El hambre, cuestión de “escasa” importancia

4 abril, 2017 at 11:07 am

Ángel Viñas

En este post entro ya en la problemática esencial de esta serie con una tesis que no gustará lo más mínimo a los turiferarios del glorioso e inmarcesible Caudillo y/o de su régimen. La tesis es que no les preocupó demasiado que los españoles (sobre todo los vencidos) pasaran hambre. La política no declaratoria (“ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan”) sino la que realmente se siguió implicó sacrificar las importaciones de alimentos a otras más altas miras como fue crear un sistema económico autárquico lo menos dependiente posible del exterior y a partir del cual pudiera lanzarse la campaña por el Imperio. En consecuencia, una gran parte de la sobremortalidad por enfermedades, desnutrición y hambruna que se produjo durante los años de la segunda guerra mundial ha de ponerse en el debe de Franco y de su régimen. Es algo por lo que suelen pasar de puntillas aquellos autores, como el profesor Payne, que presentan a Franco, nada menos, que como el “último regeneracionista”.

Hay diversas formas de argumentar la mencionada tesis. Lo haré en términos algo abstractos, generales, y en términos concretos. Esto último en próximos posts.

El primer enfoque se basa en el estudio y desciframiento del método de la cuenta de la vieja que el régimen seguía para racionar el empleo de las disponibilidades de divisas escasas. También podría considerarse como la cuenta del tendero: divisas que entran contra divisas que salen. Las primeras por exportaciones, las segundas por importaciones. Examinar las asignaciones de estas últimas da una pista, siempre oscurecida. Con frecuencia ni mencionada.

Advierto de antemano que es un método incompleto. Merced a un supercomplicadísimo mecanismo de acuerdos comerciales y de pagos con otros países era posible importar productos alimenticios en compensación, es decir “pagándolos” con exportaciones. Esto no implicaba movimiento alguno de divisas. Era una especie de trueque. Lo que ocurre es que los alimentos obtenidos por medio de él nunca fueron demasiados. Las fuentes estaban en el comercio ultramarino, es decir, el realizado con las Américas.

En el abanico de acuerdos que revitalizaron las viejas técnicas del trueque sin duda el más importante para explicar una de las principales razones del hambre es el que hubo  con la Alemania nazi, bien estudiado en la literatura. Al Tercer Reich se exportó de todo y en volumen creciente. Desde alimentos hasta materias primas, productos intermedios y manufacturados. El apetito nacionalsocialista fue insaciable. Tales exportaciones no generaban divisas. El superávit a favor de España que se produjo en los intercambios se aplicó a reducir las deudas de guerra. Al final, quedó un resto que se resolvió mucho después de la guerra mundial. ¿Qué significa tal superávit? Nada más ni nada menos que la raquítica y hambrienta España hizo, por así decir, un préstamo a los combatientes arios que luchaban y masacraban por igual, con parecido entusiasmo, a judíos y malvados bolcheviques. Se ha hablado mucho, quizá demasiado, de la División Azul. Menos de la contribución comercial que debería llevar a entonar tres hurras nazis al simpar “centinela de Occidente”, siempre tan listo y precavido.

Al sistema de la “cuenta del tendero” en el manejo de las divisas hay que añadir otro factor. Dado que los alimentos estaban incluidos en lo que entonces se llamaba “comercio de Estado”, es decir, que quienes importaban eran exclusivamente las organizaciones oficiales, la asignación de la moneda extranjera para pagar tales importaciones nos da una idea de las auténticas preferencias del “nuevo Estado” surgido de la VICTORIA.

Sabemos cómo las escasas divisas se distribuyeron para los años 1941 a 1945. A los productos alimenticios fueron a parar el 17,2; 14,4; 11,3; 12,8 y 17,1 por ciento. Un porcentaje relativamente estable.  A las materias primas fueron el 37,4; 43,2; 41; 34,5 y 56,8 por ciento. Claro que entre ellas figuraban productos destinados a la agricultura, en particular abonos. En la compra de bienes manufacturados los porcentajes fueron de 30,2; 23,4; 21,4; 22,1 y 17,8 respectivamente. Obsérvese que, en general, a la alimentación se asignaron los porcentajes más reducidos.

Conocemos también los importes de los productos alimenticios adquiridos. En el bienio 1941/43 lo que más se compró en el exterior fue trigo (con gran diferencia), seguido de alubias, bacalao y azúcar. Al café (que no era producto de primera necesidad) no se le asignó un miserable dólar (no pensamos que todavía durase el regalito de 600.000 kilos que los brasileños habían hecho a Franco en 1939 y cuyo importe en pesetas, al precio de tasa eso sí, el Caudillo ordenó que se abonara en sus cuentas particulares). En 1943/44, la primera partida fue el azúcar, seguida por el bacalo y las alubias (y ya volvió a aparecer el café). En 1945, de nuevo fue el trigo, con la máxima asignación de todo el período. ¿Conocen los amables lectores algún estudio de algún historiador pro-franquista que haya penetrado en la dinámica de estas compras al exterior?

Mientras tanto, los saldos excedentarios (exportaciones menos importaciones) de alimentos al Tercer Reich habían tenido una progresión constante desde 7,2 millones de pesetas-oro a 92,4 en el bienio 1940/41. Se acentuó en el siguiente: de 83,9 a un máximo absoluto de 118,8 millones. Menos mal que a mitad de 1944 los aliados desembarcaron en Francia porque de lo contrario las sanguijuelas nazis hubiesen sangrado hasta la extenuación al hambriento cortijo en que Su Excelencia el Jefe del Estado había convertido “su” amada España.

¿De dónde se compraron alimentos para paliar el hambre de una gran parte de los españoles? Esencialmente de Argentina. La relación de acuerdos para adquirir trigo y otros cereales es interminable. La necesidad de importar tal tipo de productos a toda costa y con la mayor celeridad posible estaba más que justificada. Según la documentación que hace años consulté, la cosecha oscilaba entre 2,2 y 2,8 millones de toneladas y de ella no se entregaban para consumo al Servicio Nacional del Trigo más que de 0,8 a 1 millones. El resto quedaba para la siembra (entre 0,4 y 0,5 millones) y, sobre todo, para el mercado negro que constituye el capítulo más negro de la por sí negra política seguida por la dictadura en materia de saciar el hambre de una parte de los españoles a lo largo de la dura posguerra.

Los papeles internos del régimen muestran que, aceptando el volumen de recepción máxima del SNT, el millón de toneladas equivalente a unas 83.000 mensuales, era preciso adquirir en promedio unas 52.000 toneladas de trigo argentino para alcanzar el mínimo imprescindible.

En qué medida estas importaciones desempeñaron un papel absolutamente crucial para paliar las consecuencias del déficit productivo español se advierte al considerar que el promedio de arribos desde que comenzaron las adquisiciones en 1939 fue de unas 44.000 toneladas, con un máximo en marzo de 1943 cuando llegaron a importarse 58.000 toneladas.

Quizá a muchos lectores no les gustarán tantas cifras. Son abstractas. No revelan la miseria ni el hambre subyacentes. Tienen la ventaja de que representan hechos, no representaciones, no propaganda anti-régimen, no elucubraciones izquierdistas. Son datos que conviene explicar e interpretar. Si algún historiador franquista lo ha hecho convincentemente lo ignoro y agradecería cualquier información al respecto. Nunca es demasiado tarde para aprender.

Añadiré, con todo,  una nota  muy representativa. El 18 de marzo de 1942 el comisario general de Abastecimientos y Transportes comunicó a Carrero Blanco (ya la eminencia en la sombra del ínclito Caudillo) que existía un déficit inmediato de trigo de unas 100.000 toneladas (tras tener en cuenta las importaciones previsibles). ¿Qué hacer? Tan distinguido funcionario se pronunció por reducir en un 20 por ciento el consumo del preciado cereal. Las raciones diarias para los sufridos españoles serían de 50, 100 y 150 gramos de pan para las cartillas de racionamiento de 1ª, 2ª y 3ª clase. No hay que olvidar que desde 1940/41 reinaban situaciones de auténtica hambruna, como veremos en un post ulterior.  Pruebe el lector a ingerir tan solo 50 gramos de pan al día como alimento principal y verá si adelgaza o no en unas cuantas semanas (los 150 gramos se reservaban a los obreros que ejercían duros trabajos físicos y hemos de suponer que también adelgazarían lo suyo).

Argentina fue uno de los pocos países que lanzaron, con el permiso de los aliados, un salvavidas a la dictadura. De ella se importaron en grandes cantidades semillas oleaginosas, carne y algodón. Ni que decir tiene que la dictadura solo correspondió en parte. Sus exportaciones a la república rioplatense fueron ridículamente bajas, por lo menos hasta 1943.

Sobre la base de una población hambrienta, de una economía desvencijada y de una dependencia absoluta de los permisos que concedían los aliados para poder recibir suministros de ultramar los nuevos dueños de la situación quisieron edificar el Imperio que teorizaron, entre otros, figuras tan eminentes como José María de Areilza y Fernando María Castiella, premios nacionales con sus gloriosas Reivindicaciones de España.  Que se sepa, no pasaron hambre.