Los mitos nunca mueren: Gernika y Stanley G. Payne (II)

7 abril, 2015 at 8:30 am

En este post continúo con el tratamiento que tan ilustres historiadores han dado a la destrucción de Gernika el 26 de abril de 1937 y abordo lo que parece ser su objetivo fundamental. La minusvaloración del bombardeo y, en consonancia con ello, la exoneración del Caudillo de toda responsabilidad. Los lectores me permitirán que adopte un tono menos solemne que el habitual porque un cierto grado de indignación debe dejar paso al sarcasmo.

P1020179c) Una característica esencial del tipo de literatura palaciega a que aludí en el post precedente consiste en disminuir el número de muertos en el bombardeo. De la Cierva incluso afirmó que no pereció ni siquiera una docena (Arriba, 30 de enero de 1970, artículo de Pedro Pascual, citado por Southworth, p. 522). Que se sepa no se le cayó la cara de vergüenza. ¡Incluso llegó a ser (efímero) ministro de ¡Cultura!. Fueron 126 afirman Payne y Palacios. Su fuente (no podría ser otra) es el ya mencionado general Salas. Lo que ocurre es que tienen una relación un tanto ambigua con la precisión numérica. Dos años antes de su biografía, Payne publicó su enésima versión (en general en plan de copy and paste) sobre la guerra civil. Lo hizo en una editorial muy distinguida. Cambridge University Press. En ella la cifra no fue 126 sino «en torno a 150». No explica el cambio. Imagino que en esta ocasión habrá leído mejor a Salas. Sin embargo tanto para Cambridge como para Espasa el ilustre profesor norteamericano no parece ser consciente de que el denodado historiador militar en quien se apoya ignora cosas elementales. Por ejemplo, que el mismo día de la ocupación de la villa, el 29 de abril, tres días después del bombardeo (Payne/Palacios afirman que fue el 27, una errata) Mola se personó en ella. No tardó un minuto. No se entretuvo, que sepamos, con otras distracciones propias de un guerrero sanguinario.

Algunas órdenes debió de dar aquel glorioso general en jefe del Ejército del Norte. No pudo ser por milagro ni por la intervención de potencias celestiales por lo que en el libro del cementerio se eliminara un asiento referido a los enterrados la víspera; tampoco que en el de Lumo se arrancaran, pura y simplemente, las páginas relevantes; que lo mismo ocurriese en el hospital de Basurto tras la ocupación de Bilbao y en el que las páginas 779 a 798 se arrancaron de cuajo del libro de entradas y salidas de hombres. Más tarde se retardaron las inscripciones de difuntos en el registro civil gernikés. La mecánica se inició a los seis meses del bombardeo y continuó nada menos que hasta el 29 de julio de 1948. En ciertos archivos eclesiásticos se registraron cadáveres en septiembre en vez de abril, etc. Algún lector podría pensar que tal vez todo ello ocurriese por azar pero es altamente improbable.

Además, minuciosos cálculos y comprobaciones sobre el terreno realizados por historiadores guernikeses han elevado la cifra de Salas a 336. De ellos se han identificado 276. Podemos, pues, afirmar que ni Salas, ni Payne, ni Palacios están al día. Ninguno, por cierto, reconoce la importancia del descombramiento, hecho tardíamente y sin el menor cuidado, ni que la reconstrucción de Gernika se efectuó sobre las casas destruídas, quemadas por el fuego (los cadáveres solo dejan huesos como mucho si es que no los calcina) o derribadas posteriormente. El lector que quiera saber más sobre la cuestión de las víctimas, insisto en que siempre ninguneada en lo posible por los historiadores «objetivos» de talante franquista, encontrará un amplio tratamiento en la obra de Irujo.

d) La minimización del bombardeo, que ya condenó Southworth hasta la extenuación, va en la pluma de Payne y de Palacios de par con la exoneración de la responsabilidad de Franco. ESTA ES EL MITO FUNDAMENTAL que defendieron en la dictadura primero y en la transición y post-transición después innumerables autores «objetivos». Desde un académico de la Historia hasta el penúltimo periodista de turno, pasando por algún que otro historiador académico. En este tema, y en ese surco que se remonta hasta los años más oscuros del régimen dictatorial, nuestros tan enaltecidos autores afirman que «el propio Franco no tuvo conocimiento previo del ataque, dado que los detalles de las operaciones diarias de la campaña del Norte no llegaban necesariamente a su Cuartel General» (p. 229).

Esta es, no se le ocultará al lector, una declaración rotunda. No permite errores de interpretación. Cierto es que no señalan de dónde la extraen en tales términos si es que la han tomado de algún sitio. Hay que entender por ello que es una conclusión a la que habrán llegado después de leer la literatura que citan. ¿Y cuál es esta? Reconocen que es muy numerosa. Tienen razón. Ningún acontecimiento singular de la guerra civil ha generado tanta literatura como Gernika. Pero ellos, aparte del libro de Salas, se contentan con una biografía del general von Richthofen (a la sazón jefe de Estado Mayor de la Legión Cóndor) debida a un experto norteamericano en historia de la Luftwaffe, James S. Corum. No está traducida pero, naturalmente, la compré de inmediato tan pronto como me puse a redactar mi destrucción sistemática, y sin concesión alguna, de las tesis y argumentaciones del general Salas. Si se escribe sobre algo conviene, en la medida de lo posible, conocer la literatura.

Ni Salas ni Corum destacan por haber buceado en la evidencia primaria relevante de época. El primero no ha hecho grandes esfuerzos por ponerse al día en la alemana y la que cita de lecturas la tergiversa a placer. El segundo no ha entrado jamás en un archivo español y padece de una especie de lo que parece ser cierto hero worship por von Richthofen. Ni Salas, ni Corum, ni Palacios, ni Payne han combinado la EPRE alemana relevante y la EPRE española.

Dado que ya avancé en fecha tan alejada como 1977 que el general Franco no podía ser exonerado de responsabilidad, lo primero que hice en aquel tiempo fue achuchar, junto con otros colegas, a las autoridades gernikesas para que solicitaran la creación de una comisión de historiadores hispano-alemanes que pusiera en claro lo ocurrido y lo que hubiera detrás. Personalmente también me puse en contacto con la embajada de la República Federal en Madrid (y mire el lector por dónde un joven historiador, Antonio Muñoz, me proporcionó algunos de los despachos que entonces envió la embajada a Bonn). Igualmente achuché al ministro de Información y Turismo de la época, Pio Cabanillas, para que se abrieran los archivos militares. Sin éxito. Escribí varios artículos en plano académico y divulgativo. Se difundieron ampliamente. También a veces algún que otro editorial de periódico. Me siento, pues, con alguna autoridad para criticar el comportamiento de Salas y, por ende, de Payne y Palacios.

(Seguirá)