Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (V)

13 diciembre, 2022 at 8:30 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

La impresión que surge tras la lectura de las informaciones que he reproducido en entregas anteriores es que la supuesta decisión del Politburó del PCUS (no había otro: no se trataba de una decisión de la Comintern) se “construyó” a posteriori. Esta noción se acentúa porque tampoco encaja con el ulterior desarrollo de los hechos (materia prima de cualquier historiador que se precie). El programa de la coalición de Frente Popular no recogía muchos de los puntos que aparecían en el “documento” milagrosamente exhumado por el diligente autor ya identificado.

De todas maneras, es igualmente obvio que tampoco en febrero de 1936, a los pocos días de las elecciones y en espera de una segunda vuelta, se habría planteado en Moscú la “eliminación” de Alcalá-Zamora. No estaba en las manos de los dirigentes moscovitas otear el futuro español a la manera de un conjunto de Nostradamuses de los tiempos soviéticos.  En el momento del triunfo de la coalición de Frente Popular eran otros los problemas que en España se suscitaban de inmediato, aunque naturalmente muchos de sus integrantes estaban descontentos (con razón) con la actitud previa de Don Niceto que había metido la pata hasta el corvejón adelantando las elecciones y destruido las esperanzas y proyectos de un Gil Robles, más inteligente y sinuoso.

En todo caso los amables lectores comprenderán que el vocablo “eliminación” tiene siniestras connotaciones. Lo que surgió fue la deseabilidad de sustituir a Don Niceto por otra persona más acorde con las sensibilidades de la coalición que había ganado las elecciones. Esto ha dado origen a numerosas discusiones. El gobierno, de entrada, lo asumió Azaña (en el cual no se lució demasiado) y después de muchos conciliábulos se planteó la posibilidad de que pasara a la presidencia de la República. Azaña pensó que Prieto podría colocarse al frente del Ejecutivo. Que los soviéticos (que no pintaban nada en la alta política republicana) dibujasen en su gélido invierno moscovita tal escenario a los diez días de las elecciones de febrero es de auténtica carcajada.

Las medidas del Gobierno que surgió, un tanto inesperadamente tras la deserción inmediata del hasta entonces presidente del Consejo, Portela Valladares, se orientaron en otra dirección: proceder al cambio de destino de dos de los jefes militares de quienes las izquierdas no podían fiarse lo más mínimo. Los generales Franco y Goded. No fueron oprimidos. Simplemente se les trasladó a lugares donde siguieron conspirando (sin que las autoridades movieran un dedo). Al general Cabanellas, que había declarado el estado de guerra en la V Región Militar (cabeza en Zaragoza), no le pasó nada. Quizá lo protegieron los tan cacareados masones, pero allí se quedó y siguió conspirando.

Naturalmente hubo después otros movimientos, pero ¿qué jefes y oficiales fueron coaccionados y reprimidos? Son palabras mayores. El diligente autor de la preciada Universidad privada y católica parece ignorar que incluso Ricardo de la Cierva, mucho antes de 2011, había alumbrado a varios de los más importantes: se estaba desarrollando una conspiración en ciertos sectores del Ejército que -afirmó mendazmente- se había relanzado poco antes de las elecciones.

¿Y qué decir de las expropiaciones y nacionalizaciones de la propiedad, incluido el propio Banco de España? En primer lugar, el programa del Frente Popular se había constituido formalmente el 15 de enero de 1936. Se hizo público (es fácil encontrarlo en Internet en el ABC del día siguiente).  Lo han comentado numerosos historiadores. Muchos de los planteamientos más extremistas no se le habían incorporado. Que después de las elecciones el Politburó incidiera en, por ejemplo, la nacionalización de la banca hubiera sido incomprensible. Ni siquiera se hizo durante la guerra, cuando supuestamente la mano de Moscú se abatía sobre la desgraciada España. ¿Se cerraron por lo demás iglesias y casas religiosas en la primavera de 1936? Cuando hubo asaltos fue por motivos y exasperaciones bien documentados.

No hablemos de la independencia de Marruecos, la declaración de guerra a Portugal, la creación de la República Soviética Ibérica, etc, etc ¿Cómo fue posible publicar tan egregias estupideces en 2011? Por una razón muy sencilla: el tan distinguido catedrático de la Universidad privada madrileña absorbió glotonamente una leche nutricia pero que estaba envenenada de raiz. Es la misma leche que alimentó, en su momento, las fobias de la derecha más carpetovetónica y que acudió a las banderas golpistas en el verano de 1936.

Nuestro autor quiso probablemente reivindicar, contra centenares de títulos escritos y millares de documentos, la probidad, supuestamente impoluta, de quienes se situaron tras la sublevación. Es decir, salvar el honor -es un decir- de las partes del Ejército rebeldes, de Falange, de los carlistas, de los monárquicos, de la Iglesia (sobre todo, de la Iglesia), unidos contra una banda de “facinerosos” al frente del gobierno del Estado. Que eso tenga que ver algo con los hechos y con las pulsiones que aletearon detrás es algo que no le preocupa.

Es decir, se aplica la técnica del despropósito justificativo después de la sublevación desvirtuando esta de manera tal que la lista pudiera servir de “explicación” ex ante de la imperiosa necesidad de prevenir una “revolución prosoviética” ex post. Es la misma lógica que estuvo en la base del famoso Dictamen de 1938 de la comisión montada por el inefable abogado del Estado y ministro de la Gobernación, también cuñado de Franco, Ramón Serrano Suñer (otro embustero de armas tomar) sobre la ilegitimidad de los poderes actuantes en 18 de julio de 1936. No en vano figuraron en ella destacados conspiradores de los que prepararon el golpe de Estado. Algunos desde casi el comienzo de los años republicanos.

Como bazofia “histórica” los amables lectores admitirán que la supuesta decisión del Politburó de febrero de 1936 es difícil de superar. No es de extrañar, pues, que desde hace años numerosos historiadores y servidor vengamos sosteniendo que las pretensiones de la sedicente “historiografía” neofranquista con respecto al origen de la guerra civil no están respaldadas por evidencia documental solvente.

Tampoco crean, en ningún caso, que el tan ilustre catedrático (de una Universidad confesional) objeto de este sucinto comentario es un caso aislado. En este mismo blog he tenido ocasión de abordar las últimas producciones (de 2019 y 2021: no me acusarán de no estar al día) de dos incluso más ilustres generales -de Brigada y de División- que abordan la cuestión bajo las mismas, o parecidas, perspectivas: constitución -¡en Asturias!- del Ejército Rojo, sovietización de España, peligro existencial para la PATRIA.

Es como si no se hubiera escrito nada al respecto desde que los historiadores dejamos de pasar por una censura destinada a guardar las doctrinas intangibles de la dictadura. Quizá cuando salga mi próximo libro, tengan algún sobresalto adicional.

 ¡Ah! ¿Y Negrín? El tan denostado Negrín, a la derecha y a la izquierda, demonizado por los franquistas, los anarquistas, los conservadores, los “liberales” y los poumistas. No seré el único en 2023 en recuperar su memoria. Otros (entre ellos, por añadidura, algún extranjero) lo harán también. Con papeles. No con inventos en los que tan consumados son algunos políticos, comentaristas y periodistas del montón en las tierras de Dios que son ESPAÑAAAAA.

(continuará)