Los camelos políticos e históricos de hoy no son cosa nueva: tienen antecedentes directos en la publicística española (VI)

20 diciembre, 2022 at 8:31 am

ESTA SERIE ESTÁ DEDICADA A LA MEMORIA DEL PROFESOR RICARDO MIRALLES, CATEDRÁTICO DE HISTORIA DE LA UPV, EN EL RECUERDO Y CON MI ADMIRACIÓN

Ángel Viñas

Tras los anteriores posts una de las preguntas que se plantean es: ¿de dónde habrá extraído el autor en cuestión sus “pruebas” sobre los siniestros designios del Politburó y con ellos sobre el futuro de la desgraciada España, víctima de las izquierdas y, en particular, de los comunistas que pretendían “sovietizarla”? Aunque se cuida mucho de dar referencias concretas sí ofrece un comentario general. Entre sus “fuentes”, al final de la obra y adicionados de vibrantes comentarios, figuran varios libros. No hay una sola mención a archivos. Para ciertos historiadores, como por ejemplo algún distinguido profesor norteamericano, más jubilado en la Universidad que servidor, no existen. O teme acercarse a ellos, porque -como es sabido-  encierran serpientes venenosas que pueden dar al investigador algún susto, incluso letal.

Uno de los libros que en su “ensayito” bibliográfico sí menciona el distinguido catedrático de la universidad católica en cuestión es la obra en varios volúmenes de dos vicealmirantes, los hermanos Fernando y Salvador Moreno de Alborán y de Reyna. La publicaron fuera de toda editorial en 1998 (por razones que cabe deducir de lo que cuentan en el último tomo) sobre las operaciones navales en la guerra civil.  En el primero, pp. 76-77, se encuentra ya diez años antes de la “historia” que comentamos, una relación de los innobles y peligrosos designios del Politburó. ¡Oh, casualidad de las casualidades! Es muy parecida a la que ofreció a un público lector, en ocasiones estupefacto, nuestro estimable historiador de la universidad confesional que no deseo identificar, para no sacar los colores públicamente a sus rectores.

El autor en cuestión quizá la mencione para que no se le acuse de copión. Así, la ha ampliado un pelín y ennegrecido un poco más. Donde los ilustres marinos mencionaron el “derrocamiento” de Alcalá-Zamora él utilizó el término “eliminación”, algo potencialmente mucho más sugestivo. También varió el punto dos y “mejorado” lo que dichos autores (muy curtidos en los peligros de la mar) designaron como “empleo de medios de presión contra los oficiales del Ejército y la Armada”. El señor catedrático no dejó de recargar el punto tres que en la versión de los vicealmirantes simplemente decía: “Expropiación de propiedades rústicas” y también hizo lo mismo con el punto cuatro: “nacionalización de todos los bancos y empresas industriales”. Cuestión de dejar las cosas claras. Más claras.

Eso sí, aminoró otros, cuando los almirantes fueron más tajantes. Estos hablaron de “destrucción de las iglesias y conventos”; de “exterminación de la burguesía y eliminación de la prensa burguesa”; del “establecimiento de un régimen de terror”; de la “toma del poder por medios revolucionarios e instauración de un gobierno de Dictadura del Proletariado”. Es decir, un tenebroso panorama, que nuestro autor “dulcifica”. ¡Quizá porque es de todos sabido que quienes iban a sublevarse contaban con la ayuda del Señor!

Entre Pinto y Valdemoro quedan otras formulaciones: los marinos fueron un poco más prudentes al afirmar que los planes contenían el “reclutamiento de milicias armadas como medida previa a la constitución de los primeros núcleos del futuro Ejército Rojo” (también fueron más precisos que un general de división que en 2021 -es decir, el año pasado- lo dio ya por creado en la revuelta de Asturias). Claro, con la ayuda del Maligno, todo es posible. Incluso un anti-milagro.

Para el insigne catedrático, de la no mencionada universidad confesional, parece más importante lo que afirmó sobre Portugal. Los vicealmirantes lo dejaron simplemente en “guerra contra Portugal que sería absorbido en la “República Ibérica Soviética” “. El “desliz” del historiador no militar con respecto a Marruecos tampoco figura en la relación que estos hicieron. Ahí se nota, claro, la profundidad estratégica del pensamiento que, él personaje civil, atribuyó a los demonios, generalmente civiles, del Politburó aunque con la experiencia que habían extraído en su propia guerra civil y el desmantelamiento de la autocracia zarista.  No se pierdan Vds., amables lectores, los anexos I a VI del primer capítulo, y entonen sus gracias al Altísimo por haber salvado a la PATRIA de lo que los soviéticos y comunistas españoles intentaban.

Ahora bien, demostrada la copia (perdón, transferencia de conocimientos de unos a otro), ¿cuáles fueron las fuentes de los ilustres hombres del mar y por ende del admirable copiador? Dieron una que, sin duda, para la dictadura franquista era absolutamente irreprochable. Nada menos que “La paz española”, del general José Díaz de Villegas, Ed. Gráficas Uguina, Editora Nacional, Paseo de la Castellana, 40, Madrid, 1964.  (En AbeBooks puede encontrarse, a un precio módico en dólares, bajo el título La paz española, su conquista y su defensa. De la guerra en la paz a la paz en la guerra). No la he adquirido pero me sorprendería mucho que en las andanzas de tal autor por los campos nevados de la URSS durante la campaña con la Wehrmacht en la División Azul hubiera podido conseguir una copia de tan preciado documento. Como es notorio, el Ejército nazi se quedó traspuesto antes de llegar a Moscú, que es donde se reunía el Politburó.

Servidor quedó sobrecogido por la emoción. No archivos moscovitas. No informaciones de los servicios de inteligencia nazi-fascistas o, en el peor de los casos, de algún espía del Vaticano en el Kremlin. (Por cierto, la fecha de la supuesta reunión del Politburó que ofrece tan notable general, geógrafo e historiador, difiere en un día de la que da el copista: habría sido el 27 de febrero de 1936 y no el 28. Un desliz lo tiene cualquiera, también quien esto escribe). Pero ¿cuál es la consecuencia que cabe extraer de tales transferencias? Simplemente que la supuesta decisión se la inventaron todos.

No con referencia a dudosas fuentes patrias, sino al inevitable Krivitsky (y, para más inri, en la bastardeada edición española de 1945), todavía hoy, hace un mes, un historiador español ha publicado un articulito según el cual el propio Stalin, lógicamente, habría dado las orden de “introducir en la zona republicana una red de policía secreta soviética”. Que el autor en cuestión cite, en el mismo artículo, el trabajo de base de Volodarsky (que tuve el honor de prologar) y que cifra tales efectivos en poco más de una quincena no le parece la menor incongruencia.

En la dura realidad, y no en etéreas elucubraciones sin base, lo que cabe documentar con evidencias de archivos españoles e italianos que he precisado siempre en mis libros (para que cualquier hijo de vecino pueda contrastarlas, también el general de división que nos ha dejado patidifusos con su obra de 2021, ya comentada algo en este blog) es que:

-El golpe de Estado lo quisieron varios sectores de las derechas más encarnizadamente antirrepublicanas: en primer lugar y ante todo los monárquicos y los carlistas. Y lo anhelaron desde antes de agosto de 1932.

-Fracasados y escarmentados, persistieron y persistieron. Lo hicieron para restablecer la monarquía, si bien con un tinte particular adaptado a la ayuda que buscaron en Mussolini y que reiteraron desde 1932 hasta junio de 1936. Con éxito total. ¡Fíjense los amables lectores! No decisiones moscovitas, sino decisiones que se buscaron en la Roma inmortal, cabeza del Impero fascista.

-Para justificar la sublevación se excitó a las masas populares y se organizaron atentados que obraron en el mismo sentido. Al tiempo acentuaron la propaganda antirrepublicana. Fue pública (por ejemplo, en las inmortales páginas de ABC, de La Nación y de Acción Española, aunque también en El Debate y periódicos provinciales subsidiarios). Hubo otra no pública pero más pedestre aún y más antibolchevique, si cabe, en el seno del Ejército.

-Ya antes, uno de los conspiradores, Don Antonio Goicoechea, confirmó a Mussolini en octubre de 1935 que, si las izquierdas volvían al poder, aunque fuese por medio de elecciones, ellos y un sector de los uniformados (manipulados por la Unión Militar Española) se sublevarían. Y se sublevaron. Los caballeros españoles de derechas siempre mantenían su palabra.

-Sin embargo, la guerra civil como tal fue el resultado de la incapacidad de los golpistas por hacerse de inmediato con el poder (posibilidad que ya previeron algunos); por el apoyo inmediato que recibieron de las potencias del futuro Eje (la nueva incorporación fue la Alemania nazi) y el factualmente objetivo, que significó la política de no intervención establecida a instancias de las democracias occidentales. A ello añadiré la masiva incorporación de los cuerpos de oficiales, jefes y generales, que en buena medida dejaron en cuadro la capacidad de resistencia gubernamental. Sobre este tema ya existía además una abundante literatura que, por eso de lo que son las cosas, no suele mencionarse. Descuellan los cálculos y apreciaciones de Carlos Engel.

En consecuencia,

-La guerra pudo continuar gracias a la movilización popular, al no hundimiento total del gobierno y, singularmente, al apoyo soviético desde principios de octubre de 1936.

-El tan decantado estallido revolucionario en la zona republicana fue resultado, en gran medida, de la pérdida de autoridad del gobierno y del surgimiento de poderes paralelos o, a veces, alternativos. Muchos de ellos soliviantados, entre otros factores, por las noticias de los tajos sangrientos que los sublevados aplicaron desde el primer momento en el cuerpo social en las zonas en donde triunfó la rebelión; por la exasperación ante el peligro que corrían las reformas de la primavera de 1936; por la rápida marcha de los sublevados y por los ajustes de cuentas contra los traidores a la legalidad republicana.  Añádanse ilusiones sobre la creación de un nuevo orden revolucionario (no estalinista, quizá anarcosindicalista) y el efecto de odios si no ancestrales sí nutridos durante años y años de luchas proletarias.

-Costó más de medio año que las endebles estructuras gubernamentales puestas en pie tras la sublevación pudieran dominar la sangría acaecida en la zona leal a la República y reencauzar la represión por cauces reglados. No en copia de los que para entonces habían proliferado en la zona sublevada en donde el teniente coronel Felipe Acedo Colunga iba recogiendo experiencias para la imprescindible represión del futuro, tras la VICTORIA.

En contraposición, la historiografía franquista o pro-franquista ha difuminado en todo lo posible la preferencia de Franco por una guerra larga. Esta le sirvió para “limpiar” la retaguardia, a veces en contra de los consejos de sus asesores nazi-fascistas. También para promover la adhesión a su persona como líder invencible e impávido entre las cohortes más jóvenes de sus oficiales y jefes. Desde el primer momento conceptualizó la guerra como de “liberación” (¿de qué?: del liberalismo, socialismo, comunismo, anarquismo, de la masonería, de los librepensadores y de todo lo que oliera a moderno y no a la Santa Inquisición o al, como nutriente, nazifascismo arrollador). Aceptó con gusto y regusto el de “Cruzada”, de rancio sabor y olor cristianos y medievales. Y la Iglesia (todavía trentina y por todavía muchos años) le abrió sus brazos y sus palios y lo cubrió de incienso en sus templos y de alabanzas a través de su amplia red de publicaciones.  

Las características señaladas, entre otras posibles, de la contienda (en la que, como ha documentado Ferran Gallego, se desarrolló la vertiente específicamente española del fascismo) discurrieron en paralelo a su correlato ineludible: una represión organizada por medio de todos los poderes del Estado. A la mayor Gloria del Señor, como murmurarían los altos prelados.  ¡Había que salvar España!

Y de los malvados bolcheviques, ¿qué? Aparte de Volodarsky, Rybalkin, Schauff y Kowalsky (ya traducidos al español) y un servidor, mi próximo libro aportará nuevos datos, como siempre basados en EPRE pura y dura. Opuesta a lo que todavía siguen perorando ilustres historiadores de lengua inglesa. No hay historia definitiva.

(continuará)