Más sobre el primer asesinato de Franco

30 enero, 2014 at 5:55 pm

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Hace unos años publiqué en La conspiración del general Franco un análisis en el que demostré que las versiones habituales de que Franco se decidió a participar en la sublevación del 18 de julio después de la muerte violenta de Calvo Sotelo no son correctas. En mi opinión se decidió un mes antes y su viaje a Marruecos, vía Las Palmas, tuvo que ver con la posibilidad de coronar con éxito, como así ocurrió, su primera operación subversiva: el asesinato por uno de sus hombres de confianza del general Amado Balmes, jefe de la guarnición de Gran Canaria.

La Fundación Nacional Francisco Franco se rió de mi. En las redes algún que otro franquista recalcitrante me puso como chupa de dómine. Gajes del oficio. En aquel libro cité, de pasada, el nombre de quién consideré posible ejecutor. No lo identifiqué como tal pero supongo que no despisté a ningún historiador militar. Un amigo mío gran conocedor de la represión, Francisco Espinosa, acertó con el nombre en cinco minutos. No planteé un problema insoluble. Ríe mejor quien ríe el último.

En este post voy a dar alguna pista adicional. Ya saben mis lectores que lo que hay detrás de los hechos se averigua, a veces, con lo que se encuentra en los archivos. Pues bien, otro amigo mío, rastreando por uno de ellos, poco visitado, ha tenido la amabilidad de enviarme un documento que confirma mis sospechas.

La persona en cuestión fue objeto de un trato favorable por parte de Franco hasta límites inauditos que nunca se explicaron pero que siempre sorprendieron a sus compañeros de armas. Esta sorpresa, además, tuvo consecuencias. No las relaciono con los informes que el SIPM circuló sobre él y que no fueron precisamente muy positivos. El hecho es que hubo de abandonar el Ejército. La mano protectora de Franco volvió a extenderse sobre él y  no tardó en encontrar acomodo en otro sector de la inmensa burocracia de nuevo cuño que creó la dictadura. Su puesto no tuvo nada que ver con aspectos militares. Un hombre para todo.

Ahora bien, lo que se desprende del nuevo documento es que tampoco brilló demasiado en él. Los arrostrados historiadores parafranquistas que bucean en los papeles de Franco a lo mejor lo encuentran. No está clasificado ni se consideró tampoco secreto. Fue, simplemente, una nota –sin firma- elevada al Caudillo, Generalísimo, Jefe del Estado, presidente del Gobierno y Jefe Nacional de FET y de las JONS. No la tiró a la papelera.

El informante señaló que la gestión de aquel caballero era ineficaz. Nadie le hacía caso en los Ministerios con los que debía relacionarse. Su cargo era inoperante. Aspiraba a otro que mencionó, pero que me callo. Hablaba mal de uno de los generales (no demasiado amigo de Franco) que, según él, le había perseguido con saña. Lo atribuyó  a motivos que no aparecen en el expediente del caso. Me atrevo a señalar que esto no es de por sí sospechoso. ¡Cuántos documentos ocultan motivos espurios!. Lo que sí es sospechoso que el mencionado caballero se atribuyera conocimientos de economía y que por eso deseaba ocupar algún cargo que le permitiera contar en el futuro con los haberes pasivos de general. Todavía no había cumplido sesenta años y no disponía de otros recursos que su modesto retiro por lo que vivía con grandes privaciones. Era “Vieja Guardia” y su lealtad al Caudillo le haría llegar hasta los mayores sacrificios.

Este es el texto de la nota, expuesto de forma indirecta. La última frase podría, en puridad, haber rezado que dicha lealtad “ya se la había hecho llegar”. A lo mejor incluso lo decía así. Es impensable que Franco no se acordara de él. Habían transcurrido poco más de veinte años desde la eliminación de Balmes y esta es una de esas cosas que difícilmente se olvidan. El caballero en cuestión, según las informaciones publicadas en el diario ABC, había ido a ver a Franco al Pardo en varias ocasiones por aquellas fechas. No sabemos, claro, si Franco recordaría los informes del SIPM. En cualquier caso para nuestra argumentación la nota que nos sirve de apoyo para este post es suficientemente explicativa.

Los lectores se preguntarán. ¿Y qué hizo Franco? Pues lo normal. Le concedió otro puesto mucho más importante que el que tenía y parecido al que deseaba. Eso sí, para su desempeño no se necesitaban conocimientos de economía. Bastaba una fidelidad a toda prueba. Ya cuando estaba en ese puesto el hijo de una persona que le conoció me ha contado que  solía explicar que Franco le estaba agradecido porque había contribuído a evitar que algunos malvados secuestraran a Doña Carmen Polo. Así explicaba la protección de que disfrutaba. Franco le reiteró años después, no muchos, su confianza y le concedió un puesto similar en otro lugar.

Lo que dicho caballero hizo el 16 de julio (dejar fuera de combate al general Balmes siguiendo instrucciones de Franco) representa dos cosas: la fecha en la que el comandante general de Canarias cruzó el Rubicón (tres días después de la muerte violenta de Calvo Sotelo pero la eliminación de Balmes obviamente la había planeado antes) y la culminación de una operación encubierta en la que ningún historiador franquista ha querido meter la nariz. La sublevación militar empezó, pues, el 16 de julio y la inició Franco. Un mérito sin duda el de adelantarse a Mola y a los conspiradores del Ejército de Marruecos pero que caía dentro de la categoría de asesinato, mondo y lirondo, en los términos del Código Penal entonces vigente.

Espero que los historiadores franquistas, con estos pequeños datos adicionales, no tengan dificultad en identificar el nombre de aquel caballero y que salgan briosos a la palestra a defender el dudoso honor de Franco.

 

Mussolini antes del 18 de julio

24 enero, 2014 at 10:10 am

La investigación y el descubrimiento de nuevas fuentes son tarea que no termina nunca. Hace unos meses planteé un desafío, en El País, a los historiadores españoles y extranjeros para que desmintieran, si podían, una tesis novedosa.

Los monárquicos alfonsinos, ligados a Renovación Española y al “proto-mártir” Don José Calvo Sotelo, fueron quienes más y mejor se las apañaron, merced a las cuantiosas ayudas económicas de Juan March, para pertrechar a quienes iban a sublevarse el 18 de Julio con material de guerra moderno de origen italiano. Esto cambia la interpretación sobre los orígenes inmediatos de la guerra civil. Es un golpe rudo a las interpretaciones franquistas y parafranquistas. Pero siempre es posible mejorar.

Como colofón del artículo con el que comencé este blog hoy me complazco en anunciar el descubrimiento de uno de mis alumnos, David Jorge, en una tesis doctoral, ya terminada, y que dentro de pocos meses se leerá en la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad Complutense.

David tenía como tema de investigación la guerra civil y la Sociedad de Naciones. Uno de los huecos en la historiografía apenas colmado por algunos tratamientos de paso de varios historiadores. Esto no es una crítica. Escribían sobre temas más amplios y su recurso a las fuentes fue limitado.

David ha conjugado fuentes primarias republicanas, franquistas y de la propia Sociedad de Naciones (amén de otras muchas). Los más ricos son estos últimos fondos, conservados en el archivo de Naciones Unidas en Ginebra. La tesis derrumba varios mitos, impugna ciertas interpretaciones (también de quien esto escribe, ¡faltaría más!) y amplía los límites del conocimiento científico. En una palabra, cumple su función genuina.

Al leer el borrador me sorprendió una afirmación. Antes del 18 de julio aviones de combate italianos habían despegado de aeródromos del norte de Italia en dirección a otros del sur para saltar de aquí hacia España.

Me quedé helado. Esto significaría, ni más ni menos, que Mussolini apenas si habría tardado tiempo en dar órdenes para que se ejecutara el primero de los contratos suscritos con  Pedro Sainz Rodríguez el 1º de julio en Roma.  En realidad, no es para sorprenderse. Preveía el suministro de doce aviones de bombardeo Savoia Marchetti 81 antes de finales del mismo mes de julio.

David me explicó porqué había hecho tal afirmación. En los fondos de la Sociedad de Naciones había encontrado una comunicación del Gobierno republicano que transmitió aquella noticia oficialmente al Secretariado.  “The Manchester Guardian” del 16 de marzo de 1937 también la había mencionado.  Es posible que procediera de los miles de noticias que corrieron por España y por el mundo tras el desastre italiano en Guadalajara.

Por supuesto, el Secretariado de la Sociedad no hizo el menor caso al Gobierno español. La información no se aireó lo suficiente y pasó al olvido, a pesar de que Luigi Longo (comisario de las Brigadas Internacionales) y un autor poco conocido como Nicolas Dzépély la mencionaran. Probablemente se consideró propaganda y ya se sabe que en la guerra la primera víctima es la verdad.

Solo que en esta ocasión probablemente no fue tal el caso. Conociendo la existencia, hasta ahora ocultada contra viento y marea, de los contratos del 1º de julio, ¿por qué no actuaría Mussolini de forma absolutamente congruente con sus compromisos con los monárquicos españoles?

Es obvio que los aviones contratados no podrían ir a España de un tirón desde el campo de vuelo de la Società Idrovolanti Alta Italia. Sí podían situarse lo más cerca de ella y Cerdeña o Sicilia eran buenos lugares de partida. Todo esto significa que debió de haber comunicaciones entre quienes iban a sublevarse y los italianos de los que, hasta ahora, no se han encontrado rastros. Quizá pasaran por Goded, comandante militar de las Baleares. Las islas eran un objetivo para los italianos y para el financiador de la operación, Juan March. No en vano se habían contratado varios hidroaviones que difícilmente operarían sobre los vastos campos de Castilla la Vieja.

La presunción de que Mussolini no perdió el tiempo sirve para robustecer el carácter imperialista de los motivos que le incitaron a meter la nariz en los asuntos de España. Se adelantó por lo menos casi un mes a Hitler y todo ello antes de que explotara la conspiración que venía preparándose desde las elecciones de febrero.

Y, a partir de aquí, el análisis debe hacerse más incisivo. ¿Quiénes internacionalizaron la sublevación? No los republicanos, no los socialistas, no los anarquistas, no los comunistas. Tampoco los mitificados falangistas de José Antonio Primo de Rivera. Lo hicieron quienes no dudaban en desatar, si era necesario, toda una guerra. ¿Y quiénes fueron? Calvo Sotelo y sus monárquicos, civiles y militares. Contra los historiadores  y propagandistas de medio pelo que siguen, erre que erre, oscureciendo el pasado hay que reescribir la historia.

Contactos interesantes en las catacumbas del franquismo

21 enero, 2014 at 10:12 am

Me cuenta un amable lector, a quien mucho agradezco la noticia, que está estudiando afanosamente las gestiones carlistas para conseguir armamento en el extranjero de cara a la sublevación militar de julio de 1936. No puedo sino felicitarle y le deseo de todo corazón que rellene un hueco sensible en la literatura. Todo hace pensar que el “Glorioso Movimiento Nacional”, como se le denominó durante decenios, fue menos “nacional” de lo que se ha pensado y sigue diciendo la historiografía parafranquista. El apaño de material de guerra italiano moderno en grandes cantidades, gracias a los contratos de suministros firmados el 1º de julio de 1936 por Pedro Sainz Rodríguez, ha rasgado la cortina de humo con que se envolvieron las conexiones internacionales de  los preparativos de la sublevación y, eventualmente, de una guerra civil pura y dura.

En mi último libro identifiqué, gracias a la benevolencia de un historiador de Durango, Jon Irazábal Aguirre, un documento que hace pensar que los carlistas también trataron de obtener armamento del Tercer Reich. En puridad, no es de extrañar porque ya el general Sanjurjo y el coronel Beigbeder visitaron Berlín, no precisamente para darse un garbeo, en marzo de aquel año. Nunca se ha encontrado, sin embargo, el menor rastro de que los nazis les hicieran caso. Y un envío de 300 ametralladoras, que negociaron los carlistas, no llegó a España antes de la sublevación. En cualquier caso, se trataba de un aporte minúsculo.

El 24 de julio el comandante Antonio Barroso, agregado militar en París y que ya había hecho causa común con los sublevados, visitó a un norteamericano rico, William Taylor Middleton, en su casa de la isla de Saint Louis, y le pidió que fuese a Berlín urgentemente a hablar con Joachim von Ribbentrop para recabar “la ayuda prometida”. Son palabras mayores. ¿Quién habría llegado a von Ribbentrop, consejero aúlico de Hitler en ciertos temas de relaciones exteriores y que jugaba a ser personaje imprescindible en el Tercer Reich? Poco después Hitler le nombró embajador en Londres, una elección desafortunada.

Middleton era un personaje de carácter un tanto turbio pero bien conectado en París. Estaba casado con una divorciada francesa que coqueteaba con la extrema derecha. En la guerra civil hizo alguna que otra gestión a favor de los sublevados y al terminar regaló a los carlistas varias banderas suyas del XIX. Recibió unas cuantas condecoraciones españolas de importancia menor.

Ahora, preparando un nuevo libro, me he encontrado con un despacho de la embajada británica en Lisboa. Está fechado el 30 de octubre de 1940. En él se dan cuenta de nuevas gestiones de Middleton en relación con un crédito que la dictadura estaba negociando muy en secreto con el Crédit Suisse. Que sepamos, no llegó a nada. Middleton probablemente intervino como mediador (algo que hizo con otras operaciones en la guerra civil) porque contó a los británicos que llevaba un mensaje de Pedro Gamero del Castillo a través de un periodista, Juan José Pradera. Gamero era entonces vicesecretario general del Movimiento y hombre muy próximo a Serrano Suñer, recién nombrado ministro de Asuntos Exteriores.

Middleton ofreció información,  completamente desenfocada,  de la mitificada reunión de Hendaya. Se la había chismorreado el periodista, hijo de Víctor Pradera. Fue consejero nacional del Movimiento por designación directa de Franco, amigo de Serrano y director más que discutido del diario YA (Franco le acogió, cuando le echaron, en las apretadas filas de los embajadores políticos sin espina dorsal).

El despacho no explicó las razones por las cuales Pradera había contado a Middleton ciertas interioridades de la política española. El hecho es que Pradera le reveló la intención falangista de expandir su imperio por la Administración, hacerse con las carteras de Hacienda y Obras Públicas (en manos de dos técnicos conservadores, José Larraz y Alfonso Peña Boeuf) y recuperar  Agricultura (donde había estado Raimundo Fernández Cuesta). De ser cierto, traduciría la ambición falangista de someter a sus absurdos postulados toda la economía española  ya que el coordinador sería el nuevo ministro de Industria y Comercio Demetrio Carceller, entonces un falangista connotado. Los planes de expansión eran, por lo demás, un secreto a voces, porque también se había hecho eco de ellos la embajada italiana en Madrid.

No es que, bajo el mando del inmarcesible Caudillo, la economía estuviera en buenas manos pero siempre hubieran podido ocurrir cosas peores, algo que se atisba en las memorias que dejó Larraz.

Lo que es interesante de este episodio es, obviamente, que Middleton siguió brujuleando entre carlistas y falangistas, en aguas muy movidas en la época, y que había hecho méritos suficientes durante la guerra civil como para que unos y otros le hicieran confidencias.  Naturalmente, lo que Middleton chismorreó sobre la reunión de Hendaya no debió contribuir a aumentar su prestigio ante los británicos, quienes ya contaban con información bastante aproximada sobre lo que había pasado y lo que no había pasado. El resultado es que redoblaron sus esfuerzos en una vía que no iba a gustar nada a Franco y a Serrano Suñer. Pero eso es otra historia.

Lamentablemente no sé si Middleton llegó a escribir sus memorias.

 

Hay que releer el 18 de Julio

15 enero, 2014 at 11:35 am

Angel Viñas*

En la fiesta exultante de la dictadura franquista se celebraba la renovación de España y su salvación de los horrores de la revolución. Fue el símbolo del esfuerzo por superar los males de una República supuestamente dogmática, excluyente, dominada por la izquierda y proclive a las salvajadas que no quiso contener el Frente Popular. Terminó con el vil asesinato (en su momento se afirmó que con la connivencia del Gobierno) de José Calvo Sotelo, jefe de Renovación Española y líder del Bloque Nacional. El protomártir.

De todo ello apenas si ha quedado algo. Se ha analizado la interacción entre los círculos civiles de la conspiración (¿no dijeron los historiadores franquistas que se trató de un “movimiento cívico-militar, cosa que ahora ya parece que olvidan algunos?) y el encrespamiento dialéctico de la situación política. Se han escudriñado el número y significado de las víctimas de la violencia. Se han buscado vanamente los preparativos para una revolución de las izquierdas. Se ha contrapuesto la retórica de las derechas (destinada a justificar una sublevación que empezó a prepararse tras las elecciones de febrero de 1936) y el comportamiento real de las fuerzas políticas y sociales representadas en el Gobierno. El de Largo Caballero ha sido objeto de una biografía magistral del lamentado Julio Aróstegui. Finalmente, se han descubierto los contratos que para el suministro de material de guerra moderno firmó con los italianos uno de los allegados a Calvo Sotelo, Pedro Sainz Rodríguez, el 1º de julio de 1936. Pero ya se han levantado voces que, naturalmente, reducen su significación.

Esta es clara según los inefables criterios que el diario ABC expuso el 11 de enero de 1936 en un editorial. Lo tituló Alta traición y suponemos que representaba la opinión de su propietario, el marqués de Luca de Tena, mezclado hasta el tuétano en la posterior conspiración. Alta traición implicaba contribuir a que la Patria cayera en manos extranjeras, aliarse con Poderes foráneos, aceptar dinero y jefes de allende las fronteras. En resumen, “hacer pachas” con ¡Moscú!.

En “prueba” se acudió a la mejor propaganda nazi, orquestada por el maestro Goebbels, y se ampararon planes conspirativos “soviéticos” como los que desmontó Southworth. O escribieron otros adicionales para dárselos a los británicos mientras Calvo Sotelo  tronaba en las Cortes contra la “anarquía”.

Los autores franquistas y neoconservadores (cuando no neofranquistas) nunca repararon en que, gracias al dinero girado en marzo de 1936 a los conspiradores monárquicos por Juan March desde el extranjero, podían dar comienzo las negociaciones con los fascistas. O que Sainz Rodríguez ya se rodeaba de asesores militares. O que en el núcleo de la conspiración en Madrid figuraba un frecuente viajero a Roma, el general Alfredo Kindelán, experto en temas de aviación, que era el tipo de material que necesitaba Mola. Por desgracia se le olvidó citar el material italiano en sus famosas instrucciones. Omisión “probatoria” de su insignificancia aunque al redactar las últimas todavía no habían concluído las negociaciones en Roma y temía que alguna hubiese caído en manos del Gobierno.

Mientras tanto, tampoco otros monárquicos se habían parado en rositas. Nadie menos que Sanjurjo visitó Berlín en marzo de 1936. No para tomar el té de las cinco en el Hotel Adlon. El viaje, coincidente con la remilitarización de Renania, nunca pareció que diera muchos resultados. Hasta ahora.

Gracias a unos documentos que me ha proporcionado amablemente el historiador durangués Jon Irazabal Agirre sabemos que el 24 de julio de 1936 un millonario norteamericano hasta hoy desconocido, William Taylor Middleton, recibió la visita en su casa parisina, en el Quai d´Orléans, detrás de Notre Dame, del comandante Antonio Barroso. Este agregado militar acababa de pasarse a los sublevados y denunciado a la prensa derechista francesa la petición de armas hecha el 19 por el presidente Giral. Barroso pidió a Middleton que, dada la labilidad de la situación militar, convenía que se dirigiera inmediatamente a Alemania para hablar con Joachim von Ribbentrop, entonces consejero aúlico de asuntos exteriores de Hitler, y le recordase el envío de la “ayuda prometida”.

Middleton era un personaje poco recomendable. Tenía, sin embargo, una cualidad inestimable. El y la madre de Baldur von Schirach, jefe de las Juventudes hitlerianas, compartían un antepasado común, signatario de la declaración de Independencia de Estados Unidos. Cabe pensar  que en alguno de sus viajes a Berlín, Middleton, casado con una dama francesa aun más reaccionaria que él, pudo a través de su lejana pariente conocer a von Ribbentrop.

Está por determinar a quién se prometió la ayuda nazi. Mola no pudo ignorar el viaje de Sanjurjo, de la misma forma que tampoco pudo desconocer –dados sus frecuentes contactos con Juan March en Biarritz y los que mantenía con el círculo en torno a Kindelán- la negociación con los italianos, lubricada por el dinero del banquero.

En ambos casos, con mayor fortuna (Italia) y con ninguna  (Alemania), es obvio que los conspiradores militares y civiles apuntaban hacia las potencias fascistas. Ocurrió, sin embargo, lo inesperado: Sanjurjo pereció en accidente y Franco, desde Tetuán, echó mano de un avión postal alemán, envió una minimisión a Berlín y esta, por los vericuetos del partido nazi, llegó a Hitler en cuestión de 24 horas. Al día siguiente de la visita de Barroso a Middleton, el Führer decidió ayudar a Franco. Cuando Mola envió otros mensajeros a Berlín la suerte ya estaba echada.

Los contactos con fascistas y nazis permiten plantear quiénes eran los enemigos de la República y quiénes internacionalizaron los acontecimientos que iban a producirse. Permiten reinterpretar las aportaciones monárquicas a la preparación de la sublevación. Permiten presentar los alegatos sobre los presuntos designios bolcheviques como un mero ejercicio de proyección y, no en último término, permiten iluminar al protomártir como una suerte de conde Don Julián de la España del siglo XX. No en la acepción de Goytisolo.

Ello no obstante, personalmente me encantaría que o bien Stanley G. Payne, historiador tan querido de nuestras derechas, o alguno de sus seguidores aportasen evidencia primaria relevante de época que echase por la borda lo que lleva a una relectura radical del 18 de Julio.

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* Uno de los coautores de Los mitos del 18 de julio, coordinado por Francisco Sánchez Pérez, Crítica, y autor de Las armas y el oro, de publicación en septiembre por Pasado&Presente.

(Publicado en EL CONFIDENCIAL, 18 de julio de 2013: www.elconfidencial.es)