UN EJEMPLO ILUSTRATIVO DE LA INVESTIGACIÓN HISTÓRICA: EL CASO DEL AGENTE DE MOLA Y FRANCO QUE FUE JUAN DE LA CIERVA (y II)

25 enero, 2022 at 8:30 am

Ángel Viñas

De entrada cabe señalar que, a pesar de que la parte transcrita en el post anterior de la hoja de servicios del teniente general Barroso es genuina, al situarse en el punto de vista del reflejo fiel de lo que hizo a partir del 18 de julio de 1936 no nos vale ni puede valernos. En ella lo que se afirma es que estalla el “glorioso Movimiento Nacional” (GMN), como solía llamárselo, y ¡zas! Barroso se precipita a unirse a él a través de Quiñones de León.

¿Qué implica esto? Un lector ingenuo podría pensar que Barroso ignoraba la conspiración en marcha pero que, al estallar la sublevación contra la malvada República, supo donde el deber lo llamaba. ¿Es creíble tal deducción? No. No lo es en absoluto. Entre otras por las siguientes razones:

  1. Quiñones de León había estado en la génesis de la conspiración monárquica contra la República prácticamente desde 1932, si no antes. Los servicios franceses le espiaban. La embajada republicana, también. Los diplomáticos republicanos contaba con un agente de policía en ella y, además, habían contratado los servicios de una agencia de detectives francesa. En mi libro ¿QUIÉN QUISO LA GUERRA CIVIL? he relatado algunos de los resultados de tal vigilancia. Tenía como principales objetivos al exrey Alfonso XIII, al propio Quiñones (exembajador en París de la Monarquía), al exteniente general Emilio Barrera (monárquico a machamartillo y personaje más audaz o animoso que lo prudente en un conspirador) y al futuro proto-mártir, el exdiputado José Calvo Sotelo. A medida que la fecha de la sublevación se acercase parece razonable pensar que la actividad de Quiñones habría ido in crescendo.
  2. En la embajada todos se conocían. Es más Barroso había hecho una gran parte de su carrera militar en conexión con los franceses. Mero comandante, había asistido durante dos años a los cursos de la Escuela Superior de Guerra francesa. No puedo imaginar que, ya como agregado, no estuviese en contacto oficial con el Deuxième Bureau (el servicio de información del Ejército de Tierra francés, cuyo agente principal en España formaba parte de su personal). Aunque Quiñones no apareciera por la representación diplomática republicana, me parece imposible que ni el embajador Juan Francisco de Cárdenas (monárquico de corazón) ni Barroso no tuvieran ningún contacto con él.
  3. En enero de 1936 Barroso fue a Londres con el general Franco. Este era entonces el jefe del Estado Mayor Central del Ejército de Tierra y, como tal, responsable último de la Sección Servicio Especial (SSE), el modesto equivalente hispano del Deuxième Bureau. Las informaciones de inteligencia procedentes del exterior pasaban por la mesa de Franco. Es decir, en temas que interesasen a la SSE la información que Barroso enviaba a Madrid llegaría a sus manos. Franco no ignoraba la conspiración. Otra cosa es que después lo disimulase o minimizase. Lo he descrito en mi libro EL GRAN ERROR DE LA REPÚBLICA. Cabría también especular si existía la necesidad imperiosa de que a Franco lo acompañase Barroso. En la embajada en la capital británica trabajaban también un agregado militar y un adjunto. ¿Seríamos tan ingenuos como para pensar que ni Franco ni Barroso cruzaron una palabra sobre la situación política española en víspera de las elecciones de febrero? ¿Para qué quería Franco llevar consigo a uno de los grandes expertos militares españoles en temas franceses?
  4. En 1937 los servicios de inteligencia republicanos compilaron un listado de nombres (desde generales a sargentos) que, con independencia de su situación en activo, retirados o jubilados, formaban parte de la Unión Militar Española (UME), la gran baza de los conspiradores monárquicos para impulsar la futura sedición de las Fuerzas Armadas. Franco la seguía también, a pesar de que luego se hizo el loco al respecto. Y, casualidad de las casualidades, Barroso estaba en ella, aunque con pocos datos (como comandante de E M disponible y solo como Barroso Sánchez). Esto podría significar que solo tenían datos de antes de ir a estudiar a la Escuela de Guerra francesa y supone que se le detraía el óbolo para financiar a la UME en el período anterior al estallido de la guerra civil.  Es decir, no se trataba de un agregado militar au-dessus de la mêlée y atento tan solo a sus labores profesionales. De lo que antecede se desprende lógicamente (aunque falte EPRE) que Barroso seguiría la conspiración y que cuando estalló el “Glorioso Movimiento Nacional” se apresuró a darse el bote. En París.
  5. Barroso contribuyó, junto con otros diplomáticos desafectos -empezando por Cárdenas y seguido por el ministro consejero, Cristóbal del Castillo- a agitar la prensa de derechas parisina (con la cual se habrían mantenido, imagino, los necesarios contactos previos) para echar a pique los esfuerzos del recién instaurado gobierno Giral por adquirir, en toda legalidad, las armas necesarias para combatir la sublevación. El barullo se ha descrito muchas veces. Para mí es de gran agrado anunciar que dentro de un mes saldrá a la calle el libro de un exalumno mío, Miguel I. Campos, ARMAS PARA LA REPÚBLICA, en el que se pasa en revista, con nueva documentación, el jaleo que se armó en París para evitar que el gobierno francés las vendiese al español.
  6. Por la hoja de servicios podemos intuir que los franceses no pusieron inmediatamente a Barroso de patitas en la frontera. De aquí que tuviera tiempo de recibir a un oscuro personaje que ya ha salido repetidas veces en mi blog, un rico norteamericano casado con una francesa supercarlista y supermonárquica (incluso para Francia). Se llamaba William H. Middleton. Este quiso convencer a Barroso de que se desplazara a Berlin a hablar con el consejero áulico de Hitler para asuntos británicos Joachim von Ribbentrop (no tardaría en nombrarlo embajador en Londres), Debía informarle de  que el golpe en España era lo que ya se  le había anticipado. Barroso no le hizo caso o, al menos, no hasta el punto de ir a Berlín en donde tenía entrada. Eso sí, se puso (¿de nuevo?) en contacto con Mola.
  7. En este trasfondo encaja perfectamente que el ya exagregado se desplazara al cabo de unos días a Amberes. ¿Por qué? Pues, simplemente, porque Barroso también tenía contactos en Bélgica, donde también se le conocía y él conocía a mucha gente porque también, en régimen de acreditación múltiple, era agregado militar de la embajada. En su hoja de servicios se relata que estuvo presente en años anteriores en varias maniobras del Ejército belga. Ahora bien, fue a Amberes con JUAN DE LA CIERVA. La hoja no dice cuándo tuvo lugar este viaje. No pudo ser cuando estalló el “pitote” en Francia, porque el ingeniero había ido, a instigación de Alfonso XIII, de Londres a Roma, donde coincidió con la conocida, y muy tergiversada, misión de Goicoechea y Sainz Rodríguez. Luego volvió a Londres. Fue entonces, en algún momento, cuando, siguiendo instrucciones de Quiñones de León (que a su vez ya había estado en contacto con Alfonso XIII), Barroso acompañó a de la Cierva después de haber estado algún tiempo en Francia cogiditos de la mano para, imagino, conseguir armas con destino a los sublevados. Se trata de un tema que, naturalmente, podría aclararse si se conservaran todos los papeles relevantes de los servicios de seguridad franceses. Resulta bastante difícil pensar que hubiesen dejado a Barroso que campara por sus anchas.
  8. El tiempo que de la Cierva y Barroso pasaron juntos en tales y otros menesteres no se deduce de la hoja de servicios, pero cabe pensar que debió de ser cuando menos un par de semanas. Las autoridades dieron 48 horas a Barroso para que saliera de Francia por una frontera que no fuese la española y él se trasladó de nuevo a Amberes a fin de tomar un barco con destino a Lisboa. Desde aquí fue a incorporarse al Cuartel General de Franco en Cáceres a principios de septiembre. En consecuencia, suponemos que la amable -o entrañable- camaradería entre ambos pudiera haber durado entre dos y tres semanas. Barroso estableció con Franco contacto telefónico o telegráfico, por paloma mensajera, por medio de algún propio o de alguna otra forma. No es, pues, de extrañar que de la Cierva contase más tarde a Mola que había obrado por cuenta de él y de Franco.

En lo que antecede he establecido algunas hipótesis. Son razonables y no chocan con la evidencia empírica. Se desprenden más bien, por deducción, de los datos para los cuales se dispone de algún asidero en forma de papel. Aunque su hoja de servicios hasta principios de los años cuarenta está escrita con el mismo tipo de letra, la razón es que hubo de rehacerse porque el original había desaparecido en el barullo del archivo del EM durante los años de la guerra civil. La explicación la ha encontrado Loreto Urraca en el AGMAV.

¿Qué cabría hacer ahora? Doy estas sugerencias a los responsables del Gobierno de la Región de Murcia. No pretendo cobrar nada. Actúo libre y, espero, generosamente.

  1. Tras haber malgastado dinero y otros recursos en financiar dos informe a sendos historiadores (uno de los cuales tuvo la amabilidad de enviarme el suyo, como ya he señalado en este mismo blog) quizá fuera interesante que aflojaran algo más las cuerdas del talego de denarios. A no ser que la retribución para conseguir que bien el segundo u otro especialista buscara y rebuscara las pistas que abre la hoja de servicios del teniente general Barroso. Es una vía que servidor no conocía y que a lo mejor él tampoco. Con ello quizá mejorase las posibilidades en su navegar en pos de su vellocino de oro: la prueba documental que muestre que el ingeniero Juan de la Cierva solo colaboró con los generales rebeldes en un rapto de temporal enajenación y que todo lo que servidor, y otros, hemos escrito son meras pamplinas.
  2. Item más, que ya subido Franco a la cima de su Everest particular el 1º de octubre de 1936, el ingeniero murciano se negara a seguir colaborando con él, por eso de haber dado un golpe de mano para hacerse cargo de las funciones de Jefe del Estado que correspondían al exrey.
  3. Y después, si logran demostrarlo, tienen mi bendición para maldecirme adecuadamente. Mientras tanto me permitirán que siga riéndome.

FIN