Sobre las justificaciones primarias del 18 de Julio (IV): Y en la recta final, el dogal moscovita

5 abril, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

Los historiadores académicos no hemos solido detenernos en los parrafitos antisoviéticos y antimasónicos de Félix Maíz. Pero la verdad es que estos se mantienen a lo largo de toda su obra testimonial. Si acaso, disminuyen en cadencia a medida que se acerca a la sublevación. La narrativa, pura y dura, se impone en este último trecho. Incluso hay gente que piensa que podía contar de verdad lo ocurrido. En cualquier caso, sus tics no desaparecen. Aquí daré una pequeña muestra.

Captura de pantalla 2016-03-10 a la(s) 12.03.52Así, por ejemplo, cuando el 18 de junio nuestro eminente testigo se desplazó a Zaragoza a aclarar una falsa interpretación dada a una de las directivas de Mola se encontró que en Las Delicias la policía fue bastante escrupulosa en el control del coche y su documentación. ¿No estarían ya en vigor las disposiciones kominternianas, se preguntó? (p. 179)

La pregunta era lógica porque, a pesar de que la colaboración política de los Frentes Populares español y francés renqueaba, la Komintern apretaba fuertemente (p. 184). A finales de mes Félix Maiz comentó un «proyecto de licenciamiento de la tropa». Ocultaba designios no siniestros sino supersiniestros. Se buscaba que los «soldados abandonasen los cuarteles dejando libres los fusiles». Estos eran los que, según órdenes de Moscú, debía tomar el Ejército «Rojo» para poder formar sus cuadros y actuar. Pues se me ocurre pensar que la revolución inminente andaba un poco flojilla si tenía que armarse de tal manera. Pero la verdad es que sería una cosa de lo más sencillo (p. 199).

El mismo 30 de junio Félix Maíz ojeó las disposiciones de la «Oposición Sindical Revolucionaria» con las consignas e instrucciones de Moscú. Nueve páginas. Daban la impresión de que los revolucionarios estaban en condiciones «de actuar, esperando la orden». Con fusiles, supongo, o sin ellos. Quizá con los cuchillos afilados entre dientes.

Al testigo debieron abrírsele las carnes. No en vano leyó en tales consignas e instrucciones que no había que tener «ni compasión ni miedo ante el acto de ejecutar. Despreciar la vida con serenidad y no olvidar el odio que nos mueve… Hasta cumplir» (p. 209). Todo ello en negrita. Las perspectivas eran sombrías. Los revolucionarios amenazaban con emular a los «novios de la muerte» propios, el Tercio de Extranjeros. Las tropas de choque del Ejército de África.

Pero es que, además, no se trataba de instrucciones a ras de suelo. A Largo Caballero se le había «ordenado que haga caso omiso de toda colaboración o concurso que tienda a retrasar o entorpecer la rápida instauración de la dictadura soviética» (p. 219). Menos mal que «nuestro Ejército ya está dispuesto». Eso, por si Largo tenía alguna duda. No podía desfallecer en aquel momento cumbre.

Un sindicalista informador identificado por T (avezado espía de Mola) dijo a Félix Maíz pocos días después (la fecha no se indica) que en Madrid funcionaba «una célula comunista perfectamente organizada y que depende de la logia Regional Centro. Me señalaron una casa de la calle Príncipe». Su actividad radicaba en el Cuartel de Asalto de Pontejos. Sus protagonistas eran un capitán (Moreno), un teniente (Castillo) y un oficial de seguridad (p. 236). Me permito llamar la atención del lector porque esta información, tan supercontrastada, apunta a un hecho no ya luctuoso sino luctuosísimo. Y, para terminar de aguar la fiesta a los valientes conspiradores, los esbirros soviéticos propagaban mientras tanto en Tetuán la consigna de que «atiendan aviso instrucciones asesinato jefes y oficiales» (p. 243). Es decir. Era una situación de vida o muerte.

En 1976 (pp. 207s) se esfumó misteriosamente la referencia a Moscú en la preparación de un posible golpe «rojo» a finales de junio. Pero el lector no debería inquietarse. En Toulouse, Perpiñán y Barcelona hubo reuniones entre comunistas y anarquistas convocadas por la «Federación Anarquista Internacional» (¡qué combinación! o ¿no sería la FAI?). El espía en la DGS, el comisario Martín Báguenas (1976, p. 219), se entrevistó con Mola el 1.º de julio. Le informó de un plan «rojo» para asaltar el poder que se iniciaría en Madrid y sería secundado en Barcelona, Zaragoza, Asturias, País Vasco y Andalucía.

Obsérvese la astucia. El golpe de Mola, ya no lejano a su estallido, se adelantaba a otro que tenía, ¡horror de los horrores!, las siguientes características:

«Bajo la dirección de una Plana Mayor presidida por Largo Caballero, asistido de Galán, Hernández Zancajo y el delegado de la Komintern, Ventura, se habían celebrado diversas reuniones con los jefes de la zona (….) Resaltaban los acuerdos tomados en una reunión celebrada en París entre delegados del Consejo español y representantes de la CGT francesa, presididos por el agente soviético Turochoff (sic), elemento activo de la sección al servicio de la Secretaría de la Komintern para los asuntos de Occidente….» Lagarto, lagarto.

Mola no tardó en obtener más información.

«Por lo menos en Madrid el trío presidencial Largo Caballero-Ventura-Hernández Zancajo esperaba la HORA, dentro del plan acordado (…) Será dada a conocer por medio de una emisora en la casa central de la UGT. La HORA señalará el comienzo del día R. Todos los jefes de radio estarán personalmente en las operaciones de movilización en los 26 puestos de mando (…) Será dada con cinco petardos que estallarán simultáneamente al anochecer. Inmediatamente se simulará una agresión fascista al centro de la UGT, declarándose la huelga general y sublevándose dentro de sus cuarteles los soldados comprometidos» (1976, p. 221). Y así sucesivamente.

En este momento la composición del futuro Comisariado al servicio soviético reapareció en esta versión más avanzada. Las disensiones entre los líderes de una presunta Alianza revolucionaria sobre si debía tratarse de una autoridad puente o si la futura República debía ser federal o soviética (sic) no permitieron que la lista cuajara. Y afirmó Félix Maíz sentenciosamente: «ese fue el principal motivo del golpe rojo del 30 de junio» (obsérvese que ya había adelantado prudentemente la fecha) (1976, p. 222). Menos mal, debió de pensar Mola. Dios ha venido en nuestra ayuda. Los «rojos» no saben ponerse de acuerdo.

En julio la prensa roja (sic) habló mucho de la Komintern, como partido internacional de combate del proletariado. En su primera versión Félix Maíz lo confirmó. Era «el partido que hoy en día obedece ciegamente las instrucciones del supergobierno que trata de conquistar el Poder en el mundo (…) Anuncian con toda claridad su programa: ´Es preciso destruir la civilización cristiana para conseguir nuestro objetivo´» (p. 254). Había, pues, que echarse a temblar y prevenirlo. A toda costa.

En estas condiciones el asesinato de Calvo Sotelo (p. 266) fue, ni más ni menos, la comprobación de «cómo los esbirros de Moscú han cumplido la amenaza que oficialmente lanzó el Gobierno de la República Española, por boca de uno de sus ministros: el señor Casares Quiroga». Menos mal que poco después (p. 273) «la primera columna saldría al campo» para combatir al comunismo. España emprendía el camino de su salvación.

Se salvaba, sí, pero esto no significaba en absoluto que el golpe rojo se hubiera eliminado. Al contrario, a pesar de su postergación los preparativos continuaban (1976, pp. 225s). Queipo de Llano visitó Málaga, se entrevistó con el general Patxot y rindió informe a Mola: «dice que es imposible dominar la avalancha revolucionaria, bien instruida por los dirigentes anarcosindicalistas y anarcomasónicos dependientes de comandos soviéticos establecidos en Ceuta y Tetuán». ¡Caramba! ¡Comandos ya! En la primera guerra mundial los alemanes habían hecho uso de Stosstruppen, pequeños grupos de asalto, pero los rusos innovaban.

La última distribución de fuerzas del «Comité Nacional Revolucionario» (sic) de la que estaba informado Mola presentaba un total de 150.000 hombres en la primera fase, 80.000 en la segunda y 100.000 al asalto (1976, p. 265). En total 330.000 hombres. Pregunta ingenua: ¿cuánto tiempo le tomó al Ejército Popular llegar a tal cifra en la guerra civil?

El amable lector observará la continuidad en la argumentación. Era lógica. En la primera intentona de la dictadura franquista por esbozar una historia oficial de la guerra civil (perdón «de liberación») se había sentado cátedra en 1945. Fue un clarinazo para mantener prietas las filas en torno a una interpretación única. Casi hasta hoy.