Represalias: el caso francés tras la Liberación (II)

11 junio, 2019 at 8:07 am

Ángel Viñas

La obra de Novick a que me he referido en el post anterior representó una corriente de aire fresco. En paralelo a la que también representó el trabajo de Robert Paxton sobre la Francia de Vichy. A pesar de mi predilección por los autores autóctonos (sean franceses o españoles) jamás cabe dejar de lado las aportaciones genuinas de quienes no lo son (en particular en el caso español). Simplemente señalo que los primeros tienen ventajas comparativas: están próximos a los archivos, comprenden mejor la mentalidad de sus conciudadanos (lo cual no les exime de caer en riesgos) y pueden dedicar más tiempo a la investigación que quienes, por muchas ayudas financieras y académicas de que dispongan, no se detienen tantos años en los países en cuestión.

 

Dando un salto en el tiempo (y obviando a muchos otros autores como, por ejemplo, Henry Rousso o Henri Noguères) creo interesante referirme a la obra de Philippe Bourdrel sobre la depuración “salvaje” (adjetivo frecuentemente empleado y que dicho autor acepta sin más)  acaecida en Francia al borde de la Liberación, es decir, la que tuvo lugar entre junio y septiembre de 1944. Tal depuración fue multiforme y, aparte de las ejecuciones legales y los procedimientos judiciales que se incoaron en la época y después, ha despertado atención por las ejecuciones sumarias y los millares de detenciones más o menos arbitrarias que tuvieron lugar. Todo ello en circunstancias extra-legales.

La concreción temporal es importante. Antes de que se atisbara la Liberación, es decir, antes de la invasión aliada en Normandía y Provenza, es posible argumentar, y yo lo hago, que las acciones emprendidas por la Résistance contra las fuerzas nazi-fascistas pueden considerarse como ejemplos de guerra irregular en condiciones extraordinarias. Que un resistente atentase contra oficiales alemanes o italianos, o contra soldados en patrulla, puede considerarse deplorable (y con frecuencia los autores fueron fusilados sin el menor proceso o, en ciertos casos, sometidos a consejos de guerra por los ocupantes). Sin embargo, fueron muestra de la lucha del débil contra el fuerte. Lo que está en discusión es la naturaleza, motivos y extensión de la depuración extralegal por parte de los recién liberados.

No me detenderé demasiado en los dos primeros términos de la expresión anterior ya que ello me llevaría a entrar en un dominio que no es el mío. Hay quienes divisan en ellos, por ejemplo,  una manifestación esencialmente de carácter político e ideológico, relacionada con las aspiraciones y deseos de grupos heterogéneos de resistentes respecto a la naturaleza que debía tener una Francia liberada del yugo de los ocupantes. No veo forma de actuación más humana y, si se me apura, más obvia que el dar rienda más o menos suelta al furor, a la rabia, a los deseos de venganza por las humillaciones, exacciones y violaciones ocasionados por los invasores. De aquí que uno de los campos más trillados por la literatura sea la comparación entre las situaciones creadas por la ocupación pardi-negra en Austria, Croacia, Hungría, Italia, Francia, Noruega y  Países Bajos, amén de la acaecida en la Unión Soviética, entre otros.

En sus memorias, el general De Gaulle, que supongo tuvo acceso a información relevante, publicada y no publicada, señaló que los muertos sin proceso regular, es decir, extrajudicialmente, habían ascendido a 10.842, de los cuales 6.675 habían acaecido durante los combates de los maquis con los ocupantes antes de la Liberación y el resto después. Cifró en 779 el número de ejecuciones a consecuencia de las sentencias dictadas por los tribunales. Obsérvese la disparidad de estas cifras con otras.

La obra posterior de Bourdrel examinó detenidamente las manifestaciones de lo que él llamó una guerra civil dentro de la guerra civil que asoló Francia desde la ocupación hasta la Liberación. Mostró la variedad de situaciones a lo largo y a lo ancho del territorio. En algunas partes la Resistance era fuerte. En otras regiones partió de una situación de extrema debilidad. Comparó las cifras estimadas por el Comité de Historia de la Segunda Guerra Mundial y las del Instituto del Tiempo Presente. Las diferencias fueron considerables según los  departamentos (equivalentes a las provincias españolas). Destacó los más notables: 83 contra 174 en Puy-de-Dôme, 117 contra 475 en el Finisterre, 170 contra 294 en el Ródano, etc. También subrayó que en varios casos las cifras, depuradas por investigaciones sucesivas, variaron en el tiempo. Así, por ejemplo, en el departamento de Corrèze cayeron de 124 en 1971 a 85 en 1986. En el de Vaucluse hubo un movimiento inverso: de 97 a 120. Sus propias estimaciones lo acreditan en otros casos.

Bourdrel concluyó que los medios de investigación aplicados en el tema de las ejecuciones sumarias están afectados por un hándicap importante. Las encuestas y los estudios basados en los registros civiles no siempre permiten apreciar en su justo término una realidad que se disimula y que tampoco las familias de las víctimas suelen aclarar: ¿cómo distinguir entre un crimen mondo y lirondo y una ejecución que se presenta como motivada políticamente? ¿Cómo admitir que un pariente o un deudo cayó fulminado a consecuencia de uno u otro factor?

Este autor termina reconociendo algo que ya señaló Novick. Los esfuerzos de cuantificación de la depuración caracterizada de “salvaje” no permiten llegar a una cifra concluyente. Bourdrel estima que pudo encontrarse a la mitad del camino entre los 10.000 y 15.000. En tales circunstancias es mejor centrarse en los aspectos cualitativos por razones de clase social (aunque las víctimas no se dejan aherrojar en una clase determinada), situación geográfica, desbordamientos concretos, etc. Que no todas las víctimas respondieron a motivaciones políticas o ideológicas o de actos contra la Resistencia o de connivencia con el ocupante parece lógico pero no puede demostrarse mucho más.

La situación en Francia fue muy diferente de la que se creó en España con la sublevación de 1936, la supuesta necesidad de ajustar cuentas con los militares que no se sumaron al golpe, la “necesidad” sentida por los rebeldes de matar con la mayor velocidad posible todo conato de resistencia y la de estatuir un ejemplo que sirviera de desestímulo para quienes no aceptaran sumisamente el nuevo yugo castrense, hubieran destacado por sus ideas “revolucionarias “ en los tiempos de paz o sirvieran de carne de venganza o de “corderitos” llevados al sacrificio.

Termino con una referencia a una obra reciente que ha puesto patas arriba todo un edificio historiográfico penosamente construído. Es un producto de los avances registrados en Francia en los últimos veinte años a medida que han ido abriéndose los archivos. Debo recordar aquí que la desaparición de las últimas trabas legales que dificultaban el acceso se debe a las decisiones adoptadas por Manuel Valls en su época de primer ministro, aunque ya antes la concesión de autorizaciones para entrar en ellos se concedía más o menos liberalmente, aunque de forma no exenta de una cierta arbitrariedad.

François Rouquet et Fabrice Virgili han superado viejos traumas : los relacionados con la noción de que entrar en el tema de la depuración podía despertar viejas fracturas y afectar a circunstancias personales. Este es, incidentalmente, el grito de guerra de las derechas españolas cuando los historiadores queremos saber más y más acerca de las actividades terroristas de los sublevados de 1936 y vencedores de 1939. No en vano ya en 1994 Sonia Combe había publicado un libro sintomático: Les peurs françaises face à l´histoire contemporaine. Mucha de su argumentación podría aplicarse, mutatis mutandis, a España.

El dúo Rouquet/Virgili ha arrasado con antiguas concepciones y preconcepciones. Ha puesto de manifiesto que la depuración fue, esencialmente, un fenómeno local, en gran medida porque los grandes responsables de la colaboración y todos aquellos colaboradores que pudieron hacerlo se habían largado a lugar seguro. A ello se añadió que la ayuda del “pueblo” la solicitaron las “autoridades” que habían “liberado” de ocupantes los lugares, con frecuencia de la retaguardia, en que triunfaron las mil y una, pequeñas y grandes, insurecciones. Fue, a su manera, la manifestación de una violencia liberadora. Un autor como Pierre Laborie ha conjugado tres factores para explicarla: la violencia previa de los ocupantes y de los colaboradores, la incapacidad de las nuevas autoridades por mantener el orden en un período de cierto aislamiento y de desmigajamiento del poder público y, no en último término, los arraigados sentimientos de venganza en unas y otras localidades.

Estamos, pues, muy lejos de la represión organizada, brutalizada, bestializada de un ejército de ocupación, africanista y dirigido por jefes y oficiales con la misma crueldad que la que habían aprendido en las campañas de Marruecos.

Volveré, probablemente, al caso francés. Quedan unas comparaciones que me gustaría efectuar. Por el momento solo quiero advertir que un sector de las derechas francesas ni ha terminado de aceptarlo. Tampoco lo han hecho, en su caso, las españolas.

 

Referencias

Philippe Bourdrel, L´épuration sauvage, París, Perrin, 2002.

Peter Novick, L´épuration française, 1944-1949, prefacio de Jean-Pierre Roux, París, Balland, 1985.

François Rouquet y Fabrice Virgili, Les Françaises, les Français et l´Épuration (1940 à nos jours), París, Gallimard, 2018.