Para saber algo más sobre el hambre de los españoles

11 abril, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

Cuando redactaba sucesivas versiones de mi último libro, SOBORNOS, me llevé de vez en cuando algún berrinche ante el silencio en que varios historiadores (en general pro-franquistas y norteamericanos) habían eludido entrar al toro en un punto crítico. La contraposición objetiva que existía entre, de una parte, los deseos imperiales del dúo Franco/Serrano Súñer por hacerse con un buen pedazo del África del Norte y, de otra parte, la debilidad de la economía. Cité al embajador portugués en Madrid, Pedro Teótonio Pereira, a tenor del cual al glorificado ministro de Asuntos Exteriores los temas económicos le importaban un rábano. Pensé que si Hitler hubiese enviado a Franco la “cartita”, por la que el dúo tanto suspiraba, lo más probable es que no hubiesen esperado a la apertura del frente del Este para enviar la División Azul. El “glorioso Ejército” de la VICTORIA hubiera hecho sus pinitos en tierras marroquíes o argelinas. A algunos, ganas ciertamente no les faltaban.

Me causó bastante sorpresa también que en los numerosos y sesudos análisis del trasfondo de la archifamosa reunión de Hendaya no suela aparecer en lugar predominante ninguna referencia sólida a la problemática económica. Recientemente, en una biografía (hagiografía más bien) del bilaureado teniente general Enrique Varela, a la sazón ministro del Ejército, puede leerse lo que sigue:

“Ante la escasez, como es sabido, el gobierno español optó por el control del comercio de algunos (sic) alimentos que necesariamente debían ser distribuidos por la CAT”.

Cualquier lector convendrá en que no es analizar demasiado. Y como las bobadas nunca van solas el ilustre biógrafo se limita a mencionar un par de disposiciones legales. Eso sí, recuerda que «el invierno 1940-1941 iba a ser el peor de toda la posguerra». Menos mal.

Se sabe desde tiempo inmemorial, por ejemplo, que el embajador británico tuvo dudas acerca de que Franco fuese totalmente consciente de la debilidad económica española. (Soy también de quienes no se fían de las tajantes aseveraciones de su primo hermano y ayudante de siempre de que Franco tenía, como gran preocupación, “la alimentación del pueblo español”).

En una carta, que no creo haber visto publicada (pero a lo mejor me equivoco), Sir Samuel Hoare escribió a Churchill el 7 de marzo de 1941:

«España, en la actualidad, está en peores condiciones que nunca antes en su historia. El gobierno es miserable, no hay comida, medio millón de personas están en la cárcel y un ejército enemigo se halla en la frontera. Esta situación obliga a la gente a pasar el tiempo en mórbidas reflexiones sobre sus infortunios y les impide tomar decisiones y actuar».

Sin embargo, en la Administración, por desordenada que estuviese (y lo estaba), se conocían las dificultades de aprovisionamiento en víveres y materias primas. Una de las lectoras de este blog, María de los Ángeles Arranz Bullido, exploró en su tesina de licenciatura en Historia los archivos de la CAT y encontró pruebas documentales sobre el nivel de información acerca de las perentorias necesidades de alimentos.

También la embajada del Tercer Reich en Madrid, que dominaba los medios de comunicación y contaba con simpatizantes bien pagados en casi todos los escalones del aparato administrativo, y en particular en el Ministerio de Industria y Comercio, se preocupó de recoger informaciones sobre las privaciones a que se veía expuesto aquel mítico “pueblo” español al que Serrano Suñer decía tanto respetar.

Los ratones de archivo, caracterización que exhibo con cierto orgullo, podrán explorar fuentes adicionales que no utilicé en mi libro SOBORNOS. La editorial me sugirió recortar unas 150 páginas. Espero que con ello haya mejorado su lectura.

Entre lo que dejé de lado figuraba un capítulo muy ilustrativo del hambre (perdón, de la situación de hambruna) que acosaba a un número nada desdeñable de españoles (y, desde luego, de entre los vencidos).

Desde el verano de 1939 los británicos habían empezado a recoger datos con el fin de analizar la situación alimenticia de manera sistemática y rigurosa. No se trata de una actividad demasiado estudiada, aunque he de recordar aquí el trabajo pionero que en este ámbito se debe a la insaciable curiosidad del profesor Miguel Ángel del Arco Blanco.

La información se recopiló a través de dos fuentes. Una, tradicional, como eran los informes consulares. También lo hacían los alemanes. El análisis comparado, en uno y otro caso, arrojaría sin duda similitudes y diferencias. Es un trabajo microhistórico que hubiese abordado en mis tiempos jóvenes, pero no lo hice y ahora no puedo sino apuntarlo por si se anima otro. De todas maneras, tampoco los nazis se chupaban los dedos. Tenían datos, habían penetrado profundamente en la vida española y remitían informes a Berlín en cantidades masivas. De aquí que el comportamiento de sanguijuela que caracterizó la política económica y comercial del Tercer Reich hacia España presenta rasgos que son los que la caracterizan realmente.

En tal sentido, los sentimientos pro-nazis de amplios sectores de Falange e incluso de altos mandos del Ejército quizá solo puedan explicarse con ayuda de mecanismos sicológicos o sicoanalíticos. El ejemplo más notable del que tengo noticia fue el general Juan Yagüe (que ilustré en LA OTRA CARA DEL CAUDILLO) pero tampoco le fueron a la zaga algunos otros.

Los británicos acudieron a una segunda fuente, mucho más imaginativa. Se la proporcionó el control de la correspondencia enviada al Reino Unido por ciudadanos británicos y puesta en Correos en el extranjero. Pocos echarían cartas en España donde la censura hacía estragos y hubiese sido incluso peligroso para los remitentes. A ella se añadirían las informaciones que recogían agentes de diverso pelaje, viajeros y “turistas”. Incluso se explotó las que estaban dispuestos a dar hombres de negocios o comerciantes españoles pero que residían en las islas británicas.

Todo esto daría, quizá, para una tesina de grado. Lamentablemente, en los posts sucesivos habré de limitarme a esbozar los rasgos esenciales de tal información. Los suficientes para inducir a algunos historiadores extranjeros, que se extasían ante las “delicias” del franquismo, a que combatan su arrebatada admiración por SEJE con el recurso no a la prensa (cautiva, desarmada y bien vigilada) sino a otras fuentes primarias menos evidentes.