Nuevo curso, nuevos libros (II)

15 septiembre, 2020 at 8:30 am

Ángel Viñas

Muchos libros resultantes de coloquios o congresos suelen ser bastante heterogéneos. Esto no es una crítica. Salvo que el acto esté conceptualmente muy circunscrito -lo que ocurre con frecuencia- y se trate de un tema muy acotable y acotado, los intervenientes que se decidan a participar en él lo hacen desde sus especialidades, sus preocupaciones o las investigaciones que más les han interesado. El libro que comento ahora en estos posts en modo alguno se ha escapado a esas contradicciones. La guerra civil española, hoy, no es susceptible de ser categorizada bajo un lema unitario. Quizá pudo hacerse en los años franquistas. Hoy es imposible. La variedad de enfoques, temas, perspectivas analíticas y campos del conocimiento que engloba ha derrumbado aquellas viejas ilusiones. Sin embargo, en el libro publicado por Marcial Pons se ha hecho un esfuerzo por situar los criterios elegidos para sus capítulos bajo un mismo, aunque ancho, paraguas.

La solución ha estribado en dividirlo en cinco partes. Los dos primeros capítulos (de Matilde Eiroa, Alberto Reig) contienen reflexiones generales, pero complementarias, sobre el conflicto. La segunda parte engloba el resultado de análisis recientes sobre sus antecedentes (Ricardo Robledo, Eduardo González Calleja, servidor, Francisco Alía Miranda). La tercera se refiere a aspectos militares o con ellos relacionados (Juan Carlos Losada, Juan Andrés Blanco, Jesús M. Martínez, Paul Preston). La cuarta evoca aspectos internacionales (David Jorge, Miguel I. Campos, José Ramón Rodríguez Lago, Daniela Aronica) y la quinta aspectos múltiples de la represión en la guerra y la posguerra (Gutmaro Gómez Bravo, Francisco Espinosa, Enrique Berzal de la Rosa, Cándido Ruiz González y Eduardo Martín González, Julio Prada Rodríguez). Quedan descolgados un pelín tres capítulos que representan aportaciones sobre temas o muy nuevos (Carlos Píriz, Miriam Saqqa Carazo) o tan importantes que no pueden dejarse de lado bajo ningún concepto (José Luis Martín Ramos).

Desearía empezar por estos tres últimos. Sobre la Quinta Columna se ha escrito mucho. Raras veces con precisión y acopio documentales. Carlos Píriz se ha dedicado durante cuatro años a la tarea de descifrarla. Puedo afirmarlo con cierto énfasis porque en julio del año pasado me tocó presidir el tribunal de tesis doctoral en la Universidad de Salamanca que le dio sobresaliente por unanimidad (y que luego ganó el premio extraordinario del doctorado). El segundo examinador externo fue el profesor Morten Heiberg, catedrático de la Universidad de Copenhague y miembro de la Real Academia de Dinamarca, que había tocado el tema en un libro sobre los servicios secretos de Franco en la guerra civil, escrito a dos bandas con otro historiador español, Manuel Ros Agudo (a quien se deben importantes aportaciones sobre Franco en la segunda guerra mundial, no en vano fue el primer investigador en entrar en los entonces algo más que sacrosantos archivos del Alto Estado Mayor en los que a mí no se me permitió el acceso cuando lo necesitaba).

He de confesar que, para servidor, la tesis de Carlos Píriz fue toda una revelación. Lo que yo sabía de la quinta columna no pasaba de lo que recordaba tras haber leído los cuatro o cinco libros fundamentales sobre el tema, dos de los cuales datan de los años inmediatos de la posguerra, y las aportaciones de un “espiólogo” catalán ya fallecido.  La tesis abrió de par en par una ventana que, historiográficamente hablando, estaba casi cerrada (salvo por el libro de Heiberg/Ros). Espero que muy pronto se publique aunque sea en versión abreviada porque un tocho de casi 800 páginas con centenares de notas al pie y referencias documentales muy nutridas (como debe ser) no es una obra que se lleve para leer en la cama. Piríz ha dejado con doscientos palmos de narices a los aficionados que tanto y tan mal han escrito sobre el tema y no hablemos, por supuesto, de los historiadores franquistas. Como corresponde.

Miriam Saqqa ha hollado, para mí, terreno nuevo (pero con esto solo pongo al descubierto mi ignorancia). Su trabajo versa sobre las exhumaciones de los “caídos por Dios y por España” realizadas después de la guerra. Un tema un tanto fuerte, pero muy revelador sobre las concepciones que dominaban en la mente de los vencedores. Se ha basado en un material inédito pero tomado de ese universo que es la Causa General, no el adelanto publicado en los años cuarenta por el entonces esperpéntico ministro de “Justicia” (entre comillas) y reproducido hace unos años con uno o dos prólogos historiográficamente penosos por una editorial de color que no deseo comentar. De todo tiene que haber en la Viña del Señor. El “management of bodies” (la gestión de los cuerpos) entra así por la puerta grande en la  historia de la guerra civil.

En cuanto al tercer capítulo, del profesor José Luis Martín Ramos, no puedo sino exaltar su enfoque. Abordar (tras haber escrito dos gruesos tomos en catalán y un resumen actualizado en castellano en editorial CRÍTICA y que me hizo el honor de querer que prologase)  las fracturas políticas y sociales en Cataluña durante la guerra y, después de esta, la aparición del franquismo catalán en su variedad y destino diferenciados, así como la “descatalinzación” propulsada por el régimen es un auténtico desafío para recoger el cual hay pocos historiadores más cualificados. No deseo en modo alguno desvelar aquí los resultados.

Otros capítulos cumplen muy bien su cometido a la hora de dar a conocer al público en general aspectos territoriales de la represión que, bien por la abundantísima literatura que sobre ellos existe o porque la que ha ido generándose en los últimos veinte años ha tenido una proyección territorial limitada, no han alcanzado la difusión que merecen a escala global. En el primer aspecto, rompiendo el principio de que los árboles no dejan ver el bosque, Francisco Espinosa, uno de los más relevantes y más conocidos especialistas, aborda las peculiares características españolas a la hora de enfrentarse con el, sin duda, más turbio, más duro, más sangriento y más debatido tema de la represión sobre dos de las regiones más castigadas en la guerra civil. Lo manifiesta de nuevo sobre su reflexión  en torno a una multitud de monografías que han ido desmontando sistemáticamente las leyendas ocultadoras y tergiversadoras de los vencedores y, todo hay que decirlo, del silencio en que rodearon durante la transición y después. El caso andaluz (la región más ensangrentada) está, sin embargo, bien estudiado y las responsabilidades de Queipo de Llano, todavía enterrado en La Macarena debido a su abombada condición de antiguo cofrade).  La investigación en Extremadura tiene otra historia.  Leer sus resúmenes es desesperar, aunque quizá para menos en el futuro si llega a materializarse el volantazo que se anuncia con la futura ley de Memoria Democrática, a punto de aprobarla el Gobierno.

En el segundo aspecto nunca será suficiente dar a conocer los progresos hechos en la materia en regiones como Castilla la Vieja y León en donde, en puridad, NO HUBO GUERRA. Es decir, no se produjeros avances y retrocesos, ocupación del territorio frente a un enemigo armado, muy poco estructurado ciertamente, pero en la que los militares y civiles sublevados, borrachos de ideología y de venganza, sometieron amplias zonas geográficas en las que nunca tuvieron que enfrentarse ni a milicias improvisadas y desorganizadas ni a contingentes militares regulares. Elegir Castilla la Vieja y León era obligado, dado que el congreso se celebró en Zamora y los desparramados artículos y libros que de ella se han ocupado no han tenido la repercusión que merecen.

La represión no fue solo de muerte, asesinatos, juicios sumarísimos y desapariciones. También tuvo un importantísimo componente económico. A algunos fueron a parar los millones y millones de pesetas obtenidos por medio de una presión multimodal que expolió vilmente a quienes no se sumaron a la sublevación y se opusieron a ella o que fueron simplemente de izquierdas, masones, no católicos, republicanos, liberales, socialistas, comunistas, librepensadores, es decir, por definición la “Anti-España”. Un terreno difícil por carencias documentales, mala sistematización de datos, ocultaciones sin cuento. El profesor Julio Prada, a quien personalmente debo preciosas informaciones sobre el mundillo del gran conspirador que fue José Calvo Sotelo, lleva años avanzando en ese terreno que no cuenta con el reconocimiento que merece, aunque obviamente hay ya una literatura que ha emergido durante los últimos años que no es modo alguno desdeñable. De aquí el título de su trabajo sobre lo que ya se sabe de esta dimensión tan importante para los vencedores (empezando, todo hay que decirlo, por su Dux máximo).

Finalmente, pero no en último lugar porque en realidad es quien abre la parte relativa a la represión, el libro cuenta con la aportación del profesor Gutmaro Gómez Bravo, que se ha distinguido por la visión que puede arrojar sobre este tema alguien que no ha vivido los años del franquismo y que, como representante de esa generación que está llamada a tomar las riendas, si es que no lo ha hecho ya, de las nuevas formas de ver la guerra civil, se ha hecho un nombre por esfuerzo y derecho propios.

Insisto en que en esta obra hemos querido reunir a representantes de varias generacions porque, por el paso ineluctable del tiempo, es a las más jóvenes a las que corresponde ya tomar la antorcha. No de otra manera se portó Julio Aróstegui al acoger en su cátedra de la Universidad Complutense a varios de los nombres que aparecen en este libro.  En lo que a mi respecta jamás le agradeceré bastante su apoyo (con el del profesor Antonio Niño) para que volviera a la UCM y precisamente a la Facultad de Geografía e Historia.

(continuará)