UNA PUGNA CONTRA LA DISTORSIÓN: INVESTIGANDO EL PASADO (III)

13 abril, 2021 at 8:30 am

Ángel Viñas

Si la gente nacida después de la guerra no ha podido “pasearse” por los vericuetos de la República y las trincheras o retaguardia en la contienda, ¿de dónde pueden venir sus “representaciones”? Existe todo un amplio abanico de fuentes para extraer información, buena, regular o mala. En no particular orden destacaría, al menos en mi generación, en primer lugar y por activa o por pasiva, la familia; los amigos; los medios de comunicación; los libros y, en último término, el sistema educativo…. Y, con esas” representaciones”, se lanzan a vivir y ahora, en las redes sociales, a intervenir como autodenominados expertos. Los más audaces, que no han puesto en su vida los pies en un archivo ni lidiado con documentos de forma crítica, saltan a los medios y creen que las suyas son las únicas posibles.

Los historiadores, naturalmente, somos más exigentes. Los aprendices tuvimos, en una primera tacada, las obras (memorias, libros, novelas) proclives a los vencedores o contrarias a los vencidos, sobre todo a los comunistas, enemigos existenciales del régimen. El mito de la cruzada de Franco de Southworth data de principios de los años sesenta y ya no la actualizó, pero en lo que quedaba de dictadura los avances se contaron con los dedos de la mano. El resultado, me atrevo a señalar hoy, es una historiografía maloliente.

Para los no demasiados convencidos quedaron las obras de autores extranjeros (Brenan, Southworth, Jackson, Broué/Témime, etc.), que no complacían demasiado a una censura de guerra que prácticamente subsistió hasta la muerte de Franco y que había que leer a escondidas. Hacia finales de los años sesenta, gracias al Ministerio de (Des)información y Turismo, empezó tímidamente una “revisión” amable en la que Ricardo de la Cierva ofició durante largo tiempo de sumo sacerdote, pavoneándose en alguna ocasión de haber escrito “la historia definitiva”. Todo ello creó un entorno en el que se desarrolló un canon franquista algo más sofisticado, pero no exento de otras “trampas saduceas”, menos visibles.

Como era lógico, el cambio empezó a soplar con fuerza durante la Transición, esa que se hizo a partir de 1975 -como suelo decir a mis amigos extranjeros cuando me preguntan por ella- “a la sombra vigilante de las bayonetas”. La cita no es de mi propia cosecha. Si no recuerdo mal, tomé el título de un editorial del venerable ABC (azote de la República reformista e izquierdista y hoy del supuesto Gobierno “social-comunista”). Era del año 1959. El contexto lo dio la necesidad de ensalzar  lo poco que había habido de mejora económica durante el período autárquico o, según se caracterizó más prudentemente cuando nuevas teorías foráneas llegaron a conocimiento de los economistas españoles de puertas adentro, de crecimiento impulsado por la sustitución de importaciones.

En la Transición y después, ya de manera imparable, la historiografía española conectó felizmente con la extranjera e importó de forma masiva libros, técnicas, enfoques, metodologías y, quizá lo más importante, formas de pensar. En conjunto,  rápidamente arrinconaron las obras redactadas por los periodistas, policías, militares y académicos condescendientes, o aprovechados, durante la larga etapa precedente. Manuel Tuñón de Lara, zaherido anteriormente desde las cotas del poder, conoció un merecido éxito.

Sin embargo, el canon creado durante la etapa de Franco, es decir, las representaciones dominantes sobre todo un período crucial de la historia de España, generaron un poso, formas de pensamiento e interpretaciones que todavía en la actualidad siguen teniendo feliz acogida en amplios sectores de la sociedad española. Esto  no constituye, de por sí, un desdoro particularmente carpetovetónico.

En una época remota leí bastante sobre la “desnazificación” en Alemania y acudí a los libros pioneros (generalmente escritos por extranjeros) que la presentaron. Muchos perfilaron cómo todavía en los años cincuenta, con el recuerdo vivo de lo que solía denominarse Zusammenbruch (catástrofe), y que no hace tanto tiempo pasó a caracterizarse oficialmente como Befreiung (liberación), existía una cierta renuencia a enfrentarse con un pasado infinitamente más negro que el español. En algún sitio leí, y se me ha quedado, que el canciller Adenauer, que había aguantado en el destierro interno los años de Hitler, al responder a un corresponsal norteamericano contestó algo así como “la República Federal se encuentra ante un dilema: puede promover la democratización o enfrentarse con el pasado. No puede hacer las dos cosas a la vez”.

A base de educación, educación y educación los alemanes fueron sacudiéndose el polvo del nacionalsocialismo (no del todo, como muestra la reaparición de ciertas tendencias en sectores de la sociedad e incluso de las FAS). En la historiografía, sin embargo, la querella de los historiadores de los años sesenta (Historikerstreit) ha sido superada. Aun cuando somos un gremio proclive a la greña (en realidad solemos discutir sobre representaciones) pocos son los que encuentran elementos redentores en el nacionalsocialismo. Es de esperar, y de desear, que con el paso del tiempo algo similar ocurra en España.

¿Qué hacer para acelerarlo? A los amables lectores no les sorprenderá mi receta: educación, educación, educación. Por mucho que VOX, el PP y sus antenas mediáticas clamen en contra de una supuesta interferencia del Estado a la hora de influir en las tiernas conciencias de las jóvenes generaciones, como ya ocurrió con la “educación para la ciudadanía”.

Las representaciones que se vehiculan por medio del sistema educativo no pueden dejar de lado los avances en historiografía y estos son, en parte, consecuencia del trabajo sobre fuentes primarias. Claro que  los archivos en España no son como en USA, Alemania, Francia, Bélgica, Reino Unido y otros países occidentales. Su apertura se ha hecho demasiado lentamente y fondos enteros están sustraídos a la libre consulta.

Se aducen con frecuencia problemas de catalogación. Se exageran su significación e importancia. LA DEMOCRACIA ESPAÑOLA NO TIENE NADA QUE TEMER DE LO QUE PUEDA SABERSE MÁS ACERCA DE LA REPÚBLICA, LA GUERRA CIVIL O EL FRANQUISMO. Ninguno de estos períodos existe. Tampoco su evocación provoca síncopes. Si se abren de golpe los archivos todavía cerrados no pasaría nada, aunque algunos puristas pongan el grito en el cielo. Lo único importante que habría que hacer sería extremar las precauciones para evitar sustracciones de documentación.

En los años 1974-1975 fui en varias ocasiones a los archivos del SHM. No dudé en agradecer a los soldaditos con sólidas propinas su rapidez en traerme los legajos que necesitaba. En una ocasión, que se me ha quedado grabada a fuego en la memoria, uno de ellos me dio las gracias porque no era como algunos “jefes” que se llevaban papeles y luego no los devolvían. Me dio varios nombres. Uno, al menos, no se me ha olvidado. No extrañará que no le tenga demasiado afecto en varios de mis libros. Hoy, con cámaras de vigilancia y revisiones a la salida, como se hace en los Archivos Nacionales británicos, la tentación sería evitable.  

También me permito traer a colación aquí otra anécdota personal que considero representativa. Desde 1983 trabajé en el Ministerio de Asuntos Exteriores como asesor ejecutivo del ministro. Una de mis preocupaciones estribó en que se abriera de par en par el archivo del Departamento. El ministro, Fernando Morán, dio su visto bueno. Un sector de la burocracia trató de retrasarlo aduciendo criterios y dificultades pueriles. Servidor  se ocupaba de ciertos temas entonces acuciantes y no podía seguir el caso. Sin embargo, en una ocasión, el responsable de los retrasos me espetó claramente: “Pero tú qué quieres, Ángel, ¿qué la gente se entere de lo que han hecho nuestros compañeros?” Evidentemente articulaba una forma de aproximarse a la historia ya que dicho caballero pasaba por interesarse por el pasado español de principios del siglo XIX.  Por una serie de razones internas, el ministro lo sustituyó.

A quién llegó le conté el caso y tras algunas semanas el archivo se abrió en virtud de una Orden Ministerial publicada en el BOE. (Más adelante, Francisco Fernández Ordóñez la reiteró). De un golpe España se adelantó a muchos otros países europeos al adoptar el principio de cierre a 25 años, uno de los entonces más liberales, si no el más liberal, de la UE. Ello permitió numerosísimas investigaciones, se escribieron tesis, se publicaron  libros en España y en el extranjero. Las preguntas que hay que hacer son, entre otras, las siguientes: ¿quedó en entredicho el prestigio de la democracia española?, ¿se conmovieron los fundamentos de las relaciones internacionales de España?, ¿fueron afectados negativamente los intereses permanentes del Estado?.

La llegada del Gobierno de Don Mariano Rajoy condujo al cierre durante  algunos años hasta que la documentación se reenvió al AHN y al AGA tras los alaridos que había lanzado un gran número de la grey de historiadores. La atención se desplazó hacia los fondos de Defensa. Otro caso.  

El señor ministro del ramo, sin duda muy informado, proclamó que la desclasificación de papeles de su Departamento podría afectar a nuestros amigos de fuera. Lancé  públicamente la retórica pregunta de si, por un azar, pensaba en la Francia de Vichy, en el Tercer Reich, en la Italia de Mussolini, en unos Estados Unidos que llevaban años abriendo más o menos acelerados sus propios archivos. Misterio. Tampoco hay que olvidar a su sucesora, miembro eminente de la alta dirección del PP. Retomó parte de las proclamaciones de su antecesor y se quedó tan tranquila. Ninguno de los dos ha mirado hacia atrás. Excelentes políticos.

Poco a poco ha ido abriéndose el acceso a otras documentaciones. ¿Se desestabilizará la democracia española? El demostrar que Franco no tuvo inconveniente en hacer asesinar, antes del golpe de Estado, al general Balmes; que falsificó su papel en la conspiración; que llevó a cabo su sublevación con pretextos espurios; que se hizo millonario mientras duraba la guerra; que enajenó parte de la soberanía nacional a Estados Unidos por un plato de lentejas; que no tuvo más remedio que consentir en la apertura de la economía en 1959, etc. etc. ¿habrá puesto por los suelos el prestigio español en el mundo?.

¿Por qué, pues, hay miedo a la historia? Es una pregunta para la que no he encontrado una respuesta racional. Deben existir impulsos profundos, enraizados en el siquismo de nuestros gobernantes y de nuestras burocracias, para no sobreponerse a él. Ahora bien, ¿qué gana la democracia jugando al escondite?

Conviene tener en cuenta este y los dos posts anteriores a la hora de abordar uno de los secretos más y mejor guardados durante el franquismo.

(continuará)