Un episodio sintomático del Brexit

12 marzo, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

 En este mes se dilucida en el Parlamento británico la cuenta atrás final de uno de los episodios más importante para Europa de los últimos cincuenta años. Muchos británicos y muchos europeos estarán ya hartos de las vueltas y revueltas que el Brexit ha dado desde el referéndum (algo que suele cargar el diablo) de junio de 2016. Que la sociedad británica está dividida es harto sabido. Suele ocurrir ante decisiones vitales. El mes pasado estuve pasando unas cortas vacaciones en Inglaterra en Somerset, región que típicamente se caracteriza como uno de los jardines del país y afamado productor de manzanas. Con ciudades y pueblecitos pintorescos, pubs acogedores y paisajes cambiantes, Somerset presenta con frecuencia una imagen idílica. Pero el demonio del Brexit también se ha infiltrado entre sus verdes campiñas. No resisto a la tentación de narrar un diminuto episodio que me parece sintomático. Con él me encontré en el pueblito de Winford.

Winford está situado en el valle del río Chew, al suroeste de Bristol. Es un pueblín antiquísimo que ya se menciona en el denominado Doomesday Book, una especie de inventario de la riqueza de Inglaterra y parte del país de Gales que data del siglo XI. Según Wikipedia la región de la cual Wiford es cabeza cuenta con algo más de dos mil habitantes, un número lo suficientemente reducido para que se conozcan casi todos.

Pues bien en ese pueblito, a una vecina octogenaria, la Sra. Bridget Smith, se le ocurrió dejar que varios de sus nietos pintaran en una pared de su pequeña casa que bordea la pequeña carretera que atraviesa Winford un mural con el siguiente letrero: “Europa dice: por favor, no os marcheís”. Habría que tener una mente tortuosa o atormentada para leer en estas siete palabras algo insultante o enervante, si se tiene en cuenta que un 48 por ciento de quienes votaron en el referéndum de 2016 se mostró favorable a que el Reino Unido permaneciera en la Unión Europea, mientras que el 52 por ciento restante lo hizo a favor de la salida de la misma. Y también que, desde entonces, las dos posturas se han debatido a todos los niveles de la sociedad británica, desde el Parlamento hasta el último rincón.

Según se cuenta el mural mantuvo su mensaje durante un par de meses sin que nadie dijera nada. Sin embargo un vecino, que sin duda votó por la mayoría en el referéndum, terminó sintiéndose incomodado. Se ignoran los motivos. Pudo imaginar, no lo sé, que el mural suponía un reto que arrastraría a las masas humanas del valle del Chew hacia un voto contrario a la salida en el caso, siempre hipotético, de que el Parlamento, saltándose la opinión del Gobierno, decidiera optar por la celebración de un nuevo referéndum. Lo que está claro es que tan diligente y patriótico vecino plantó a la señora Smith una denuncia.

A tenor de la prensa local las autoridades que reinan sobre la circunscripción electoral de Somerset Norte se lo tomaron muy en serio. No en vano uno de los diputados conservadores elegidos por la misma es el Dr. Liam Fox, ministro de Comercio Internacional. Es muy conocido porque, entusiasta del Brexit, se atrevió a decir durante la campaña del referéndum que la relación subsiguiente del Reino Unido a la salida de la Unión Europea se resolveria amigablemente en una tarde. Vamos, que como los innumerables “brexiteers” superparlanchines estaba muy enterado.

Así, pues, las autoridades, meses después de que los habitantes de la localidad quienes pasaban por la carretera camino de Bath se deleitaran contemplando el mural, enviaron sin más preámbulos una notificación a la Sra. Smith. El mural constituía un ejemplo de publicidad ilegal -como suena- por lo que debía retirarlo en el plazo de tres semanas o hacer frente a un juicio ante el tribunal correspondiente. Si este se ponía del lado de la autoridad municipal, la multa que tan osada infractora debería pagar ascendería a 2.500 libras de golpe y a 250 por cada día que transcurriera sin haberlo retirado. Claro está que ello presuponía que el tribunal competente la condenara.

La sorpresa de la octogenaria fue tremenda. Argumentó que ella ni vendía nada ni trataba de ganarse una miserable libra por exhibir la obra de sus nietos. El público que pasara por la carretera podría pensar lo que quisiera, pero era evidente que ella no anunciaba nada. Un caso de sentido común pero, a veces, también en la rubia Albión tal sentido es el menos común de todos. Señalo esto porque los munícipes constataron que, no menos evidentemente, la Sra Smith no había leído la sección 224 de la Ley de planeamiento urbano y rural de 1990 y las disposiciones que la misma contiene regulan el tema de los de anuncios de publicidad.

Ciudadana respetuosa, la octogenaria señora expuso sus motivos, pero como si se hubiese tratado de un diktat fascista o de un ukase soviético no obtuvo la menor respuesta. El periódico local intervino. Tampoco recibió contestación, por lo que presentó una demanda para forzarle al amparo de lo previsto en la famosísima Ley sobre la libertad de información. Que yo sepa, todavía no ha recibido la fundamentación en que se basaron las celosas autoridades municipales.  Está visto que la proverbial cortesía británica puede fallar un pelín en temas relacionados con el Brexit. Tampoco se ha dado a conocer el nombre del denunciante, aunque no es presumible que sufriera ninguna venganza a lo kukluskan.

El periódico local, The Chew Valley Gazette, prosiguiendo una encomiable labor informativa de cara a sus lectores, recabó la opinión de un experto, un profesor de la Universidad de Bristol, conocedor profundo de las peculiaridades del planeamiento urbanístico y rural de la región. Su respuesta fue que la definición de lo que debía entenderse por publiidad en la ley aducida era bastante opaca. Sin embargo, él no llegaba a comprender que el mensaje del mural pudiera caer dentro de las acepciones más comunes del término publicidad (¿cuál era el objeto de la misma?) y le parecía que el designado como anuncio publicitario era más bien un ejemplo de mero grafitti.  De lo contrario, argumentó,  los murales de Banksys – que valen millones – deberían también ser objeto de autorización administrativa. Y, lo que son las cosas, en el propio Bristol, una aglomeración de medio millón de habitantes, las autoridades municipales han tenido y tienen un enfoque mucho menos contundente que las que reinan sobre el diminuto Winford. En muchas de las calles de ciertos barrios de Bristol (por ejemplo, Montpelier, Stokes Croft y St. Paul´s) abundan las casas adornadas de murales, graffittis e incluso, ¡horror de los horrores!, slogans y mensajes políticos.

Hay más. El profesor en cuestión continuó afirmando que la orden emitida contra la osadía de la Sra. Smith podía muy bien representar una violación de su derecho a la libertad de expresión a tenor de lo establecido en el artículo 10 de la Ley sobre Derechos Humanos, ya que evidentemente restringía sus posibilidades de manifestarse en un tema de naturaleza esencialmente política. Algo que, añadió, los tribunales británicos tienen siempre mucho cuidado en proteger.

Pero, claro, mantener el mural significaba pleitear. Incluso en el Reino Unido es una aventura. ¿Qué hizo la Sra. Smith? No exponerse a ningún riesgo, por si las moscas. Cuando pasé por Winford en coche, uno de sus yernos estaba atareado tapando el mural. Mi cuñada paró el coche y le expresamos nuestra solidaridad. El hombre sonrió tristemente y dijo algo así como “es que hay gente que…”

Una anécdota minúscula. Pero representativa. Según las informaciones que, entre otros, viene divulgando el periódico The Guardian la extrema derecha británica experimenta un nuevo renacer. La consigna ahora es anti-Islam y el antisemitismo (que viene haciendo estragos en el partido laborista). Desde el hundimiento del British National Party no se había registrado nada similar. Incluso el desfondado UKIP vuelve a subir en ciertas localidades. Está visto que la salida de la Unión Europea ha desatado algunos pequeños (?) demonios en el corazoncito de una parte de la sociedad británica. Mala cosa.

No hay que tomárselo a broma. ¿O sí? Hace unos días el primer ministro danés Lars Lokke Rasmussen hizo varios comentarios poco diplomáticos sobre el “circo político” en el que se había convertido el Reino Unido, con un sistema que se cae a pedazos (melting down)  y en el cual los partidos más importantes están tan absortos en una guerrilla puramente táctica que ni siquiera se hablan entre sí, con unos líderes partidarios del Brexit que no son sino vulgares trileros (sic).

Cuando los amables lectores echen un vistazo a este post la solución estará a punto de caer, sin que quepa excluir una “milagrosa” salida, por la que tantos ciudadanos obnubilados han rogado a los sin duda fiables druidas británicos.