TODO MAESTRILLO TIENE SU LIBRILLO (Sobre investigación en historia contemporánea, I)

8 septiembre, 2015 at 8:30 am

Vuelvo a este blog después de las vacaciones de agosto. Más cansado que cuando las tomé. En el pasado mes he pasado por una experiencia investigadora que no es nueva para mí pero que me sorprende una y otra vez. Está relacionada con la forma de abordar los retos de la investigación en historia contemporánea. Para mí esta última no es como figura en los libros de texto españoles. Es la que arranca en los años treinta, con el declive de la dictadura de Primo de Rivera y la instauración de la República, y prosigue hasta, por lo menos, el comienzo de la transición hacia la democracia.

1024px-LOC_Main_Reading_Room_HighsmithEste es, por supuesto, un punto de vista discutible aunque con numerosos apoyos en la historiografía. En otros países podría datarse la contemporaneidad a partir de la segunda guerra mundial y, crecientemente, de la postguerra.

En todo caso los retos para los investigadores son similares si de lo que se trata es, como argumentaré en este y otros posts, de abrir brecha en historia, es decir, en el conocimiento de la acción humana en el pasado. Su reflejo o lo que queda de ella son, al fin y al cabo, el material con el que siempre se ha escrito historia. Hay otras interpretaciones pero a ellas no me referiré.

Naturalmente no todos los historiadores abren brecha. Muchos ni lo intentan. Se limitan a transmitir conocimientos adquiridos. Es una actividad honrosa. No todo el mundo está obligado a investigar.

Sin embargo si las ciencias avanzan siguiendo ciertas pautas metodológicas, esto es también hasta cierto punto el caso en historia contemporánea. Lo que las une es la necesidad de basar la argumentación no en prejuicios, creencias, mitos o valores sino en analizar críticamente la evidencia. Ni en unas ni en otras toda la evidencia posible es conocida en un momento determinado.

En el caso que aquí nos ocupa esta evidencia es potencialmente amplísima. ¿Cómo poner límites a la acción o interacción humanas? Sin embargo cabe acortarla en función de las necesidades u objetivos del investigador. No se necesita la misma evidencia para escribir historia social, o de género, o de la comunicación, o de las ideas, o política, o militar o internacional. El fin determina, hasta cierto punto, los medios.

La evidencia, sea la que sea, no está dada. Hay que descubrirla. Existen procedimientos metodológicos muy afinados para llegar a ella. A veces dan resultado, a veces no. A veces el investigador tiene suerte, a veces no. En cualquier caso, mi tesis es que para hacer avanzar el conocimiento son necesarios, al menos, dos enfoques: o bien se encuentra nueva evidencia o bien se aplican nuevos ángulos de análisis a evidencia ya disponible. Ambos son, por lo demás, perfectamente complementarios.

¿Un ejemplo? La nueva historia de la segunda guerra mundial de Andrew Roberts. Este autor ha hecho un uso masivo, pero selectivo, de la bibliografía disponible pero lo ha aderezado con incursiones, muy significativas o menos según los casos, en evidencia primaria, a veces ya muy utilizada por otros y a veces no tanto.

El equilibrio entre fuentes primarias y secundarias depende también del objeto de la investigación. En algunos casos han de predominar aquéllas. En otros, estas últimas. Pero lo que me atrevo a afirmar con carácter general es que nunca deben equipararse la divulgación (aunque sea de altura) y las aperturas de brechas. En mi modesta opinión, son estas las que conducen a un avance genuino del conocimiento.

Lo que antecede son generalidades. ¿Cómo llegar al caso concreto? Todo el que haya escrito una tesis doctoral o un libro innovador es consciente de que sin nueva evidencia no hay progreso. Este puede ser micrométrico o no pero el historiador, que no nace sino que se hace, se enfrenta tarde o temprano con dicho reto.

Quien esto escribe entró por primera vez en un archivo en marzo de 1971. No se me olvida porque coincidió más o menos con esa fecha en la vida de un ser humano en la que se pasa de los veinte a los treinta años. Hasta entonces había leído mucho sobre historia. Incluso había preparado un estudio, por sugerencia del profesor Enrique Fuentes Quintana, sobre la financiación alemana de la guerra civil. Me inicié en 1970 en la Biblioteca del Congreso en Washington que no carecía, ni carece, de libros que rozaban el tema. El resultado lo guardo como oro en paño pero desde el primer momento me dejó insatisfecho. ¡No aportaba nada nuevo! Obviamente me había enfrentado con lo que otros autores habían escrito. A veces los había criticado por falta de rigor o por llegar a conclusiones aventuradas. A veces había tenido que someterme a sus resultados.

En aquella época Fuentes Quintana (posteriormente vicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Economía con Adolfo Suárez) perseguía un objetivo muy modesto: publicar un número extraordinario de la revista HACIENDA PÚBLICA ESPAÑOLA sobre la economía de la guerra civil, algo totalmente desconocido en el año de gracia de 1970.

De Washington me habían destinado a Bonn y sugerí a Don Enrique que la única forma de decir algo nuevo consistía en ir a los archivos. Me apoyó financiera y administrativamente y allí, en el período 1971-1973, aprendí sobre el tajo, empíricamente, by trial and error, cómo podía avanzarse en el conocimiento de un tema que hasta entonces solo se había tratado de manera superficial y marginal.

La metodología que fui identificando me sirvió entonces y sigue sirviéndome hoy. La apliqué a mi primer libro (La Alemania nazi y el 18 de julio, publicado en 1974) y la he continuado hasta el último (a punto de salir en el momento en que aparece este post).

Dos jóvenes doctorandos en la Facultad de Geografía e Historia de la UCM, David Jorge y Miguel Íñiguez, la han aplicado en sus tesis y obtenido resultados que han hecho avanzar el nivel de nuestro conocimiento sobre los temas a los que las han dedicado.

Probablemente no dirá nada a los colegas experimentados. Tal vez diga algo a quienes quieren ser historiadores en el futuro. ¿Por qué no habría de dar resultados también para ellos?

Por supuesto no me hago la ilusión de haber descubierto la pólvora. De seguir el dicho tradicional que da título a este post, otros autores habrán aplicado o aplicarán su propio librillo. Por lo demás, enseñar a investigar no es algo que, en mi limitada experiencia, se haga con mucha frecuencia en la Universidad y, desde luego, conozco a mucha gente que no lo hace. No a todo el mundo le interesa.

¿Aburriré a los lectores si presento a la hora de reanudar este blog, y cuyo fin es el deseo de pasar en revista mitos que salpican la historia contemporánea, la forma en que he venido trabajando desde aquel mes de marzo de 1971?