Un tuit sobre la manipulación del pasado español

17 enero, 2023 at 8:30 am

Angel Viñas

El 29 de diciembre un amigo mío, Julián Casanova, circuló un tuit con el siguiente contenido que abrevio: “Las frases sobre el siglo XX español más difundidas con ignorancia en redes sociales: -La República provocó la guerra -Franco nos libró del comunismo -El franquismo fue un antecedente necesario de la democracia. Y citó como fuente de autoridad a …” tres nombres que servidor se resiste a reproducir. Hay muchos otros.

Las tres afirmaciones anteriores no contienen un grano de verdad. No responden a los hechos. Forman parte del argumentario político de la derecha más extrema. Las dos primeras aparecieron, en el adecuado formato propagandístico, pero con casi idéntico sentido ya de cara a la sublevación de julio de 1936 o en los primeros meses de la guerra. La tercera tiene un origen algo más deslavazado que cabe situar en los años posteriores a 1959, tras confirmarse el éxito -aunque no el coste social- del plan de liberalización y estabilización. Los españoles que recordamos el período anterior somos, por desgracia, cada día menos y de nosotros solo una ínfima minoría ha estudiado el proceso político, económico y social que llevó a aquel cambio de estrategia. El carácter de tal aseveración puede hasta cierto punto refutarse recurriendo a la comparación con casos próximos: digamos Italia, Portugal, Grecia, Irlanda. Y, por supuesto, yendo a los archivos españoles correspondientes.

Respecto a las dos primeras la pregunta que se suscita es la siguiente: ¿cuáles son las evidencias documentales en que se basan tales propagandistas mencionados por Casanova y potenciados ahora por partidos tan significados como VOX o algunos sectores ligados a las “verdades” eternas del franquismo?

Ya sé que hay autores (en este blog he citado a algún nombre que sigue escribiendo como si tal cosa cuando la cara debería habérsele caído de vergüenza torera) que limitan la responsabilidad por la guerra: ya no es la República in totto sino fracciones determinadas de los partidos políticos que la apoyaron. Para los sublevados no hubo la menor duda: ¡los comunistas! Hoy esta acusación unilateral ha decaído un poco. Nadie ha encontrado un papel que lo sustente. La desviación (también bendecida por ciertos sectores del PP que no necesitan identificación) se ha producido a “favor” de otro conglomerado: los socialistas. Y, como este era demasiado heterogéneo, se ha constreñido: los largocaballeristas. Lo ha afirmado, por ejemplo, reiteradamente Andrés Trapiello en las sucesivas ediciones de su libro Las armas y las letras.

El Excelentísimo Ayuntamiento de Madrid también tomó hace unos años, por mayoría del PP, Vox y C´s, la decisión -innoble, en mi opinión- de derribar la placa en la plaza de Chamberí en donde había nacido Largo Caballero. Aquello suscitó una protesta de centenares de historiadores, españoles y extranjeros, que firmamos el oportuno comunicado. El papel pudo utilizarlo el Sr. Alcalde, abogado del Estado, para otras actividades que no hay que mencionar. Hace unas semanas el Tribunal Supremo le quitó la razón, a los que votaron a favor de los tres partidos mencionados.

El razonamiento del TS y el desarrollo reglamentario de la LMH (que personalmente desearía se hiciese con la mayor rapidez posible) abrirán la puerta a la eliminación de otros nombres ligados a los sublevados, con pretextos espurios, de 1936.

Antes de que terminara el año 2022 me entretuve en deshacer algunas de las argumentaciones de un ilustre catedrático de una universidad confesional que ligaba la sublevación a la necesidad imperiosa, esencial, vital, de contener la supuesta deriva española hacia el comunismo. Tal peligro lo evocaron las derechas antes de 1931, después de 1931, en 1936 y desde entonces. Quienes hoy siguen argumentando en aquella dirección no son muchos en los libros de historia que pretenden ser serios. Por lo general, son o eran militares.

Atribuyo a tal calidad una significación especial. No en vano, la UME estuvo desde 1933 jaleando en los cuarteles el peligro comunista. En ello comulgaron personajes a los cuales hoy cabe añadirle un cierto hálito de infamia.

Como en las entregas anteriores me he basado en la fuente un tanto escondida del ilustre catedrático madrileño de Historia a que se referían, acudiré de nuevo a los señores vicealmirantes los hermanos Moreno de Alborán y de Reyna quienes, en su obra imperecedera, reflejaron aspectos como los siguientes:

  1. “A partir de mediados de agosto de 1936, la Unión Soviética decidió intervenir en la guerra de España en favor del gobierno marxista” (p. 890). 
  2.  “Del 15 de agosto al 15 de septiembre llegaron a puertos rojos cuatro mercantes soviéticos que, entre otros efectos, descargaron 30.000 toneladas de petróleo” (p. 891)
  • Es, sin embargo, la presentación contenida en el capítulo XVIII de su magna obra (vol. III, pp. 1685-1696) lo que supone toda una serie de disparates  sobre las implicaciones internacionales de la guerra de España. Para tales autores, “Adolfo Hitler y el nacionalsocialismo irrumpieron en la escena política tras haber ganado limpiamente las elecciones democráticas de 1933 con el apoyo masivo del pueblo alemán”. Él y Mussolini “contuvieron las expansión comunista en zona tan vital para Europa” (p.  1.686). A Largo Caballero  (p. 1687) lo presentaron como “socialista filocomunista”.

Será una casualidad, pero leo en la prensa que la comisión permanente del Consejo General del Poder Judicial ha validado, como expresión de la opinión personal y no institucional, la afirmación del señor presidente del TS del TSJ de Castilla-León según el cual “también el Partido Nacional Socialista llegó al poder por las urnas en Alemania en 1933”. Sin querer, en la menor medida, hacer comparaciones odiosas, cabe recordar que lo sucedido no fue exactamente así.  El tema ha salido ocasionalmente en este blog. Véanse, por ejemplo, las entradas del 21 de octubre de 2014 y 5 de julio de 2016.

De notar es que el centro católico no sobrevivió. Los interesados pueden incluso leerlo en Wikipedia, al alcance de cualquier ratón:   

https://es.wikipedia.org/wiki/Rep%C3%BAblica_de_Weimar#:~:text=La%20Rep%C3%BAblica%20de%20Weimar%20(en,en%20la%20Primera%20Guerra%20Mundial.

No cabe olvidar que las más estúpidas fantasías franquistas las recogieron los ilustres marinos de forma algo más que detonante: “De continuar el gobierno del Frente Popular, la situación degeneraría hasta llegar a caer, indefectiblemente, en la órbita de Moscú, es decir convertir a España en un país satélite -anticipándose a lo que sucedería con la Europa del Este a partir de 1945- con un férreo régimen comunista y las consecuencias que ello implicaría” (p. 1688). Están en la misma línea en que estaba Franco en 1936, según relata en sus memorias -no destinadas a la publicación- el embajador Francisco Serrat.

Tales autores tampoco tienen demasiada simpatía por el Reino Unido. Para cuando escribieron la política británica hacia la guerra civil española había sido diseccionada en numerosos trabajos de investigación. Incluso por un vicealmirante de tal nacionalidad (Sir Peter Gretton) y un joven historiador español, Enrique Moradiellos, pero ello no les impidió ser tajantes: “El gobierno de Su Majestad no se dio cuenta de ese riesgo para Europa. Tras una España comunista, y siguiendo la política de fichas del dominó -de la que se tiene suficiente experiencia- habría seguido Portugal y a continuación Francia, que ya estaba al borde de ello” (p. 1.688).

Claro: cree el ciego que todos los demás son de su condición. Como si el gobierno británico solo tuviera las fuentes de “información” que se inventaron los conspiradores de 1936 y la España “nacional” durante la guerra.

Observarán los amables lectores, cito fuentes caras a los autores que mencionó Julián Casanova en su tuit, pero sigo planteándome la misma pregunta: ¿cuáles son las bases documentales para sus afirmaciones?

No existen.

Naturalmente, nadie tiene por qué creerme.

Lo que cabe hacer es obvio: reclamar a los autores, periodistas, influencers y aficionados que hagan el favor de exhibir sus bases documentales y no las cretinadas que siguen sirviéndonos algunos partidos políticos que, no por casualidad, son de derechas. El no añorado Ricardo de la Cierva fue, en general, más inteligente.

Postdata 1:

Un lector ha tenido la amabilidad de escribirme diciendo que mi post precedente no le ha gustado y que es promocional de mi nuevo libro. No lo oculté, pero mi idea fue hacerlo de pasada. El libro todavía no ha salido. Seré más preciso. También me informa que todos mis supuestos esfuerzos contra el profesor Stanley G. Payne (a quien suelo mencionar con alguna frecuencia) están destinados al fracaso. En general, solo acudo a él como paradigma de una cierta interpretación sobre los orígenes inmediatos de la guerra civil y varios de sus capítulos más sobresalientes (Gernika, por ejemplo), siempre sin haberse contaminado por los miasmas de los archivos públicos y privados (salvo en unas cuantas ocasiones en los de la FNFF, a tenor de lo que él mismo ha escrito).  Espero que tampoco le agradará el libro que se avecina, en el que soy el primero en reconocer su influencia. No para bien de la historia documentable.

Postdata 2:

Otros amables lectores, a quienes no se lo agradeceré bastante, me han informado que el periódico EL DEBATE ya está digitalizado. Hay dos direcciones en las que puede consultarse:

La primera,  https://repositorioinstitucional.ceu.es/handle/10637/11973

Y la segunda, https://prensahistorica.mcu.es/es/consulta/registro.do?id=3126.

Con respecto a esta segunda me informan que se incorporó, procedente de la Hemeroteca Municipal de Madrid y de la Biblioteca Pública del Estado en Vitoria, al repositorio digital del Ministerio de Cultura en 2022.

Me es particularmente grato difundir esta información porque, para quienes no vivimos en Madrid, que somos la mayoría, la digitalización de la prensa es esencial. Sobre todo, en el caso de la segunda República, porque cualquier historiador puede así mostrar la distancia entre lo que se publicaba, lo que ocurría y lo que discurría entre bastidores. En tiempos como los presentes, una necesidad ineludible para restregar la diferencia entre “desinformación” y la realidad de los cuarteles.