¿ES FRANCO UN INVENTO POLÍTICO DE LA IZQUIERDA?

15 diciembre, 2015 at 8:30 am

Ángel Viñas

Pongo en interrogante una reciente afirmación del profesor Stanley G. Payne. La hizo en positivo según la transcripción (no necesariamente fiable) de unas declaraciones suyas al periódico Levante (28 de noviembre). La ocasión la ofreció una conferencia impartida la víspera en la Universidad Católica de Valencia. Obsérvese, no en la pública. De ser cierta, suscita una serie de cuestiones generales y particulares, tanto de tipo historiográfico como ideológico. Abordaré, ante todo, las primeras.

1024px-The_Peacemakers_1868Un paseo tranquilo por algunas de las librerías más importantes de New York City basta para mostrar a cualquiera las múltiples formas en que se trata el pasado del país del que el profesor Payne es originario. Anaqueles enteros están dedicados a obras sobre la guerra de secesión (the American Civil War, en la acepción más comúnmente aceptada en Estados Unidos). Que tuviera lugar entre 1861 y 1865 (es decir, que terminara hace ya 150 años) no parece óbice. Hay revistas dedicadas íntegramente a la misma con tiradas considerables. Pintores destacados han recreado y recrean escenas del conflicto. Se venden a precios exorbitantes. Incluso siguen apareciendo películas (la última, Lincoln, 2012, de Steven Spielberg) que tocan aspectos relacionados con la contienda y su trasfondo.

Hasta hace relativamente poco las feroces discusiones entre historiadores norteamericanos eran objeto de sesudos tratamientos periodísticos. Entre ellas se incluyen, por ejemplo, las sugeridas por visiones completamente dispares sobre el proceso que llevó al estallido del conflicto, el papel de la esclavitud antes y en el mismo (muchos lo negaron más o menos abiertamente) y la adecuación de su denominación (guerra entre los Estados ha sido siempre una de las favoritas para una corriente minoritaria).

En el año que ahora termina, el del 150 aniversario, la proliferación ha sido mayor de lo habitual. Y, como no sorprenderá, la controversia historiográfica sigue siendo intensa. Aunque el profesor Payne parece más bien de tendencia ideológica republicana (en los actuales Estados Unidos) supongo que no desconoce y que incluso lee una de las más establecidas revistas intelectuales de la costa Este, The New York Review of Books. Más bien, eso sí, de centro-izquierda. Me extrañaría que no hubiera echado un vistazo a uno de los artículos de fondo que apareció en el número del 19 de marzo de 2015 titulado «The Civil War Convulsion«. En él se reconoce que «la tarea de historiar la guerra civil, teniendo en cuenta su complejidad moral, es tan ardua (challenging) como siempre. Tal vez el reto más significativo sea recuperar el sentido de cómo sería el mundo futuro para aquéllos que lo afrontaron sin el conocimiento retrospectivo que hemos ido acumulando». Es decir, cada generación escribe su historia del pasado común.

Que Estados Unidos hoy no tenga mucho que ver con el de los años de la guerra civil decimonónica no impide que la discriminación antes y marginación hoy de una mayoría negra (perdón, black American) subsistan, sobre todo en los estados sureños, los vencidos.

Esto significa que una guerra civil deja secuelas que el tiempo no borra fácilmente. Incluso una como la norteamericana que no se caracterizó por las secuelas de venganza de los vencedores contra los vencidos como fue la española. Así que sorprende que sea, precisamente, un historiador norteamericano el que se arrogue el derecho (que quizá considere innato) de alumbrar a los españoles con su reconocida, aunque discutible, sapiencia sobre la guerra civil y la dictadura.

En unas declaraciones (Tiempo, 13 a 19 de noviembre de 2015) el profesor Payne responde a una pregunta de Javier Otero: «Su obra ha sido duramente criticada por muchos historiadores. ¿Qué responde?». La contestación no deja de tener bemoles: «Que no malgasto mi tiempo en polémicas».

Respuesta admirable si quien la hace estuviese en posesión de la verdad, ya fuera inmanente o revelada. El problema es que ni él, ni nadie (salvo el Señor) lo está. Y cuando afirma que la biografía que de Franco él y el periodista Palacios han escrito es la «única que trata en serio la represión», uno no puede sino reír, ya que no merece la pena llorar.

Franco no es un invento político. Tanto los historiadores de una u otra tendencia (porque todo historiador tiene su corazoncito, al igual que el común de los mortales) investigan (o no), escriben y discuten acerca de cuarenta años de historia española. En la medida en que Franco y la mayor parte de sus partidarios siguen justificando la sublevación militar de 1936 como el resultado de la experiencia republicana (Payne dixit: «Fue una rebelión provocada por la oleada de atropellos, actos ilegales y violencia»), cabría hablar del período 1931-1975, es decir, más amplio y mucho más intenso históricamente.

¿Cómo es posible, pues, que en la historiografía y en el recuerdo colectivo 45 años pueden tener solo una interpretación? ¿Se explicarían la Reconstrucción o la modernización acelerada de Estados Unidos, con sus tendencias hegemónicas (1860-1900) de manera estrictamente unívoca como parece querer el distinguido historiador norteamericano?

O, ¿no será más bien que, en uno de sus habituales ejercicios de proyección, sea la derecha la que imputa a sus adversarios políticos e ideológicos un tipo de comportamiento que le es propio? Porque en el plano historiográfico no he leído mucho entre los políticos, periodistas y seudohistoriadores de tal tendencia que se quejen acerca de la desidia de las autoridades por poner en pie un sistema razonable de acceso a los archivos. Y no me consta (aunque quizá pueda equivocarme) que los Gobiernos de Felipe González y de José Luis Rodríguez Zapatero se caracterizaran por la destrucción masiva de documentación. Quizá el profesor Payne no haya oído hablar de la que se produjo bajo la esclarecida dirección de Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo. Por no recordar, según informaciones de prensa, la que al parecer tuvo lugar al final de la legislatura dominada por el PP bajo José María Aznar (personalmente siempre me ha sorprendido que un documento crucial para entender la postura de Franco ante el plan de estabilización y liberalización de 1959 estuviera en los archivos de la Presidencia del Gobierno antes de su llegada al Gobierno y no después bajo su sucesor).

Al plano historiográfico hay que añadir otro: el de la justicia conmutativa. Durante casi cuarenta años la dictadura estableció un sistema sólido, congruente, decisivo para honrar a «sus» muertos. Es decir, a las víctimas del «terror rojo». La Iglesia católica no se ha privado de beatificar a una porción de sus mártires. Un derecho que nadie le discute pero que no apoya en otros. ¿O fueron asesinos todas las víctimas del «terror blanco»? Porque también hubo muchos inocentes, y mujeres, y niños.

¿Puede Payne demostrar que la dictadura -o sus sucesores ideológicos- han hecho un esfuerzo para, siquiera, «recordar» a las de su propio terror (más acuciante, más duro, más permanente)?. Como esta sería una tarea francamente difícil, en un ejercicio de prestidigitación la derecha política, mediática e historiográfica las quiere olvidar definitivamente. El vaciado de la denominada abreviadamente LMH así lo apunta.

Es decir, en oposición a lo previsto en la Constitución Española, tales círculos han querido, y quieren, perpetuar la distinción entre muertos de primera y de segunda categoría. Los de esta última habrían sido condenados «por consejos de guerra regulares» y en aplicación de las disposiciones legales correspondientes. A otra cosa, mariposa. Borrón y cuenta nueva. El futuro se abre a la amnesia. ¿No es bonito?

Una práctica tan elemental (cristiana, pero también pagana -no hay sino que remontarse a la Antigüedad clásica) como la de honrar a los muertos es hoy objeto de desatención, cuando no de ludibrio. ¿Por parte de quién? Pues por parte de quienes se sitúan en la lignée de los vencedores. Esa a la que nuestro distinguido autor no menciona. Sin embargo, la historia no es cuestión de opinión sino, sobre todo, de investigación contrastada y discutida. También en archivos de los que el profesor Payne no parece haber sido nunca asiduo visitante.

PS: Este post se publica en la semana en que tendrán lugar las elecciones generales. Esperemos que de ellas salga un gobierno que tenga menos miedo al pasado que su antecesor.

CORRIGIENDO A UN ACADÉMICO DE LA HISTORIA

17 noviembre, 2015 at 8:30 am

Ángel Viñas

El lema de este blog es «con mitos no se construye la historia». Es lo que lo justifica o, para mí, justifica la inversión en tiempo que reclama. Y, como es sabido, el tiempo es un bien precioso. Pasa y no se recupera nunca. ¿Es necesario deshacer mitos? En la medida en que el mito es una manipulación o adaptación manipuladora del pasado, la respuesta para mi es afirmativa. Cabe vivir de mitos pero yo todavía no estoy convencido de que en el siglo XXI algunos de los postulados de la Ilustración o de las Luces hayan perdido relevancia. Dejar atrás el mito es dar un paso hacia adelante en la toma de conciencia de nuestra cualidad como seres humanos pensantes y racionales.

Captura de pantalla 2015-11-06 a las 16.18.38En general no utilizo este blog, del que soy único responsable, para criticar sin motivo a otros colegas. Lo he hecho, sí, en el caso del profesor Payne en su tratamiento del tema de Gernika. Me ratifico en ello. Ahora ha surgido una de esas situaciones con las que sueña todo «desmitógrafo». La confrontación entre verdad y no verdad. La contrastación documental contra el mito. La manipulación contra la no manipulación. Lo blanco contra lo negro.

En una notable entrevista publicada el pasado 6 en el periódico EL MUNDO consultada en internet el mismo día, y bajo la presentación «El historiador que más ha trabajado los archivos personales del dictador (autor de su muy criticado retrato en el Diccionario biográfico) entrega su último libro, Franco y el Reich, afirmó ante la pregunta siguiente:

«¿Vio el libro de Ángel Viñas de este año? Dice que Franco se hizo millonario en la guerra?» Es una pregunta correcta, clara, que responde a una realidad constatable.

¿Cuál fue la respuesta que reproduzco en itálicas y en negrita?

«Eso es absurdo. Yo he visto las cuentas de Franco. Tenía algún dinero ahorrado, pero lo de millonario no tiene fundamento«.

Se podrá estar de acuerdo o no con lo que afirma el profesor Suárez en otros aspectos en dicha entrevista. En lo que al tema de los millones de Franco resulta obvio que su respuesta es clara nítida… pero, desgraciadamente para él, es falsa con total falsedad.

Es absurdo: no lo es en modo alguno. Franco entró en guerra sin un duro y salió de ella con muchos millones de pesetas.

Yo he visto las cuentas de Franco: no las que yo sí he visto.

Tenía algún dinero ahorrado: depende de lo que se entienda por «algún». Para mi el tener en cuentas, el 31 de agosto de 1940, 34, 3 millones de pesetas no es el proverbial chocolate del loro.

Lo de millonario no tiene fundamento: ¿no ha estudiado los documentos que constan bajo la signatura 24577 en los archivos de la Fundación Nacional Francisco Franco?

De estas sencillas contraposiciones cabe extraer ciertas conclusiones.

1ª El interrogado afirma una cosa que es falsable por referencia a los documentos de época

2ª La afirmación de haber visto los documentos de Franco se queda corta. Hay centenares de documentos de Franco que el profesor Suárez ni ha visto ni, a lo que parece, se le ha pasado por la mente ver.

3ª No ha visto, por ejemplo, en relación con la fortuna de Franco, los que se han conservado (después de varias quemas) en lo que queda de los archivos de la Casa Civil de Su Excelencia el Jefe del Estado (SEJE).

4ª No ha tenido la menor curiosidad por acercarse a los archivos históricos del Banco de España que, aunque no muy reveladores, sí contienen datos de interés.

5ª Evidentemente no ha leído mi libro porque, de haberlo hecho, podría haberse enterado que el documento con la signatura 24577 está en él reproducido fotográficamente.

6ª Tampoco se habrá dado cuenta de que dicho documento se encuentra digitalizado en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca.

7ª Se pasa por la pernera de los pantalones el dato, constatable, de que una parte de dicho documento se reprodujo en la revista Tiempo el 11 de junio de 2010.

8ª Al negar la mayor, el tan ilustre académico de la Historia se comporta de forma perfectamente adjetivable. El adjetivo correspondiente se lo pueden imaginar mis amables lectores.

Con lo que antecede es obvio que ya no se puede pedir al tan alabado profesor Suárez que indague en los procedimientos por los cuales Franco se hizo con dicha fortuna. Dos están documentados y uno de ellos contiene el expediente bastante completo.

Como el interrogado se empeña en no ver, no leer ¿cuál es su respuesta a la siguiente pregunta, también correcta y clara?

«¿Diría que el franquismo nació corrupto

La respuesta, que reproduzco en itálicas y negrita, es de una simpleza sobrecogedora:

«Si no había dinero, mucha corrupción no podía haber… En todo caso, había mercado negro«.

Una respuesta en dos partes. No hay dinero, ergo no hay corrupción. No llego a aprehender la lógica. Circulaban pesetas. La masa monetaria era cuantificable. Cualquiera que fuese el estado de la economía, los españoles no se habían dedicado al trueque. Mis padres tenían una tiendecita y, aunque a veces tenían que dar crédito, recibían dinero en efectivo.

¿El mercado negro no generaba corrupción? Lo más que puede decirse es que no está demostrado, documentalmente, que SEJE acudiera a él en su insospechada, insólita y sorprendente condición de vendedor de café (que habría que añadir a sus numerosos cargos). Cuando recibió 600 toneladas del mejor café del Brasil (regalo del dictador Getúlio Vargas), lo traspasó a la CAT (Comisaría de Abastecimientos y Transportes) al correspondiente precio de tasa (inferior al del mercado negro) para que lo vendiese.

El producto de la venta, 7,5 millones de pesetas de la época, se transfirió a las cuentas personales del Caudillo en el Banco de España. Todos contentos. SEJE porque no había trapicheado. Los funcionarios de la CAT porque, como organismo corrupto hasta la médula, probablemente encontraron la posibilidad de evacuar algunos kilitos al mercado paralelo.

Pregunta: ¿Por qué el profesor Suárez niega la evidencia?

Se me ocurren las siguientes razones:

1. Ha perdido la capacidad de leer, agotado tras el bodrio de su Franco y el Tercer Reich1.

2. La evidencia no le encaja con su imagen de Franco. Y entre la realidad y el mito, nuestro eminente autor prefiere el mito. Como en El hombre que mató a Liberty Valance.

3. La imagen de un Franco forrándose el riñón mientras sus soldados luchaban y morían en los frentes es absolutamente inaceptable. ¡Adónde vamos a parar!

4. Si, como se demuestra en alguna documentación de la Casa Civil, uno de los canales por los cuales Franco acumuló una fortuna fue a través de «desvíos» de entregas a las diversas suscripciones patrióticas que se abrieron durante la guerra hoy algunos podrían pensar que SEJE se comportó, sencillamente, como un mero «chorizo».

Otras razones las dejo a la mejor especulación de los amables lectores.

El libro del profesor Suárez da para más posts. Escribiré algunos y así tendremos, quizá, varias ocasiones de reírnos un poquito. Lo pasaremos, quizá, mejor que los asistentes a la presentación formal de su «obra magna» el pasado 12 de noviembre en el Casino de Madrid.


1 El calificativo utilizado se demostrará ampliamente en otro lugar, con el debido aparato documental y de forma académica, que a nuestro estimado autor parece le es ajena.

 

EL BLANQUEAMIENTO DE FRANCO

20 octubre, 2015 at 8:30 am

En el post de la semana anterior me referí a un esfuercillo de la Comunidad de Madrid para que las tiernas conciencias de los escolares madrileños no se contaminasen demasiado con las lacras del pasado. Bien mirado todo, es un progreso. Ahora que se acerca el XL aniversario del fallecimiento del Caudillo no faltarán los elogios a su figura inmortal y a la probidad de su régimen. Aquí en Bruselas me llegan ecos apagados. Lo que más sigo son los libros y, aparte de las memorias del antiguo ministro Utrera Molina, no he detectado ninguno medianamente serio que trate de echar un salvavidas a la fenecida dictadura y a su conducator. Con una excepción relevante a la que ya he aludido brevemente en este blog en alguna ocasión.

homepageImage_es_ESEsta excepción es la biografía de Franco, aparecida en septiembre del año pasado, debida a la labor conjunta del profesor Stanley G. Payne y del periodista Jesús Palacios. No se le ha hecho, que yo sepa, la justicia que merece. Pero, como todo llega (hasta el pago de los impuestos y el último momento) también ha llegado la hora de anunciar aquí el esfuerzo de un grupo de historiadores españoles por rellenar tan sensible hueco.

Poco después de que aparezca este post se colgará en la red en el portal de la revista Hispania Nova, de la Universidad Carlos III, el primer número extraordinario de esta publicación. Es una revista de corte netamente académico cuyos artículos se someten a una crítica inter pares por otros historiadores que no son conocidos de los autores de los mismos. En total habremos participado en el proyecto cerca de una treintena.

El número estará dedicado monográficamente al análisis crítico de dicha biografía. Representa un esfuerzo que se ha prolongado casi un año. Personalmente me gustará ver la reacción de los biógrafos, si es que la tienen, y sobre todo el sentir de los medios sociales de la derecha neo, para y profranquista, que de todo hay en la España de nuestros días.

Responde a un intento de acercar a la calle, gratuitamente, los resultados de la investigación más reciente y, a diferencia de tan estimados biógrafos, quienes a ella hemos contribuido no nos resistimos a pasar una revista ejemplar a los resultados de los esfuerzos académicos y no académicos sobre temas muy debatidos que ellos pasan un poco por alto. No por casualidad.

Algunos de los puntos centrales sobre los que recae nuestra atención son, aparte del carácter de la dictadura (sobre la cual tan amables hagiógrafos no se molestan en decir sino unas cuantas ñoñerías), la tonalidad y las manifestaciones, pluriformes, de lo que cabe considerar como la represión multimodal más sangrienta, sostenida y duradera de toda la historia de España. Como suena. No menos de tres largos artículos, con más de un centenar de páginas, se dedican a poner de relieve las distorsiones, manipulaciones, omisiones y blanqueamientos de que se han hecho reos de lesa historia los mencionados biógrafos.

El número no está impregnado de esa actitud tan típicamente francesa que hace algunos años llevó al florecimiento de la egohistoria, es decir, al estudio de la interacción entre la carrera y personalidad de un historiador y su producción historiográfica. Pero no falta del todo. Se echa de menos que entre tantos admiradores de la obra y milagros de nuestros dilectos biógrafos ninguno haya efectuado, a mi conocimiento, una disección analítica de los altos y bajos a lo largo del tiempo de su recorrido académico o para-académico y de su historiografía. Así, otros tres artículos tratan de cubrir este hueco, en particular en relación con la obra de quien algunos han caracterizado «príncipe de los hispanistas». Las referencias a su coautor son, me temo, mucho más cortas pero no por ello menos apropiadas. Nuestros lectores juzgarán.

Como sus admiradores siempre han afirmado que Franco fue todo un maestro en el manejo de las relaciones exteriores y que promovió, además, la modernización y crecimiento de la economía española («con Franco se vivía mejor») también se pasarán por el tamiz crítico las siempre ocurrentes afirmaciones de nuestros autores. A diferencia de ellos, que dicen haber manejado una bibliografía que, evidentemente, desconocen en numerosos casos, nuestras referencias a fuentes secundarias, elegidas cuidadosamente de entre aquéllas que han abierto brecha y que se han basado en fuentes primarias, son fiables. Los lectores podrán comprobarlo.

No hemos dejado pasar ninguna afirmación que blanquee al insigne Caudillo sin someterla a crítica. Admito, sin embargo, que las 350 páginas del número preparado con ocasión del XL aniversario no cubren todos los aspectos de la magna biografía de nuestros celebrados autores. Nos ha parecido, sin embargo, que como una primera aproximación a la que diversos sectores de la sociedad española podrían considerar como el rien ne va plus de las biografías de Franco son suficientes. Siempre conviene dejar alguna que otra bala en la recámara.

El número extraordinario de Hispania Nova, al ser una edición digital, tiene una gran virtud. Podrán leerlo todos los interesados por la historia de España más o menos reciente doquiera estén. Ya sea en Alaska, la Patagonia, los fiordos noruegos o las cálidas costas de los mares del Sur. No habrá que ir ni a librerías ni a bibliotecas. Un ordenador y un ratón, además de 350 hojas de papel (la mitad si se utilizan las dos caras), serán suficientes.

¡Ah! y como a los autores que participamos en este número, todos bregados en la investigación genuina, no nos asustan las controversias académicas, esperamos que nuestro modesto análisis de la obra cumbre del profesor Payne y del periodista Palacios incite, quizá, a algunos de nuestros colegas en la Academia, ya sea en España o en el extranjero, a participar en un debate de altura. A ver si podemos establecer aquí una reedición de la Historikerstreit (la querella de los historiadores) que tanto bien hizo por rasgar ciertas veladuras que impedían a numerosos sectores de la sociedad alemanas una confrontación efectiva con los horrores de su pasado. Con la diferencia de que en nuestro país siempre ha habido una resistencia soterrada a comulgar con ruedas de molino y a atragantarse con el pasado de plastilina que construyó el franquismo.

El número extraordinario de Hispania Nova se titula Sin respeto por la Historia. Una biografía de Franco manipuladora.

Los interesados podrán descargarla gratuitamente en

http://www.uc3m.es/hispanianova

Estará disponible a finales de octubre, a tiempo para encarar la marcha hacia el 20N en este último mes que queda. Buena lectura.

OBJETIVIDAD, IMPARCIALIDAD Y EL «LIBRILLO»

6 octubre, 2015 at 8:30 am

En este post argumento sobre el fundamento heurístico de mi «librillo» y la conexión con las premisas axiológicas en que se basa. Todo ser humano contempla el mundo en que vive o la representación que se hace del pasado reciente a través de una retícula de valores. Es imposible no hacerlo. No somos chimpancés, calamares o piedras. Tal retícula está influída por numerosos factores que han ido desvelando, entre otras, la sicología, la antropología y la sociología. Unos son de naturaleza personal, otros proceden del medio. Unos se absorben en la familia. Otros fuera de ella, generalmente en un proceso de socialización dominado por la enseñanza escolar. No hay historiador que escape a ello.

Libro texto Comunidad de MadridNingún sistema político moderno deja a sus futuros ciudadanos al albedrío de una enseñanza no reglada. El tiempo de esta periclitó hace varias generaciones. Ahora bien, ese pasado comúnmente admitido, transmitido en base a un currículo generalmente explícito, no es estático. De lo contrario, el historiador desaparecería en un mundo orwelliano en el que las necesidades del presente y las conveniencias del futuro definen una interpetración impuesta respecto a lo que se deba creer y no creer. Tal mundo orwelliano florece en las dictaduras. Es incompatible con una sociedad que valore la libertad y la democracia y en la que se acepten plenamente el disentimiento y la heterodoxia.

El pasado, escribió L. P. Hartley en una novela famosa, The Go-Between, es «un país extraño» en el que las cosas «se hacían de manera diferente». Como está pasado no es fácil reconstruirlo, aunque se intenta desde la más remota antigüedad. Hoy nos apoyamos en una metodología adecuada, con base científica y criterios específicos de calidad, contrastabilidad y «falsabilidad». No llegamos a pretender la sedicente exactitud de otras ciencias sociales (a la cabeza de las cuales la economía siempre ha defendido sus pretensiones) pero tampoco nos limitamos a la recreación literaria. Una novela histórica ni es historia ni la sustituye.

Todo esto, sucintamente expuesto, viene a cuento porque existe una tendencia entre ciertos historiadores que destacan orgullosamente que la historia es la exposición de «datos», de «hechos». Una entelequia como otra cualquiera porque ni unos ni otros existen por sí solos. Sus consecuencias y su contextualización son los que les dotan de significación. Un «dato» puede no existir para un historiador hasta que otro le atribuye un significado determinado. La recuperación de ciertas dimensiones de la historia medieval (antes un amasijo informe de gestas, reyes y trobadores) lo ha puesto de relieve. Esta atribución es, esencialmente, valorativa y el historiador la lleva a cabo desde su peculiar retícula axiológica, desde su cosmovisión o, si se me apura, desde su ideología.

¿Indica esto que todas las atribuciones son igualmente aceptables? La respuesta es no. Para que una atribución pueda mantenerse en pie tiene que estar conectada con un hecho cuya existencia se haya demostrado por los procedimientos de criba propios de la hermeneútica histórica. De aquí que, en último término, toda afirmación debe estar íntimamente relacionada con el sustrato que la inspira. Debe estar documentada, probada, evidenciada.

Es entonces cuando surge un segundo problema. Si el historiador se acerca a los hechos provisto de una cosmovisión particular, de una ideología, ¿cómo demostrar que una es mejor que otra? Aquí es imprescindible diferenciar entre objetividad e imparcialidad, que no son términos sinónimos.

En mi opinión es historiador objetivo aquel que basa su argumentación en «hechos», «datos», «evidencias» susceptibles de contrastación. Dicha argumentación puede ser objeto de análisis intersubjetivos y resulta, por ende, refutable en mayor o menor medida. En una palabra, sus argumentos pueden evaluarlos otros historiadores con referencia a dichas evidencias, nuevas o menos nuevas, quizá abiertas a interpretaciones varias pero tanto o más constreñidas cuanto más abundantes y amplios sean el análisis y contextualización a que abocan. La imparcialidad es otra cosa: está relacionada con valores comúnmente aceptados, que son a su vez producto de la historia y, por definición, contingentes. No hay historiador imparcial, aunque lo parezca. Incluso las guerras medas siguen suscitando discusiones. El debate científico abarca todas las áreas del conocimiento y la historia no solo no es una excepción, sino que es un terreno muy abonado para el mismo.

¿Ejemplos de valores como enraizados en la historia? Durante casi todo el pasado para el cual disponemos de evidencias físicas, culturales o documentales la esclavitud no se puso en discusión con carácter general. Desde principios del siglo XIX fue atacada. Hoy existe en ciertas regiones pero tiende a esconderse o a camuflarse. La sociedad actual no la acepta. Lo mismo cabría afirmar de valores tales como la democracia o los derechos humanos (que a su vez han experimentado un proceso de densificación desde los de naturaleza política a otros de índole social, económica, de género y, como ha reconocido valientemente el Papa, también medioambiental). Sus contenidos eran desconocidos o limitados en el pasado. Hoy no.

De aquí se desprende que el historiador, aunque familiarizado con los valores de ese país extraño que es el pasado, no pueda por menos de abordarlos desde su manifestación presente. ¿Quién se atrevería hoy a defender la esclavitud? ¿O la mera reducción de los derechos humanos a los de naturaleza estrictamente política? ¿Cómo justificar el fascismo, el nazismo, el comunismo?

No extrañará, pues, que mi «librillo», tal y como he expuesto en posts precedentes, necesite ser complementado. Ningún historiador decente puede permanecer impasible ante la violación de la libertad o de los derechos humanos por las dictaduras del siglo XX. ¿Cómo exculpar a Hitler, a Stalin, a Mao Tse Tung? O, más próximo a nosotros, ¿cómo exculpar a Franco?.

Todos ellos tuvieron a su servicio historiadores y corifeos que presentaron una visión del pasado deformada pero coherente con los objetivos ideológicos de sus respectivas dictaduras: imponer un futuro racialmente homogéneo tras una pugna en pos de la supremacía o la conquista del paraíso con un Estado periclitado y en el cual la felicidad individual se armonizaría con la felicidad social.

De Franco puede decirse que no aspiró a sentar las bases para llegar a una situación finalista. Se contentó con mantenerse en el poder todo el tiempo que permaneciera con vida. Si acaso esperaba algo fue que su peculiar concepto de «democracia orgánica» le sobreviviese. No duró dos años.

Sin embargo, todavía existen -y existirán quizá durante un par más de generaciones- quienes se reclamen de las pretendidas bondades del franquismo. Un caso curioso y que tiene mucho que ver con un proceso de socialización por la vía de la enseñanza reglada que adolece de fallos inmensos. Ni ha roto con el pasado ni ha suministrado a los ciudadanos, presentes o futuros, el conocimiento y el instrumentario analítico para pensar críticamente sobre el pasado común de una sociedad en rápido proceso de mutación como es la española. Una sociedad que sigue necesitando de buenas dosis de concienciación histórica.

¿Ejemplo último? Según la prensa, el manualito para los alumnos de sexto de primaria en la Comunidad de Madrid que ha aflorado hace unos días y que contiene, al parecer, (no lo he leído), una impresionante serie de sesgos en los que destaca el nulo sentido del pudor de su alabadísima expresidenta. Encargo un ejemplar de manera inmediata. A lo mejor da materia para futuros posts.