Alfred Rosenberg y temas españoles (I)

24 mayo, 2016 at 8:30 am

Ángel Viñas

La editorial Crítica tuvo la amabilidad de enviarme hace algunos meses un ejemplar de los diarios de Alfred Rosenberg que publicó el año pasado. Reconozco que me ha costado trabajo echarle un vistazo. Rosenberg fue, junto con von Ribbentrop, uno de los personajes más repelentes del nacionalsocialismo. No es que este sistema se caracterizase por una élite amable. Asesinos monstruosos, sicópatas, borrachos, gánsteres de todo tipo abundaron en sus filas. Sin embargo, Rosenberg nunca se quedó atrás. Los vencedores lo ahorcaron tras el juicio a los grandes criminales de guerra en Nuremberg.

portada_alfred-rosenberg-diarios-1934-1944_jurgen-matthaus_201506011615Quizá por deformación profesional lo primero que he ojeado en los diarios es si hay referencias a temas españoles. Como es notorio, la dictadura franquista tuvo una especial relación con la Alemania nazi. De esta relación no todo se ha contado por falta de documentación relevante. Esta carencia es particularmente importante en ciertos aspectos sobre los cuales franquistas y neofranquistas han tendido a echar un velo pudoroso. ¿Dónde están, por ejemplo, las evidencias que demuestren las manifestaciones de la cooperación operativa entre las fuerzas represivas de la dictadura nazi y sus equivalentes de la española? Es obvio que debieron existir pero nadie las ha encontrado. Una casualidad.

Cuando en Alemania preparaba mi ya lejana tesis doctoral, aparte de consultar  Mein Kampf y el segundo libro de Hitler, eché un vistazo a la obra cumbre de Rosenberg, El mito del siglo XX. Si se me permite la expresión coloquial, un pestiño de mucho cuidado, difícil de leer, incoherente y a veces incomprensible, una entremezcla amarañada de estupideces, antisemitismo primario y «reflexiones» que pretendían continuar en el sendero de la obra de un pensador racista inglés H. S. Chamberlain, «El mito del siglo XIX». Desde entonces reconozco que tengo una aversión particular a Rosenberg.

Hay de él una biografía muy voluminosa escrita por Ernst Piper, hijo del famoso editor del mismo apellido, que a lo que parece agotó, más o menos, el tema. Confieso no haberla leído pero dado que Rosenberg fue uno de los pilares de la creencia nazi en una especie de religión de la sangre, que fue uno de los impulsores «intelectuales» de la Shoah y que además se empapó las manos en el horror como ministro a cargo de los territorios ocupados en el Este (amén de depredador consumado de cuantiosas riquezas artísticas), me parece muy adecuado que los diarios aparezcan ahora en versión castellana. Al fin y al cabo, en estos lares hay todavía excolaboradores del extinto CEDADE que campan por sus respetos como «historiadores» y que ya se han olvidado del pasado y/o de su pasado neonazi.

Rosenberg, aparte de antisemita furibundo, era profundamente anticatólico. No deja de tener su morbo que en los albores de la dictadura española hubiese falangistas (siempre tan modernos) que se confiaran a él mostrando su disconformidad con el tradicional dominio clerical en nuestro país.

En este sentido recomiendo la lectura de la entrada en los diarios correspondiente al 7 de octubre de 1938. Fue un momento interesante porque los franquistas estaban a punto de ganar la batalla del Ebro, Franco se había bajado literalmente los pantalones ante los nazis en demanda de más aviones, más armas, más municiones, !hasta pólvora!, y los alemanes se hacían los locos e insistían en que tenía que aceptar las solapadas inversiones en minas que ya habían efectuado mediante testaferros pero en contravención de las disposiciones «legales» vigentes. Un capitulito de las relaciones hispano-alemanas que, desde siempre, los historiadores pro-franquistas han distorsionado cuidadosamente.

Pues bien, en aquellos momentos visitó a Rosenberg un líder falangista no identificado. No sería difícil hacerlo acudiendo a la prensa de la época. Seguro que mencionaron su nombre. Naturalmente este probo falangista hizo la pelota al líder nazi. También dijo que el futuro de Falange descansaba en los obreros muchas de cuyas reivindicaciones podía aceptar.  Ya se sabe: «la revolución pendiente». Rosenberg se puso muy contento: la mezcla de nacionalismo y socialismo era el futuro. Con todo, no se recató de responder que las tradiciones alemanas tenían implicaciones muy diferentes a las españolas y que los nazis no querían ejercer influencia en estas últimas. Pero como en España siempre ha habido más papistas que el Papa o, en este caso, más nazis que los nazis mismos, el prohombre falangista soltó la idea de que el Papa (a la sazón Pio XI) era un viejo rojo-liberal y que lideraba una Internacional como la de los masones y los marxistas. La Falange, continuó, era católica pero no tenía la intención de someterse al papa de Roma. ¡Faltaría más!

Las estupideces de Rosenberg no merecen reproducirse en este blog (los lectores pueden consultar el libro en cualquier momento) pero el engolado dirigente nazi no olvidó el tema. En la entrada del 16 de septiembre de 1940 recogió algunos rasgos de una conversación que había tenido con Hitler. Era un momento en el que se esperaba la visita de Serrano Suñer en Alemania. Se trataba de la primera ocasión en la que el todavía ministro de la Gobernación (que obviamente tenía a sus órdenes a los policías que con entusiasmo suponemos delirante se dedicaban a cooperar con la Gestapo y las SS) visitaría el Tercer Reich, algo por lo que había suspirado un par de meses antes aun cuando fuese en secreto (en mi próximo libro abordaré el contexto que no fue como muchos historiadores pro-franquistas y pro-serranistas han descrito).

Rosenberg preguntó a Wilhelm Frick, la contraparte nazi de Serrano, cómo era el ministro español. Frick (compañero de horca Rosenberg en 1946) respondió que había tenido una educación jesuita. No lo sé. Serrano pasó su niñez en Castellón pero en ninguna de las biografías que de él tengo aparece a qué colegio fue). Entonces Rosenberg adujo que un falangista le había escrito durante la guerra civil diciéndole que por orden de Serrano le habían detenido por tener sus obras en casa. Hitler se echó a reir. «!Ah!, sus escritos!», exclamó.

Rosenberg debió de sentirse picado y replicó que él siempre se había entendido muy bien con José Antonio Primo de Rivera. Habían mantenido una conversación en la que había dicho a este último que el Tercer Reich no quería entrometerse en asuntos religiosos españoles. A Primo la idea le pareció excelente pero subrayó que el Papa era semejante a un líder masón y que España elegiría el suyo propio. ¡Caramba! Reconozco que es una veta del fundador de Falange que, en mi ignorancia, no conocía. Al menos no la encontré cuando ojeaba sus a veces incomprensibles escritos. Ello dio pie a Hitler a afirmar que sería muy deseable que todos los Estados católicos lo hicieran también. Sin duda, aparte de su anticatolicismo profundo, tenía muy en cuenta sus querellas con la Iglesia católica e incluso con la evangélica (la «Bekennende Kirche», BK)  que habían llevado a que los nazis favorecieran en todo lo posible un previo «movimiento» denominado de «cristianos alemanes» («deutsche Christen»).

Hay que recordar que la BK se había fundado en 1934 y que se consideraba como la auténtica Iglesia evangélica. En ella militaron figuras de gran relevancia histórica y teológica como los pastores Martin Niemöller y Dietrich Bonhoeffer (asesinado en un campo de concentración poco antes de que terminara la guerra en Europa). Los «cristianos alemanes», más nazis que cristianos, trataron de hacer la «machada» de conciliar una especie de «cristianismo» a su medida con los preceptos racistas oficiales. No lograron demasiado éxito, a pesar de todas las ayudas que recibieron. Alguno de los personajes nazis con más influencia en la España de Franco participó de esta mezcolanza contra natura, lo cual no impidió que su esquela lo silenciase cuidadosamente. Ya se habría, supongo, reconciliado con la Iglesia católica. Cosas que pasan.