UNA PUGNA CONTRA LA DISTORSIÓN: INVESTIGANDO EL PASADO (XII)

29 junio, 2021 at 10:27 am

OTRA REPRESENTACIÓN, PERO DESFIGURADA

Ángel Viñas

Excepcionalmente, este post carece de introducción. Ha de verse como continuación del anterior que podría haber alcanzado unas dimensiones considerables. Sin embargo, no se trata de hacer aquí una valoración de la parte más sustantiva de la obra del señor general de División Don Rafael Dávila Álvarez referida a la campaña del Norte. Solo de señalar alguna de sus insuficiencias antes de ella. Dos son lamentables. 

En la tradición post-1937 Mola surge como “el verdadero y casi único impulsor del Alzamiento” (p. 72). Pero, ¿y Franco? ¿y Goded? ¿y los demás generales que participaron en la conspiración? ¿No ha leído nada al efecto? Lo más interesante de esta parte del libro es que el autor todavía no se ha enterado de cómo fue gestándose la del futuro Caudillo. Sorprende también que no se haya atrevido a basarse en los datos que ya figuraban en la primera “historia” de los antecedentes de la guerra del EMC del Ejército de Tierra que data de 1945. Él se limita al cubre-vergüenzas del SHM de 1968, mucho más discreto.  ¿Otras aportaciones? No.  Tampoco conecta los acuerdos con Mussolini el año anterior con la aparición de la UME. Al contrario, los banaliza hasta prácticamente negarles toda eficacia. No cabría afirmar que está al día en sus lecturas. 

Como supuesto alzatelón de la guerra no hay que perder de vista el capítulo 12: asesinato de Calvo Sotelo. En él no se dice absolutamente nada que no se haya escrito miles de veces, pero aporta una “fuente” reciente: un artículo delirante de un exalcalde de A Coruña (en ABC), con un documento absurdo, que califica de “importantísimo”. Hay que descubrirse, rendidos, ante tan ignorado historiador en un tema que  ha generado ríos de tinta y que, además, no fue el detonante de la sublevación.  

Obviamente no faltan en la obra las citas de un Largo Caballero con el cuchillo entre dientes. El general Dávila Álvarez sigue sin dar fuentes (a diferencia de lo que hace en alguna ocasión Andrés Trapiello aunque se las invente) y tampoco las contextualiza. Así que lo único que se me ocurre  pensar es que está plenamente al corriente en lo que se refiere a los refritos y distorsiones que vienen practicando en los últimos años los autores derechistas o parafranquistas más aguerridos. 

Lo realmente impactante de esta parte es la atención que dedica, salpicada de infundios, lecturas selectivas, contraverdades, errores y omisiones (en una mezcla propia de un alumno poco aventajado de segundo de grado) a los inicios de la intervención internacional. Es la retahila consabida de camelos que conviene mantener enhiestos en todo lo posible. También es un poco mi tema, así que me siento en la obligación de escribir, limpia y claramente, que no valen ni siquiera el papel en el que están escritos (página 113 y capítulo 22). 

Reconozco, con todo, UNA GRAN aportación. Yo no sabía (p. 122), y lo afirmo con toda humildad, que “con anterioridad al Alzamiento, Nicolás Franco Bahamonde (…) instaló una oficina comercial (sic) en Lisboa”. Según la costumbre el distinguido general tampoco da fuente, aunque aborda una cuestión de la máxima importancia. De aquí que reproduzca la cita en negritas. ¿Por qué lo haría Don Nicolás, oficial de Marina? ¿Con qué fines? ¿Con qué medios? ¿En qué contexto? Supongo que no fue para dedicarse a actividades de compra y venta de café brasileño como terminó haciendo su querido hermano al final de la guerra.

Entre las “perlas” que encuentro en esta parte no puedo resistirme al cosquilleo (o regocijo) que me produce leer a tan condecorado general afirmando, por ejemplo, con toda su autoridad que en Marsella el 24 de julio de 1936 “el vapor Ciudad de Cádiz fue cargado de armas y municiones para el gobierno de Madrid” (p. 129). Selecciono una sola barbaridad histórica de entre muchas otras simplemente porque es clásica. ¿La idea subyacente? Los malvados franceses (se sobreentiende que carcomidos hasta los tuétanos por su propio Frente Popular) suministraron inmediatamente armas al Gobierno de la República, que para él probablemente no era demasiado legítimo. Así, como “compensación”, nazis y fascistas (perdón, anticomunistas de pelo en pecho) lo hicieron a su vez con los futuros “nacionales” (los primeros envíos de tan solícitos camaradas no llegaron hasta después del 24: ergo, fueron la consecuencia de los anteriores).

El general Dávila Álvarez parece que hace, a veces, alguna que otra aportación sustantiva. Por ejemplo, en las pp. 141-145 reproduce un informe sobre elementos enviados a la Península en los casi tres años de guerra (las itálicas son mías). Figura al final del capítulo 23. Se titula NOTA DE LAS UNIDADES Y MATERIALES QUE HAN SIDO TRANSPORTADOS A ESPAÑA DURANTE LA CAMPAÑA. No quito ni pongo nada al título. Y, en efecto, se identifican las unidades de Infantería, Caballería, Artillería e Ingenieros con su impedimenta en equipamientos para la guerra, transmisiones, sanidad y vestuario. Se trata de una nota oficial “que la Junta de Defensa Nacional y que posteriormente el Ejército del Norte iba actualizando” (sic). Servidor entrecomilla lo que escribe el ilustre general sin detenerse en mucho análisis. Lo dice un documento y ya está. Cuestión zanjada.

¡Ay!. Se trata, sin embargo, de un documento no demasiado fiable.  Veamos por qué. La suma de hombres que en él figura asciende redondeando a 21.000. Se añaden 2.662 más para cubrir bajas. En total 23.662. En casi tres años. ¿Son muchos? ¿Son pocos?

El señor general no suele manejar mucho las relevantes monografías, extranjeras o españolas. Por eso desconoce que ya en 1989 (ha corrido mucha agua bajo los puentes del Manzanares) el historiador norteamericano Robert H. Whealey (incidentalmente, amigo mio)  publicó los resultados del “puente aéreo” que los nazis establecieron para trasladar a la Península a una parte sustancial del Ejército sublevado en Marruecos. Sus estimaciones ascendieron a unos 19.000 soldados. Que el general Dávila Álvarez (p. 134) se limite a decir que en 14 días Franco pudo, gracias a los “aviones de transporte puestos a su disposición por Alemania”, enviar tal número de soldados con todo el equipo, es una forma elegante de exagerar pour la bonne cause.  

Él prefiere concentrarse en el “convoy de la Victoria” que atravesó las turbulentas aguas del Estrecho con 2.500 hombres. Poca cosa, en verdad, en comparación con los que pasaron por el aire. Es decir, los nazi multiplicaron los del convoy por un factor de siete. Si el señor general hubiera ido a las fuentes que manejó Whealey se habría enterado de una cosa muy interesante: los nazis alternaron el transporte de los soldaditos con el de su impedimenta y municiones. No hubieran podido, a pesar de ser Übermenschen en acción, hacer mucho más. Me permitiré dar a conocimiento de los lectores algunos datos:

En los primeros veinte días los nazis transportaron 8 toneladas de equipamiento. En la semana del 17 al 23 de agosto 11 toneladas y media. En la siguiente, algo más de 35. Si pararon un pelín, fue por falta de combustible, pero en la primera semana de setiembre ya llevaron casi 37 toneladas; en la segunda alcanzaron un récord relativo de 46,8 y en la tercera  transportaron 39. En la cuarta y última el récord absoluto fue de 46,8. Servidor es un poco ingenuo, pero me parece que toda esta impedimenta trasladada por el aire, no en 14 días sino a lo largo de dos meses, tuvo que tener algún impacto en las operaciones de los generales Franco y Queipo de Llano. Cabe discutir acerca del grado de pericia y maestría con que  maniobraron. No tanto que las llevaron a cabo con un inmenso derramamiento de sangre frente a un ejército que andaba noqueado y contra grupos de campesinos que habían pasado de la azada y la guadaña al mosquetón (cuando lo tenían) sin solución de continuidad.

Si el señor general desea conocer algo más sobre los vuelos del puente aéreo hay buena información. Según los datos que me ha facilitado un amigo entre el 21 de julio y el 1º de octubre tuvo lugar un total de 1.359. De ellos 567 fueron españoles, 78 italianos y 714 alemanes. En los primeros se cuentan incluso los de personajes importantes (entre ellos Franco). ¿Y cómo se ha enterado mi amigo de esto? Muy sencillo: ha ido a los archivos en busca de EPRE. 

 ¿Y dónde se encuentran otros datos, los alemanes, también al alcance de cada hijo de vecino? En el Centro Documental sobre el Bombardeo de Gernika. Donde existe también documentación que en un próximo post me permitirá señalar como un todo señor general escribe,  según ha dicho algún pelota,  en plan de historiador superdotado, acerca de cómo ha abordado la destrucción de la villa foral. La fuente que menciono en este post está, desgraciadamente, en alemán pero no tengo la menor duda de que le será fácil que se la lean. O a lo mejor la lee él mismo.  ¿Su título? Unternehmen Feuerzauber. Más conocida que la “Tana”.

Pero, ¿qué significan los datos numéricos que anteceden? Con 19.000 hombres del puente aéreo más 2.500 del convoy de la victoria, el general Dávila Álvarez parece querer indicar que el grueso de las fuerzas disponibles del Ejército de Marruecos se transportó a la Península durante el período de vida de la autodenominada Junta de Defensa Nacional. Por consiguiente desde octubre de 1936 hasta el final de la guerra ¿del Protectorado solo habrían salido rumbo a la península exactamente 2.162 hombres (23.662-21.500).? Quizás unos pocos más, pero no muchos. ¿Es creíble? 

La respuesta es un rotundo NO. María Rosa de Madariaga escribió hace casi veinte años una monografía (Los moros que trajo Franco. La intervención de tropas coloniales en la guerra civil), que nuestro eminente general ignora. Recogió estimaciones que varían entre un mínimo de 62.271 hombres (Gárate Córdoba) y un máximo razonable de 80.000 (Francisco de Caveda, interventor de Asuntos Indígenas, y la propia Delegación de igual nombre). Con lo cual la intervención de fuerzas extranjeras al lado de Franco y de su “Ejército Nacional” ascendería, al menos, a la suma de esta cifra, más 19.000 alemanes más unos 49.000  italianos y más un máximo de 8.000 portugueses. Grosso modo, unos 150.000 como mínimo, de los cuales los marroquíes (de los tabores preexistentes más los reclutados) fueron sin duda tropas de choque, a lo largo de casi tres años de conflicto. ¿Qué cálculos hace el general Dávila Álvarez para el Ejército Popular de la República? Ruego al lector que lea más abajo. 

A mi me da la impresión que es imposible escribir algo sobre la guerra, en el Norte, en el Sur, en el Centro o en Levante, al Este o al Oeste,  desde el lado franquista, sin mencionar la ayuda extranjera que recibió. Nuestro eminente general lo hace, para los alemanes, en las págs. 135 a 137. Añade, con razón, que “hoy está fuera de toda duda que fue Hitler el que personalmente decidió la intervención, o ayuda, en España sin que hubiera una relación preliminar entre los conspiradores y el régimen alemán”. Es cierto. ¿Lo ha leído en alguno de los eminentes historiadores del SHM de antes de 1974? Porque fue en ese año cuando lo demostró un servidor. No lo hizo ningún historiador militar franquista. Luego he ido matizándolo, pero de eso el general Dávila Álvarez ya no habla. Menos aún lo hace de la ayuda italiana que los conspiradores contractualizaron con la dictadura fascista y respecto a la cual, por desgracia, nos ha dejado con la pregunta en los labios de si su señor abuelo llegó a enterarse. 

El general nos ofrece, en cambio,  un manjar de dioses. A saborear detenida y pausadamente. Retoma una noticia aparecida en un periódico francés de agosto de 1936 y en el año en que nos encontramos, 2021, la presenta como fruto de sus largos años de inmersión en los papeles de su antepasado: la génesis de las Brigadas Internacionales. Afirma: “tienen su origen en la reunión celebrada el 26 de julio en Praga por el Komintern y el Profintern” (p. 241). Lo leo y no me lo creo. Ha revitalizado hoy una añejísima trola anticomunista de la extrema derecha francesa del mes de agosto de 1936 y lo hace hoy para explicar la aparición de aviones nazi-fascistas en los cielos de España. ¡La reacción! ¡Nada más que una reacción!. Ya desde antes del “Alzamiento” la propaganda subversiva que alimentaba a quienes iban a sublevarse andaba diciendo que los comunistas preparaban una revolución a la que era menester adelantarse. Es, pues, del todo congruente que, raudos cual centellas en la noche, los malvados comunistas se apresuraran en poner en pie todo un ejército. Lo curioso es que en su bibliografía nuestro autor cita una de las obras que, con documentación primaria extraída de los archivos soviéticos, más ha contribuido a desmantelar ese clásico camelo. Me refiero al trabajo de Rémi Skoutelsky. En cambio, también menciona una charranadita de Martínez Bande de 1965. Son mundos aparte, pero el señor general de División ni lo advierte.

La trayectoria de las Brigadas no es asunto de su obra, pero no por ello se inhibe de esparcir dardos venenosos en las páginas 240-241. Con datos de un historiador militar de los años cincuenta, el coronel de EM Juan Priego López (del SHM), llega hasta la un tanto abultada cifra de 45.000 efectivos. [Hubo historiadores franquistas que hablaron hasta de cien mil]. Por lo común, en la actualidad las estimaciones se sitúan en torno a los 38.000 contando a los extranjeros que no estuvieron en las Brigadas. Los lectores tendrían que consultar otras obras y a otros autores y no al escasamente distinguido historiador José María Gironella, como fuente (p. 242). 

Así, pues, se demuestra de nuevo que la “representación” del pasado que tiene el general Dávila Álvarez es algo más que objetable porque no refleja mínimamente las ancladas en evidencias primarias de época, con perdón a los manes de Heródoto y Tucídides. 

(continuará)