HISTORIA PARA EL VERANO

7 julio, 2015 at 8:30 am

Están a punto de llegar las vacaciones. Muchos no gozarán de ellas. Para otros serán cortas. Seguimos en la crisis. En algún momento, cuando echemos la vista atrás con la suficiente distancia, quizá podramos advertir que este habrá sido un tiempo de mutaciones. El campo preferido del historiador. Períodos tales abundaron en los años treinta y cuarenta del pasado siglo. Todavía seguimos lidiando con sus consecuencias. El verano, se trabaje (quizá menos) o no se trabaje, es tiempo favorable a la lectura de obras de historia y de ficción. Servidor va a compensar el mucho tiempo que he invertido en otras actividades. Aparte de intentar progresar, lentamente, en un libro que espero pueda salir el próximo año, trataré de leer de cubierta a cubierta tres obras que llevan en mi mesa varias semanas y que hasta ahora solo he podido ojear. Las menciono en este post por si logro convencer a algún amable lector de que se trata de libros que merecen la pena.

El primero es un grueso mamotreto que, sin duda, está llamado a hacer época sobre la historia de la segunda República española. Hoy es más necesario que nunca. Llevamos años sometidos a un bombardeo incesante en algunos medios de comunicación, en un sector del ciberespacio y en libros escritos apresuradamente o con intenciones de intoxicación sobre lo horrendos que fueron aquellos años. Hasta políticos de cierta relevancia como la nunca suficientemente alabada Doña Esperanza Aguirre ha ilustrado a sus lectores de ABC al respecto. Por no hablar de eminentes políticos o politiquillos de la escena patria. Apoyados, todo hay que decirlo, por autores, especialistas o no, que se han prestado a un juego que es probablemente muy lucrativo.

P1020594Por ello la salida al mercado hace unos meses de un trabajo de síntesis y actualización, centrado en particular en el período que va de 1931 a 1936, es más que bienvenida. Se titula, escuetamente, LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA. La ha publicado Pasado & Presente. Los autores (Eduardo González Calleja, Francisco Cobo Romero, Ana Martínez Rus y Francisco Sánchez Pérez), a tres de los cuales conozco personalmente, son expertos en el tema, vienen investigando sobre el período republicano desde hace años, han publicado decenas de títulos (de esos que, probablemente, Doña Esperanza Aguirre jamás habrá leído – ahora, en la oposición, a lo mejor encuentra más tiempo) y han acometido una tarea ímproba con serenidad y buen juicio. Naturalmente, ya han levantado detractores pero, como es habitual en nuestros pagos, ha dominado el ninguneo. Como si por ello, en condiciones de libertad de expresión (que brillaron por su ausencia durante lo que solía denominarse «anterior régimen» y que no fue sino una dictadura pura y dura, de toques y ribetes fascisto/clericales asentada sobre una base militar y gestapista), pudieran ponerse límites al viento del campo. De entrada, sugiero a los amables lectores que, si no tienen ganas de abordar de golpe la lectura de las 1.245 páginas, sin contar la bibliografía, de esta obra empiecen al menos con la introducción y conclusiones (la Segunda República en la memoria colectiva de los españoles) y que luego pasen a las peripecias por las que atravesó el primer intento serio de democratización y modernización de una España oficial bastante anquilosada.

P1020592El segundo volumen que tengo en mi mesa es complementario. Se titula EL PASADO EN CONSTRUCCIÓN. REVISIONISMOS HISTÓRICOS EN LA HISTORIOGRAFÍA CONTEMPORÁNEA. Lo ha publicado la Institución Fernando el Católico, de la Diputación de Zaragoza. Se trata de un conjunto de ensayos bajo la coordinación de Carlos Forcadell, Ignacio Peiró y Mercedes Yusta, sobre las manifestaciones de la historiografía seudorrevisionista en varios países europeos y en España. No somos tan especiales, aunque esto no suponga en nuestro caso ningún mérito (más bien demérito). Las querellas sobre la interpretación del pasado afectan también a países que quizá lo tengan algo menos oscuro que nosotros, en la medida en que las situaciones de coacción por las que atravesaron fueron con frecuencia más cortas que la española, pero también dejaron huella indeleble en su reciente recorrido, ya se trate de los antiguos países fascistas, de la Francia de Vichy, de algún que otro ejemplo del «socialismo realmente existente» como en lo que era Checoslovaquia, sin olvidar a Portugal. Es un libro que debería ser lectura obligada, al menos, para periodistas, forjadores de opinión y estudiantes de historia.

P1020593El tercer libro es de un amigo mío, Fernando Hernández Sánchez. Se titula LOS AÑOS DE PLOMO y lo ha publicado Crítica. Trata de los años más oscuros del PCE, años de resistencia, reconstrucción, sabotaje, persecución y heroísmo. Años que están incrustados en la memoria de los padres y abuelos de un sector de la joven generación pero cuya interpretación ha sido dejada por lo ganeral a las valoraciones de los «historiadores» oficiales (guardias civiles, exbrigada política social, militares e «intelectuales orgánicos») o a los celadores de la ortodoxia comunista. Contiene episodios increíbles que refuerzan la muy extendida opinión de que la realidad puede superar con creces a la ficción más desbocada.

Los tres libros comparten una misma preocupación metodológica: hay que volver a las fuentes primarias relevantes de época, publicadas o no; hay que aplicar los enfoques basados en la evolución de la metodología y de la teoría del conocimiento histórico; hay que practicar la autodisciplina, es decir, subordinar las posiciones personales a la contrastación con los datos y el debate con otros autores. Porque, no se engañe el lector, hay buenos y malos historiadores, como hay buenos y malos médicos, abogados o ingenieros. Es deber de los primeros desvelar, e impugnar, las falacias, las tergiversaciones, las omisiones y las construcciones seudocientíficas. El historiador, lo quiera o no, cumple una función social. No podrá pedírsele que sea imparcial pero sí debe exigírsele que sea objetivo. Es decir, que ponga al descubierto sus fuentes y su metodología y que clarifique su argumentación, sus supuestos y sus conclusiones debidamente apoyadas y contrastadas.

Cuando se aplica este criterio se advierte que nombres ensalzados en ciertos medios de comunicación son poco más que vendedores de ficción, cómoda tal vez para un Gobierno que tiene miedo del pasado (su comportamiento en materia de apertura de archivos así permite inferirlo) pero que no tienen mucho que ver con historiadores auténticos, del signo que sean.