De vueltas con la República

3 octubre, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

Para haber sido un régimen que duró solo ocho años y de ellos casi tres totalmente sumergido en una cruenta guerra civil que dejó chiquitas a todas las anteriores en la historia de España la República ha generado una masa de publicaciones que no tiene equivalente aplicable a cualquier otro período de la historia contemporánea de nuestro país. Raro es el aspecto de la vida colectiva en aquellos años que haya escapado a la atención de los historiadores. Hoy sabemos que la República no estaba condenada irremisiblemente a la guerra civil, pero incluso esta proposición es discutida. Está bien que sea así porque en historia, a pesar de lo que digan profetas e iluminados, no hay verdades absolutas.

Viene esto a cuenta de la aparición de un libro, en el que he participado, que aborda uno de los aspectos que no suelen excitar la emoción del público en general: las dimensiones internacionales de la experiencia republicana durante los años de paz, entre 1931 y l936. Es el resultado de un simposio que tuvo lugar el año pasado en el Ateneo madrileño. No es una transcripción del mismo, sino una reelaboración de algunas de las ponencias que en él se presentaron. Es también el producto de la inexhaustible tenacidad de la profesora Ángeles Egido, catedrática de historia contemporánea de la UNED, organizadora del simposio, y del Centro de Investigación y Estudios Republicanos (CIERE) que lo patrocinó.

En aquel momento de lo que se trató fue de ver, esencialmente, cómo el entorno internacional recibió la proclamación de la República el 14 de abril de 1931. En el libro ulterior se ha ampliado el punto de vista. Quizá se pensó que el escudriñamiento de las posturas de un elenco seleccionado de países (Francia, Reino Unido, Alemania, Italia, Portugal, URSS y Estados Unidos) de cara al advenimiento del nuevo régimen no daba para un tomito que despertara la curiosidad del público.

En cualquier caso, hoy tenemos a la disposición de los lectores LA SEGUNDA REPÚBLICA Y SU PROYECCIÓN INTERNACIONAL bajo el sello de Los libros de la Catarata. Acaba de salir y se presentará en Madrid el jueves 19 de octubre. Cuando se acerque la fecha reproduciré en este blog un tarjetón para recordarlo ya que me han hecho el honor de solicitarme que participe.  Tiene 220 páginas y puede leerse de un tirón.

Quizá los amables lectores puedan pensar que con este post trato de hacer publicidad de mi capítulo. Si es así, se equivocarían. No pienso decir de él una sola palabra. Como he introducido algunos elementos que hasta ahora no figuraban en la literatura, prefiero que quienes se interesen por ellos los descubran.

Me interesa mucho más reflexionar, brevemente, sobre algunas de las características del libro que ha editado la profesora Ángeles Egido (por cuyo trabajo siempre he sentido una gran debilidad). Me parece que puede ser de mayor utilidad para quienes siguen este blog. Son cuatro.

La primera es que, como ocurre con frecuencia en los libros en los que participan diversos autores, la calidad y el desarrollo de las diferentes aportaciones son muy dispares. Es lógico que así sea. No todos los historiadores parten de los mismos presupuestos ni tienen las mismas inclinaciones. Los resultados de sus trabajos son, necesariamente, variopintos. Queda para los expertos y los lectores la imprescindible tarea de valorar su calidad. En el mejor de los casos ofrecen para ello los elementos necesarios. En otros la organización, la argumentación, las referencias y las conclusiones se encargarán de ponerlos en su sitio.

La segunda característica es que el libro revela cómo la interpretación del pasado no es, ni puede ser, unívoca. El lector atento observará diferencias importantes entre los distintos capítulos. También es lógico que así sea. Solo en las dictaduras (el ejemplo de la franquista viene inmediatamente al recuerdo) se impone una determinada interpretación. La disparidad interpretativa es una manifestación de que la profesión sigue estando viva.

La tercera es que los autores nos diferenciamos sobre los límites de nuestra argumentación. Del análisis de las circunstancias del reconocimiento del nuevo régimen varios son los que se han adentrado, en consonancia con el título, en los avatares de la República en la escena internacional desde su nacimiento hasta el estallido de la guerra civil. Y hay, incluso, quien se ha metido de lleno en la contienda misma.

La cuarta es que de entre todos los capítulos los más destacables para mí son, por un lado, la introducción y el referido a las relaciones con Francia, a cargo de Ángeles Egido, y por otro el que atañe a las relaciones con Portugal, escrito por uno de nuestros más eminentes lusófilos, el profesor Hipólito de la Torre.  La comparación entre ambos muestra cómo se pueden conjuntar una valoración en general positiva de las ambiciones de política exterior del presidente del Gobierno republicano Don Manuel Azaña (Ángeles es una experta reconocida en el estudio de su trayectoria) y otra francamente negativa en lo que se refiere a sus percepciones sobre la posibilidad de influir, desde el ejemplo español, en la vecina República.

Quizá por mi experiencia profesional durante muchos años soy de aquellos autores que no pueden negar sus tendencias lusófilas. Y, para mí, Hipólito de la Torre ha sido un guía esclarecedor en lo que se refiere a los escollos que, en el pasado y hasta hace relativamente pocos años, ha habido que superar para llegar a una intelección franca, abierta y muy positiva entre los Gobiernos de ambos países. Infinitamente mejor que durante la República y el franquismo.

El relato de la proyección internacional de la República, tal y como aparece dibujada en este libro, sirve también de contrapunto hacia ciertas percepciones de algunos de los protagonistas del período. En general los autores que lo mencionan suelen ensalzar, por ejemplo, la figura de Luis de Zulueta como uno de los mejores ministros de Estado del período. Sin embargo, no aparece así en las memorias de uno de los conocedores de las interioridades del Palacio de Santa Cruz como fue Francisco Serrat.

Quizá esta diferencia sea el resultado de dos factores: las impresiones de los coetáneos no son siempre un buen rasero para medir el perfil con el que los protagonistas quedan en la historia y, por otro lado, el que quienes escriben esta, que no son los protagonistas sino los historiadores, aplican criterios que superan la inevitable subjetividad de aquéllos.

Sin embargo, casi todos los autores que aluden a la gestión de una de las figuras más descollantes del período, el exministro y exembajador Salvador de Madariaga, han tendido a reducir el protagonismo desmedido que él se atribuyó en sus memorias. No destinadas a la familia, como fue el caso de Serrat, sino a levantarse un monumento a sí mismo.

No quisiera que estas líneas, forzosamente limitadas, se entendieran como desconocedoras de las distintas aportaciones. La de un experto reconocido y amigo, Ismael Saz, sobre Italia es siempre sugerente (aunque yo no comparta todas sus afirmaciones). Y ha sido para mi muy grato encontrar que David Jorge, una de las jóvenes promesas de entre los historiadores de las relaciones internacionales de la época y que no han vivido el franquismo, ha abordado el no menos interesante capítulo sobre las relaciones hispano-británicas.

En definitiva, si la política exterior de la República no es un terreno que haya levantado las pasiones que suscita la política interior, el meritorio trabajo de la profesora Ángeles Egido y del CIERE permite llevar a conocimiento del lector apresurado algunos elementos esenciales para enjuiciarla sine ira studio. Este es el objetivo fundamental de la labor del historiador hoy. ¿O es que los historiadores habríamos de escribir solo para los profesionales en libros mamotréticos cuyo destino son los anaqueles de las bibliotecas universitarias?