La guerra lenta de Franco (IV)

15 mayo, 2018 at 8:30 am

Ángel Viñas

En el post anterior identifiqué los tres componentes claves de la cosmovisión de Franco sobre la guerra que ya había elaborado antes de Guadalajara: desconfianza de la guerra celere y del uso de masas para desequilibrar al enemigo; guerra acompañada de “limpieza” del territorio que fuera ocupándose y máximo cuidado por no perder un átomo de su prestigio. Los expuso o se los expusieron a sus interlocutores italianos.  La derrota de Guadalajara tuvo efectos contradictorios. Por un lado, afectó al honor fascista. Como no era el suyo propio, no sabemos si Franco se alegró o no. Corrieron chistes hirientes sobre la valentía de las tropas enviadas por Mussolini, un fantoche para un cierto sector de la izquierda. Lo que argumentaré en este post es que a Franco tal derrota, de entrada, no le vino del todo mal.

 

Hemos visto en los posts dedicados a Gernika que en la correspondencia entre Kindelán y Juan Vigón afloraron dos elementos: la conveniencia de tener en cuenta el orgullo italiano herido junto una cierta desconfianza hacia sus aliados. Hoy el historiador sabe que la derrota tuvo efectos positivos para Franco de los que, suponemos, terminaría siendo consciente. En primer lugar, determinó a Mussolini a actuar y rehacer en buena medida el CTV, poniéndolo en condiciones de mayor combatividad. En segundo lugar, Mussolini aprendió del comportamiento de Franco. En el futuro trataría de que el empleo de sus armas le reportaran el reconocimiento de su papel politico. Se demostró en la campaña del Norte y en la embestida hacia Bilbao y más allá, cuando Franco aguantó y permitió que los italianos se salieran de su rol exclusivamente militar al entrar en tratos politicos con los vascos. Algo que, en puridad, podría haber atemperado. En tercer lugar, ligó indisolublemente al Duce a contribuir por todos los medios a la victoria de Franco. Es decir, hay que matizar las consecuencias de la derrota de Guadalajara. Se publicitó como la “primera derrota” del fascismo. La propaganda, que todavía resuena en la historiografía, no respondió a los hechos y mucho menos a las consecuencias.

¿Y qué hizo Franco? Exactamente lo contrario a la lógica militar, como subrayó Cardona. El genial Caudillo hubiera podido formar una gran masa de maniobra, detrayendo incluso tropas del Norte. Con el apoyo alemán e italiano lo normal hubiera sido tratar de encerrar las potentes defensas de Madrid en una bolsa cortando, por fin, la carretera de Valencia. De lograrse, todos los recursos invertidos por los republicanos en la capital hubiesen corrido el riesgo de perderse. Como dice Cardona, a pesar de “tantas ventajas objetivas, no insisitió en Guadalajara y decidió marcharse a otro frente. Con semejantes criterios, Montgomery nunca hubiera ganado la batalla de El Alamein”. Lo que hizo Franco fue aceptar una propuesta alemana.

Los grandes historiadores militares pro-franquistas, pensemos en el coronel Martínez Bande o en el general Jesús Salas Larrazábal, hicieron un esfuerzo sostenido por excluir el vector alemán en el origen de la futura campaña del Norte. No podían ver con buenos ojos que uno de los que podrían calificarse de errores estratégicos de Franco se debiera a una idea nazi. La tradición persiste hasta hoy. En sus contribuciones a una historia militar muy reciente de la guerra civil, patrocinada por la no menos oficial Comisión de Historia Militar y con el patrocinio de la Real Academia de la Historia, ni el coronel de Montoto ni el coronel Medina, que escriben sobre las operaciones aéreas y terrestres en la guerra civil, mencionan el input alemán. Al contrario. El primero, astuto, afirma que Franco y Kindelán “convencieron a Sperrle para que desplegara en el frente de Vizcaya a casi toda la Legión Cóndor”.

Es una forma un tanto peculiar de escribir historia. En cambio, el relato oficial alemán sobre la campaña del Norte empieza con el siguiente análisis:

El fracaso de los ataques de los nacionales contra Madrid y la ofensiva contra Guadalajara en febrero y marzo de 1937 obligaron a adoptar nuevas decisions operativas (sic). Había que intentar compensar los indeseados efectos politicos de tales tortazos mediante actuaciones en otros frentes y evitar que la iniciativa pasase al enemigo”.

Franco se cogió a un clavo ardiendo. Servía a sus propósitos. A finales de enero Mola había argumentado que debía procederse cuanto antes a la invasión de Vizcaya hasta alcanzar la línea del Nervión. Esta serviría inmediatamente de base de partida para proseguir en dirección occidental. Franco había desestimado entonces el proyecto y dicho a Faldella que carecía de la fuerza necesaria.  También había escrito Mola acerca de la conveniencia de hacerse con las explotaciones industriales de Vizcaya, y en especial con las que producían bienes de interés para la guerra. Todo esto era, y es, de cajón.  Pero los alemanes insistieron en la necesidad política y sicológica de dorar el blasón, un tanto afectado, de las armas nacionales. En el trasfondo latía la obsesión nazi por ocupar las zonas productoras de mineral de hierro, tan necesitado en Alemania.

Todo lo que antecede reforzaría, suponemos, el interés personal de Franco en prolongar la guerra. Por un lado satisfacía a los alemanes. Por otro a Mola. Nadie podría objetar a su decisión que, además, prometía la posibilidad de ajustar cuentas con los vascos sediciosos y, en su perspectiva, traidores a la PATRIA. Así, pues, la desviación hacia Vizcaya reunía los dos primeros componentes que hemos destacado en su cosmovisión sobre la guerra.

El tercero se presentó cuando, tras la toma de Bilbao que duró mucho más de lo previsto, hubo de hacer frente al avance republicano en el frente central. Entonces desguarneció el Norte -que era el primer e inmediato objetivo que perseguían los republicanos- y acudió presto al combate. Brunete, tan aureolado en la literatura por motivos varios, no era estratégicamente significativo para Franco. Tuvo, por lo demás, un elemento importante de reforzamiento de la decaída moral republicana. Tampoco fue Belchite otro objetivo estratégico, excepto para los republicanos que, de nuevo, se quedaron cortos. Ni siquiera la retoma de Teruel tras un combate de desgaste merece tal descalificativo.

Hay que avanzar más en el curso de la guerra y llegar a los resultados de la gran batalla de Aragón. Como es sabido, terminó con una derrota republicana. También fue la primera occasion, en lo que ya iba de contienda, en que Franco y/o su Estado Mayor demostraron haber aprendido que sabían hacer maniobrar a grandes unidades.

¿Cuándo es posible demostrar inequívoca y documentalmente que para entonces, con la experiencia ganada en año y medio de guerra, Franco ya había consolidado de forma pétrea su cosmovisión? La respuesta apunta a su manera de proceder tras la toma, por parte de Yagüe, de la primera ciudad catalana que cayó en manos de los salvadores de la PATRIA: Lérida.

Cardona es, como hemos señalado, uno de los historiadores que ha identificado los momentos en que Franco, de haber tomado otra decisión, hubiera podido probablemente acortar la duración de la guerra. Lo ejemplificó en el caso de la desviación hacia el Norte, que también es muy útil -pero menos- para nosotros. Consideró a Franco como un estratega mediocre, basado como lo estuvo en sus únicas experiencias de las campañas coloniales y dirigiendo unidades de tamaño medio.

Otros autores han defendido una concepción diferente. Reconocemos, sin embargo, que las babosas alabanzas que se desparramaron sobre él en su época hoy ya no están tan de moda. El enfoque de Cardona es interesante pero, a la postre, puede derivar en una querella entre expertos que no logrará convencer a los ya convencidos. Yo mismo podría aducir varios argumentos en contra de la posibilidad de que Franco decidiera reunir una gran masa de maniobra en el frente central, tras la derrota italiana en Guadalajara, para volver a intentar cerrar definitivamente el cerco de Madrid. En su análisis de la campaña del Norte los alemanes, además, no fueron parcos a la hora de hacerlo, probablemente para disimular sus objetivos politico-económicos.

En mi modesta opinión, la piedra de toque con que cabe someter al ácido test de la EPRE la consistencia de los tres componentes de la cosmovisión del Caudillo se encuentra en su comportamiento tras la caída de Lérida y en la reacción de sus generales. Adelanto que algunos de los papeles que podrían mejorar el conocimiento de lo que ya se sabe siguen, por lo que he leído, cerrados al examen público. Es a la exposición pormenorizada de esta cuestión a lo que se dedicarán los posts siguientes.