, dirigida hacia el más amplio espectro de lo que consideraban la anti-España. Duró tanto como la guerra misma y continuó en la postguerra.  El estado de guerra no se levantó hasta 1948 pero poco importó porque fue una artimaña destinada a calmar los clamores de la opinión pública internacional contra el último residuo del Eje en Europa. Gracias a la aplicación sistemática de la expeditiva «ley de fugas» siguieron ahorrándose engorros judiciales y la necesidad de tener que rechazar las peticiones de observadores extranjeros, generalmente británicos, en favor de ciertos acusados. Todo ello se vio lubrificado por indultos estrictamente definidos. La «generosidad» siempre tuvo límites muy estrechos.

A través de la identificación de las técnicas y modalidades represivas, carcelarias y judiciales han podido elevarse los hechos a niveles de categorías. Sobre esto último existe una interesante discusión terminológica que no viene a cuento resumir aquí. En todo caso, existen ya numerosos datos que permiten orientar la recuperación del pasado. Un pasado oculto hasta hace no muchos años.  Un pasado de crueldad y  sangre. Un pasado de exterminio.

El episodio que me lleva a escribir tres posts se concentra en la cárcel provincial de Córdoba en la época del hambre y, en particular, en 1941. Fue el año en el  que nací y cuando España estuvo más cerca de volver a las hambrunas medievales. Los lectores buscarán vanamente estudios de ello en las historias blanqueadas que tanto han salido de ciertas editoriales especializadas en hacer el caldo gordo a la derecha o incluso a la extrema derecha. Son temas, por definición, muy incómodos. Quien esto escribe se ha aproximado documentalmente a  tales hambrunas, para un libro que estoy ya terminando, a través de la abundante información que se conserva en los Archivos Nacionales británicos, algo que ningún plumilla neo-franquista o ningún encumbrado historiador de la misma cuerda ha hecho hasta ahora, que yo sepa.

El aparato diplomático y consular  británico asentado en España siempre tuvo al corriente a Londres de lo que percibía en una sociedad un tanto salvaje y extraña. Las causas del  hambre generalizado las divisaron en la incompetencia de la administración de abastos, en la intervención de precios que desalentaba la producción, en la maraña burocrática que había segmentado el mercado hasta extremos inverosímiles y en la peligrosa proclividad del Gobierno en favor del Tercer Reich. Esto obligó a los aliados a interferir con el comercio exterior español para evitar que Franco pudiera pasar a una situación de beligerancia. La «independencia» económica que entonaban las cohortes militares y falangistas siempre fue una quimera.

Tal vez el Secret Intelligence Service pudo ahondar pero dado que sus archivos permanecen inaccesibles no lo sabemos. En cualquier caso, no he encontrado muestras documentales que liguen la represión con otra cosa que no fuese el deseo de venganza de los vencedores en la guerra civil. Para mi libro era suficiente.

Pero, naturalmente, había más.  Moreno Gómez, en una tesis que levantará ampollas,  liga lo que pasó en Córdoba con la tremenda influencia del vector nazi en el Gobierno y en la Administración, Falange incluida, de la España franquista. No es el primero en hacerlo. Ya lo sugirió, por ejemplo, Hartmut Heine, en una obra que me cupo el honor de prologar hace muchos años. O un amigo mío, catedrático en Aix-en-Provence, Eutimio Martín.  Después otros autores han continuado en la misma vena.

Moreno, a través del análisis pormenorizado de la evidencia primaria relevante de época, fundamenta y fortalece dicha conclusión. Reconozco abiertamente que soy muy sensible a tal línea de argumentación, no en vano empleé varios años de mi vida en leer gruesos mamotretos sobre las salvajadas nazis, en particular en lo que se refería a la Shoah, pero también en otras dimensiones como los crímenes de la Wehrmacht o de lo que pasaba por «justicia» en el Tercer Reich y, en particular, en el Volksgerichtshof de infausta memoria.

Así, pues, en los dos posts siguientes trataré de sustanciar, en base a mis conocimientos personales y  a mi biblioteca, lo que Heine, Martín, amén de muchos otros, habían intuído y que ahora Moreno Gómez ha sacado a la luz. Para vergüenza de muchos, incluidos los historiadores profesionales o no de la cuerda neo-franquista.

(Continuará).