Negrín y Cataluña (y VII)

9 enero, 2018 at 9:40 am

Ángel Viñas

En la demonización de Negrín han coincidido tradicionalmente anarquistas, trotskistas, poumistas, franquistas de pura cepa durante la dictadura y los neo-franquistas de hoy. En las entradas biográficas que se le dedican en la Wikipedia en castellano y catalán se obvia su relación con Cataluña. No faltan quienes le acusan de falta de empatía hacia las dos autonomías creadas bajo la República (aunque este no es, probablemente, el “pecado” más gordo que se le atribuye). En este post final, en vez de perderme en divagaciones, voy a recurrir al propio Negrín y a sus contactos epistolares con catalanes. El primero de los que traigo a colación es conocido. El segundo, no. En ambos Negrín puso de relieve que no era en modo alguno anti-catalán. Antes al contrario. Las acusaciones catalanas contra Negrín se deben a otras razones.  

 En una famosa carta a Pere Corominas, que fue presidente del Consejo de Estado, Negrín expuso francamente sus sentimientos. Merece la pena reproducirlos in extenso:

“Yo no tengo ninguna duda acerca del porvenir de Cataluña. Cataluña tiene, en sus excelsas cualidades y con sus defectos, que están en la superficie, pero que no salen más allá de la superficie, una personalidad tan individual que sería trabajo de Sísifo desvirtuarla. Y sólo el intentarlo es herir en lo vital a España. Porque España es eso. Una unión de pueblos de rasgos peculiares y vigorosos, diversos pero congruentes, con vicios y virtudes, intereses y afectos que se complementan. Y la unión sería más fuerte e indisoluble mientras más se respete la espontaneidad y el albedrío. Unidad, para mí, no significa troquelar con el mismo cuño ni estandarizar. La unidad ha de realizarse dentro de los límites, con los matices y modalidades que la voluntad del pueblo fija y el sentimiento tradicional añora. Lo “impuesto” es efímero, contraproducente y disgregante. Y como yo, científica y filosóficamente materialista, sirvo al pragmatismo a que me lleva la “razón práctica” y creo en los grandes resortes espirituales, tengo (…) una fe ciega en los destinos y el futuro de Cataluña”.

El párrafo anterior es importante no solo por sus referencias a la colectividad española sino también por la autodefinición que Negrín ofreció de su enfoque. En el plano de las ideas y de la acción se autodescribió como materialista, algo que naturalmente erizaría el pelo de los cruzados de la guerra y sus soportes atávicos.

Igualmente es interesante la afirmación de que sus concepciones filosóficas no le impedían ser pragmático. Por ello, abordó de cierta manera, y no de otra, la situación concreta, en una guerra concreta, en la que él y la República se movían. En la misma carta dejó constancia de lo que le animaba:

“Pero estamos en guerra y en la guerra lo esencial no es el modus vivendi sino el modus operandi. Y hay que ganar la guerra. Y la guerra no se gana sin concentración de mando. En manos del organismo que sea, pero concentración. La armazón jurídica de la guerra no puede ser más que una, la que logre el mando único y eficaz. La armazón jurídica de la paz puede ser varia, pero un espíritu democrático y liberal no admitiría más modalidades que las que permitan una convivencia en el culto y en el sacrificio por los sagrados destinos del país, porque país que no cree en sus destinos es país que sucumbe”.

Tres elementos se conjugan aquí: la necesidad de ganar implicaba unidad de mando en la contienda (no de otra forma habían triunfado los aliados en la primera guerra mundial) pero luego no sería posible olvidar el espíritu democrático y liberal. No faltaba, por último, un toque del mejor sentimiento patriótico (a pesar de que eran los franquistas quienes se autodenominaban -y todavía se les denomina, aunque no lo hace servidor, “nacionales”). Había que creer en España y en su futuro. De lo contrario, ¿para qué luchar?

En contraposición a esta postura, las gestiones vasco-catalanas de 1938 debilitaron la imagen del Gobierno central pero no le hicieron más daño que el que le habían infligido los acuerdos de Munich. El Gobierno británico jamás apoyó a la República, pero sí contribuyó a dar ánimos a Franco. El francés siempre anduvo a la zaga, con devaneos intermitentes que reforzaron en ocasiones la resistencia republicana, pero nunca quiso ir más allá.

Al final, y salvo por el intermitente apoyo soviético, la República se vio sola, luchó sola y murió sola. Negrín fue el hombre que necesitaba para resistir tratando de enlazar con el conflicto europeo que se veía venir. Sus cartas a la troika soviética tras Munich así lo demuestran.  Las puñaladitas no dieron con Negrín al traste, pero tampoco contribuyeron a reforzar la resistencia republicana. Lo que después se hizo fue alentar los mitos. Esos mitos cuya demolición es, en esencia, una de las tareas del historiador.

Como es sabido, Negrín se exilió primero a Francia y luego a Inglaterra, en donde pasó la guerra mundial desde julio de 1940 hasta su traslado a París, al poco de su finalización. En Londres, los nacionalistas catalanes y vascos siguieron manteniendo enhiestas sus aspiraciones a que las democracias, tras la victoria, les reconocieran su pretensión de crear Estados propios. Tropezaron con un muro. A pesar del apoyo que prestaron (más los vascos que los catalanes) a la causa aliada, ninguno de los vencedores prefirió indisponerse con la dictadura de Franco.

A través de las memorias de Pablo de Azcárate, consejero áulico de Negrín durante su estancia en Londres, sabemos algo de los sinsabores que las gestiones vasco-catalanas provocaron a ambos. No es cuestión de reproducirlos aquí del texto que organicé y presenté en un libro (cuyo autor obviamente se identificó como el embajador Azcárate) que apareció hace ya algunos años. Prefiero dejar constancia de una carta, fechada el 13 de septiembre y en mi opinión hasta ahora desconocida, en que Negrín reflejó sus sentimientos procatalanes. La ocasión se le ofreció al no poder asistir a la conmemoración del 11 de septiembre en el Llar Català de Londres en 1941. Debo su conocimiento al presidente de la Fundación Negrín, José A. Medina, a quien desde estas líneas agradezco su gentileza.

Negrín no pudo asistir. No había podido esquivar compromisos ineludibles. Había participado, eso sí, en tal conmemoración en 1938, en compañía de Lluis Companys (el “presidente mártir”) y las demás autoridades de la Generalitat. A la comisión organizadora del homenaje en 1941 le hubiera gustado escribir en catalán, pero no era un Ángel Guimerá que, nacido en Santa Cruz de Tenerife de madre canaria, había sido el inmortal autor de Terra Baixa.

Negrín subrayó ante todo los lazos entre Canarias y Cataluña, unidas siempre por “un cordial espíritu de inteligencia avivado por intensas corrientes de orden cultural. Quizá ninguna otra región de España -salvo Cataluña misma- ha dado a la Universidad de Barcelona un contingente proporcional de escolares tan nutrido como mi país”.

Él se sentía orgulloso de que Canarias hubiese sido el sujeto mitológico de La Atlántida, obra cumbre de Jacint Verdaguer y de las literaturas provenzal y catalana. Tenía o había tenido muchos entrañables amigos catalanes: Rusiñol, Bagaría, su gran maestro Ramón Turró, el malogrado biólogo Manuel Dalmau, los hermanos Trías, amén de colegas fraternales como Augusto Pi i Suñer y Jesús María Bellido. Extractos de sus primeros trabajos se habían publicado en el Arxiu del Institut d´Estudis Catalans y él y sus colaboradores habían contribuido con trabajos al Butlletí de la Societat de Biología.

Negrín hizo una referencia a la historia y a la relación entre el pasado y el presente. En lo primero destacó la proclama del conseller en cap Casanova invitando a los barceloneses a sucumbir en las ruinas de Barcelona antes que permitir la entrada de las tropas de Felipe V. Lo interpretó como un anticipo del “No Pasarán” que salvó a Madrid dos siglos más tarde. La bravura de Casanova al caer herido en Portal Nou recordaba a su vez la de los comuneros Padilla, Bravo y Maldonado, decapitados dos siglos antes.

¿Su veredicto?

En uno y otro caso “la nación se levantaba contra influjos de extranjeros que querían cercenar sus libertades expresadas en fueros y privilegios antes de surgir las nuevas ideas democráticas posteriores a la Revolución Francesa. Y en el fondo de todo ello, como en nuestra guerra actual, latía el propósito de luchar por la independencia ante la amenaza del dominio extranjero, puesta en peligro por la desunión entre los que habitamos el mismo suelo. Y común a los tres episodios, la lucha contra los Austrias, contra los Borbones y contra el nazismo alemán, en un ansia progresiva que ha permitido a los pueblos de la tierra hispana sobrevivir a su accidentada historia. Que estos ejemplos consoliden una mancomunidad que las tormentas del presente y los avatares de un porvenir inmediato harán vitalmente indispensable para todos”.

Ante la disgregación, unidad y respeto. Por eso Negrín cerró su carta con un amistoso saludo y entonó un “VISCA CATALUNYA”.

¿Dónde se encuentra, por ventura, el supuesto anticatalanismo de Juan Negrín?

FIN

 

(En próximos posts cambiaré de tercio: el libro en el que con dos colegas he estado trabajando en los últimos años aparecerá el 23 de enero y creo que merecerá la pena hacer alguna reflexión al respecto)