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Contactos interesantes en las catacumbas del franquismo

21 enero, 2014 at 10:12 am

Me cuenta un amable lector, a quien mucho agradezco la noticia, que está estudiando afanosamente las gestiones carlistas para conseguir armamento en el extranjero de cara a la sublevación militar de julio de 1936. No puedo sino felicitarle y le deseo de todo corazón que rellene un hueco sensible en la literatura. Todo hace pensar que el “Glorioso Movimiento Nacional”, como se le denominó durante decenios, fue menos “nacional” de lo que se ha pensado y sigue diciendo la historiografía parafranquista. El apaño de material de guerra italiano moderno en grandes cantidades, gracias a los contratos de suministros firmados el 1º de julio de 1936 por Pedro Sainz Rodríguez, ha rasgado la cortina de humo con que se envolvieron las conexiones internacionales de  los preparativos de la sublevación y, eventualmente, de una guerra civil pura y dura.

En mi último libro identifiqué, gracias a la benevolencia de un historiador de Durango, Jon Irazábal Aguirre, un documento que hace pensar que los carlistas también trataron de obtener armamento del Tercer Reich. En puridad, no es de extrañar porque ya el general Sanjurjo y el coronel Beigbeder visitaron Berlín, no precisamente para darse un garbeo, en marzo de aquel año. Nunca se ha encontrado, sin embargo, el menor rastro de que los nazis les hicieran caso. Y un envío de 300 ametralladoras, que negociaron los carlistas, no llegó a España antes de la sublevación. En cualquier caso, se trataba de un aporte minúsculo.

El 24 de julio el comandante Antonio Barroso, agregado militar en París y que ya había hecho causa común con los sublevados, visitó a un norteamericano rico, William Taylor Middleton, en su casa de la isla de Saint Louis, y le pidió que fuese a Berlín urgentemente a hablar con Joachim von Ribbentrop para recabar “la ayuda prometida”. Son palabras mayores. ¿Quién habría llegado a von Ribbentrop, consejero aúlico de Hitler en ciertos temas de relaciones exteriores y que jugaba a ser personaje imprescindible en el Tercer Reich? Poco después Hitler le nombró embajador en Londres, una elección desafortunada.

Middleton era un personaje de carácter un tanto turbio pero bien conectado en París. Estaba casado con una divorciada francesa que coqueteaba con la extrema derecha. En la guerra civil hizo alguna que otra gestión a favor de los sublevados y al terminar regaló a los carlistas varias banderas suyas del XIX. Recibió unas cuantas condecoraciones españolas de importancia menor.

Ahora, preparando un nuevo libro, me he encontrado con un despacho de la embajada británica en Lisboa. Está fechado el 30 de octubre de 1940. En él se dan cuenta de nuevas gestiones de Middleton en relación con un crédito que la dictadura estaba negociando muy en secreto con el Crédit Suisse. Que sepamos, no llegó a nada. Middleton probablemente intervino como mediador (algo que hizo con otras operaciones en la guerra civil) porque contó a los británicos que llevaba un mensaje de Pedro Gamero del Castillo a través de un periodista, Juan José Pradera. Gamero era entonces vicesecretario general del Movimiento y hombre muy próximo a Serrano Suñer, recién nombrado ministro de Asuntos Exteriores.

Middleton ofreció información,  completamente desenfocada,  de la mitificada reunión de Hendaya. Se la había chismorreado el periodista, hijo de Víctor Pradera. Fue consejero nacional del Movimiento por designación directa de Franco, amigo de Serrano y director más que discutido del diario YA (Franco le acogió, cuando le echaron, en las apretadas filas de los embajadores políticos sin espina dorsal).

El despacho no explicó las razones por las cuales Pradera había contado a Middleton ciertas interioridades de la política española. El hecho es que Pradera le reveló la intención falangista de expandir su imperio por la Administración, hacerse con las carteras de Hacienda y Obras Públicas (en manos de dos técnicos conservadores, José Larraz y Alfonso Peña Boeuf) y recuperar  Agricultura (donde había estado Raimundo Fernández Cuesta). De ser cierto, traduciría la ambición falangista de someter a sus absurdos postulados toda la economía española  ya que el coordinador sería el nuevo ministro de Industria y Comercio Demetrio Carceller, entonces un falangista connotado. Los planes de expansión eran, por lo demás, un secreto a voces, porque también se había hecho eco de ellos la embajada italiana en Madrid.

No es que, bajo el mando del inmarcesible Caudillo, la economía estuviera en buenas manos pero siempre hubieran podido ocurrir cosas peores, algo que se atisba en las memorias que dejó Larraz.

Lo que es interesante de este episodio es, obviamente, que Middleton siguió brujuleando entre carlistas y falangistas, en aguas muy movidas en la época, y que había hecho méritos suficientes durante la guerra civil como para que unos y otros le hicieran confidencias.  Naturalmente, lo que Middleton chismorreó sobre la reunión de Hendaya no debió contribuir a aumentar su prestigio ante los británicos, quienes ya contaban con información bastante aproximada sobre lo que había pasado y lo que no había pasado. El resultado es que redoblaron sus esfuerzos en una vía que no iba a gustar nada a Franco y a Serrano Suñer. Pero eso es otra historia.

Lamentablemente no sé si Middleton llegó a escribir sus memorias.

 

Hay que releer el 18 de Julio

15 enero, 2014 at 11:35 am

Angel Viñas*

En la fiesta exultante de la dictadura franquista se celebraba la renovación de España y su salvación de los horrores de la revolución. Fue el símbolo del esfuerzo por superar los males de una República supuestamente dogmática, excluyente, dominada por la izquierda y proclive a las salvajadas que no quiso contener el Frente Popular. Terminó con el vil asesinato (en su momento se afirmó que con la connivencia del Gobierno) de José Calvo Sotelo, jefe de Renovación Española y líder del Bloque Nacional. El protomártir.

De todo ello apenas si ha quedado algo. Se ha analizado la interacción entre los círculos civiles de la conspiración (¿no dijeron los historiadores franquistas que se trató de un “movimiento cívico-militar, cosa que ahora ya parece que olvidan algunos?) y el encrespamiento dialéctico de la situación política. Se han escudriñado el número y significado de las víctimas de la violencia. Se han buscado vanamente los preparativos para una revolución de las izquierdas. Se ha contrapuesto la retórica de las derechas (destinada a justificar una sublevación que empezó a prepararse tras las elecciones de febrero de 1936) y el comportamiento real de las fuerzas políticas y sociales representadas en el Gobierno. El de Largo Caballero ha sido objeto de una biografía magistral del lamentado Julio Aróstegui. Finalmente, se han descubierto los contratos que para el suministro de material de guerra moderno firmó con los italianos uno de los allegados a Calvo Sotelo, Pedro Sainz Rodríguez, el 1º de julio de 1936. Pero ya se han levantado voces que, naturalmente, reducen su significación.

Esta es clara según los inefables criterios que el diario ABC expuso el 11 de enero de 1936 en un editorial. Lo tituló Alta traición y suponemos que representaba la opinión de su propietario, el marqués de Luca de Tena, mezclado hasta el tuétano en la posterior conspiración. Alta traición implicaba contribuir a que la Patria cayera en manos extranjeras, aliarse con Poderes foráneos, aceptar dinero y jefes de allende las fronteras. En resumen, “hacer pachas” con ¡Moscú!.

En “prueba” se acudió a la mejor propaganda nazi, orquestada por el maestro Goebbels, y se ampararon planes conspirativos “soviéticos” como los que desmontó Southworth. O escribieron otros adicionales para dárselos a los británicos mientras Calvo Sotelo  tronaba en las Cortes contra la “anarquía”.

Los autores franquistas y neoconservadores (cuando no neofranquistas) nunca repararon en que, gracias al dinero girado en marzo de 1936 a los conspiradores monárquicos por Juan March desde el extranjero, podían dar comienzo las negociaciones con los fascistas. O que Sainz Rodríguez ya se rodeaba de asesores militares. O que en el núcleo de la conspiración en Madrid figuraba un frecuente viajero a Roma, el general Alfredo Kindelán, experto en temas de aviación, que era el tipo de material que necesitaba Mola. Por desgracia se le olvidó citar el material italiano en sus famosas instrucciones. Omisión “probatoria” de su insignificancia aunque al redactar las últimas todavía no habían concluído las negociaciones en Roma y temía que alguna hubiese caído en manos del Gobierno.

Mientras tanto, tampoco otros monárquicos se habían parado en rositas. Nadie menos que Sanjurjo visitó Berlín en marzo de 1936. No para tomar el té de las cinco en el Hotel Adlon. El viaje, coincidente con la remilitarización de Renania, nunca pareció que diera muchos resultados. Hasta ahora.

Gracias a unos documentos que me ha proporcionado amablemente el historiador durangués Jon Irazabal Agirre sabemos que el 24 de julio de 1936 un millonario norteamericano hasta hoy desconocido, William Taylor Middleton, recibió la visita en su casa parisina, en el Quai d´Orléans, detrás de Notre Dame, del comandante Antonio Barroso. Este agregado militar acababa de pasarse a los sublevados y denunciado a la prensa derechista francesa la petición de armas hecha el 19 por el presidente Giral. Barroso pidió a Middleton que, dada la labilidad de la situación militar, convenía que se dirigiera inmediatamente a Alemania para hablar con Joachim von Ribbentrop, entonces consejero aúlico de asuntos exteriores de Hitler, y le recordase el envío de la “ayuda prometida”.

Middleton era un personaje poco recomendable. Tenía, sin embargo, una cualidad inestimable. El y la madre de Baldur von Schirach, jefe de las Juventudes hitlerianas, compartían un antepasado común, signatario de la declaración de Independencia de Estados Unidos. Cabe pensar  que en alguno de sus viajes a Berlín, Middleton, casado con una dama francesa aun más reaccionaria que él, pudo a través de su lejana pariente conocer a von Ribbentrop.

Está por determinar a quién se prometió la ayuda nazi. Mola no pudo ignorar el viaje de Sanjurjo, de la misma forma que tampoco pudo desconocer –dados sus frecuentes contactos con Juan March en Biarritz y los que mantenía con el círculo en torno a Kindelán- la negociación con los italianos, lubricada por el dinero del banquero.

En ambos casos, con mayor fortuna (Italia) y con ninguna  (Alemania), es obvio que los conspiradores militares y civiles apuntaban hacia las potencias fascistas. Ocurrió, sin embargo, lo inesperado: Sanjurjo pereció en accidente y Franco, desde Tetuán, echó mano de un avión postal alemán, envió una minimisión a Berlín y esta, por los vericuetos del partido nazi, llegó a Hitler en cuestión de 24 horas. Al día siguiente de la visita de Barroso a Middleton, el Führer decidió ayudar a Franco. Cuando Mola envió otros mensajeros a Berlín la suerte ya estaba echada.

Los contactos con fascistas y nazis permiten plantear quiénes eran los enemigos de la República y quiénes internacionalizaron los acontecimientos que iban a producirse. Permiten reinterpretar las aportaciones monárquicas a la preparación de la sublevación. Permiten presentar los alegatos sobre los presuntos designios bolcheviques como un mero ejercicio de proyección y, no en último término, permiten iluminar al protomártir como una suerte de conde Don Julián de la España del siglo XX. No en la acepción de Goytisolo.

Ello no obstante, personalmente me encantaría que o bien Stanley G. Payne, historiador tan querido de nuestras derechas, o alguno de sus seguidores aportasen evidencia primaria relevante de época que echase por la borda lo que lleva a una relectura radical del 18 de Julio.

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* Uno de los coautores de Los mitos del 18 de julio, coordinado por Francisco Sánchez Pérez, Crítica, y autor de Las armas y el oro, de publicación en septiembre por Pasado&Presente.

(Publicado en EL CONFIDENCIAL, 18 de julio de 2013: www.elconfidencial.es)

Bienvenida

20 diciembre, 2013 at 10:24 am

Pertenezco a una generación a la que el uso de los medios de comunicación digitales no se le da demasiado bien. Si ahora inicio este blog, para mi una aventura, es porque me he dado cuenta de la importancia de estar presente en ellos y Editorial Crítica también me ha impulsado.

A lo largo de toda mi carrera como historiador, que empezó allá por 1970, siempre he considerado que sin documentos no se escribe historia. Toda mi producción está basada en lo que llamo evidencia primaria relevante de época (EPRE). Cuando, en torno al año 2000, pude recomenzar a escribir  lo primero que hice fue volver a los archivos. Evidentemente no todo el pasado se refleja en documentos. La EPRE es un concepto elástico que depende de los objetivos de la investigación. Puede ser periódicos, fotografías y una variada panoplia de artefactos culturales.

He estado siempre interesado en desentrañar el porqué de los hechos y cómo ocurrieron. Hay que aproximarse con humildad, en el contexto apropiado e investigar sus dimensiones no banales. Son estas las que alumbran los procesos de decisión, en circunstancias dadas sí, pero con un cierto margen de maniobra de los agentes históricos. Teóricamente, la aspiración estriba en escribir una historia lo más total posible.

He partido de tres premisas que hago explícitas:

– La historia es, en gran medida, una construcción cultural. Es aquello que genera un amplio consenso entre los historiadores tras largos procesos de contrastación (de referencia a los datos) y de crítica intersubjetiva.

– No hay, en realidad, historia definitiva. Los historiadores somos productos de nuestra época. Nuestros paradigmas interpretativos están sometidos al cambio histórico.

– Ello no obstante, puede y debe avanzarse en historia. Para el período que a mí me interesa, que es la contemporaneidad española (República, guerra civil, dictadura franquista y transición) el progreso posible es la resultante de dos vectores: el descubrimiento o reinterpretación de EPRE y la aplicación de los paradigmas más adecuados para tratarla.

En este blog lo que me propongo (y quienes lo lean ya me dirán si acierto o no) es identificar algunos de los mitos que gravitan sobre esa contemporaneidad y, de vez en cuando, plantear sugerencias que se me ocurren tras la lectura de libros que creo interesantes.

Trataré de escribir posts con frecuencia (dos veces por semana, al principio). Señalo que en un primer momento me concentraré en aquellos mitos que he podido derrumbar con mi manejo de la EPRE. Hay, evidentemente, muchos otros que han abordado otros colegas. Siempre reconoceré mi deuda con ellos. Nadie trabaja aislado (aunque como llevo más de 25 años fuera de España, en mi caso la soledad es un tanto acentuada). Estaré abierto al diálogo con los lectores. He aprendido mucho de mis colegas y de mis alumnos. No veo por qué no podría aprender de ellos. Lo que ruego es que tengan en cuenta que, desde mi jubilación, lo único que hago como actividad intelectual es pensar en Historia.  A la larga, da resultados.