Europa, Europa

20 mayo, 2014 at 6:54 am

Hace ya años que la Comisión Europea publicó un primer volumen sobre su aportación al despegue del proyecto europeo (también jerga de Bruselas). Cubrió los años entre 1958 y 1972 y no tuvo gran éxito. Apenas si se la cita en la literatura más relevante. Esto puede ser porque la atención de muchos historiadores –a diferencia de los politólogos y juristas- ha tendido a concentrarse en el Consejo y, sobre todo, en el Parlamento. El que la Comisión fuese la figura más original del triángulo comunitario tardó en llegar al gran público, a diferencia de lo que ocurrió con las autoridades gubernamentales.

La Comisión persistió en su enfoque. Hace cuatro o cinco años la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica) formó un nuevo grupo de historiadores, juristas, politólogos y economistas y volvió a ganar el proyecto para redactar un nuevo tomo de la historia de la Comisión que cubriría los años entre 1973 y 1986, es decir los comprendidos entre la primera y la tercera ampliación (a España y Portugal).

Esta vez los recursos movilizados fueron mayores, el abanico más abierto, la base documental y testimonial más amplia. El tomo se ha presentado recientemente en Bruselas y, como suele ocurrir con estas cosas, no ha despertado el menor impacto. Al menos a nivel de la prensa generalista. Es posible que lo tenga entre los círculos de especialistas y ya se ha convocado un seminario en octubre, también en Lovaina la Nueva, para discutir sus resultados.

Sería una pena que periodistas y forjadores de opinión pasen por alto este volumen, en el que me ha tocado participar como catedrático de la UCM, única universidad española representada en el equipo (hay otro español, amigo mío, el Dr. Sigfrido Ramírez, pero que trabaja en la Universidad de Copenhague). En él encontrarán análisis contrastables sobre los altos y bajos del proyecto europeo en los años que fueron denominados de la “euroesclerosis”, del “eurodesengaño”, del “euroestancamiento”.

La contrastación se hizo en principio en base a ese tipo de evidencia primaria relevante de época con que solemos trabajar los historiadores: documentos públicos; documentos de archivo (se nos han abierto sin excepción todos los necesarios, algo que debería dar vergüenza al actual Gobierno español); informaciones de protagonistas y testigos (se han grabado en audio y, generalmente, también en video entrevistas a 244 personas, desde el nivel de comisario hasta el de funcionarios que tuvieron responsabilidades ejecutivas). Se ha añadido un análisis de la literatura secundaria y los resultados se han pasado por el duro cendal de la crítica inter-pares.  A mí, que me tocó participar en dos de los capítulos más susceptibles de generar controversia (la política comercial y las relaciones internacionales y la ampliación a España y Portugal), me ha correspondido colaborar con dos y cuatro autores más respectivamente para generar una interpretación equilibrada y lo menos sesgada posible.

Cuatro son las conclusiones generales: i) el cambio es consustancial a la evolución del proyecto europeo. No ha habido períodos de “estancamiento”; ii) las condiciones ambientales fueron, a veces, favorables pero en muchas ocasiones profundamente desfavorables; iii) varias de las semillas de la evolución futura, en la época gloriosa de los años Delors, se plantaron en los años precedentes; iv) no había resultados predeterminados. Lo que ocurrió no fue la manifestación del peso de las “estructuras” sino del aprovechamiento inteligente de las posibilidades percibidas por hombres y mujeres que sabían, más o menos, lo que querían: hacer avanzar la construcción europea.

En el expurgo y análisis de los documentos se identifican los obstáculos. Muchos existen todavía: una base jurídica flexible, pero insuficiente; el miedo a perder “soberanía” por parte de los Estados miembros; la falta de sintonía entre los favorecedores de una Europa más unida y las poblaciones; el miedo a los de fuera; el peso de las tradiciones nacionales, sobre todo entre las élites administrativas y políticas de los Estados miembros; la influencia de los prejuicios respecto a otros; la debilidad de liderazgo; el papel dominante del Consejo y el altamente subordinado del Parlamento, etc.

Naturalmente se han ganado espacios. Quizá el potencialmente más importante haya sido la puesta en paridad, a efectos prácticos, entre el Consejo y el Parlamento en las tareas legislativas, salvo en temas relativos a la política exterior y de defensa. Otro avance nada despreciable ha sido la introducción con carácter bastante general (aunque no del todo) de la toma de decisiones por mayoría cualificada frente a la aplicación de la unanimidad. También se han perdido otros: la paralización relativa del método comunitario a favor de la cooperación intergubernamental; la pérdida de poder relativo de la Comisión no tanto en el Tratado como en la práctica.

El balance de unos y otros fenómenos se ha visto impactado, además, por los efectos de la crisis económica y la forma elegida para lidiar con ellos. Se han generado fenómenos dañinos. De esto hablaré, un poquito, en mi próximo post, justo antes de las elecciones.

Por el momento, la historia de la Comisión entre la primera y la tercera ampliación está disponible no solo en una preciosa edición encuadernada, y muy pesada, sino también en pdf que puede descargarse gratis en francés, inglés y alemán en el sitio de la librería europea: https://bookshop.europa.eu/fr o en para inglés. Ojo se trata de un “tocho” de 658 páginas en gran formato. Y quienes quieran acudir al tomo anterior, para el período 1958-1972, también podrán descargarlo, igualmente gratis, en la misma dirección. Ambos contribuyen a remover mitos muy asentados sobre los inicios del proceso de integración europea, sus obstáculos y sus apoyos. Pero ¿cuántos europeos se interesan por el desmontaje de mitos en un proceso que hoy incide decisivamente en sus vidas? Para muchos, es vivir con los ojos cerrados a la historia.