El general Francisco Franco y su curiosa hoja de servicios (IV)

19 noviembre, 2019 at 8:30 am

Su primer y mitificado momento estelar

Ángel Viñas

Me toca volver a pedir un pelín de comprensión a los profesionales porque ahora he de abordar tres grandes historiadores que se han distinguido en las letras hispanas por su devoción a rescatar la memoria de SEJE, a veces exponiéndola en tonos algo más que amables. En primer lugar, abordaré el caso del general de Caballería Rafael Casas de la Vega, ya en los años noventa del pasado siglo. Su biografía de Franco, la primera estrictamente militar del primer soldado de España (nada menos), se publicó en la editorial Fénix, propiedad -si mis informaciones no son falsas- de Ricardo de la Cierva. Los historiadores segundo y tercero no necesitan presentación en este blog ya que por diversas razones me he visto obligado a mencionarlos en ocasiones. Hasta ahora nunca en conexión con el episodio del Biutz.

 

Como es lógico la presentación del combate fue, en el caso del general Casas de la Vega, mucho más técnica. Dejemos de lado que el autor fue un militar que hoy podríamos situar en la extrema derecha. Nos pegamos a lo que escribió en el tema que aquí nos interesa.  El ataque, escribió, se hizo a una loma en cuya cima había trincheras enemigas. El capitán Franco Bahamonde (obsérvese el cambio de grafía con respecto a la que entonces se utilizaba al mencionarlo, al menos en el único documento oficial de archivo que me sirve de guía) “se lanza con más éxito sobre el enemigo y ´a fuerza de valor se apodera de la primera línea de trincheras y en ella se mantiene´”.  Ruego a los amables lectores que retengan esta frase. No dice mucho más, pero la cosa está superclara. Franco ocupa, valeroso, terreno ocupado por el enemigo, que suponemos contraataca porque de lo contrario el mantener el ganado a pulso no tendría mérito alguno, y de él no se mueve.

Curiosamente para un militar profesional que actúa como historiador prefiere basarse para apuntalar la acción en la descripción de un embajador y novelista, Salvador García de Pruneda [nota: apunte que demuestra mi ignorancia: no he leído ni había oído nada de él]. Normalmente un historiador que trabaje sobre fuentes primarias utiliza estas y no descripciones noveladas. Novela no es igual a historia. Tampoco creo que tan distinguido embajador estuviera  presente en la acción.  Por su hoja de servicios en su carrera civil sé que ingresó en la escuela diplomática  en 1942. Nacido treinta años antes participó en lo que se denominó “Cruzada”. En ella fue herido (“caballero mutilado de guerra por la Patria”). En Wikipedia aparece como capitán de Ingenieros. Le dieron las condecoraciones cuasi automáticas. Salvo que estuviera en el Protectorado antes de 1936  (no hubiese sido imposible pues Wikipedia informa que regresó a España desde Inglaterra al estallar la sublevación; sin embargo debió ser antes si hubiera sido cierto que participó en la defensa del Cuartel de la Montaña) tan eminente autor es posible que no se estuviera en puesto en Marruecos hasta 1960. Su hojita de servicios afirma que lo hizo entonces como cónsul general en Tetuán. A lo mejor aprovechó para recoger datos, cuentos y leyendas. O tal vez se paseara antes por el Protectorado de vacaciones. Chi lo sà?

Pues bien, según la tan indirecta y no demasiado autoritativa fuente del embajador García de Pruneda, el fusil que recogió Franco pertenecía a un soldado indígena  que había muerto disparando medio arrodillado. Afirma que Franco llegó a hacer fuego; que una bala le alcanzó en el vientre y que lo tiró al suelo. Como observará el lector, Arrarás redivivo con la noción adicional de que, teniendo en cuenta que el embajador García de Pruneda no precisa demasiado, podríamos pensar que Franco disparó sobre la marcha. [ Nota: difícil sería que lo hiciera con mucha puntería y más aún que causara el menor daño al enemigo corriendo, valiente, hacia él].

Por supuesto, el general Casas de la Vega nos informa de que las 20.000 pesetas que Franco llevaba en la acción las había extraído de la caja del Cuerpo porque aquel día debía pagar a sus hombres. Esto explicaría que entrase en combate con aquella fortuna a cuestas. Ricardo de la Cierva, citado por tan puntilloso general, especula que Franco incluso habría pedido al oficial que se hizo cargo de ella tras su lamentable herida que le entregase un recibo firmado. Servidor, que jamás ha entrado en acción de guerra alguna, queda sobrecogido ante tal presencia de ánimo y, sobre todo, ante la fortaleza física del futuro Caudillo. Más sobrecogido aún, si cabe, al leer que, como afirma Casas de la Vega, eso fue “un buen ejemplo a seguir por los funcionarios, civiles o militares, que manejan fondos del Estado”.

Dado que su hagiografía data de 1995 cabría suponer que, para tal fecha, la Administración militar ya se serviría de cuentas bancarias para pagar a los soldados, pero a lo mejor seguía manteniendo el viejo sistema. Puedo asegurar al menos, a riesgo de contradecir a tan ilustre general, que en la Administración civil ya se utilizaban. En cualquier caso, su invocación al ejemplo que deberían seguir sus funcionarios es totalmente extemporánea. ¿Cuántos de ellos habrían estado en las trincheras con una fortunita encima?. [Nota: me cuesta trabajo manejar el ordenador, riendo como estoy a carcajada limpia].

Ahora nos toca otro de los grandes hagiógrafos del Caudillo: el profesor Luis Suárez Fernández. Según tan eminente historiador, Franco tomó el fusil de un herido que acababa de caer (reprimenda implícita al embajador-novelista); caló la bayoneta [nota: nuevo detalle:  a lo mejor lo hizo como un soldadito cualquiera, pero ¿con qué había estado armado hasta entonces?]; arrastró tras de sí a los suyos [nota: sin duda movidos por su espectacular heroismo]; coronó la loma; recibió en el vientre su primera herida de guerra; llamó al teniente que le seguía y le entregó las 20.000 “pelas”. Como se ve, el inmortal Arrarás sigue haciendo de las suyas de una u otra manera.

Finalmente nos detendremos en el profesor Payne, no sin señalar que en esta ocasión con el corazón palpitante de emoción.  ¿Con qué nos ha iluminado en fecha recientita?  En principio, con nada nuevo: los elementos del tenaz periodista y primer biógrafo de Franco siguen intactos, pero este autor (¡albricias le sean dadas!) nos aporta, para información de los ignaros, un nuevo e inédito testimonio, único, inapreciable. El de la excelentísima señora doña Carmen Franco Polo, duquesa de Franco.

A tenor de este testimonio, que no había visto en otras biografías (pero reconozco que no he recorrido todas las existentes), su querido y admirado papá habría dicho a un soldado moro que tomase un fusil y que encañonase a los sanitarios para que lo metieran en el camión con que se evacuaba a los heridos. Esto es, insisto, rigurosamente nuevo. Franco, quizá consciente de la gravedad de su herida y en posesión de todas sus facultades, hizo valer su grado. Al fin y al cabo era capitán y jefe de la compañía del tabor que había escalado la loma para domar a los aguerridos resistentes y no podía correr el riesgo de morir a la intemperie y sin cuidados.

La señora duquesa -no sabemos si se lo dijo su padre o si fue de su propia cosecha- añaduñi además una explicación “técnica”: “la bala la había recibido en inspiración, y si tú estabas aspirando la bala te entra y no te roza el intestino. A mi padre le rozó un poco el hígado, pero no le rozó el intestino…”

El  profesor Payne no comenta ni con una sola palabra, o en su lugar, una simple admiración tan vital episodio. Debo descubrirme ante su sagacidad y capacidad de rastreo ya que servidor no lo había visto escrito en letra impresa hasta que él, y su colaborador Jesús Palacios, un periodista exneonazi, escribieron su magna biografía de Franco (para analizar la cual reuní a un grupo de historiadores que publicamos nuestros resultados en la revista académica digital Hispania nova: https://e-revistas.uc3m.es/index.php/HISPNOV/issue/view/448 ).

A mi me pareció una explicación, ¿cómo decirlo?, un poco rarita. Que la trayectoria de una bala dependa, siquiera en parte, si el que la recibe en contra de su voluntad estuviese aspirando o espirando y que no se mencione para nada la energía cinética  que la propulsa resulta extraño hasta para alguien que, como servidor, no sabe de anatomía.  En esta ocasión, al tratarse de un tema médico, he recurrido a mi amigo, compañero y coautor en EL PRIMER ASESINATO DE BALMES, el Dr. Miguel Ull, eminente patólogo. No ha dudado en escribirme que el comentario de la hija de SEJE es una solemne estupidez (sic). La velocidad del proyectil predomina ante cualquier situación de la respiración. Da lo mismo a efectos lesionales que esté en aspiración o espiración. Lo de la lesión del hígado es igualmente de risa (sic).

En consecuencia, cualquier lector debe preguntarse de dónde se sacó la excelentísima señora duquesa que la bala rozó el hígado de su querido papá. Evidentemente a este no le hicieron la autopsia, pero ¿le hicieron al menos una radiografía? Y si se la hicieron, ¿dónde? Porque es evidente que no pudieron hacérsela ni en plena campaña, ni en una ambulancia de 1916, ni siquiera en el campamento hacia el cual fue evacuado. Sí hubieran podido hacérsela en un hospital debidamente equipado, pero si se la hicieron, por esas cosas que tiene la Providencia, ha desaparecido. En resumen: un proyectil que penetra por el abdomen (dirección antero-posterior o lateral) lesiona, sí o sí, el intestino delgado y/o grueso, amén de la posibilidad de que lesione otros órganos, pero todavía no sabemos cuáles hubieran sido estos últimos en el caso del capitán Franco.

No juego con ventaja. El profesor Payne vive en Estados Unidos y podría haber consultado a algún médico amigo. Si no allí, por lo menos en España. De su coautor no hablemos. NINGUNO LO HIZO. Y esto me lleva a la conclusión de que la manía de no analizar ni de contextualizar incluso las cosas más raritas no es buena fórmula para un historiador.  Por consiguiente, creo que el testimonio de la excelentísima señora duquesa debe ir, como tantos otros relacionados con su sin duda por ella idolatrado papá, al cesto de los papeles. Eso sí, con el debido respeto y, en esta ocasión, sin demasiadas risas.

 

(Continuará)