UNA PUGNA CONTRA LA DISTORSIÓN: INVESTIGANDO EL PASADO (IV)

4 mayo, 2021 at 8:30 am

Ángel Viñas

Los lectores de este blog ya se habrán acostumbrado a una de mis afirmaciones: la historiografía franquista estuvo (está) basada en la aplicación sistemática del principio de  proyección. Es decir, un mecanismo por el cual se achacan al adversario (enemigo, en la terminología de Carl Schmitt) rasgos del propio comportamiento. Es una percepción que no he visto en la abundante bibliografía sobre la guerra civil, sus antecedentes y sus consecuencias. Sin embargo, cuanto más profundizo en el conocimiento del período, más me doy cuenta de que respondió a tal realidad en casos de importancia para la mitografía franquista. El más sobresaliente se refiere a los orígenes de la guerra.

Cuando se echa un vistazo al Dictamen sobre ilegitimidad de poderes actuantes en 18 de julio de 1936 que redactó una comisión de notables (varios de entre ellos conspiradores contra la República antes de la guerra) se observa un dato esencial. Muchos de los principios que  inspiraron dicho engendro estuvieron presentes en la propaganda de quienes iban a hacer causa común con las sublevados (y en la de las derechas en general) para generar la sensación de “estado de necesidad”. Era una característica imprescindible para justificar la intervención “salvadora” del Ejército y de los hombres de bien.

Aquella comisión acusó directamente a la URSS de haber promovido la “ejecución de un plan revolucionario español y su funcionamiento, mediante la inversión de sumas fabulosas”. No aportó documentación propia sino que se basó en un informe presentado, estallada la guerra, por el Gobierno portugués ante el Comité de No Intervención. Recordemos que este fue un artilugio franco-británico designado con el fin de sustraer a la Sociedad de Naciones la competencia efectiva para pronunciarse sobre la agresión fascista y nazi. Se trataba de dotar de un contenido político, que no jurídico, a la politíca de no intervención decidida por los gobiernos de París y Londres.

Los resultados de la febril imaginación de los funcionarios de la dictadura salazarista (posiblemente estimulada por los sublevados a través de sus agentes en Lisboa, entre quienes figuraba Don José María Gil Robles) los he reproducido en EL GRAN ERROR DE LA REPÚBLICA. En el abanico figuraba el supuesto envío de armamento soviético previo al 18 de julio a Cádiz, Sevilla, Badajoz, Córdoba, Cáceres y Jaca. Constituyó el punto 4 (p. 68) de la reproducción hecha por el Dictamen.   

Siempre me he preguntado cómo se arreglarían los malvados comunistas para suministrar armamento hasta Jaca tras desembarcarlo en Algeciras el buque soviético Jerek (sic). No he encontrado ningún papel y no conozco si los eminentes miembros de la comisión montada por un Serrano Suñer siempre ocurrente indagaron en ello. Lo señalo a la atención de cualquier novelista que quiera escribir alguna obra de ficción sobre el episodio. En el bien entendido que el no menos inmarcesible Bolín (a quien todavía se remiten distinguidos historiadores) repitió la patraña en 1967 y, a la atención de sus lectores de lengua inglesa,  recalcó que armamentos más formidables que pistolas, máuseres, escopetas, etc. habían sido trasladados por barcos soviéticos a Sevilla y Algeciras (p. 151 de la versión inglesa de su camelo, Spain: the vital years). Obsérvese que redujo el abanico de puertos.

Todavía en 1973 (sí, 1973) todo un teniente general del Ejército, diplomado de EM, doctor en Ciencias Políticas y Sociología y licenciado en Derecho, se hizo eco de tal desvarío en un panfleto declarado de utilidad y de obligatoria adquisición para el Ejército, según OC de 2 de noviembre de 1973 (DO nº 249) y de utilidad para la Marina por Orden 518/73, de 25 de julio del mismo año. ¡Alabado sea el alto mando!

El nombre de tan imperecedero mílite era Don Manuel Chamorro Martínez. Remito a su inmortal, pero poco conocida, obra (que probablemente vendió a espuertas a militares ingenuos o amedrentados). El título hacía pensar en otro ejercicio de proyección: 1808-1936. Dos situaciones históricas concordantes. No lo publicó en una editorial (quizá para no tener que contentarse con el cobro de un porcentaje, mayor o menos, en concepto de derechos, sino embolsarse una mayor parte del precio de tapa). Apareció en diciembre de 1973 en Madrid y es la única obra suya que tengo en mi biblioteca. La referencia al inolvidable Jerek figura en la p. 316. Hubo hasta cinco ediciones (la última, publicada por Doncel en 1975, que no poseo pero que se dijo ampliada). La cuarta se encuentra en Amazon al módico precio de 5 euros. Animo a su adquisición.

La idea de que el Kremlin ordenase el envío de armamento a los futuros “sublevados”, es decir, a los comunistas que hicieron causa común con el Gobierno republicano, no dejó de estar presente en la literatura más oficial posible que se produjo durante la dictadura.  Claro que el Estado Mayor Central del Ejército, a través de su Servicio Histórico Militar, fue algo más prudente que el ilustre teniente general y príncipe de la milicia. En su Sintesis Histórica de la Guerra de Liberación, aparecida en 1968, adoptó otra maniobra. Como corresponde a militares avezados en evitar enfrentamientos frontales la referencia a la aportación soviética aparece en forma de movimientos laterales y solo a partir de la p. 52. Lo hizo en una referencia a los comienzos de la batalla por Madrid pero, de manera solapada y en plan de operación comando, se indica que “ya desde el principio de la guerra actuaba (…) una copiosa aviación, dotada de modernos aparatos llegados del extranjero…” Y los grandes historiadores al servicio del régimen despacharon el tema (p. 66) diciendo simplemente que la “ayuda extranjera recibida por los nacionales no alcanzó el volumen de la que obtuvieron sus adversarios, y no fue pagada, como lo hicieron estos, con una total sumisión a las consignas de fuera”. ¡¡¡¡Bravo!!!

Mera divagación obviamente, pero quién más y “mejor” abundó en el tema fue el teniente general Chamorro. A tenor de este autor (perteneciente al grupo de los “azules” y más ultramontanos de las FAS, según Roberto Muñoz Bolaños, durante la posterior transición hacia pagos alejados del franquismo), “el Alzamiento Nacional se preparó y ejecutó por el Ejército español sin ninguna ayuda personal ni material del exterior, actuando exclusivamente las guarniciones sublevadas -reforzadas en algunos casos por voluntarios civiles, españoles todos ellos– y sin utilizar más aramento y material que el reglamentario en nuestro Ejército, extraído de los almacenes de los Cuerpos y Parques” (p. 326). ¡Bravísimo! Que yo sepa nadie, ni los historiadores prorrepublicanos más enardecidos, ha imaginado que lo hubiesen adquirido previamente en el extranjero.

Las anteriores itálicas son del original. Pero yo pongo en negritas una afirmación descendida de las alturas del olimpo franquista: “al enterarse los dirigentes del bando nacional de las gestiones y peticiones del Gobierno frentepopulista español en París, y del decidido apoyo que tanto el Gobierno de la nación vecina como las organizaciones revolucionarias internacionales habían comenzado ya a prestar a su enemigos, determinaron acogerse -para contrarrestar tal acción- al ofrecimiento hecho en Roma, el 31 de marzo de 1934, por el entonces jefe del Gobierno italiano…. “ (las itálicas son también de servidor). Aquí salta el gato del saco en que estaba encerrado. Había que evitar por todos los medios posibles e imposibles que las tiernas mentes de los lectores españoles pudieran verse contaminadas por el veneno que solían verter los enemigos de España.

En nota a pie de página tan ilustre mílite e historiador se preocupó de ocupar el terreno ante un posible contraataque del adversario: “De este ofrecimiento de Mussolini a dos partidos españoles [Renovación Española y Comunión Tradicionalista] que no se adhirieron al Alzamiento Nacional hasta mediados de julio de 1936, nada supieron los organizadores del mismo antes de su iniciación, y no ejerció, por tanto, ninguna influencia en sus planes. Solo en vista del resultado indeciso del Alzamiento, y ante el manifiesto apoyo extranjero a los rojos, fue recordada dicha oferta -mal llamada por algunos “Pacto de Roma”- y se comenzaron las gestiones para hacerla efectiva”.  Las itálicas son del original.

Nada de lo que antecede en la narrativa declarada de utilidad para las FAS en las postrimerías de la dictadura respondía en lo más mínimo a la realidad. Si la traigo a colación aquí es para mostrar los dos extremos del arco de proyección incrustado en el corazón de la mitografía franquista más carpetovetónica.

Por un lado: la sublevación como asunto puramente militar para hacer frente a una revolución inminente inducida por el comunismo destructor o, en el mejor de los casos, por los “rojos”.  Por otro: la disminución de las ayudas extranjeras y, en todo caso, una guerra  presentada como asunto específicamente hispano. La España eterna contra la Anti-España. Y, sobre todo, la mera reacción de los “buenos” ante la previa injerencia extranjera a favor de los “malos”.

Se trató de un condimento muy potente que daría todo su sabor a la sopa boba que se distribuyó durante cuarenta años por todos los medios y por todas las formas. Con, en el caso italiano, los cuentos, bulos y “trumpismos” de Bolín para echar humo, en 1967, ante el avance de la historiografía extranjera y, en particular, de Hugh Thomas y de Herbert R. Southworth. En una España en que imperaba la censura continuó el lavado de cerebros. Dependió de dos factores: la censura y el cierre a rajatabla de los archivos.

El primero maniató a los historiadores. El segundo les obligó a depender de fuentes extranjeras, pero sin poder publicarlas en España, salvo en los casos de Fernando Schwartz y un servidor. En lo que a mi se refiere no me quedó más remedio que remachar la realidad documentable: no hubo acuerdos previos con los nazis. Fue así. No iba a inventarme lo contrario. En el mismo año que apareció mi libro lo hizo también el de otro historiador militar, el entonces teniente coronel Jesús Salas Larrazábal. Se tituló Intervención extranjera en la guerra de España. No se paseó por archivos foráneos. Hubiese sido algo más que sorprendente. Se limitó -en un avance considerable- a basarse en los documentos diplomáticos franceses publicados y en la versión francesa (y recortada) de los alemanes (conocidos desde 1949 en inglés), pero en la España de Franco no fácilmente accesibles al común de los mortales. Naturalmente se atuvo a la inefable versión de Bolín de pocos años antes que había sido prologada, nada menos, por el señor ministro de Asuntos Exteriores Fernando María Castiella. Toda la complejidad internacional del período que antecedió a la sublevación militar española Salas la despachó en las tres primeras páginas. Comme il faut!

Al año siguiente, 1975, apareció en la University of Princeton Press la investigación de John F. Coverdale,  Italian Intervention in the Spanish Civil War. Estaba basada en un intenso análisis de los archivos italianos abiertos en la época. Fue, sin duda, la primera obra académica sobre el tema. Coverdale, que ya trabajaba de profesor en Princeton, dedicó los tres primeros capítulos a los antecedentes. El libro, emanado de su tesis de doctorado, expandió una tesina de licenciatura que había realizado en la Universidad de Navarra bajo la dirección de Vicente Cacho Viu y que continuóampliando en Wisconsin bajo la batuta de Stanley G. Payne. En Madrid consultó fondos del Servicio Histórico Militar. Para su época fue una obra rompedora. De señalar es que su reconstrucción de los antecedentes está hoy superada, pero el mensaje final quedó claro. Con toda buena fé, y en función de las fuentes consultadas, Coverdale remarcó que después del acuerdo de 1934, la Italia de Mussolini perdió interés por España. Tout est bien qui finit bien

Conviene tener esto en cuenta para comprender las alusiones a la República que el Sr. Abascal inmortalizó, para el futuro, en su intervención ante el Congreso de los Diputados el 14 de abril del corriente año. Es de esperar que no se borren del texto que aparezca en el Diario de Sesiones.

(continuará)