2015: un año de incertidumbres

13 enero, 2015 at 8:30 am

El año que ahora ha comenzado es muy verosímil que entre en la historia, quizá no en la grande, grande, pero probablemente en la que constate la acentuación de tendencias preocupantes ya existentes en nuestras sociedades, en particular en la Unión Europea.

Hubo una época en que me tocó hacer predicciones. ¿Qué podía ocurrir en relación con ciertos temas? En algunas de las que hice a medio plazo acerté, más o menos, en ocasiones. En las que se referían al corto plazo me equivoqué casi siempre. De aquella época me quedé con dos afirmaciones. La primera se debe a un primer ministro japonés, hoy olvidado, Yasuhiro Nakasone. Venía a decir que en política aventurarse una pulgada hacia adelante equivalía a adentrarse en territorio desconocido. Ni que decir tiene que Nakasone era extremadamente conservador. La segunda afirmación se atribuye, dicen los expertos que sin razón, a otro primer ministro conservador, esta vez británico, Harold Macmillan. Todos los mejores planes, vino a decir, pueden estropearse por obra gracia de acontecimientos imprevisibles. ¡Events!

Naturalmente, de seguir a la letra la metodología implícita en tales afirmaciones podríamos cerrar la tienda. ¿Qué tendrían que ofrecer los expertos en ciencias sociales?

De cara a 2015 podemos, al menos, estar seguros de una cosa. En nuestra Unión Europea de todos los pecados va a haber toda una serie de procesos electorales. Algunos serán muy importantes y podrían tener alcance sistémico. Otros tendrán impactos más bien nacionales y de efecto más reducido.

banderas griega y UEEl próximo domingo, 25 de enero, tendrá lugar el primero: las elecciones generales en Grecia. La prensa, estos días, está llena de artículos que recogen las escaramuzas previas a una contienda electoral de potenciales resultados sistémicos. Unos tratan de amedrentar a los griegos advirtiendo contra un verosímil triunfo de Syriza (aunque no consiga la mayoría absoluta) y sus consecuencias sobre la permanencia de Grecia en el euro. Otros abanderan algunas de sus promesas de renegociar el lastre de la deuda, dado que las políticas de austeridad han hundido a amplios sectores de la población en la indigencia. De la forma en que la Unión Europea trate los resultados de la contienda electoral dependerá la imagen que ofrezca al resto de los países de la zona euro y más allá.

En Francia están previstas elecciones departamentales en marzo. Tras el reciente atentado terrorista en París ¿quién sabe cuál va a ser la reacción del electorado? Todo hacía prever prever que el xenófobo y extremista Frente Nacional, la ultraderecha, ganará posiciones. Podemos anticipar la habilidad con que Marine Le Pen aprovecherá esa eventual onda expansiva. Hay comentaristas franceses que ya le conceden posibilidades en las elecciones presidenciales. Francia, y no Grecia, puede convertirse a medio plazo en el gran problema de la Unión Europea.

Para mayo se esperan las elecciones generales británicas. De ganar los conservadores, y si el primer ministro David Cameron se atiene a sus repetidas promesas, renegociará los términos de participación del Reino Unido en la Unión Europea, aunque ello implique una modificación de los Tratados. Cameron jugó fuerte en el pasado referéndum escocés. En esta ocasión puede encontrarse con la horma de su zapato. Si, por otra parte, el partido laborista se hunde en Escocia el panorama político británico quedará completamente reconfigurado para los próximos cuatro o cinco años, sin contar con que los perrillos de UKIP seguirán mordiendo en los talones a los conservadores.

(Advertencia al Gobierno español, sea el que sea: una modificación de los Tratados, equivalente a destapar la caja de los truenos, ofrece posibilidades para llevar a la mesa muchos desiderata, algunos de interés para el Estado español. Otros miembros actuarían de forma similar. Por consiguiente, hay que plantear la posibilidad de que la eventual «renegociación» termine no abriendo la caja).

Luego llega Dinamarca. Cualquiera que sea el resultado los efectos sistémicos sobre la Unión Europea serán reducidos. Eso sí, Dinamarca ha desempeñado en el pasado un papel de seguidor aplicado de ciertas tendencias preocupantes como el lento desmantelamiento del Estado de bienestar y restricciones en política de asilo e inmigración. Actualmente su habitual Gobierno de coalición ha corregido el tiro, pero otro podría volver a las andadas (como hacen ahora los Países Bajos y Austria)

Después viene España. Copiadora, en general, de las políticas de austeridad que están destrozando la cohesión social en Unión Europea, todas las lecturas son posibles. Es improbable que ninguna de ellas tenga efectos sistémicos. Sí los tendrá, y muchos, para los sufridos ciudadanos a quienes el Gobierno ha manipulado, mentido y demostrado que la derecha española, en comparación con la de los años de paz republicanos, no ha aprendido demasiado de la Historia.

Quedan elecciones parlamentarias: en principio están previstas en Polonia, Finlandia y Portugal. No me atrevo a pronunciarme sobre sus consecuencias, sistémicas o no. Prefiero llamar la atención sobre el protagonista de los últimos años en la Unión y sus políticas de austeridad a ultranza: Alemania.

En la perspectiva del largo período, es decir, desde la mitad del siglo XIX, Alemania ha sido casi siempre uno de los grandes desestabilizadores de Europa. Antes lo fue Francia. Las generaciones actuales han conocido, naturalmente, otra Alemania: la hundida tras la segunda guerra mundial, la encorvada por el lastre de los crímenes sin paralelo del nazismo, la buena y modosita alumna más paneuropea que todos los demás europeos juntos, la locomotora económica, la dividida territorialmente, el excitante escenario del hundimiento del muro de Berlín y de la reunificación…

Menos atención despertaron algunos de sus golpes de efecto en la crisis de los Balcanes, cuando empezó a mostrar de nuevo músculo diplomático. Pero también es verdad que ni el Reino Unido ni Francia mostraron un comportamiento que les hiciese merecedores a demasiados laureles. Hoy Alemania combina prepotencia y una cierta retracción. Es una mezcla peligrosa. No se limita a lo económico. Tiene efectos en el plano político y, en particular, en el terreno de las relaciones intra-europeas.

En las últimas semanas la prensa se ha hecho eco de la xenofobia latente que parece haber despertado Pegida (y que recuerda al Front National francés). Recordemos incidentalmente que también el NSDAP empezó siendo pequeño.

¿Advertencias? La combinación entre nacionalismo (de los Estados pero también de índole subestatal) y crisis económica y social ha tenido efectos perversos en la historia contemporánea de Europa. ¿Habremos vencido los europeos nuestros demonios familiares? Las respuestas irán aclarándose a lo largo de este año. Un año de incertidumbres.