Un encuentro en Ciudad de México sobre la guerra civil

28 mayo, 2019 at 8:30 am

Ángel Viñas

Si hay un país en América Latina donde, todavía hoy, la guerra civil española es materia de recuerdo algo más que para escribir artículos en los medios sociales es, sin duda, México. La República azteca fue, después de Francia, el país que acogió el mayor número de refugiados españoles. En este año se cumple el 80 aniversario de la llegada del barco más famoso de los varios que transportaron las primeras tandas de autoexiliados tras la derrota. Se trató del Sinaia que llegó a Veracruz en junio de 1939 y que fue iniciada por el Flandre en abril.

 

El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, ha nombrado a uno de los más reputados políticos mexicanos, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, presidente de la comisión encargada de preparar la conmemoración de los ochenta años del exilio español. En las próximas semanas se celebrará la llegada del Sinaia cuyo periplo ya recuperó hace muchos años José Antonio Matesanz.  De notar es la asistencia del ingeniero Cárdenas durante el primer día de los dos que duró el encuentro organizado sobre la dimensión internacional de la guerra civil que tuvo lugar la semana pasada en el Colegio de México. Como hijo del general y presidente y Lázaro Cárdenas que abrió las puertas del país a los refugiados españoles, su presencia me pareció altamente significativa.

El exilio español en México es un tema muy bien estudiado, tanto por historiadores mexicanos como españoles, en nuestro caso desde los tiempos del ocaso de la dictadura. La literatura existente es abundante. Los testimonios orales recogidos por expertos a lo largo de los años alcanzan hoy un volumen considerable. El profesor Jorge de Hoyos es uno de los últimos que con mayor vigor ha actualizado el corpus existente.

El apoyo mexicano a la República española en guerra, desde sus comienzos en 1936, también ha sido muy trabajado. Uno de los coordinadores del encuentro, el profesor David Jorge, ha abordado no hace muchos años, en su libro sobre la Sociedad de Naciones y la guerra civil, los efectos de las mil y una maniobras realizadas por las potencias democráticas. El objetivo, logrado, fue impedir que de la épica lucha de la República contra Franco y sus aliados nazi-fascistas se ocupara operativamente el único organismo internacional que entendía en materias de paz y seguridad. La República contó, ciertamente, con la actuación de Nueva Zelanda y de la Unión Soviética pero, sobre todo, del régimen cardenista. El complemento material de los esfuerzos del presidente Cárdenas lo ha acometido Miguel Íñiguez Campos, también con documentación inédita republicana y mexicana. Quizá el próximo año sea ya posible leer su libro. Falta hace, frente a los camelos franquistas y neofranquistas que todavía pululan en la literatura. Entre ambos quedarán de manifiesto los errores y omisiones (¿involuntarios?) en que han incurrido e incurren numerosos autores, en general de origen anglosajón.

En el encuentro de la semana pasada lo que quería ponerse de relieve era la contraposición entre el comportamiento de las potencias del Eje en ayuda de Franco y la movilización de las izquierdas en apoyo de la República, vehiculada esencialmente a través de la Internacional Comunista y las Brigadas Internacionales. Como es sabido, el estudio de la vertiente exterior de la guerra civil es uno de los de mayor antigüedad en la historiografía. No en vano los primeros intentos se basaron en el conocimiento y exégesis de los documentos nazis publicados a principios de los años cincuenta del pasado siglo. A ello se dedicó el primer día, muy cargado.Todos los ponentes procedimos de España. El segundo día, no menos interesante, se centró en el éxito de la propaganda profranquista en América Latina, en comparación con la republicana, y en sus efectos en dos estudios de caso, México y Argentina. La conferencia de clausura recorrió la política agresiva de la Alemania nazi en las coordenadas de los años treinta. Las ponencias, debidamente actualizadas, serán objeto de publicación.

Es de rigor agradecer -y servidor lo hace de todo corazón- el esfuerzo y los medios desplegados por el Colegio de México, por su personal directivo (su presidenta, la directora del Centro de Estudios Históricos y la profesora Clara E. Lida, alma del encuentro) y de apoyo de cara a la feliz realización de esta nueva muestra de la hermandad académica felizmente existente entre España y el país azteca. No extrañará que el embajador de España también estuviera presente en el acto inaugural junto a los representantes de la entidad alemana  DAAD y la Fundación del Banco de Santander que con su ayuda financiera sostiene la Cátedra México-España.  Para mí fue particularmente interesante la presencia de la responsable del DAAD en México, ya que al fin y al cabo soy deudor a este servicio de intercambio académico de la beca que, hace ya muchos años, me permitió estudiar en Berlín y así, sin intuirlo ellos ni yo, poner en marcha un proceso en el que los hados determinaron mi carrera profesional y académica futura.

En todos los encuentros académicos se aprende. Personalmente no conocía mucho de la propaganda y actividades pro-franquistas en México, que abordó el gran experto en el régimen cardenista, biógrafo de su principal actor y trabajador incansable en el, al parecer, inmenso archivo que legó. Tampoco tenía idea del impacto en la comunidad española en Buenos Aires. Confieso que la exploración de la evidencia primaria relevante de época en los últimos años en relación con otros temas me ha dejado poco tiempo para leer trabajos que no se han relacionado con ellos. Nunca es tarde.

El Colegio de México es una de las instituciones de docencia e investigación más importante del país. Su acogida fue soberbia y creo no exagerar si todos los participantes no mexicanos quedamos abrumados por la eficacia con que se desarrolló el encuentro. Ciudad de México no es un entorno fácil y las distancias son kilométricas. Todo funcionó a la perfección. Claro que, de haberse celebrado una semana antes, quizá los extranjeros que llegamos hubiéramos corrido el riesgo de tener que lidiar con problemas respiratorios bastante serios. La contaminación había alcanzado límites alarmantes en una época en las que todos suspirábamos porque llegaran las lluvias.

Asistieron descendientes de varios de los ilustres refugiados que encontraron una nueva patria en el país azteca. Es una colectividad con la que ya había tenido algunos contactos en visitas precedentes. Siempre es emocionante escuchar de sus labios las experiencias que recuerdan de sus años de juventud y de aprendizaje en un nuevo país y de las actividades de sus padres. Con todos mis respetos hacia los colegas que los han recopilado, nada sustituye el contacto directo. Debo constatar mi agradecimiento en este ámbito a Carmen Tagüeña, expresidenta del Ateneo Español, en representación del que también debo a otros muchos. Tampoco puedo olvidar la presencia de uno de los últimos testigos, si no el último, de los días finales de la guerra, Don Fernando Rodríguez Miaja, pariente y ayudante del general Miaja, que también ha dejado constancia de sus recuerdos y que, ya centenario, se molestó en acudir al Colegio de México.

Como me quedé algunos días más en Ciudad de México no pude destinar mucho tiempo a la lectura de la prensa digital española en los días que precedieron a las elecciones del domingo. Sin embargo, no han faltado almas bondadosas que me han enviado referencias a algunas de las estupideces que han aparecido en las últimas semanas sobre las “tropelías”, “desaguisados”, “broncas” y “asesinatos” efectuadas por las “malvadas izquierdas” hace ahora 83 años. Lo que son las cosas. No he visto que también acogieran en sus páginas o en sus imágenes en youtube las informaciones hoy disponibles sobre los esfuerzos de las “sufridas derechas” por denunciarlos y exagerarlos en sus medios de comunicación de la época como consecuencia lógica de su necesidad de crispar el entorno social y político mientras avanzaba con pasos de gigante la conspiración civil y  militar apoyada operativamente por uno de los adelantados de la época. Hoy apenas lo citan. Se llamaba Benito Mussolini. Las “fake news” no son un invento del presidente Trump ni de los nacionalpopulistas de nuestros días. ¿Quién dijo aquéllo que cuando la historia se repite por segunda vez suele hacerlo como farsa?