¿Alemanes antipáticos?

28 julio, 2015 at 8:30 am

En 1958 dos autores entonces poco conocidos, Eugene Burdick y William J. Lederer, publicaron una novela, The Ugly American, que era una dura crítica a la política norteamericana de cara a un país ficticio del sudeste asiático. La caracterizaban rasgos tan poco deseables como la incompetencia, la corrupción y la arrogancia. Se convirtió en un best-seller. Al año siguiente la publicó Grijalbo bajo el título, literal pero no excelente, de El americano feo.  Probablemente no tardarán en aparecer obras, de ficción o no, que reconstruyan la antipática atmósfera por la que atraviesan una buena parte del electorado alemán, un sector de sus partidos políticos de centro derecha (CDU/CSU) y de extrema derecha y varios de sus abanderados, entre ellos el ministro federal de Finanzas Wolfgang Schäuble. A lo mejor surge incluso una pareja como Burdick y Lederer.
Angela_Merkel y Wolfgang_SchäubleEste va a ser mi último post antes del verano. Todo el mundo tiene derecho a vacaciones (aunque no todos puedan tomarlas) y servidor va a concentrarse por las mañanas un libro que se me resiste y, por las tardes, a leer algo que no tenga nada que ver con él.
En este post quisiera suscitar una cuestión que viene preocupándome desde hace años. No aspiro a originalidad alguna. Todo lo que puede preguntarse, por el momento, sobre la crisis griega ya se ha planteado. Los análisis en profundidad vendrán después.
En el reciente debate generado en Alemania sobre si convenía o no aprobar el principio del tercer rescate a Grecia una minoría, pero no diminuta, se pronunció en contra. Está respaldada por un segmento muy sólido de la población. Su exponente más conocido es nada menos que un ministro del gobierno federal de coalición. En las negociaciones dejó caer, como si no tuviera importancia, que una mejor alternativa estribaba expulsar a Grecia temporalmente de la eurozona. Luego ha repetido en público esta posición que ha levantado cierta indignación entre los socialdemócratas alemanes. Al menos de momento Schäuble no ha sido desautorizado.  ¿Se convertirá en un líder de opinión de los alemanes feos?
Muchos alemanes lo son porque parecen haber olvidado su propia historia. Se encuentran en todas las clases sociales y, por supuesto, entre los círculos dirigentes (con el Bundesbank en primer lugar). Ahora bien, si hay una nación o un pueblo que no tienen derecho a olvidarla, ni siquiera en el transcurso de las generaciones, es Alemania. Muchos países han querido asentar su hegemonía sobre el continente. Pocos lo han logrado y menos aún por mucho tiempo. En Alemania concurren dos circunstancias: fue el último país que lo intentó y el más efímero (ni siquiera cinco años). Aún así se las apañó para sembrar un reguero de destrucción y muerte que culminó en los horrores de la Shoah.
Naturalmente las generaciones actuales no tienen la culpa de ello pero no están eximidas del deber de olvido. Los alemanes fueron, en los años treinta y parte de los cuarenta, muy, muy antipáticos. Precisamente la integración europea se diseñó con dos propósitos esenciales: desterrar la guerra entre los países que en ella participan y fomentar su crecimiento económico, su bienestar y su solidaridad. El primer objetivo se ha alcanzado plenamente.  En los otros dos se han conseguido avances formidables. Alemania ha prestado a ello una contribución impagable.
Este palmarés se ha erosionado considerablemente desde el impacto de la crisis económica. Los nacionalismos y populismos han reverdecido. A veces de forma grotesca. En Alemania, de manera insidiosa. Lo más parecido que en Alemania hay a un santo laico, Jürgen Habermas, ha dado un grito de alarma: ¿asistiremos ahora a un tercer intento alemán en Europa de asentar la hegemonía política, después de haber logrado la económica?
Hábilmente Schäuble, y con él una parte del establishment político alemán, han argumentado que lo que la eurozona necesita es un nivel de integración más elevado. Saben perfectamente que, dejando las cosas a su inercia, el proceso no avanzará. Sería, ciertamente, una buena salida: en la medida en que el invento europeo de compartir soberanía ha ido avanzado, los problemas, incluso lo más intratables, han encontrado solución. Quizá no a gusto de todos, pero sí de forma tal que con ella todos han aprendido a vivir y a convivir.
El otro día, Hollande recogió el guante. ¡Hay que «comunitarizar» la gobernanza de la zona euro a través de la creación de una vanguardia que señale el camino! Lo hizo en el 90 cumpleaños de Jacques Delors, uno de los pocos franceses que supo cohonestar el interés francés con el comunitario. Pero dado que la política francesa se ha caracterizado en numerosos aspectos por el mantenimiento del grado más elevado posible de autonomía consistente con los compromisos integubernamentales dentro de la UE, hay lugar para la sospecha. Sobre todo porque detrás acechan las fuerzas que desean derrumbar la UE en todo lo posible.
Alemania y Francia son los dos países claves para el futuro de Europa. Mi sospecha es que Francia seguirá maniatada en el próximo futuro, con elecciones presidenciales en 2017, y una Marine Le Pen con su amenazante Frente Nacional. Es decir, corresponde a Alemania o bien dejar pasar el tiempo y que la situación se pudra más o dar un salto adelante. En otros tiempos, hoy lejanos, los alemanes encontraron figuras que lo dieron: Adenauer, Schmidt, Kohl. Y sus dificultades no fueron entonces menores que las que hoy existen.
Las cosas pueden empeorar. ¿Quién pone su mano en el fuego de que el tercer rescate a Grecia vaya a ser un éxito? Lo más probable es que no lo sea. Grecia se acerca peligrosamente a la situación, que nunca hemos esperado ver en Europa, de un «estado fallido» o, al menos, «cuasi-fallido» que no ha sabido adaptarse a un entorno en rápida mutación. ¿Pero lo ha hecho Alemania? Mi impresión es que no. Que su capacidad para detectar las rigideces estructurales griegas no la dirige con la urgencia necesaria a la mejora de la gobernanza de la zona euro ni a las inflexibilidades de su economía y de su sociedad. Es el clásico ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
De no hacer algo quizá se cumpla la advertencia que los socialdemócratas lanzaron en el Bundestag el otro día. Alemania consolidaará lo que ha perdido en cuarenta ocho horas: una buena parte del «goodwill» que tanto trabajo le costó conseguir a lo largo del tiempo como uno de los alumnos más aplicados de la clase. Y se olvidará que la idea de un núcleo duro conformado por una vanguardia la defendía Schäuble, con la aquiescencia de la clase política alemana, no hace tantos años. Tiempos, tiempos.
Con esta última nota deseo a todos mis amables lectores las mejores vacaciones posibles en estos tiempos de incertidumbre. Volveré  el 8 de septiembre.