Va de espías

25 marzo, 2014 at 5:24 pm

Desde hace algún tiempo vengo estudiando el zigzagueante rumbo de la política de neutralidad (benevolente hacia el Eje), no beligerancia (copiando el ejemplo italiano como paso previo a la entrada en guerra) y vuelta a la neutralidad (ante los aliados occidentales en un principio) que la dictadura franquista siguió durante la segunda guerra mundial. Ni que decir tiene que el núcleo de mi interés es la segunda fase y, en particular, las mentirijillas que esparcen los historiadores parafranquistas. A veces sin la menor vergüenza.

Ahora leo en EL PAIS encendidos elogios a la política del teniente general Gómez-Jordana, conde de Jordana, como sucesor del siempre alabado Ramón Serrano Suñer al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores. Le tocó, naturalmente, lidiar con otra situación desde su nombramiento en septiembre de 1942. Con los aliados sólidamente asentados en Marruecos y Argelia los sueños imperiales de Franco y de Serrano se habían ido al garete. Pero el desenganche debió de ser doloroso. Siempre subsistieron  viejas querencias. Quizá no tantas en Exteriores. Sí en los ministerios militares (no había ya de Defensa).

El régimen siguió apoyando al Eje (y luego al Tercer Reich) en todo lo que pudo. Una de las vías a través de las cuales lo hizo fue pasando a los alemanes informaciones que llegaban de Londres. A decir verdad, este juego más que sucio ya se había iniciado en los tiempos sombríos de los masivos bombardeos alemanes (lo que los ingleses llaman el Blitz). La embajada recibió instrucciones de comunicar los efectos vistos desde el propio terreno. Tales datos eran de una importancia difícil de exagerar ya que permitían a la Luftwaffe hacerse una idea de los destrozos ocasionados.

Los británicos se aguantaron. No había que empujar a Franco hacia el Eje. Pero pusieron cerco a los diplomáticos franquistas y terminaron descifrando sus claves. No tardaron demasiado en leer de corrido los telegramas del duque de Alba, embajador de Franco y anglófilo notorio. De cara a los preparativos del desembarco en Normandía las autoridades prohibieron a la embajada usar radiotelegramas no pudieron evitar que algunos de los informes que enviaba por valija acabaran en Madrid en manos alemanas. Los Ministerios militares eran, en efecto, un coladero ante los antiguos Kameraden. No nos interesan aquí las contramedidas británicas.

Lo que nos interesa es destacar que, tras el desembarco, se levantó la prohibición. Los británicos se dieron cuenta de que el espionaje militar alemán en Madrid había remitido a Berlín un informe sobre la OPERACIÓN BALLESTA (CROSSBOW). Se trataba de una acción supersecreta, y de importancia absolutamente primordial, destinada a bombardear los sitios en que se desarrollaba el programa alemán de armas de largo alcance (entre ellas las V1 y luego las V2). En Londres se hicieron las correspondientes comprobaciones y su resultado se transmitió al general norteamericano Bedell Smith, responsable de la operación. Se averiguó que el informe no procedía de Inglaterra (aunque el duque de Alba en alguna ocasión había telegrafiado sobre el programa, sin poder dar detalles peligrosos para los aliados). Lo transmitido a Berlín se lo habían medio inventado los agentes alemanes en Madrid.

BALLESTA, pues, siguió estando segura pero los británicos destacaron que la embajada había vuelto a las malas costumbres. Incidentalmente, solo los telegramas del agregado militar seguían siendo indescifrables para los servicios de contraespionaje. Fue entonces, a finales de junio de 1944, cuando el secretario particular del titular del Foreign Office, Peter Loxley,  quien era el encargado por Eden de mantener el enlace con los servicios secretos, puso sobre el papel que en Madrid los telegramas de Alba se enviaban no solo a los alemanes sino también a los japoneses.

¡Caramba con la tan cacareada neutralidad franquista! El lector reconocerá que el tema es sugestivo y que los británicos, que combatían por su supervivencia, hicieron muy bien en mantener a raya, en todo cuanto pudieron, los ímpetus intervencionistas de los ministros de Franco. Y ello a pesar de que para entonces la guerra ya la tenían perdida los nazis y en el Pacífico las cosas tampoco pintaban demasiado bien para Japón. En Defensa, con la idea de no entorpecer las relaciones exteriores de España, a lo mejor el ministro no se ha enterado –historiográficamente hablando.