La chapuza del ministro García-Margallo y los archivos de Exteriores (y III)

18 febrero, 2014 at 8:26 am

Teóricamente el señor ministro puede elegir entre varios enfoques ideales (en el sentido weberiano) para responder a la pregunta parlamentaria.

El primero sería dar largas. Al fin y al cabo, el tema no parece importante en el plano operativo. No va a recibir protestas de Gobiernos extranjeros. Tampoco le sacarán los colores las embajadas. ¿Y qué representan unas cuantas docenas e incluso un par de centenares de historiadores muchos de los cuales, además, no votarán por ser extranjeros? ¿A quién le preocupa el tema en la opinión pública, una gran parte de la cual bastante tiene con intentar sobrevivir?

Otro enfoque sería más diplomático y en consonancia con el cargo: prometer ocuparse del mismo. Ya lo ha dicho y podría repetirlo varias veces más. La idea podría ser que la patata caliente la heredase su sucesor. Todo salvo ofrecer concreción en cuanto se refiere a los puntos que contiene la pregunta parlamentaria.

El tercer enfoque podría orientarse por la conveniencia de dar alguna respuesta constructiva. Ya está resuelto. Los papeles están en otros archivos y dependen de Cultura. Con ello querría escabullir el bulto en temas sensibles. Hay dos. Los plazos y criterios de consulta en los archivos receptores y lo que piense acerca de la consultabilidad de la documentación no trasladada porque esta seguirá acumulándose en los hoy muy aligerados archivos de su Ministerio.

Existen otros enfoques ideales y también es posible dotar de rasgos diferentes a los anteriores. La pericia de los funcionarios es considerable para evitar asumir responsabilidades. Va con el oficio y no dudo de su capacidad en este punto. De lo contrario no cumplirían los requisitos mínimos de exigencia profesional.

De aquí que me parezca necesario puntualizar varios extremos:

  1. No rechazar específicamente los criterios establecidos en una resolución pirata y secreta del Consejo de Ministros de hace tres años y medio sería tan reprobable como fue adoptarla. En mi opinión, dicha resolución constituye un baldón imperdonable para el Gobierno de aquella época y para los altos funcionarios por quienes transitó antes de su adopción.
  2. La vergüenza que “alguien” debió sentir en el Ministerio de Asuntos Exteriores pudo ser tan considerable que durante el resto de vida del Gobierno socialista aquella grotesca resolución al parecer no se aplicó. La situación se modificó con el nuevo Gobierno del que el señor García-Margallo forma parte y con los cambios en el personal directivo del Ministerio.
  3. En puridad no es de extrañar. En el Palacio de Santa Cruz siempre ha habido funcionarios a los que nunca les gustó una apertura de archivos demasiado amplia. En 1983 un alto cargo repetía a manera de latiguillo: “Pero ¿qué quieres?, ¿que la gente se entere de lo que han hecho nuestros compañeros?”. La resolución debió de tranquilizarles. ¡Había llegado la hora de cerrar escotillas a curiosidades malsanas!
  4. Sin embargo, los encargados de preparar la resolución de 2010 no parece que contaran con el asesoramiento de ningún experto. Su falta de profesionalidad es manifiesta. Ni tenían idea del pasado de su política exterior (lo cual es reprobable) ni tomaron en consideración los compromisos internacionales del Estado español en materia archivística. Lo cual es incluso anti-profesional. Los criterios que se utilizaron en la “resolución” pirata son de risa.

 

En consecuencia, hay que temer que el ministro García-Margallo podría no aprovechar la oportunidad para exponer, sencilla y claramente, su intención de reprobar de inmediato aquella resolución, que nunca fue publicada en el BOE ni siquiera en la web del Ministerio, y aclarar cuáles vayan a ser los criterios temporales y temáticos (ambos con la mayor precisión posible) aplicables en el futuro para obstaculizar el acceso a la documentación, la trasladada y la no trasladada.

Es verosímil que, en estos momentos, en alguna de las embajadas en Madrid las curiosas contorsiones del señor ministro generen sonrisas (aparte de las que se produzcan por otros motivos). ¡Estos españoles…! Al fin y al cabo, ni alemanes, belgas, daneses, franceses, holandeses, ingleses, italianos, norteamericanos o rusos, entre otros, han albergado jamás, que yo sepa, la pretensión de poner el sello del secreto a la mayor parte de sus archivos de política exterior. Al contrario, incluso los abren y publican, en colecciones debidamente editadas y anotadas, los documentos más importantes. Claro que, a diferencia del MAEC, cuentan con equipos bien nutridos de archiveros e historiadores que se encargan de aplicar previamente los criterios de consultabilidad definidos por ley.  En nuestro país hay todavía gente que piensa que sigue siendo “la reserva espiritual de Occidente” y eso debe evitarnos caer en tan peligrosas debilidades extranjerizantes.

Una advertencia. Los enfoques ideales tienen la desventaja de que, como el modelo puro de régimen autoritario del desgraciadamente desaparecido profesor Linz, no representan la realidad concreta. Por eso la futura respuesta del señor ministro no es anticipable. Los representantes de la soberanía popular sí podrían exigirle que, al menos, dejase en claro taxativamente cuándo, según Exteriores, los Archivos Histórico Nacional y General de la Administración abrirán la documentación sin necesidad de invertir tiempo y recursos, siempre escasos, en recatalogarla. En los archivos dependientes de Cultura esta ausencia de recatalogación ya ha acaecido en casos previos. No hay que reinventar la rueda. Y como se trata de una pregunta dirigida al Gobierno el señor García-Margallo podría concertarse al efecto con su colega y amigo, el señor Wert. La comunidad científica, española y extranjera, les quedaría sumamente agradecida.

 

(Los lectores que quieran dejar constancia de su protesta y unirse a esta campaña en pos de la reapertura de los archivos pueden escribir a carlos.sanz@ghis.ucm.es o a juancp@ghis.ucm.es. Juan Carlos Pereira es el director del Departamento de Historia Contemporánea de la UCM y uno de los paladines de la protesta).