Recursos agrícolas y población: Una de las claves de la guerra civil

21 marzo, 2017 at 11:48 am

Ángel Viñas

El balance recursos agrícolas-población es un concepto elemental. En la guerra civil jugó en favor de los sublevados. Desde este punto de vista el conflicto se caracterizó por el acompasamiento, desde una posición ventajosa para los insurrectos al crecimiento de la expansión geográfica del territorio bajo su control. En él no se pasó hambre. En la parte gubernamental las carencias no dejaron de intensificarse.

La sublevación del 18 de julio de 1936 triunfó sin grandes dificultades en las zonas productoras de alimentos y relativamente escasas de población. Así ocurrió, por ejemplo, en Canarias, Baleares (salvo Menorca), Navarra, La Rioja, Castilla la Vieja, Galicia, Guinea y amplias zonas de Andalucía. Todos ellos territorios que generaban grandes excedentes de cereales, aceite, vino, hortalizas y pesca. Tales excedentes se destinaron al consumo propio y, crecientemente, a la exportación. Por el contrario, en manos del Gobierno quedaron las zonas más densamente pobladas e industrializadas (Bilbao, Barcelona, Madrid) y otras con recursos agrícolas relativamente más limitados, salvo Levante.
Si la guerra civil hubiera sido corta, el desequilibrio no hubiera tenido grandes efectos pero no fue así. Desde el punto de vista adoptado en este post la guerra puede caracterizarse por una ampliación del espacio geográfico y de la población bajo control de los sublevados, la correspondiente contracción del territorio gubernamental y los movimientos migratorios tendentes a huir del primero, ya fuesen directos -probablemente no muy grandes- o indirectos -a través de la frontera francesa. Las zonas receptoras fueron Barcelona, Madrid y Valencia en 1936. En 1937 se añadieron  Vizcaya y Málaga. en 1937. En 1938 la concentración continuó en Madrid, Barcelona y Valencia, apareciendo Valencia y Córdoba. A  finales de 1936 un 50,6 por ciento de la población estaba ubicado en territorio republicano. Un año más tarde, ya era el 42,2 y a finales de 1938 un 39,4 por ciento.  Todo ello según los cálculos de José Antonio Ortega y Javier Silvestre, ya mencionados en una ocasión anterior en este blog.

En el espacio geográfico republicano la presión poblacional sobre los recursos fue aumentando y, en ocasiones, generó movimientos de rechazo (muy perceptibles, por ejemplo, en Cataluña). En Madrid, en gran medida aislada durante la mayor parte del conflicto, el problema de las subsistencias fue intensificándose durante la misma con efectos que ha analizado recientemente Ainhoa Campos Posada en un libro colectivo sobre la capital en la guerra civil.  Tales presiones no se dieron en el creciente territorio bajo control franquista.

Esto no quiere decir que en ella se mantuvieran los niveles de producción de preguerra, pero en general, como ya señaló Carlos Barciela hace muchos años, el volumen producido fue siempre superior al republicano. En el cereal que más se consumía por excelencia y una de las bases de la alimentación popular, el trigo, la diferencia inicial fue creciendo rápidamente. En otros cereales (centeno, avena, maíz) las discrepancias no fueron tan amplias, pero sí suficientes. Solo en cebada hubo una relativa aproximación de las producciones. Numerosos son los autores que han documentado que entre 1936 y 1937 se produjo un declive de la producción y de los rendimientos, como ha resumido Elena Martínez.

Así, pues, la carencia relativa de cereales afectó a las disponibilidades de pan. Cierto es que, disponiendo del contravalor en divisas de las existencias de oro y plata que fueron vendiéndose a diversos compradores (Francia, URSS, Estados Unidos), la República pudo adquirir, a lo largo de 1937, grandes suministros de alimentos en el extranjero. No se olvidarán fácilmente los garbanzos mexicanos. Sin embargo el flujo se vio dificultado por el bloqueo que la Armada franquista impuso sobre las costas de Levante o del Norte. No muy efectivo en todo momento pero la libertad de comercio se vio siempre cortocircuitada.

En 1938 el problema de la alimentación comenzó a adquirir caracteres de gravedad en zona republicana. Con las carencias aumentaron los síntomas de resquebrajamiento de la moral de la retaguardia. Se expandieron el derrotismo y el pasotismo y la moral de resistencia se vio minada. Todo ello fue creando el caldo de cultivo en el que prosperaron querellas internas, la actividad de las quintas columnas y la propaganda franquista. La combinación resultó absolutamente letal en el Madrid aislado, tras el hundimiento de Cataluña.

Aunque los métodos para racionar los abastecimientos no están demasiado bien estudiados, sí sabemos que los puestos en práctica por los gubernamentales no fueron muy eficientes. Las memorias de Antonio Cordón, subsecretario del Ejército, dejaron testimonio de que en la última fase de la guerra, la Intendencia republicana había conservado grandes stocks de alimentos en Barcelona con el fin de atender a las necesidades prioritarias del Ejército Popular. No supieron, o no quisieron, distribuirlas y su destino fue el fuego o caer en manos del enemigo.

Por el contrario, en la zona franquista pudieron regularse fácilmente los suministros a la población y aun así dejar un amplio excedente para la exportación. Sabemos que los nazis echaron sus ojos codiciosos sobre él, aunque no lo suficiente para que Franco se viera constreñido a reducir las ventas al mercado británico. Era en este donde las exportaciones agrícolas (y minerales) podían generar divisas libres en tanto que el comercio hispano-alemán estaba encajonado por una serie de mecanismos que no las desgajaba en cuantía suficiente. Los excedentes alimentarios se aplicaron a la compensación de las importaciones de productos industriales (en particular armamentos nazis) con la idea de reducir en lo posible el volumen de endeudamiento que iba creciendo exponencialmente.

El resultado de estos movimientos asimétricos fue que en la zona franquista la gente, en general, no sufrió privaciones a la hora de comer en tanto que en la gubernamental se extendió el hambre ¿Quiénes, de mi generación, no recuerdan a sus padres mencionar las “píldoras del Dr. Negrín”? Es decir, las lentejas que se convirtieron en un rasgo permanente del menú republicano.

En definitiva, desde la perspectiva del balance de recursos agrícolas-población los sublevados tuvieron una buena guerra. También supieron llevar a cabo una eficaz propaganda. En ocasiones, la Aviación se utilizó como medio para arrojar pan blanco, en vez de bombas, a las poblaciones de la zona resistente. El mensaje siempre fue muy claro y muy burdo: rendíos o venid a nuestra zona. En ella siempre tendreís que comer.

Este tipo de incentivos -amén del reconocimiento creciente de que la guerra iba mal para la República- explica que el volumen de deserciones del Ejército Popular fuera in crescendo a lo largo de 1938. Tras la ruputura de la zona gubernamental en Vinaroz los feraces territorios agrícolas del Levante dejaron de aportar su contribución a la subzona al norte del Ebro: Cataluña.

Siempre me ha llamado la atención que en cuanto empezó la campaña de Cataluña los franquistas, muy al loro, solicitaran a los italianos que, además de seguir suministrando material de guerra,  enviaran también alimentos. Los primeros navíos que llevaron víveres  a la España franquista fueron el Sivigliano y el Paganini. Los desembarcaron el 2 y el 4 de enero de 1939. En febrero hubo tres expediciones más a bordo del Barletta. Todas ellas dejaron su preciosa carga en Cádiz.

La alegría que produjeron las distribuciones de panecillos blancos (que la población republicana llevaba tiempo sin ver) y los suspiros de alivio (cuando se exhalaron) no fueron de larga duración. Era evidente que el hasta entonces favorable balance de recursos alimenticios-población terminaría desapareciendo.

La España de la VICTORIA tendría, así, que  alimentar a la población total (disminuida en las víctimas, directas e indirectas, de la guerra), pero desde una situación de partida muy diferente de la que había existido hasta julio de 1936.

La agricultura había sufrido. También la red de transportes. Los sistemas de distribución habían quedado muy quebrantados. El hambre acumulado en las zonas últimamente ocupadas era considerable. A Franco y los vencedores podría preocuparles poco lo que pasara a los vencidos pero no podían dejarlos perecer de inanición. ¿Qué hacer? Se necesitaba de todo: alimentos, sí, pero también abonos y pesticidas en volumen considerable.

¿Echarían una mano quienes habían sido valedores y protectores de Franco en la guerra civil? ¿Cómo funcionarían, en la paz, aquellos mecanismos económicos que, al decir de algunos historiadores más o menos pro-franquistas, habían permitido la VICTORIA?