CORROMPER A TODO UN PUEBLO

9 junio, 2015 at 8:30 am

La actividad corruptora de Hitler no se extendió solo a sus militares y a los gerifaltes del partido y de la Administración. La política nazi se orientó a generar un alto grado de fidelidad a los postulados racistas del Tercer Reich y, con ellos, sostener una guerra de conquista, expolio y rapiña contra los países conquistados y por conquistar. Los frutos de su explotación contribuyeron grandemente a mantener el nivel de vida y de consumo de los «arios» en la Alemania imperial y, por ende, a soldar una relación íntima entre el donante y los donados. Dicho en términos menos conversacionales: las ventajas económicas de las conquistas se socializaron. Hitler se atuvo a la combinación de los dos términos del engendro que puso en marcha: nacionalista y «socialista». Una mezcla letal para los conquistados.

P1020531En el incesante proceso de reinterpretación del pasado, que es la ocupación genuina de todo historiador que se precie, ha ido creciendo en significación una dirección analítica. Sir Richard Evans, uno de los historiadores británicos mejor conocedores del Tercer Reich, ha apuntado que, en los últimos tiempos, el marchamo «totalitario» ha caído en favor de la creciente utilización del vector racial como basamento de numerosas políticas de aquella aberración que fue la Alemania nazi.

Uno de los historiadores alemanes que más ha batallado en esa dirección se llama Götz Aly. De sus diversos libros solo uno, que yo sepa, se ha traducido al castellano. Su título original fue «El hitleriano Estado del pueblo. Expolio, guerra racial y socialismo nacional«. Aquí se ha vertido como «La utopía nazi» con un subtítulo que da en el clavo: «Cómo Hitler compró a los alemanes«.

Lo hizo de diversas formas y la tesis fundamental de Aly es que los nazis diseñaron un conjunto de políticas que convirtieron el régimen en algo atractivo para la mayoría de los alemanes: la aplicación de principios tales como la igualdad de oportunidades (en oposición a la sociedad jerárquica precedente), la implementación de un «Estado social», la difuminación de las barreras sociales, la renovación de las clases dirigentes, la exaltación de la juventud en oposición a los carcamales de Weimar o de la Alemania guillermina… En definitiva: una auténtica alborada.

La apropiación de valores de la izquierda alemana (en la que los movimientos socialista y comunista eran dominantes), la aplicación de prácticas keynesianas avant la lettre, el saqueo y «arianización» de las propiedades judías y la explotación sistemática de las economías de los países conquistados, en particular Polonia y, sobre todo, Francia, o puestos al servicio de la economía alemana constituyeron otros tantos hitos. Las inmensas transferencias reales y financieras cuya extracción posibilitó la presencia de la Wehrmacht en ambos países (pero también en Austria, Bélgica, Holanda, exChecoslovaquia, Dinamarca, Noruega, una parte de la URSS) o en Rumania, Hungría, Yugoslavia e Italia permitieron simultanear cañones y mantequilla, la guerra y un alto consumo interno. Al menos durante los primeros años.

Es característico que una economía en principio dirigida por las autoridades estatales y en la que el mercado libre prácticamente había desparecido no llegara hasta bien entrada la guerra, aproximadamente 1943, al grado de disciplina, planificación y subordinación de todos los recursos de la nación que el Reino Unido puso en práctica desde casi el primer momento.

A pesar de que la economía de guerra alemana funcionó con muchos sobresaltos y no precisamente de forma demasiado racional, la explotación sin límites de la mano de obra extranjera procedente de los territorios ocupados y la introducción de reformas internas que no habían podido superar los conflictos de intereses del precedente sistema democrático y parlamentario acolcharon el impacto que supuso la desviación de recursos del sector civil al militar.

Aly ha llamado la atención sobre el hecho notable que Hitler se ocupó de que ni los campesinos, ni los obreros, ni los empleados, ni los funcionarios pequeños o medianos se vieran afectados duramente por los impuestos de guerra. Las cargas tributarias se distribuyeron en función de la clase social y en beneficio de los más débiles. ¿Cómo, pues, se financió la guerra si la tributación de los más pudiente no colmaba el déficit de ingresos? Esencialmente a costa de las condiciones de vida de los pueblos conquistados, manipulando los tipos de cambio fijos de las monedas nacionales y gravando hasta límites insospechados su capacidad productiva. Los historiadores franceses han examinado pormenorizamente cómo los nazis trataron a la economía tanto de la Francia ocupada como de la «libre». No recuerdo que ninguna de las obras estándard en este tema se haya traducido.

La máxima, tal y como la explicita Aly, fue la siguiente: «si en esta guerra alguien tiene que pasar hambre, que sean los demás; si no se puede evitar la inflación de guerra, entonces debe ocurrir en cualquier otro lugar, pero no en Alemania». Sin olvidar nunca, en ningún momento, el expolio sistemático, hasta la raiz, del enemigo por antonomasia en que la dictadura convirtió a los judíos propios y extraños. Su aniquilación fue siempre el alfa y el omega de la dictadura.

Como la máxima de «la pela es la pela» no constituye, en su aplicación a la práctica, algo amable, tampoco extrañará que en la Alemania Federal se destruyeran masivamente inmensas cantidades de fondos documentales en los que se reflejó el producto de la explotación, en términos reales y financieros, de los países ocupados. Aly señala un posible motivo: evitar en lo posible la presentación fundamentada de reclamaciones. Con éxito aunque no hasta el extremo de apagar las quejas griegas.

La última gran operación de destrucción de documentos en gran escala de que se tiene noticia data de los años 1976/78, es decir, anteayer. Fue autorizada expresamente por un ministro de Hacienda, socialdemócrata por más señas, llamado Hans Apel.

Convendría señalar que la España de Franco no quedó al margen de las políticas de expoliación aplicadas a países extranjeros. Este es un tema que ya hace muchos años empecé a estudiar y que luego completó y amplió el profesor Rafael García Pérez en un libro que, quizá porque fue publicado en una editorial oficial, el Centro de Estudios Constitucionales, no ha tenido la difusión que merece.

En el caso español la cosa se hizo de manera más sibilina. Los nazis «compraron» voluntades en la desbaratada Administración de la época y se dedicaron a adquirir y a exportar por medios legales y no legales todos aquellos productos a que pudieron echar mano. En una España exangüe, desabastecida y desmoralizada por oleadas de represión multiforme, las deudas de guerra con el Tercer Reich se saldaron indirectamente con el regulador que fue el hambre de la gran parte de la población. Pero como posiblemente eran «rojos» tampoco había que preocuparse demasiado. Curiosamente, también en España todavía hay nazis.