TODO MAESTRILLO TIENE SU LIBRILLO (Sobre investigación en historia contemporánea, y III)

22 septiembre, 2015 at 8:30 am

Arrojarse inmediatamente a una primera redacción, como señalé la semana pasada, puede parecer suicida. Cualquier procedimiento ortodoxo lo desaconsejaría. El investigador debe familiarizarse, se afirma habitualmente, con el «estado de la cuestión». Debe saber primero lo que otros autores hayan escrito. A partir de ahí podrá empezar a ir construyendo su propio relato. No es lo que yo hago.

articles-8000_imagen_05Me di cuenta de que probablemente lo que antecede no sería un procedimiento adecuado en 1971/72.

1. Cuando entré en los archivos del Auswärtiges Amt en Bonn para indagar sobre la financiación nazi de la guerra civil española dominaba la segunda obra del profesor Manfred Merkes, aparecida en 1969. Un excelente libro sobre la intervención nazi en general. No se ha traducido. Merkes era, además, docente en la Universidad de aquella pequeña ciudad en Alemania (John Le Carré dixit). En mi ingenuidad e ignorancia pensé que si iba a hablar con él, dado su dominio del tema podría tal vez influir en mi propia investigación

2. Sin embargo, por mi todavía limitada experiencia funcionarial, yo había aprendido algo del funcionamiento de la administración y de sus procedimientos burocráticos, más o menos racionales. Preferí, pues, aplicar mi «sabiduría» de incipiente burócrata a la interpretación de la evidencia documental que iba amasando. En la tradición continental europea los trámites burocráticos de muchos países se parecen. Ciertamente era el caso de Alemania, Francia y España.

Así, pues, no hablé con Merkes. Muchos años más tarde, en una cena en Madrid en la residencia del embajador alemán con Habermas, ambos nos reímos del episodio. Para entonces ya estaba convencido del valor de mi enfoque. Por una razón.

3. Si se empieza a escribir sobre la base de evidencia primaria, con excepción de cualquier otra, el razonamiento sigue un curso determinado, no contaminado por lo que otros investigadores hayan escrito. Es más, si la masa de documentación es muy amplia y procede de diversos archivos es muy probable que, quizá, tampoco haya sido utilizada por historiadores precedentes. En cualquier caso, lo más normal es que la lectura que de ella se haga sea diferente. Esta etapa, fundamental, no debe liquidarse a la ligera. Lleva su tiempo y es susceptible de atravesar por diversas versiones.

En todo caso lo que surgirá de ese primer borrador, imperfecto, malejo incluso, es un boceto de cañamás sobre el cual habrá que bordar sucesivas capas de informaciones. Estas resultan, inevitablemente, de las lagunas del primer esbozo. Por muy extensa que sea la documentación consultada es evidente que, salvo casos muy contados, el investigador advertirá lagunas. Desgraciadamente no todo el pasado se refleja en lo que que se ha conservado en los archivos, por numerosos que estos sean. Además, algún otro autor habrá escrito sobre el tema o un tema conexo.

Es el momento de cambiar de tercio.

4. Si hasta ahora el método seguido ha sido esencialmente de naturaleza inductiva en la siguiente fase hay que aplicar sistemáticamente un enfoque iterativo. Es decir, enriquecer el boceto cruzándolo con la literatura secundaria para cerrar las lagunas advertidas o para recontextualizar informaciones suministradas por otros autores que no hayan consultado la misma documentación, lo hayan hecho imperfectamente o mal. Que de todo hay en la Viña del Señor.

La iteración debe repetirse tantas veces como sea necesario. Cumple dos funciones. La primera de complemento del esbozo de relato (la densificación del cañamazo) y la segunda de pasar por el ácido test del análisis las versiones de otros autores.

5. Estos pueden ser historiadores de buena fe (que es lo que ocurre en la mayoría de los casos) pero también los hay tergiversadores, manipuladores, mentirosos y tramposos. No porque sean técnicamente malos sino porque escriben en función de concepciones apriorísticas, prejuicios u otras motivaciones espúreas. Como un pequeño residuo de la aplicación de mi «librillo», ello permite fácilmente desenmascarar ese tipo de comportamientos. Yo no critico nunca por criticar. Lo hago cuando es necesario porque las tesis de un autor, insuficientemente sustentadas, se oponen a la base documental que he localizado.

Dos ejemplos: la conocida caracterización como «extravagante» de la decisión republicana en septiembre de 1936 de enviar a Moscú tres cuartas partes de las reservas del Banco de España. O la conocida aversión de algunos autores a no reconocer que la banca anglosajona y francesa saboteó a sabiendas las transferencias internacionales de divisas para que la República pudiera adquirir armas en el extranjero. Hay incluso un autor, que no mencionaré, que sigue empeñado en extender un certificado de virginidad al Midland Bank londinense.

6. Pero, en general, es necesario denunciar el engaño y la manipulación. Los lectores de este blog lo verán ejemplificado en una publicación digital que he coordinado y sobre la que me permitiré insistir en cuanto esté disponible en línea. También aceptar que uno puede haberse equivocado. La peculiar combinación de inducción e iteración es tal que siempre puede ocurrir, y de hecho ocurre, que la base documental de la cual he partido no sea lo suficientemente amplia. Otros pueden haber hecho más descubrimientos. En ese caso, no hay más remedio que examinar críticamente las nuevas aportaciones y ver si pasan por el ácido test de la contrastación y de la contextualización.

De lo mucho que he escrito hay cosas que hoy, tras el descubrimiento de nueva evidencia primaria complementaria, modificaría. En ocasiones para rectificar. En otras, para reafirmar lo escrito.

Un ejemplo: el todavía muy oscuro funcionamiento de la trama civil que amparó la preparación de la sublevación militar de 1936. He descubierto alguna documentación complementaria que me lleva no solo a reiterarme en mis tesis sino a fortalecerlas. Todavía no sé cómo sacarla a la luz, debidamente contextualizada.

8. Lo que queda es revisar, revisar, revisar. Iterar, inducir, iterar. Con ello no se llega a una obra perfecta. NO EXISTEN. Tampoco a escribir un texto definitivo. TAMPOCO EXISTEN. Pero sí el consuelo de haber hecho progresar, siquiera mínima y momentáneamente, el caudal de conocimientos que, por definición, son siempre inseguros, revisables, contingentes. Como la vida misma.

No sé si con ello habré conseguido explicar mi «librillo». Sin duda, insisto, hay otros. Pero el que he seguido desde 1971 me ha permitido desmontar algunos mitos consolidados en la historiografía. Ni que decir tiene que también me ha permitido reflexionar sobre la naturaleza humana y, por ende, sobre el gremio de historiadores. En lo que se refiere a la historia contemporánea española el pasado no siempre fue como se nos ha contado y algunos todavía nos cuentan. Todavía hoy subsiste lo que he denominado un «pasado de plastilina», moldeable a gusto del consumidor.