Negrín y Cataluña (VI)

2 enero, 2018 at 12:42 pm

¡FELIZ AÑO NUEVO! Confiemos en que, a pesar de todos los pesares, el año que ahora se inicia sea algo mejor que el ya pasado. En el último post de 2017 me quedé exponiendo las reivindicaciones que los catalanes tomando la delantera y los vascos en su apoyo dirigieron a Francia y al Reino Unido. La idea matriz era llegar a algún tipo de acuerdo con Franco por mediación de París y Londres y al margen del asediado Gobierno de la República. Era obvio que en lo que pensaban era en salir del atolladero, aunque las posiciones de partida eran diferentes. El País Vasco ya había sido ocupado totalmente por las tropas franquistas. La franja Norte había dejado de existir. Incluso, desde abril, las tropas de Yagüe mantenían a Lleida bajo su bota. En Vinaroz, en mayo, se había roto la continuidad geográfica del espacio republicano. Negrín, en su doble calidad de presidente del Consejo y ministro de Defensa Nacional, había encajado mal que el nuevo Gobierno francés, presidido por Daladier, hubiese cerrado de nuevo, y esta vez herméticamente, la frontera franco-catalana a mitad de junio. Es decir, el momento escogido por vascos y catalanes no podía ser más lábil para la resistencia republicana. Una buena traición es la que sabe incidir en el momento neurálgico.

 

En cualquier caso, me parece difícil exagerar lo que implicaban las reivindicaciones expuestas en el post anterior. En mi modesta opinión traducían:

  • Un desprecio por los apoyos manifiestos de que se nutría la política de resistencia negrinista. Procedían del partido comunista plenamente movilizado, de los anarquistas y de un sector amplio de la opinión moderada que veía con buenos ojos la derogación parcial del Estatuto de autonomía. Sin contar con la fidelidad del Ejército Popular.
  • Por consiguiente, un desconocimiento profundo de las relaciones de fuerza en Cataluña, tras la aprobación y difusión de los “13 puntos” con los “war aims” de la República.
  • Una ignorancia masiva de los propósitos de las potencias fascistas que no habían jamás cejado de enviar suministros a Franco en armas y hombres.
  • Una ligereza absoluta ante las consecuencias que podría tener el crucial cierre de la frontera.

A las anteriores implicaciones se añadían dos consideraciones. La primera es que los buscadores de paz a espaldas del Gobierno se mecían en el limbo de los limbos. Parecían no intuir siquiera las intenciones de Franco. Estas, sin embargo, podían descifrarlas fácilmente. No tenían sino analizar la conducta del implacable Generalísimo en las zonas que había ido ocupando. En particular los vascos no tenían la menor excusa. Conocían lo que había ocurrido en Euzkadi.

No menos sorprendente era el hecho de que, por muy nacionalistas que fuesen, ignorasen la potencia de los designios hiperespañolistas e hipercentralistas que alentaban a la mayor parte de las fuerzas coligadas detrás de los militares franquistas. A fuer de listos menospreciaban incluso la propia propaganda republicana.

Julián Zugazagoitia, a la sazón secretario general del Ministerio de Defensa Nacional, registró la postura de Negrín ante lo que calificó como “un separatismo estúpido y pueblerino”. Por Rafael Méndez, exdirector general de Carabineros, también sabemos de la reacción del presidente del Consejo:

“Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones, que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco sin otra condición que se desprendiese de italianos y alemanes. En punto a la integridad de España soy irreductible”.

En Barcelona tuvo lugar una reunión de Irujo y Companys con varios consellers de la Generalitat y el ministro Ayguadé. Después acudieron a otros ministros con el fin de alcanzar una mayoría en el Gobierno. Hubo un choque en medio de grandes fricciones que llevaron en agosto de 1938, en plena batalla del Ebro, a la dimisión de Irujo y Ayguadé. Este último argumentó que se debía a la decisión de Negrín de poner bajo el control del Gobierno las fábricas de material de guerra de Cataluña. Era un tema que había lastrado las relaciones con la Generalitat casi dos años. Es curiosa tal argumentación porque en su propio partido, el PSUC, había mucha gente que la abanderaba. Corramos un tupido velo.

No puede negarse una cierta reluctancia a ver la situación en términos realistas, tal y como era. A finales de septiembre Hitler consiguió un triunfo diplomático extraordinario eliminando el riesgo de estallido de un conflicto europeo en los acuerdos de Munich. No era difícil percibirlo y los políticos vascos y catalanes se pasaron de nuevo de ilusos.

Fue entonces en efecto cuando reanudaron sus esfuerzos en una nueva andanada para obtener algún tipo de implicación de los Gobiernos francés y británico en apoyo de sus reivindicaciones. La argumentación fue de antología. Si las potencias democráticas habían reconocido el derecho de autodeterminación de los alemanes en los Sudetes, ¿por qué no lo harían con respecto al de tan avispados nacionalistas?

Ni que decir tiene que tanto Franco como Negrín seguían de cerca estas aproximaciones, incluso más absurdas que las de junio. Para entonces el desenlace de la batalla del Ebro se inclinaba decididamente a favor de Franco y las posibilidades de que el endiosado Caudillo prestara a los esfuerzos nacionalistas la más mínima atención eran menos que cero. Por otro lado, creer que británicos y franceses fueran a interceder ante Franco, cuando se habían plegado en Munich ante su protector, el Führer, rayaba en el desvarío.

Fue en este clima cuando Companys se entrevistó con Marcelino Pascua, embajador en París. Le entregó un memorial de agravios contra el Gobierno. Empezaban con los privilegios que, sobre todo en alimentación, se concedían a elementos no catalanes, por ejemplo, a los funcionarios. Pasaban por la movilización de hombres de 37 y 38 años, en tanto que las carreteras catalanas abundaban en carabineros y guardias de Asalto que no iban al frente. El, Companys, había tenido que solicitar autorización para ir en coche a Francia, aunque los ministros no la necesitaban. Su tesis era que aminorar la autoridad de la Generalitat podría justificarse si el Gobierno central lograba que las cosas marcharan mejor pero tal no era el caso. Reprochó a Negrín que se aislara y que a él, Companys, lo aislase, que no discutiera ni debatiese sino que se limitase a mandar.

Habida cuenta de que las gestiones en Londres y Paris habían aumentado en intensidad y ambición, es verosímil que la gestión de Companys con Pascua fuese una mera cobertura. Por si las moscas. En cualquier caso, las gestiones ante las democracias no dieron, como era de prever, el menor resultado.

Finalizará en el próximo post.