CALUMNIA …. QUE ALGO QUEDA (II)

8 febrero, 2022 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

En el post anterior lancé una batería de preguntas abiertas a un periodista que no identifiqué. Supongo que a cualquiera de los amables lectores le será posible hacerlo acudiendo de nuevo a la preciosa ayuda de Mr. Google. Me preocupó mucho que, en diciembre de 2021, es decir, tan solo hace dos meses (si la revista salió antes habría que corregir esta afirmación) hubiese divulgado al amplio mundo lector que el presidente del Consejo de Ministros republicano durante la guerra civil, Juan Negrín, había llegado a un pacto con nadie menos que Stalin para hacer de España una “unión de repúblicas socialistas ibéricas”.

Titulé el post “Calumnia… que algo queda” porque tamaña estupidez no es del todo nueva. Sin embargo, que yo sepa no se había descargado generalmente con tamaña crudeza sobre los anchos hombros de D. Juan Negrín. Por otra parte, es lógico pues Negrín fue, en mi modesta opinión, el único hombre de Estado que apareció en el enturbiado cielo republicano durante la guerra civil. ¡Hay que ir a por él! No sea que la historia lo trate bien.   

Ahora bien, hasta el momento, en lo que se me alcanza a saber, nadie ha demostrado documentalmente tal calumnia. Por ejemplo, exhibiendo el supuesto pacto con Stalin. Así, pues, pregunté abiertamente de dónde tan inquisitivo periodista habría tomado tal noción.

Lo hice de forma retórica porque ya habían indicado algo parecido, aunque menos crudamente, algunos otros, pero sin referencia a un pacto explícito. Es esto lo que, de ser cierto, elevaría al para el común de los mortales inmarcesible olimpo al periodista en cuestión. Obligaría a repensar a los modestos historiadores que hemos escrito algo sobre Negrín todo el contexto internacional de la guerra civil y, por supuesto, las relaciones bilaterales hispano-soviéticos. Incluso la política exterior y de seguridad de la URSS, tout court, en aquella época. Palabras mayores. No logro explicarme cómo los historiadores y periodistas afines al PP o, ¡cielos!, a VOX, que de todo hay, no se han hecho de lo que sería, caso de ser cierto, una bomba informativa.

Al abordar la cuestión en un momento pretérito servidor se concentró, por razones de espacio, en un autor que había indicado algo en una dirección parecida y que presumía, hace años, de historiador. Por razones que han aparecido más o menos someramente en los medios,  se fue años más tarde a tomar el sol en Miami y ya no participa en los actuales, y a veces grotescos, debates “mediáticos” del tiempo actual.  

En El HONOR DE LA REPÚBLICA, que publiqué en 2008 pero que no me he visto obligado a revisar en una nueva reedición que apareció el año pasado y que cualquier hijo de vecino puede encontrar en librerías o pedir por Internet, mencioné a dicho “experto” y naturalmente, a sus “fuentes”. Eran de tercera o cuarta mano y, encima, distorsionadas (véanse, por ejemplo, pp. 489 y siguientes de mi libro). En términos muy generales, por supuesto, afirmó: “una de las consecuencias que se extraen de la antigua documentación soviética es que (…) Negrín ya había llegado a un acuerdo con los agentes de Stalin para implantar en España una dictadura similar a las que oprimieron Europa oriental tras la segunda guerra mundial”. A esculpir en letras de oro si tal aserto hubiese sido documentable.

Se trataba de un autor cuyo polifacetismo y producción literaria tuvieron escasos paralelos en el mundo de las letras españolas e incluso universales. No por la calidad, sino por su volumen. No es fácil escribir y publicar dos o incluso tres libros al año sobre los temas más diversos y durante un largo período de tiempo. Un prodigio de la naturaleza (o un mecanismo correctamente engrasado de “negros” y “copiadores”, aunque ignoro si bien o mal pagados).

Siempre ha sido una sorpresa para mí que nadie se haya hecho eco de si tal asombroso autor ha llegado al Guinness. Ciertamente lo habría merecido bajo un renglón, que creo inexistente, de número de páginas impresas o de toneladas de papel escritas bajo su nombre. Si me equivoco y ha conseguido tal marchamo confío en que algún amable lector me rectifique. Solo los no sabios no cambian jamás de opinión.

Servidor se atrevió a especular si su “fuente” no habría sido una información que José María García-Valdecasas, colaborador y discípulo de Negrín, había transmitido a uno de sus primeros biógrafos, el ya fallecido Joan Llarch. Negrín, añadió, se había negado. Cabe especular si las vociferaciones de VOX y de otros sectores super-filofranquistas no pesarán demasiado sobre los ordenadores de una nueva generación.

Se comprende, pues, que el denodado periodista que ha mencionado el “secreto” del supuesto “pacto” Negrín-Stalin haya dado un paso más hacia adelante. Un paso, todo hay que decirlo, de gigante. Claro que no habría sido, precisa, un pacto directo sino por personas interpuestas: “los agentes de Stalin” en España. Tampoco señaló cuáles, algo de cierta importancia. Naturalmente, al igual que su predecesor se ha cuidado mucho de citar documentos.  Pero lo nuevo radica en una palabra milagrosa: “pacto”.

En su momento servidor dio a conocer varios acuerdos bilaterales hispano-soviéticos que se protocolizaron en buena y debida forma. En dos casos con todos los detalles típicos de  la feliz conclusión de negociaciones intergubernamentales por medio de plenipotenciarios debidamente acreditados. Por parte soviética se trató en tales casos del encargado de Negocios en España. Otros acuerdos se negociaron por medio del embajador español en Moscú que naturalmente informó de ello a Negrín, cuyas instrucciones seguía.

Quizá por mala suerte no vi el pacto a que alude tan arrostrado periodista. Tampoco encontré la menor referencia a él, antes o después de su presunta conclusión. Y eso que manejé masas de documentación republicana y soviética a lo largo de varios años, algo de lo que cabe dudar que el distinguido periodista del “secreto” haya sido capaz de hacer, Nada, absolutamente nada, apuntó hacia la meta por él anunciada.  Pero, en fin, no especularé. A lo mejor, le es posible demostrar lo contrario. Si es así, servidor se alegrará. Lo escribo sin la menor reticencia. NO HAY HISTORIA DEFINITIVA.

Ningún historiador es capaz de abarcar la totalidad de un pasado que se ha esfumado. Por consiguiente, que ya no existe y que no podemos recuperar, reconstruir, analizar o explorar con detalle. Lo más que podemos hacer es alumbrar vetas, cuanto más significativas mejor.

Dos consideraciones se imponen respecto al aserto insertado en “Secretos de la guerra civil”.  La primera es muy simple: mientras no se demuestre lo contrario, se trata de una burda MENTIRA. Mentira gorda, con mayúsculas. Mentira elevada a la enésima potencia. Porque, ¿dónde está el supuesto pacto?

                                                   Nowhere

Es decir, en ningún sitio. Al menos nuestro brillante autor no lo ha indicado. Una lástima, pero supongo que ha buscado afanosamente en los archivos españoles, franceses, ingleses, norteamericanos, italianos, alemanes o soviéticos. Incluso no excluyo que pueda afirmar que lo ha hallado en algún archivo privado. Por ejemplo, en el de un agente del SIPM (Servicio de Información y Policía Militar) de Franco. O en el de algún detenido por la BPS (Brigada Político-Social), de triste recuerdo en el franquismo.

Ahora bien, si fuera así, y esta es mi segunda consideración, también habría que dudar en principio, porque no encajaría con lo que demostrablemente se sabe de las relaciones entre la República Española y la URSS durante la guerra civil. Este es un tema ya algo trabajado (aunque faltan facetas e incluso paneles enteros por explorar, pero no se preocupe el periodista en cuestión; estoy en ello).

Varios autores y protagonistas de las más diversas procedencias se han acercado al tema. Sirvan de muestra aleatoria y por orden alfabético nombres como los siguientes, Andrew, Bayerlein, Bolloten, Broué, Carley, Castells, Cattell, Davies, Dimitrov, Dullin, Ehrenburg, Elorza/Bizcarrondo, Firsov, Gorodetsky, Haslam, Howson, Jorge, Khlevniuk, Koltsov, Kowalsky, Maisky, Orlov, Payne, Poharskaya, Pons, Puigsech Farràs, Radzinsky, Roberts, Rybalkin, Schauff, Skoutelsky, Starinov, Sudoplatov, Témime, Togliatti, Ulam, Volkogonov, Ziemke entre muchos otros. Ninguno lo menciona. Los dos últimos historiadores, norteamericanos por más señas, que han abordado la gestión de Stalin en aquellos años, tampoco lo han hecho. ¡Qué dolor, qué dolor, que pena!

El aserto, pues, hecho por el periodista objeto de estos comentarios me parece que es mas bien una de las numerosas mentiras podridas que encajan entre las muchas esparcidas por los vencedores de 1939. Todo para justificar por qué hubo una guerra civil, por qué fue preciso ganarla y por qué con ello España prestó un inmenso servicio a la civilización cristiana y occidental (también a la nazi-fascista, pero afirmar esto último ya no es aceptable hoy).

La pregunta fundamental es: ¿por qué sacar la mencionada calumnia a la luz del día en diciembre de 2021? Se me ocurren varias razones.

La primera y fundamental es, simplemente, porque la sublevación contra la República en julio de 1936 hubo que disfrazarla con argumentos especiosos que justificaran, en el sentido deseado por los vencedores, la mayor catástrofe de la historia de España desde la Guerra de la Independencia. Incluso cabría afirmar que a su lado quedan chiquitas otras guerras y guerritas que también han asolado el suelo patrio desde, quizá, Indívil y Mandonio hasta 1936-1939.

En segundo lugar, porque igualmente hubo que justificar la implantación de la dictadura franquista. Recordemos que esta no fue prevista en ningún momento ni por los conspiradores ni por los sublevados. Ocurrió por la intervención del azar: el asesinato de José Calvo Sotelo y la muerte en accidente del teniente general José Sanjurjo, es decir, la desaparición de escena de los líderes político y militar de una conspiración orientada, en último término, por el deseo de restaurar la Monarquía. Con el beneplácito, hay que suponer, de aquel paradigma de todas las virtudes históricas y guerreras patrias que fue Alfonso XIII. Recordemos Annual.

En tercer lugar, porque la “historia” que desde el primer momento marcaron los vencedores respondió al principio supremo del “calumnia, que algo queda” en el Dictamen sobre la ilegitimidad de poderes actuantes en 18 de julio de 1936. Tan sublime documento lo redactaron no solo los defensores políticos, militares e ideológicos de los sublevados sino, para más inri, incluso algunos de los ilustres conspiradores de los años de paz. ¡No iban a contar algo diferente a los subterfugios y mentiras con que instigaron la preparación de la sublevación!

En cuarto lugar, porque la historiografía franquista, profranquista o filofranquista siempre aplicó el socorrido mecanismo de “proyección”. Es decir, achacar al enemigo las actuaciones y comportamientos que tipificaron los propios. Así, un inexistente pacto entre la República y la URSS sirve para encubrir los pactos que sí se firmaron y protocolizaron debidamente entre la autodenominada España nacional y las potencias del Eje. Con la Italia mussoliniana ya a finales de 1936 y con la Alemania nazi en 1937 (que en una primera fase no estaba tan interesada en amplios acuerdos) con tres de naturaleza económica y comercial. TODOS ELLOS SECRETOS. POR NO HABLAR DE, en un tiempo ulterior, EL TAMBIÉN SECRETO Tratado de Amistad y Cooperación entre la gloriosa España Nacional y el Tercer Reich.  Esto último antes de que estallara la guerra europea, pero ya ilustrado por la salida, con un portazo escasamente cortés, de la Sociedad de Naciones el 1º de abril de 1939. ¿No lo sabe nuestro inquisitivo periodista? Lo he explicado en el penúltimo capítulo de La otra cara del Caudillo (reeditado varias veces) donde los lectores podrán comprobar todos los artilugios que se desplegaron para que dicho tratado permaneciera en la más absoluta oscuridad. Incluso eminentes historiadores pro-franquistas lo ocultaron o disminuyeron en importancia, en aplicación del fundamental eslogan del TODO POR LA PATRIA.

En lo que a Negrín y la URSS se refiere los amables lectores pueden estar tranquilos. Si es cierto lo que se afirma habitualmente de que una mentira que se repite mil veces termina convirtiéndose en “verdad” (Hitler dixit, Goebbels también) no deja de ser igualmente cierto que “antes se coge a un mentiroso que a un cojo” porque, como la sabiduría popular germánica señala, “las mentiras tienen patitas cortas”.

No es de extrañar que en las batallas culturales que tienen lugar en la España de nuestros días los bulos, los “trumpismos” y las mentiras mondas y lirondas se presenten con todo desparpajo como verdades inmanentes con el fin de desvirtuar vergonzosamente el pasado y “trasladar” hacia el futuro las guerritas ideológicas y políticas del presente, enmascarando lo ocurrido. ¿En busca de la consecución de la hegemonía ideológica? Pues lo tienen difícil, salvo que logren implantar una nueva dictadura.

 En cualquier caso, lo que he examinado en estos dos posts ni es Historia ni, por supuesto, un “secreto”.  Es, simplemente, una de las muchas estupideces que circulan hoy y, en este caso, sobre las sufridas espaldas de Don Juan Negrín.

FIN

Sir Paul Preston y los embustes tras el golpe de 1936

7 diciembre, 2021 at 8:30 am

Ángel Viñas

Ha salido hace unas semanas, justo para los regalos de Navidad y Reyes, el hoy por hoy último libro de Sir Paul Preston. En esta ocasión ha acudido a una fórmula que ya habia utilizado con éxito en otras obras previas: un conjunto de pequeñas biografías enmarcadas en un análisis inicial y unas conclusiones sobre el tema general al que los biografiados se refieren. Son dos: Fake news y guerra civil y Una guerra civil interminable. Tiene la gran ventaja de poder saltar de una figura a otra o leerlas por delante o por detrás. Los biografiados no aparecen  con sus nombres en el índice sino en el texto mismo. Así, el policia resulta ser Julián Mauricio Carlavilla del Barrio. El sacerdote el reverendo padre Juan Tusquets (que difícilmente llegará ya a los altares). El poeta facilón, pero Toisón de oro, José María Pemán. El mensajero, y asesino guillado, Gonzalo de Aguilera. El genocida del Norte Emilio Mola y el sicópata del Sur Gonzalo Queipo de Llano

Todos ellos han aparecido, de una u otra manera, en la extensísima obra de Preston. Ahora lo hacen en función de dos variables: sus comportamientos antes de la guerra de 1936 y su influencia asesina después (salvo en el caso de Mola que murió en accidente de aviación en junio de 1937). Son representativos de su tiempo y del país que querían crear. Todos lo consiguieron, con gran “éxito” en el primero y último casos, y como manipuladores también de las circunstancias que contribuyeron a configurar el segundo. Todavía vivimos bajo sus efectos mefíticos. Son, en su totalidad, viejos conocidos del autor, presentados ya en portada como “artífices del odio” o “arquitectos del terror”. Sin excepción, deberían figurar por derecho propio en una historia española de la infamia en el siglo XX, aunque todavía hay gente en este país que se resiste. No hay que perder la esperanza.  

A servidor nunca le ha llamado la biografía. Si el año que viene publico un libro con dos colegas en el que me hago cargo de la parte biográfica de otro de los desalmados de la época ha sido porque alguien debía hacerla y mis dos compañeros tenían ya otros temas de que ocuparse. Así que he leído con interés las sucintas biografías de los personajes elegidor por Sir Paul, en algunos casos con mayor curiosidad que otros.

Me ha llamado la atención la combinaciónn de fuentes primarias cuando ha sido necesario con las secundarias. En este particular libro las secundarias son extremadamente importantes. Se publicaron en los años de la preguerra, en la guerra y a lo largo de la dictadura. Constituyen una serie de gran continuidad y consistencia argumentales. Versan sobre un tema central, el más importante para la historia del siglo XX español: ¿Quiénes fueron los responsables de la guerra civil?.

La respuesta que da la bibliografía secundaria escrita por los vencedores y sus asociados es unívoca: fueron los comunistas, los judíos y los masones. No es nueva. Lo que Preston muestra es la continuidad en un relato, penoso de leer, que abarca desde los albores de la República al principio de los años treinta hasta el final de la dictadura franquista. Con el añadido en esta, bien conocido, de las plumas de prohombres de la misma fuera de toda sospecha: un tal Francisco Franco y un tal Luis Carrero Blanco.

Ahora bien, aquella argumentación, bendecida y “milagreada” con frecuencia por ciertos príncipes de la Iglesia Católica española, siempre fue falsa de toda falsedad. La mantengan (adaptada) instituciones tan señeras como la FNFF, elementos ligados a movimientos tan “progresistas” como los falangistas residuales o militantes de VOX y parte del PP, destacados o no, desde sus muchachos pero también sus viejitos y militantes o votantes de edad intermedia.

El libro de Preston puede leerse en paralelo con mis dos últimos trabajos (¿Quién quiso la guerra civil? y ¿El gran error de la República?). Los tres representan análisis de la gran estafa, de proporciones épicas, que sigue sobreviviendo a pesar de todos los pesares, sobre las responsabilidades involucradas en el estallido de la mayor y más duradera catástrofe española del siglo XX. No fueron los comunistas, judíos apenas si había y, naturalmente, no tenían nada que decir al respecto, y de los masones ya se cuidaron las derechas católicas en el período 1933-1935, con la complacencia de los autodenominados radicales, de apartarlos en todo lo posible de las posiciones de mando en el Ejército.

Preston es muy generoso al afirmar que incluso algunos de entre ellos se lo creyeron. Como si eso les eximiera de responsabilidad. ¿Acaso no tenían informaciones al respecto? ¿De dónde podrían proceder estas? Naturalmente de los órganos de seguridad. Sobre todo los de naturaleza interior. Es decir, la policía, la guardia civil y los elementos responsables en el Ministerio de la Gobernación. En este sentido, hace muy bien el autor en poner en primer lugar de entre sus personajes a un policía corrupto, asesino y mentiroso como fue Carlavilla, más conocido con el seudónimo que manejaba de “Mauricio Karl”.

Personalmente recuerdo, cuando era un chaval de 17 o 18 años, el éxito que tuvo uno de sus libros (en este caso sobre Malenkov) que incluso llegué a comprar. Debió de ser allá por los tiempos tras la revolución húngara y, si mi memoria no me es infiel, lo tiré a la papelera. Innecesario es decir que yo no sabía de “historia” de España mucho más de lo que me habían enseñado en el colegio pero ya había salido al extranjero y entrevisto otros horizontes. Preston es muy duro con Carlavilla. Servidor lo habría sido infinitamente más.

El capítulo dedicado a Pemán es todo un “poema”, como corresponde a un político, asesino por inducción y embustero impenitente que también se dedicó a la poesía y ocultó sus discursos de la guerra civil. En mi juventud era un personaje importante. Recuerdo que fui a ver su obra El divino impaciente (si mi memoria no me es infiel al Teatro Lara). No sé si figuraba en él o no un versito que no he podido olvidar: “Veremos si es igual hacer la guerra a Jesús cuando está junto a su cruz la espada de Portugal”. A lo mejor fue de otro, pero yo siempre lo entendí como una llamada, antes de la guerra, a la posterior Cruzada. Que a los japoneses no les interesaba el cristianismo, peor para ellos. Había que imponérselo por la fuerza. Y si no querían, a espadazo y tente tieso. Como a los descreídos republicanos, masones, comunistas, liberales, etc. y gentes de similar ralea. La religión verdadera se imponía así, fueran las víctimas indios sin cultura o portadores de una cultura mucho más antigua que la española. Años después lei a Southworth y sus análisis sobre el Poema de la bestia y el ángel. Literalmente vomitivo. Este capítulo debería ser objeto de comentario en las escuelas públicas del Ayuntamiento de Cádiz.

Por el contrario no sabía mucho más del reverendo padre Joan Tusquets que lo que Sir Paul había escrito en algunos de sus libros anteriores. ¡Vaya personaje! Fiel exponente del pensamiento más repelente de la Iglesia española de la época. Hay que tener un estómago a prueba de bombas para leer sus escritos. ¿Por qué habrá desaparecido su nombre de entre las glorias de la Iglesia católica?

En cuanto a Mola y Queipo ¿qué más podría decirse? Para la preparación de uno de mis libros releí la magna obra del primero “El pasado, Azaña y el porvenir” (se adquiere fácilmente en Internet, porque ya no figura -sin que se hubierda dado explicación alguna- en sus denominadas Obras Completas) . Siempre me he preguntado acerca de las razones por las cuales cuando tras febrero de 1936, cuando Azaña tuvo que asumir rápidamente la presidencia del Gobierno, se le ocurrió enviarlo al frente de la guarnición de Pamplona. ¿Pensó que convendría mostrarse generoso para que no le acusaran de buscar una venganza torticera?

Ahora la pregunta del millón: ¿por qué los autores de derechas y de extrema derecha no acometen la tarea, ingente desde luego, de rebatir a todos aquellos que como Sir Paul Preston vienen desgranando desde hace más de cuarenta años una visión de la República que está en las antípodas de tales personajes, infumables, arteros, embusteros, mentirosos, con frecuencia criminales de hecho o de inducción, y siempre engrandecidos, y de los cuales se  desparramó durante tantos años su ponzoña para “educar” a las sucesivas generaciones de españoles en las “verdades” eternas de la dictadura de Franco?

Es una pregunta sin respuesta, ya lo sé, porque de lo que se trata es de contrarrestar los motivos que indujeron a un sector, minoritario, de la sociedad española de la época. El autor los indica ya en la primera página del texto:

“Tras esta idea fraudulenta de amenaza mortal a la nación, el alzamiento militar ocultaba el objetivo menos apocalíptico, y materialmente más rentable, de revertir las numerosas reformas con las que la Segunda República había planeado modernizar España”. No en vano “había desafiado a la Iglesia católica, los militares, la élite terrateniente, los banqueros y los industriales con un ambicioso programa de reformas sociales, económicas y educativas”.

La contrarreforma había, pues, de correr a cargo de los militares, los policías, los eclesiásticos y los últimos llegados, los falangistas y, como en los mejores tiempos de las guerras de religión, ahogarlas en la sangre y en el fuego. Todo por la España inmortal que ya inspiró a Viriato.

Un pensamiento final: ¿hasta cuándo yacerán los restos del general Queipo de Llano en su tumba de La Macarena en virtud de su condición de antiguo cofrade? ¿Es que los partidos políticos andaluces siguen sin tener la menor pizca de vergüenza después de transcurridos cuarenta años?

Recomendación en este puente de la Constitución: para quienes no hayan leído antes a Preston, un excelente compendio de una parte de su obra. Para quienes la conozcan, un recordatorio. En ambos casos, pongan un ejemplar en el belén o bajo el árbol de Navidad, según gustos, para alguno de sus seres queridos.

DE 1930 A 2021: EN EL FALLECIMIENTO DE JULIA BALMES, HIJA DEL GENERAL AMADO BALMES

30 noviembre, 2021 at 8:30 am

Ángel Viñas

Hace unas semanas me llegó la noticia del fallecimiento de la hija del general Amado Balmes. No pude reaccionar de inmediato porque este blog tiene una cadencia semanal y no es fácil alterar la secuencia prevista para él. Los posts suelo escribirlos con anticipación y los  últimos se han dedicado al programa que Netflix ha puesto en pantalla sobre Franco,  su dictadura y el recurrente aniversario de su fallecimiento. Confío en que los amables lectores excusarán tal retraso.

Doña Julia Balmes fue una persona fundamental en mi larga investigación sobre la conspiración del futuro Caudillo en Canarias para sublevarse contra la República en 1936. Allá por el año 2010, al estudiar el trasfondo del famoso vuelo del Dragon Rapide y sus conexiones, empecé a darme cuenta de que el relato clásico de Luis Bolín no cuadraba del todo. Había “casualidades” inexplicables. De hecho, el recuerdo del avión me ha perseguido hasta hace poco tiempo. Ahora conectado con la cuestión de la participación, y hasta qué punto, del ingeniero Juan de la Cierva en la trama golpista, negado por algún que otro colega.

En 2011 publiqué un primer ensayo titulado La conspiración del general Franco, recopilando todas las informaciones que pude y contando con la inapreciable ayuda de mi primo hermano Cecilio Yusta Viñas y del Dr. Miguel Ull. El primero era un piloto de larga experiencia y que había empezado su carrera en IBERIA destinado en Canarias. Conocía los aeropuertos canarios y los de los países de la región como la palma de su mano. Fue él quien me alertó sobre la sacrosanta idea de que el Dragon Rapide no podía aterrizar en Los Rodeos (Tenerife). Pura filfa. Naturalmente que podía hacerlo.  El segundo, anatomopatólogo de renombre, me llamó la atención sobre una carencia singular. No había autopsia que confirmara en buena y debida forma y con los requisitos de rigor que exigía la legislación vigente que el general Balmes hubiese fallecido a consecuencia del tiro que se le habría escapado al intentar desencasquillar la pistola con la que hacía prácticas. Varios expertos, que no quisieron que les identificara, me dijeron que era imposible que con aquel tipo de pistola sufriese tal percance.

El libro se publicó y causó cierto revuelo al aparecer su tesis en El País. Si el “accidente” no se produjo como tradicionalmente se había afirmado, alguien tuvo que disparar al general. Una compañera de la Facultad de Geografía e Historia de la UCM, la profesora Rosa Faes, pariente de la familia Balmes, me puso en contacto con su hija y nietas. Innecesario es decir que inmediatamente me desplacé a verlas, tras enviarles un ejemplar de mi libro. Así dio comienzo una buena amistad.

Cuando el general fue asesinado su hija Julia tenia seis años. Recordaba poco de aquellos días en Canarias pero tras el traslado de su madre a Oviedo, donde pasaron parte de la guerra, sí tenía presentes los apuros financieros por los que atravesaron, el súbito corte de relaciones con la familia Franco, con cuya hija había jugado en algunas ocasiones, y cómo, andando el tiempo, la situación económica mejoró. Doña Julia guardaba algunos recortes de periódicos, papeles, fotografías y, enmarcadas, las condecoraciones de su padre.

He de confesar un trauma.  En los años setenta del pasado siglo, uno de los emisarios de Franco a Hitler en julio de 1936 me contó su testimonio, algo más que pasivo, en la reunión en la que  el dictador alemán decidió acudir en ayuda de un general desconocido que apelaba a él desde  Marruecos. Los recuerdos de Johannes Bernhardt llenaban un hueco y no se veían contradichos por ninguna evidencia escrita. Los acepté, falto de otras referencias.

Afortunadamente estas aparecieron muchos años más tarde en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores. Las encontró el profesor Carlos Collado Seidel. Demostraban, inequívocamente, que Bernhardt había exagerado y distorsionado su misión.  También que me había engañado como a un chino, valga la expresión. Ambos escribimos al alimón un artículo en inglés para poner en claro lo sucedido en base a aquella evidencia. Por supuesto, ignorada convenientemente hasta el momento en la literatura profranquista.

Las conversaciones con Doña Julia Balmes me obligaron a revisar mi libro en una nueva edición ampliada en la que mejoré la ubicación del “accidente” sufrido por su padre. Tras 2013 seguimos en contacto.  La prudencia, y el respeto que desde siempre le he tenido, me inducen a no dar cuenta de algunas informaciones que me contó, en presencia de una de sus hijas, relativas a la forma en que en ciertos sectores intentaron manipularla tras su aparición en público a través de mi libro.

Después de 2013 pasé a ocuparme de otros asuntos relacionados con la influencia de la trama civil en la conspiración. Documenté cómo los monárquicos alfonsinos contrataron con una empresa aeronáutica en la Italia fascista el suministro de aviones de combate, de transporte e incluso hidroaviones para inmediatamente después del golpe (lo que antes no hubiera sido posible, aunque algún descerebrado incluso lo pensó). Más tarde comprobé la aplicación del Francoprinzip (trasunto castizo del Führerprinzip nazi) y cómo Franco se hizo millonario mientras sus soldados morían o se desangraban en el frente o en los hospitales. La desclasificación, en 2013, de abundante documentación británica relacionada con lo que denominé OPERACIÓN SOBORNOS, la compra de voluntades de militares españoles próximos a Franco para que le convencieran de que no convenía a los supremos intereses de la PATRIA entrar en guerra al lado del Eje, me dio pie para una investigación que me entretuvo un par de años más.

En medio de todos estos ajetreos apareció un librito con la ignorada “autopsia” de Balmes y con una serie de declaraciones juradas de supuestos conocedores de lo que había ocurrido en Las Palmas de Gran Canaria el 16 de julio de 1936. Desde Bruselas telefoneé a Miguel Ull y se la leí. Se echó a reir. Era infumable, grotesca, estúpida. En primer lugar no se trataba de una autopsia ni en segundo lugar los datos anatómicos registrados en el papelín coincidían con la tesis de un autodisparo en el vientre del general.

Ahí empezamos a escribir EL PRIMER ASESINATO DE FRANCO. No fue difícil, pero sí llevó tiempo desenmascarar, documentalmente, la farsa con la que el posterior Jefe del Estado lo había disfrazado. Mi primo hermano Cecilio me contó que uno de sus compañeros de IBERIA, exmilitar, le había dicho y repetido que desde 1936 había corrido el rumor en los medios de Aviación de que Franco había hecho asesinar al general Balmes. Yo ya tenía la mosca tras la oreja porque el profesor Manuel Medina Ortega me había dicho que el cuñado de Balmes, muy conocido en la Universidad de la Laguna, se descomponía literalmente cuando se le preguntaba por el caso. Los rumores respondían a la realidad. Las hojas de servicio de algunos militares, desde el chófer testigo hasta los de algunos oficiales y jefes de la guarnición, habían sido alteradas, las declaraciones tomadas a supuestos “conocedores” de los hechos eran espurias, las memorias de uno de los principales implicados en el asesinato (disponibles, además, en la red) no respondían a los hechos.

La clave de lo sucedido se encontraba en el expediente de pensión concedida de entrada a la madre de Doña Julia, como si el general hubiese fallecido en acto de servicio previo a su incorporación a la sublevación. Su esposa había rogado a compañeros de su marido que intercedieran para que se revisara lo que los funcionarios encargados de tramitar el expediente habían afirmado y que era, simplemente, que no podría considerarse como tal la tamaña imprudencia en apoyarse la pistola en el vientre.

Por el hilo se saca el ovillo y la EPRE (evidencia primaria relevante de época) puede ser, cuando se encuentra y se analiza interna y contextualmente, implacable. Sugerimos los nombres de media docena de posibles asesinos, pero Franco encubrió bajo su manto protector solo a uno de entre ellos, a pesar de que en la guerra civil no destacó por nada “positivo”, antes al contrario. El general Varela, ministro del Ejército tras la VICTORIA, ordenó que cualquier acto de disposición referido a tal caballero y no distinguido militar tuviera que consultarse previamente con el Ministerio. Incluso las condecoraciones semiautomáticas de la campaña se le denegaron (aunque por razones no documentadas al cabo de un tiempo sí se le reconocieron; también se las habían otorgado sin ninguna dificultad al chófer, que jamás visitó un frente si su adulterada hoja de servicios es mínimamene fiable).

Fuimos dando cuenta a Doña Julia de toda la basura que se había acumulado en los sucesivos actos burocráticos. Cecilio estudió pormenorizadamente el vuelo del Dragon Rapide que, por supuesto, podría haber aterrizado no en Telde (como lo hizo) sino en Los Rodeos, al ladito de Franco. Este, sin embargo, ya dijo anticipadamente que  lo quería en Las Palmas, aunque no explicó las razones. Miguel Ull y servidor pasamos tres meses reescribiendo, para la comprensión de los no médicos, la impugnación formal, técnica, de la supuesta autopsia. No era sino la mera copia de una supuesta transcripción de unas declaraciones orales de dos forenses civiles que, “auxiliados” por dos médicos militares de brillante ejecutoria profesional posterior, hicieron a un mero secretario del Juzgado de Instrucción del distrito de Triana, el día del entierro, 17 de julio. Eran completamente diferentes de una de las informaciones, correctas, que llegaron a aparecer en la prensa de la tarde de la vispera en Las Palmas. No se repitieron.

Dejamos en el aire varios interrogantes pero sobre todo uno muy chistoso. El juez militar encargado del caso, y naturalmente implicado en el asesinato, consignó en sus memorias (hoy disponibles en red) lo que el general Balmes habría hecho antes de dirigirse al campo de tiro. Visitó el varado cañonero Canalejas y los cuarteles de Ingenieros e Infanteria. A su entrada se le rindieron los honores como estaba mandado. Esto se ha tomado por unos y por otros como palabra de Evangelio. Después se fue a hacer prácticas de tiro.  

Sin embargo, al hacerse cargo del caso el dia del asesinato el mismo juez militar identificó las prendas que llevaba el general. Entre ellas figuraban la guerrera kaki, un pantalón corto del mismo color con grandes manchas de sangre en la parte posterior y de barro seco sin que presentase orificio alguno y  una camisa de seda listada con dos agujeros

Nos preguntamos, pues, al final del libro si era costumbre entre los oficiales generales españoles inspeccionar cuarteles en shorts, como los que solían llevar en los tórridos veranos sus equivalentes británicos en el Ejército de la India. Desgraciadamente nunca encontramos una respuesta. Tampoco lo lamentamos mucho. La entrada del disparo, su trayectoria, los daños internos reflejados en la copia de la transcripción de la información oral al secretario del juzgado civil dejaban ver que el disparo lo hizo alguien situado en la proximidad del general. Entró por el hipocondrio izquierdo hacia la derecha y discurrió de arriba abajo y ligeramente de adelante hacia atrás. Un disparo, pues, hecho a traición por una persona conocida del general. No sabemos si llegaron a hablar o no. El testimonio del chófer fue amañado adecuadamente y vale menos de una perra gorda de las de antes. Se le recompensó evitando que tuviera que exponerse a los azares de la guerra.

¡Ah! Durante dos años mi primo hermano Cecilio Yusta trató de acceder al archivo del Consejo Supremo de Justicia Militar, dependiente del poder judicial, en el que se  conserva documentación relativa al asesino. En su época fue un personaje conocido por diversas razones porque, tras hacer la pelota,  SEJE continuó mostrándole sus favores. A Cecilio durante dos años le dieron largas. La funcionaria encargada del expediente tenía que consultar, al parecer, a un señor juez para que autorizase la consulta. Tan egregio representante del respeto debido a la ley nunca tuvo tiempo para hacerlo. Siempre he lamentado no poder ofrecer a Doña Julia Balmes uno de los posiblemente últimos documentos que quizá todavía existan, si no se ha destruído, para redondear el perfil del muy verosímil asesino de su padre.

En mi último libro, El gran error de la República, he tocado marginalmente el caso. Uno de los militares que fue llamado a declarar en el expediente amañado para arreglar la pensión declaró que el general llevaba cuenta de los elementos izquierdistas en Gran Canaria y de ello concluyó que apoyaba al futuro Movimiento. Nadie ha visto el fichero. Yo lo expliqué porque  toda la documentación que había en su despacho desapareció misteriosamente. Pero al “testigo” se le olvidó un detalle que yo ignoraba: en Gran Canaria funcionaban los agentes del Servicio Especial como en todas las demás guarniciones con el fin de detectar elementos subversivos de cualquier tipo, de izquierdas y de derechas. En el Archivo General Militar de Ávila se encuentran ejemplos de su actividad en la guarnición de Las Palmas, pero solo para años anteriores a 1936. Todos los demás, al igual que en muchos otros casos, han desaparecido. Podemos pensar que algunos de los izquierdistas lo pasaron mal. Y los fascistas o parafascistas respirarían aliviados.

Descanse en paz Doña Julia Balmes. No la olvidaré.  

TRAS EL 20 DE NOVIEMBRE

23 noviembre, 2021 at 8:30 am

Angel Viñas

Este año las “celebraciones” del 20 de noviembre me han ilusionado poco. Había pensado que, como en algunos aniversarios precedentes, las masas derechistas se lanzarían a la calle en recuerdo del inmortal Caudillo que, según dicen, forjó la España moderna. No he encontrado muchas noticias al respecto. Todo parece indicar que el duelo se ha mantenido en límites estrechos. La FNFF, cuya misión es conservar, enaltecer y favorecer la obra inmensa del Caudillo en sus más variados matices, se vio obligada, según informa en su página de Internet, a cambiar de lugar su cena habitual porque el restaurante en que iba a celebrarse renunció a albergar a los sin duda ilustres comensales que acudirían. Eso sí, anunció la celebración de misas en diez capitales de provincia más Ceuta “por el alma de Francisco Franco y los Caídos por Dios y por España”. Muy poca cosa en comparación con la tradición del nacionalcatolicismo. Más interesante me parece que tan connotada Fundación haya publicado un interesante artículo de don Gonzalo Fernández de la Mora, hijo, en el que se afirma que él no coincide del todo con la enmienda que VOX ha presentado a la totalidad del proyecto de Ley de Memoria Democrática y en el que la República se caracteriza de “antidemocrática, ilegal, sectaria, guerra civilista, golpista y asesina”.

El citado señor aduce para mostrar su desacuerdo tres salvedades: 1) La enmienda afirma que la monarquía de Alfonso XIII se «autodisolvió» para dar paso a la II República, cuando es obvio, afirma, que se trató de una rendición ante la gravísima amenaza de la violencia izquierdista; 2) VOX minimiza la relevancia del libro de Alvarez Tardío y Villa García [este segundo historiador es quien escribió un informe todavía desconocido contra mis afirmaciones sobre la participación de Juan de la Cierva en la sublevación de 1936], en el que se demuestra un fraude electoral masivo en las elecciones que llevaron al poder al Frente Popular, y lo reduce a un simple «probables fraudes en no pocas circunscripciones«; y 3) Afirma que el gobierno del Frente Popular no estuvo implicado en el asesinato de Calvo Sotelo, cuando se trata de un hecho histórico aún no resuelto”.

Evidentemente VOX no es ya, para algunos, lo que era o debería ser.

A mi, sin embargo, me gustaría que se informara al pueblo soberano, representado en Cortes, acerca de las publicaciones que durante el largo período comprendido entre 1939 y 1976, en el que España entera (en los años bélicos, solo la autodenominada “nacional”) estuvo sometida a una censura de guerra o casi de guerra (esto último gracias al padre fundador del PP, profesor Manuel Fraga Iribarne), hubiesen aparecido para, por lo menos, impugnar las acusaciones que se prodigaron contra la República, entre ellas en particular las que sugiere don Gonzalo Fernández de la Mora, hijo.

En el rastreo por la literatura generada en la “gloriosa” España de Franco lo que servidor encuentra es mas bien ecos del infame Dictamen de la Comisión sobre Ilegitimidad de Poderes actuantes en 18 de julio de 1936, publicado por la Editora Nacional del orgulloso Estado Español  [denominación oficial] bajo la tutela del Ministerio de la Gobernación en el “Año de la Victoria” con 244 páginas de apretado texto. Como es lógico, muchos de los eminentes autores que colaboraron en tal tarea habían sido conspiradores contra la República antes de aquella fecha y algunos desde su advenimiento.  

Hay ejemplares que pueden adquirirse por internet al módico de unos 38 euros, pero un repaso a las páginas de Mr Google no da muchas opciones de consulta. El Dictamen se halla en algunas bibliotecas pero, ignoro por qué, durante los cuarenta años de “gloriosa” dictadura no llegó a republicarse. Tampoco después, que yo sepa, lo ha hecho ninguna de las editoriales especializadas en libros de derechas o de extrema derecha que pululan por este santo país. Creo que sería muy conveniente que un equipo de historiadores hiciera una edición crítica.

Los alemanes, tan pronto como Mein Kampf quedó libre de derechos de autor, se apresuraron a preparar una edición comentada. Servidor se apresuró a adquirirla, pero la verdad es que meterme entre pecho y espalda el contenido de dos tomos de gran formato (22×28,50 cm)  con  947 y 1966 páginas respectivamente lo he ido dejando para algún verano en el que no me sienta tan hundido por la pandemia. En lo que se refiere al Dictamen, lo tengo en casa y en algunas ocasiones en la mesilla de noche. Quizá pudiera pensarse para 2029 en su republicación en una edición crítica que, sin llegar a las enormes dimensiones de la alemana, familiarizara a los lectores sobre la distorsión de los hechos que se hizo entonces y que continúa hoy gracias al empeño de VOX y también de alguno de los colaboradores de la FNFF.

Para otra ocasión dejo la posibilidad de comentar la, sin duda, interesante enmienda de VOX, sobre todo después de leer a don Gonzalo Fernández de la Mora, hijo, que afirma que ha sido “redactado sin lugar a dudas por uno o varios historiadores de primer nivel”, por desgracia no identificado(s).

Por el momento quisiera reproducir el texto del artículo que servidor escribió para PUBLICO con el fin de que se diese a conocer el mismo día 20N. En FB y en Twitter subí ese mismo día el artículo que el profesor Julián Casanova, buen amigo mío, publicó en InfoLibre con un título absolutamente neutro: FRANCO. Recomiendo encarecidamente su lectura. Yo fui más modesto y me limité a señalar que, como todos los años precedentes, 2021 tiene su 20 de noviembre.

Claro que los que lo recordamos por haberlo vivido seremos cada vez menos. En paralelo, aumentarán los que no lo hicieron. Para estos, que al menos tendrán ya más de la cuarentena y verosímilmente se preocuparán por la educación de sus hijos, conviene señalar que se trata de una fecha inscrita con alegría en el corazón de muchos. Ciertamente, en el de quien esto escribe.

Después de casi tres años de guerra y cuarenta de posguerra, de los cuales la mitad se pasaron en el autoaislamiento económico (autarquía se decía entonces) y en una represión inmisericorde y con suma frecuencia cruenta para republicanos, liberales, socialistas, anarquistas, comunistas, masones, librepensadores, ateos, todos globalmente incluidos en el concepto de la “Anti-España”, una modesta prosperidad alentada por la emigración, el turismo y la inversión extranjera en medio de una continuada violencia estructural, algo más sofisticada, el 20 de noviembre de 1975 entreabrió las puertas a la esperanza. No sin temores. La Transición también tuvo sus víctimas, de muy diverso tipo. De violencia etarra y de violencia policial, pero alumbró un rayito de luz.

Hoy, como en ocasiones anteriores, representantes escasamente reciclados de los pilares ideológicos de la dictadura, volverán a invadir las redes -e incluso quizá algunas plazuelas- para reclamar una vuelta a aquellos tiempos en los que, sin rastro de vergüenza aparente, afirman que “con Franco vivíamos mejor”. Sin duda hay gente que se lo cree. Algunos porque se lo han dicho en casa. Otros porque lo oyen y leen en las redes. No faltarán los ignorantes.

¡Ay! El sistema educativo español, en buena parte en manos privadas, no ha hecho su deber y, en general, tampoco se le ha obligado a ello. No es lo que pasa en países de nuestro entorno en los que  hay un pasado del que tampoco pueden sentirse demasiado orgullosos, sea porque  en ellos afloraron dictaduras (no tan largas como la española) o bien porque, invadidos, tuvieron que sobrevivir bajo la bota de la ocupación.

¿Por qué, sin embargo, España es un caso un tanto particular en la Europa occidental? Con el paso del tiempo va aclarándose el pasado. Se toma distancia hacia él y, bien o mal, los historiadores hacemos nuestra labor. Es modesta, porque hagamos lo que hagamos no es posible cambiar el pasado. Lo que los historiadores sí podemos es contribuir a modificar las representaciones de ese pasado. Esto es lo que fastidia a mucha gente que, en general, se encuentra del lado de aquéllos que todavía tienen una visión positiva de Franco, hoy fallecido hace 46 años, e incluso de su dictadura. 

Naturalmente a nadie le gusta que le digan que está equivocado. Sin embargo, desde 1975 a esta fecha los historiadores españoles hemos cumplido con nuestro deber. Hemos explorado archivos, hemos leído libremente a los colegas extranjeros ya no censurados, nos hemos puesto al día con los progresos de la disciplina y otras afines, hemos contribuido a interpretar las fosas del olvido, hemos sido un fermento social incansable. Y hemos mostrado algunas cosas que deberían haber sido evidentes sin necesidad de realizar los grandes esfuerzos que hemos realizado individual y colectivamente.

  • La guerra civil no fue irremediable. Fue producto de circunstancias concretas y preparada por actores concretos: monárquicos alfonsinos, carlistas, un sector de las fuerzas armadas debidamente manipulado y siempre contando con el apoyo, que llegó, de la Italia fascista.
  • Se preparó y se hizo con argumentaciones espurias. En modo alguno se trató de evitar que la PATRIA cayera en las garras de masones, judíos, comunistas y demás ralea (en este sentido recomiendo la lectura del último libro de sir Paul Preston, Arquitectos del terror, que acaba de publicarse).
  • No la quisieron los republicanos liberales, ni los socialistas, ni los anarquistas, ni los comunistas ni, en general, la “Anti-Patria”, que aspiraban a una España modernizada en lo político, en lo económico y en lo social.

¿Y Franco?

Franco se “coló” porque la sublevación del 17/18 de julio quedó descabezada tras el asesinato de José Calvo Sotelo (cabecilla civil del golpe) y la muerte en accidente del teniente general José Sanjurjo, rencoroso. No tuvo rivales. Se aprovechó de la prevista ayuda mussoliniana y se encontró con el “chollo” de una ayuda nazi que consiguió en circunstancias que servidor desveló, más o menos, un año antes de su óbito. Como hacemos los historiadores: con evidencias documentales, debidamente analizadas y contextualizadas. Franco traicionó no solo al juramento de lealtad que había hecho a la República, también incluso a la Corona después de haber camelado durante tantos años a Alfonso XIII. Por eso hubo monárquicos que jamás se lo perdonaron, aunque como buenos monárquicos se acomodaron de una dictadura que jamás tomó medidas contra ellos. Las que se tomaron lo fueron contra la “Anti-España”.

¿Y el terror?

En lo que se refiere al que se desató en la zona leal al Gobierno no se hubiera producido si el golpe hubiese tenido éxito o, mejor aún, si no se hubiera ocurrido. En el que se desató en la zona sublevada fue consustancial con el golpe. Estaba previsto. Estaba articulado. Irrumpió con una violencia feroz, porque de lo que se trataba era precisamente de aniquilar a la “Anti-España”, es decir, a quienes representaban un desafío para el orden económico, político y social de la parte feliz de la España, no menos “feliz”, que apoyaba a la monarquía: la Iglesia, las Fuerzas Armadas, la Judicatura más todos los que vivían contentos en aquellos tiempos de modernización controlada.

Es penoso que todavía hoy una parte de la sociedad española siga creyendo las mentiras, camelos y mitos que propagó la dictadura para justificar su nacimiento y su existencia. Pero es comprensible, porque las representaciones del pasado afectan al presente y quienes controlan ambos pueden pensar que también controlarán el futuro. Manipular la historia no es nunca una ocupación inocente”.

Tras reproducir el artículo en cuestión añadiré en este blog que el que tales representaciones tengan éxito o no dependerá de numerosas circunstancias. Políticas, en primer lugar. Ya sabemos lo que pasó con la Ley de Memoria Histórica, secada hasta el punto de apergaminación en tiempos “marianistas”, a pesar de sus aspiraciones más bien modestas. Pero también técnicas. Los historiadores tenemos nuestro granito de arena que aportar. En estas semanas finales de año estoy tratando, con cierta impaciencia, de poder dar el carpetazo a un nuevo libro y ¿saben Vdes. lo que puedo comunicarles?: es una refutación en toda regla de algunos de los mitos centrales de la dictadura. Pero no como hacen los aficionados. No, eso no. Con muchas notas a pié de página, con abundantes documentos extraidos de media docena de archivos, españoles y extranjeros y, para que los lectores profranquistas no se enfaden, con multitud de referencias a libros, también españoles y extranjeros, de muchos de los cuales apostaría doble contra sencillo que no tendrán la menor idea el historiador o los historiadores que auxilian a VOX.

LA VERDAD SOBRE FRANCO: EL QUE DIFUNDE NETFLIX

16 noviembre, 2021 at 8:30 am

UN COMENTARIO MÍNIMO (Y III)

Ángel Viñas

Los comentarios en los dos posts anteriores no son especialmente perceptivos. No abordan lo que, desde un punto de vista global resulta más interesante. Que yo sepa ningún comentarista español ha captado o, si alguien lo ha hecho, no le ha dado mayor importancia. Pero no hay que olvidar que se trata no de un documental hecho para españoles, sino en primer lugar para alemanes. Y que, en segundo lugar, gracias a la plataforma Netflix, cabe captarlo en el amplio mundo. Desde esta doble perspectiva, alemana y mundial, hay dos aspectos que me gustaría subrayar.

El primer aspecto es la relevancia de uno de los términos con que el guion se refiere a Franco. Se le trata de “Despot” a lo largo de todo el programa. La traducción inmediata sería “déspota”. No es una denominación demasiado utilizada en nuestro idioma (incluso, en ciertos contextos y en lenguaje coloquial puede reducirse su acepción primigenia: “este niño es un déspota; no nos deja tranquilos un segundo”)

Sin embargo, Despot y déspota tienen en ambos idiomas una acepción común. En alemán es alguien que gobierna sin limitación alguna (unumschränkt Herrschender) Lo dejo escrito tal y como lo define el Duden, el diccionario de referencia en los países de aquel idioma. Pues bien, en castellano “déspota” es quien gobierna sin sujeción a ley alguna. Lo copio del DRAE.

¿Qué significa esto? Simplemente que los dos países, Alemania y España, han estado sujetos a períodos bajo figuras que en ambos idiomas corresponden a la misma tipología. En el primero durante los doce años en los que Hitler aplicó el Führerprinzip.  En España, mucho más tiempo y en el que Franco se sirvió de lo que, con cierta sorna, he denominado el Francoprinzip. Los juristas de la dictadura, siempre “pelotas”, sumisos y muy bien retribuidos, tradujeron en términos más almibarados con el concepto, para mí un tanto raro (pero no soy jurista) de “leyes de prerrogativa”. ¿Qué prerrogativa?

En definitiva, los dos conceptos se refieren a lo mismo. Hitler y Franco fueron la última fuente de ley. Esto es algo que en la democrática España no suele subrayarse pero que servidor sí lo hace en el programa. 

El segundo aspecto es que a lo largo del mismo se mantiene la caracterización de la dictadura de Franco como Schreckensherrschaft.  Este término, si volvemos al Duden, significa régimen de terror. Pero, ¿cómo se utiliza en este idioma, que es en el que se ha preparado originalmente el programa? Pues, simplemente, para caracterizar, entre otras, a la dictadura nacionalsocialista. Es decir, un oyente alemán se ve alentado a divisar en el caso de España una similitud con la gran dictadura del siglo XX en Alemania que tanto ayudó a Franco.

Por supuesto que la española reviste caracteres propios y no es equiparable a la nacionalsocialista. Siquiera por una razón: esta se basó en la primacía absoluta a dar a la “sangre”, a la “raza”. Una estúpida creencia en una biología incipiente se convirtió en el mecanismo que posibilitaría, tal era la mitología nazi, acceder a la supremacía primero europea, luego universal. Se era ario o no se era. Se formaba parte de la Herrenrasse o no se formaba. Judíos, eslavos, gitanos no eran hombres o mujeres. Eran subhumanos. Untermenschen.  

Es obvio que, a lo largo del tiempo, surgió el concepto de los “asimilados”. Entre ellos los italianos fascistas (“arios del sur”) y los españoles. Luego, en la segunda guerra mundial, el concepto se estiró aún más hasta comprender a indios (de la India) y musulmanes. Algunas Waffen SS se convirtieron en una mezcolanza de “razas”, pero desde luego los judíos sufrieron un holocausto, la Shoah, de seis millones de personas. Una mancha indeleble sobre Hitler y su dictadura que no se borrará fácilmente.  No dice nada, pues, en favor de la franquista el verse asimilada en alguna medida a la nacionalsocialista y el programa subraya que lo fue desde el principio.

He leído algunos artículos en la prensa española en los que los autores se han congratulado de que por fin la verdad sobre Franco se haya proyectado en un programa de televisión hecho por alemanes.  Se les ha olvidado señalar, o quizá no lo sepan, que para el oyente alemán puede tener otra connotación. Durante muchos años las derechas de la República Federal propiciaron en el largo periodo de la guerra fría gestos cordiales o muy cordiales en favor de Franco. El contrapunto que ofrece este programa es, pues, muy de agradecer, porque hoy da un poco de vergüenza leer las declaraciones que en su momento hicieron destacados políticos de la CDU y de la CSU. Aquí también el guion ha fallado un pelín porque podría haber preguntado al efecto a alguno de los académicos alemanes (Aschmann, Bernecker, Collado Seidel) a los que han acudido y que, de seguro, no hubieran tenido empacho en traer a colación varios ejemplos.

Una pequeña objeción. En el último capítulo, potpurri-resumen, hay una referencia al temor a una guerra civil que habría habido en España durante la transición, sobre todo después del 23-F. Me deja sorprendido. No lo  percibí. También es verdad que me dediqué más a trabajar en los archivos del franquismo (Presidencia del Gobierno, Banco de España, Ministerio de Hacienda, etc.), amén de algún extranjero, que a preocuparme de una eventualidad que me parecía extraña. ¿Quiénes y con qué medios la habrían desencadenado frente al formidable aparato militar y de sguridad de la dictadura? ¿Dónde estaban los equivalentes de Hitler, Mussolini, Salazar y Stalin para echar una manita a unos y otros? ¿Qué hubieran hecho los dirigentes franceses, británicos, italianos, alemanes, portugueses (tras la revolución de abril),  belgas, etc.?  Tal vez podría haberse postulado que los norteamericanos no hubiesen reaccionado. ¿Qui lo sà? Con los hacedores que había en el Washington de entonces, ¿qué les hubiera importado más? ¿Democracia en España? ¿O seguridad para sus bases?

El programa finaliza con una invocación:  ESPAÑA TIENE UN PROBLEMA CON SU HISTORIA.

Es verdad. Pero, ¿qué historia? Sin duda no con la Reconquista, aunque algunos sigan defendiendo sus leyendas y otros echándolas abajo. Tampoco con el descubrimiento,  conquista, colonización y explotación de América, aunque ahora haya resucitado tras los centenarios redondos de la caída de Tenochtitlán y de la independencia de México. ¿Con la leyenda negra?, que ya empezó a desmontar Julián Juderías, entre otros, hace bastantes añitos?. ¿Con la pérdida del Imperio en el pasado siglo, a pesar de la abundante literatura generada a ambos lados del Atlándico? No hablemos de la interminable guerra de Marruecos, objeto último de la “misión civilizadora” de la PATRIA.

¿Imaginan los lectores a las masas españolas, tras uno u otro estandarte, saliendo a las calles para echarse ladrillazos en favor de alguna de las interpretaciones de una historia tan larga y accidentada? Evidentemente, no. Todo con lo que ciertos periódicos, programas de TV y numerosas redes cuatreriles nos atiborran ahora sobre tales y otros periodos son trampantojos para reactivar una renovada “Formación del Espíritu Nacional”. Lo hacen con fines bastardos, aunque no similares a aquellos de “por España hacia Dios” (nadie sugiere, en el siglo XXI, el “Imperio”).

España no tiene un problema con su historia. España tiene, por el contrario, un PROBLEMAZO MAYÚSCULO con su guerra civil y con su dictadura subsiguiente. No ha pasado por la experiencia formativa de la mayor parte de los paises europeos occidentales a partir de 1939.  No es extraño que sobre guerra civil y dictadura sigan tejiéndose leyendas, unas más absurdas que otras, pero siempre leyendas.

No es explicable de otra manera que el programa alemán en cuestión haya suscitado tanta repercusión, al dejar ver en la pequeña pantalla lo que innumerables historiadores españoles y no españoles venimos diciendo desde que se restablecieron la libertad de prensa y las demás libertades democráticas.

Las representaciones del pasado son difíciles de cambiar y, naturalmente, se mezclan con las luchas políticas y sociales del presente. Pero no hay que confundir los períodos. Franco no salvó a España. Salvó, si acaso, a una parte de SU España, aunque es difícil pensar que de no haber habido sublevación hubiese existido tal necesidad.

El golpe de Estado se hizo con argumentos espurios, inventados, para restaurar la Monarquía y destrozar las reformas modernizadoras de la República, similares a las de otros países occidentales en el mismo período.

Franco traicionó a la Corona y hundió a España en un pozo profundo tras hacer fusilar a decenas de millares de compatriotas por haber sido republicanos, liberales, socialistas, comunistas, anarquistas, protestantes, librepensadores, masones, ateos, etc. Es decir, todo lo que se dijo que era destructor de las esencias patrias. ESPAÑA, DEBÍA VOLVER A LOS TIEMPOS DE UNA INQUISICIÓN RENOVADA, ENLAZANDO CON UNA ÉPOCA GLORIOSA.

Desde hace unos veinte años se resalta de nuevo el “terror rojo” (como si no se hubiera hecho nada al respecto entre  1936 a 1975), pero ¿por razones históricas? ¿O más bien para acallar o justificar el “terror blanco”, salvador, porque no se decía que España iba a caer en las garras moscovitas?. ¿La muestra?: Paracuellos, otra vez en las redes por estas fechas. En realidad, el objetivo es contraponer algo a los resultados que arrojan las FOSAS del olvido que van abriéndose poco a poco.

Estos ´ultimos son aspectos que a algunos sectores de la clase política y mediática española les cuesta trabajo admitir. ¿Por qué? No porque de pronto hayan recuperado una memoria olvidada, sino porque las concepciones dominantes sobre el pasado influyen sobre el presente y, por consiguiente, sobre el futuro. En las pugnas por el pasado lo que está en juego, en parte, es el futuro de la democracia en España.

Aquí ha sido posible documentar hasta cierto punto lo que fue nuestro pasado INMEDIATO, a pesar de las masivas destrucciones documentales ordenadas por algunos gerifaltes en la Transición, bien conocidos y que seguramente están tan tranquilos con su dios y con su conciencia. Quedan, sin embargo, muchos más papeles. QUE SE ABRAN CUANTO ANTES LOS ARCHIVOS TODAVÍA CERRADOS Y, SOBRE TODO,  QUE SE LES DOTE DE LOS MEDIOS PERSONALES Y MATERIALES NECESARIOS PARA ATENDER A LAS DEMANDAS DE INFORMACIÓN que irán en aumento.

¿Para qué seguir teniendo en cuenta los embelecos con los que algunos siguen rodeando a un dictador narcisista, cruel, embustero, traidor y no en último término muy interesado en llenarse los bolsillos mientras sus soldados se desangraban en los frentes o en los hospitales? Como émulo del Führer, sí,  pero ¿no han ajustado las cuentas con sus pasados respectivos los países que se desembarazaron, o fueron desembarazados, de la bota nazi?

FIN

LA VERDAD SOBRE FRANCO: EL DOCUMENTAL QUE DIFUNDE NETFLIX

2 noviembre, 2021 at 8:30 am

UN COMENTARIO MÍNIMO (I)

Ángel Viñas

Hace como unos tres años (ya no recuerdo la fecha) vinieron a verme varios colaboradores de la segunda cadena alemana de televisión pública (ZDF) para grabarme declaraciones. Habíamos estado en contacto previo. Querían hacer un documental sobre Franco. Naturalmente acepté. Se emitió en Alemania y me enviaron amablemente una copia. Por eso de que siempre ando falto de tiempo, creo que no lo tuve para verlo entero y me olvidé del caso.

NETFLIX lo proyecta ahora en España y, al menos, también en Bélgica. También debo confesar que me enteré por chiripa, buscando alguna película para entretenerme, porque los dos últimos meses han sido de campeonato en plan de trabajo. Creo que llegué a ver, medio dormido, el primer capítulo. En Bélgica se emite en el original alemán, pero con subtítulos en inglés o francés. Los intervinientes hablan cada uno en su propio idioma y lo hacen, pues, en alemán (Brigitte Aschmann, Walther Bernecker, Carlos Collado Seidel, Stefanie Schüler-Springorum, los tres últimos buenos amigos míos: a la primera solo la conozco por sus obras), en inglés (Antony Beevor y Paul Preston) o en castellano/catalán. Quisiera destacar que la locutora alemana tiene una voz extremadamente agradable, que incita a seguir con atención el relato y, en ocasiones, a vibrar con él. El texto, con gran frecuencia, es brillante. Chispea.

Como sigo terriblemente ocupado no pensé en ver la totalidad del programa. Dada la repercusión que ha tenido en España, a tenor de algunos artículos de prensa que he leído y lo que han comentado los amables lectores, lo he visionado y escribo este post para responder a las preguntas que me han dirigido algunos o comentarios que han hecho en Facebook y Twitter. No se trata de hacer una crítica, porque se trata de un programa de divulgación, para extranjeros, y hay que tratarlo como tal. No es la transcripción de un simposio científico.

Mi primera impresión es que, si se compara el programa con algunos otros de los que se han emitido por la televisión pública en Alemania sobre Hitler y el nacionalsocialismo, resulta bastante contenido. Es decir, podría -y en mi modesta opinión debería- haber sido mucho más duro con Franco. Si no como con Hitler (el mal absoluto) al menos situarlo, como corresponde, en el tercero o cuarto escalón entre los dictadores europeos. Dejo al cuidado de los amables lectores identificar a quienes le superaron en maldad.


Mi segunda impresión es que el programa es un tanto desigual, pero esto tampoco es ninguna crítica ya que desde el primer momento estuvo orientado a un público alemán, poco conocedor de la historia española. El capítulo inicial, sobre la juventud de Franco y su papel en la guerra civil, es el que contiene algunos errorcillos que podrían haber sido fácilmente subsanados por alguien -alemán o no alemán- que esté al tanto de lo que se publica sobre este período, en especial en los medios académicos.  

Mi tercera impresión es que nada de lo que el programa contiene puede chocar a ningún historiador español normalito. O a algún historiador extranjero que no se haya dejado comer el coco por las bobadas que abundan en la prensa española y en la discusión política sobre el pasado español. Es decir, que no emule a los numerosos aficionados o gacetilleros que escriben y dejan constancia de sus “doctas” tesis y afirmaciones en medios o publicaciones de la derecha o de la extrema derecha. Una cosa es dar la batalla por la opinión pública (muy movediza) y otra, muy diferente, es escribir historia. Esta última no puede cambiarse aunque sí manipularse en cuanto a sus “representaciones” se refiere.

Mi cuarta impresión es que entre los comentaristas que en el programa aparecen, y quizá por razones económicas o de facilidad de rodaje, “ni son todos los que están, ni están todos los que son”.  Un programa alemán debería haber hecho más uso, en mi modesta opinión, de más historiadores alemanes o de haber interrogado más ampliamente a los tres que en él aparecen (Carlos Collado es hispano-alemán, vive y trabaja en Alemania y tiene una amplia historiografía en tal idioma).

Aunque estas líneas no deben ni pueden entenderse como crítica a ninguno de los intervinientes que en el programa aparecen (y ciertamente no a los testigos o víctimas),  me pregunto cuáles son las cualificaciones históricas de uno que, en lo que servidor sabe, no ha escrito demasiado (si es que ha escrito algo) sobre la España de después de la guerra.

Naturalmente, desde el punto de vista de un espectador extranjero (primero alemán, luego de otras nacionalidades a los que llega Netflix) lo que se conoce sobre historia de España es muy diferente según las épocas y países. Probablemente a los alemanes les sonará más la guerra civil que los períodos sucesivos. Siquiera por la intervención nazi, absolutamente vital para el triunfo de Franco y porque la literatura académica y no académica en alemán sobre la guerra civil es más extensa que sobre cualquier otro período. Solo de lejos se le acerca un poco el período de España y la segunda guerra mundial.

Con todo, alguien que conozca medianamente el paño no hubiese incurrido en algunos errorcillos. Dejo de lado que la fecha en la que Franco ascendió a la jefatura de la Legión (Tercio de Extranjeros) está bastante bien establecida. El guionista solo hubiera debido echar un vistazo a la entrada “Francisco Franco” en Wikipedia en alemán. Habría comprobado que asumió tal jefatura en 1923. No tal y como se presenta en el programa. También habría podido leer algunas características de su gestión en África que no son precisamente demasiado halagüeñas y que apenas si afloran en el documental, salvo por alguna que otra afirmación de uno de los intervinientes y, en mi opinión, no contrastada.

A los amables lectores no les extrañará que haya prestado bastante atención a cómo se presentan los pormenores de la forma en que se gestó la intervención nazi en la guerra civil. Dos cosas me han sorprendido un pelín. La primera que en el comentario se diga que ya antes de 1936 los nazis habían establecido bases (Stützpunkte) en España. El vocablo tiene en ambos idiomas una acepción muy precisa que no se ajusta a la realidad. Otra cosa es que, naturalmente, el partido nazi hubiese extendido sus largos tentáculos en España (como en muchos otros terceros países) entre la colonia alemana. La segunda que se haya admitido la, en mi opinión, errónea afirmación de Sir Antony Beevor de que Franco y Canaris (el jefe del servicio de inteligencia militar o Abwehr) hubieran conspirado conjuntamente de cara a la futura sublevación. No conozco a ningún historiador que lo haya demostrado documentalmente. Tampoco está probado que se conocieran antes de julio de 1936.

Si Sir Antony llega a conocer esta afirmación mía le invito modestamente a que dé a conocer sus pruebas. Todos los rumores al respecto que se esparcieron, particularmente por historiadores comunistas que quisieron conectarlos con Canaris, y por autores que quisieron exonerarlo en la mayor medida posible de su cooperación con el régimen nazi, no están basados en documento alguno. Y sí, por el contrario, existe EPRE que reconoce que el 18 de julio sorprendió, al menos, a uno de los agentes de la Abwehr en España. Lo mismo le pasó al que estaba incrustado en la embajada. No es de extrañar, ya que en los planes de la Abwehr para el año 1936, que se han exhumado de la oscuridad de los archivos, España no tenía prioridad alguna. (No necesito ahora recurrir al inefable B. Félix Maiz y sus fantasiosos agentes secretos de Canaris en amable coyunda con Mola y Juan de la Cierva).

Esto no es un punto académico. Es vital para la comprensión de cómo se gestó la intervención. Nazi. Sin embargo, el programa no menciona un aspecto crítico: en febrero de 1936 el teniente general Sanjurjo y el teniente coronel Beigbeder, sí visitaron Berlín y no precisamente con buenas intenciones. Su viaje incluso apareció reseñado en Pravda. No lograron nada. Sabemos que hubo otros contactos que tampoco consiguieron nada. Todos ellos estaban orientados por los monárquicos alfonsinos o por los carlistas, ante todo PATRIOTAS. Los nazis, en la primavera de 1936, se dedicaban a lo suyo: a incrementar el control sobre la colonia alemana y, naturalmente, a la propaganda. Para ello contaban con la colaboración de eminentes periodistas, pero ¿quién recuerda hoy a Eugenio Montes o a César González Ruano?

(continuará)

EL EMBAJADOR DE S.M. BRITÁNICA ANTE LA MONARQUÍA ALFONSINA Y LA SEGUNDA REPÚBLICA: SOBRE UNA RECIENTE BIOGRAFÍA (y II)

26 octubre, 2021 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

Silvia Ribelles ha dedicado espacio a desarrollar la sorpresa que el 14 de abril despertó entre los diplomáticos británicos en Madrid y en Londres. Hace lo que un buen historiador, y no en plan de cantamañas prejuzgados como muchos de los que ahora escriben con supuesta autoridad de titanes. Les cogió de sorpresa. No se lo esperaban. Los comentarios fueron prolijos. Uno de ellos, un “experto”, ejemplifica cuán difícil era -y es- en la actividad diplomática diaria anticipar lo que deparará el futuro: “Esto es solo el principio de importantes cambios en España, importantes solo para España, ya que no creo que sean transcendentes para nuestro país” (p. 133). Con razón dijo mucho después un primer ministro japonés, Yasuhiro Nakusone, que en política prever lo que puede ocurrir una pulgada por delante de los acontecimientos es adentrarse ya en terreno desconocido.

‘Un diplomático al servicio de su Majestad. Sir George Grahame (1873-1940)’, de Silvia Ribelles de la Vega. Comares Historias

Nada de lo que antecede significa que Sir George Grahame no tomara, como se dice, la medida a la joven República. Vio en ella la clara y evidente posibilidad de que España dejara detrás decenios, si no siglos, de decadencia y de que se pusiera a tono con la modernidad europea. Siempre fue por delante de la mayoría de sus compañeros y superiores en Londres, piedras angulares del Imperio, que como corresponde a los servicios centrales pensaban en coordenadas más amplias, pero no por ello necesariamente más acertadas. En la actualidad, los escribidores a sueldo de la derecha española estarán en contra de tal aseveración.

En contra de una historiografía muy asentada servidor sostiene que la década de los años treinta fue también, aunque de otra forma, un período de cierta “decadencia” británica en política  exterior, como la calificó Jean-Baptiste Duroselle para el caso de Francia. Solo que Gran Bretaña era, y sigue siendo, una isla (más otras menores) con el aditamento de la entonces nueva Irlanda del Norte. Además, separada del continente por un océano que, aunque estrechito, imponía obstáculos insalvables merced a la supremacía escasamente contestable de la Royal Navy (los japoneses, años más tarde, no tardaron en demostrar lo contrario en aguas asiáticas).

Algunos historiadores (no hablemos ya de los gacetilleros) siguen, dale que te pego, acudiendo a un supuesto dictum de Lenin de que España sería el segundo país europeo, después de Alemania, de caer bajo la esfera de influencia comunista. Confieso no haber leído todas las obras de Lenin y agradecería a quien lo haya hecho que me informara de dónde apareció la cita y, si es posible, los argumentos que la sustentaran. Además, la ecuación Azaña=Kerenski no dejó de flotar en la mefítica atmósfera desde la cual algunos “genios” del Foreign Office contemplaron la realidad española de la época. 

Más cerca del presunto peligro rojo que, según convención derechista tradicional y que ya vehiculaban los monárquicos alfonsinos, se cernía sobre la amada Patria, el duque de Alba había comunicado a Sir George que España sería el “el último país en convertirse al bolchevismo”. Por su parte el general Berenguer había manifestado a un periodista francés que “el comunismo era prácticamente inexistente en España” (p. 143). Ambas declaraciones eran, sin la menor duda, más ajustadas a la realidad que los sueños y pesadillas que transmitían a Mola (director general de Seguridad) y a Franco (director de la Academia General Militar) los “cruzados” de la Entente Internationale Anticommuniste con sede en Ginebra.

Los que  caracterizo de “cruzados” los había también en el cuerpo consular británico asentado en España. El más representativo, por la audiencia que alcanzó a partir de agosto de 1936, fue un oscuro personaje, el cónsul general en Barcelona, Norman King. Daría mucho de sí. El acudir a los toros como ejemplificación de la supuesta atracción de los españoles por verter sangre de sus compatriotas fue una de sus más populares metáforas, pero no la única. Quizá con Sir George en puesto no se hubiera atravido a hacerlo. Sin él, no encontró ningún impedimento.

Durante los tumultuosos años que le tocaron vivir en España, Sir George criticó algunas de las informaciones que suministraba al augusto diario The Times su corresponsal en Madrid y que han despistado a más de un historiador. Ya en la época había gente, incluso en las altas esferas de la Administración británica, que percibía la realidad internacional también a través de las columnas del rotativo, cuyo director debe figurar -aunque no siempre aparece- en la lista de los “apaciguadores” más indomables. Su influencia se advierte en los comentarios y anotaciones con los que otros “genios” del Foreign Office ampliaron los telegramas y despachos de su embajador, probablemente demasiado poco conservador para ellos.

Silvia Ribelles recupera muchos de tales informes anotados. Bastantes de entre ellos los había sacado a la luz Enrique Moradiellos, Otros, un servidor (por no contar historiadores británicos y norteamericanos). Los que aflora la autora, siguiendo un orden cronológico estricto, permiten ver cómo Sir George siguió los acontecimientos al día a día. Ello se revela en toda su intensidad en el caso del octubre asturiano. En mi opinión, el peso de lo diario puede llevar a oscurecer la reflexión más calma y ponderada que el embajador hizo llegar a posteriori a Londres y que, teniendo en cuenta lo que había publicado la prensa británica, a veces difería considerablemente de la misma. Silvia Ribelles, desde luego, considera que Sir George tuvo un perfil “menos conservador” que su sucesor en el cargo. Es una descripción que no hace del todo justicia al primero, porque este último no es que fuera más conservador, es que era mucho más prejuzgado y se dejó embaucar  por las derechas españolas más extremas. De diplomático ecuánime, analítico, conocedor de la amplia élite política y social del país, rien de rien. Sir Henry Chilton fue un desastre para España y también para su propio país. Uno de los más del servicio diplomático británico de la época.

Todo embajador debe tener en cuenta, en su información a los servicios centrales, la atmósfera dentro de la cual se percibirán sus despachos y telegramas. En lo que se refiere a los asuntos diarios (desórdenes públicos, desacatos a la autoridad de la izquierda revolucionaria, algaradas múltiples) la producción de la embajada bajo Sir George fue notable y, a diferencia de lo que pasa con la alemana o la italiana, se conserva en gran medida. El único ejemplo comparable podría ser la norteamericana, en la cual también se observa el impacto de la llegada de un nuevo embajador, en este caso político y amigo personal del presidente Roosevelt: Claude G. Bowers. (Por cierto, sus memorias, publicadas mucho después de la guerra y tras haber abandonado el servicio diplomático de Estados Unidos, hay que tomarlas con un granito de sal y compararlas con su información de cuando estaba en Madrid: hay desacuerdos y, a veces, contradicciones).

En mi modesta opinión, en los tiempos alborotados actuales en que renacen las “verdades eternas” que sobre la segunda república española vertieron quienes quisieron acabar con ella para justificar su sublevación, la recuperación de la figura de Sir George D. Grahame, que ha hecho Silvia Ribelles de la Vega, debería ser un incentivo para que otros historiadores españoles y no españoles se inclinen de nuevo sobre su producción en forma de telegramas y despachos, bien al día o más meditados.

Nuevas miradas (y la esperanza de que en algún momento en el futuro las autoridades británicas se decidan a desclasificar la documentación del Secret Intelligence Service sobre la España de los años veinte y treinta, si no la han destruido, y la todavía no revelada del contraespionaje, MI5) deberían formar parte del abanico de claves con que los historiadores continuarán derruyendo las versiones amamantadas por el franquismo y el neofranquismo o también por la política de apaciguamiento británica de la época. Y, en ello, quizá sea posible echar luz sobre la perniciosa actuación de algún que otro diplomático británico filofascista y, por supuesto, sobre el topo de Stalin incrustado en la Dirección General que se ocupaba de los asuntos españoles cuando estalló la sublevación de julio de 1936. Nadie, que yo sepa, ha explorado hasta qué punto el Kremlin estuvo al tanto de lo que se hacía y no se hacía en el Foreign Office de la época en relación con la nueva situación creada por el incipiente conflicto español.

P.S. En el libro que escribí sobre mis experiencias en la Comisión Europea narré una anécdota. Se trató de un pequeño percance que me ocurrió con un alto diplomático británico. En un momento me escribió una carta (entregada en mano) en el que criticaba alguna de las decisiones que servidor había tomado sobre cierto tema. Puso en copia al comisario y a otros colegas, entre ellos el gabinete del presidente Delors. No tenía razón y se equivocaba de plano.

La sangre se me subió a la cabeza. ¡Lo menos que podría haber hecho era llamarme o avisarme! Inmediatamente redacté, en inglés, la respuesta pero antes de enviarla pensé un momento. ¿No sería mejor que la viera mi mujer? Al volver a casa le conté lo ocurrido. Se echó a reir. Había actuado en español. Me dio una lección: en ciertos círculos (y desde luego en los Ministerios británicos) cuando se quiere demostrar un cabreo fenomenal el redactor de la respuesta la escribe en términos sumamente almibarados. Así que al día siguiente envié la nueva redacción, con copia al comisario y al resto de los destinatarios de la misiva inglesa. Uno de mis subordinados, francés, vino a verme para expresarme su preocupación por el tono, a su parecer humillante para la Comisión. Con el imprescindible tono de autosuficiencia le dije algo así como “como buen francés, no conoces a los ingleses. Ya verás”. Y, en efecto, lo vimos. El destinatario se disculpó en todos los tonos posibles. Desde entonces nos invitó varias veces a los champagne parties que organizaba en su residencia los domingos por la mañana. Moraleja: conviene entender el mundillo mental y cultural en el que se redactan los despachos diplomáticos. Eso sí, subí enteros en la apreciación de mi inmediato superior, un belga que había trabajado con ingleses en la Résistance contra los nazis.

EL EMBAJADOR DE S.M. BRITÁNICA ANTE LA MONARQUÍA ALFONSINA Y LA SEGUNDA REPÚBLICA: SOBRE UNA RECIENTE BIOGRAFIA (I)

19 octubre, 2021 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

Desde que los “ultramontanos” empezaron hace unos veinte años, aprovechando las oportunidades que les deparó el segundo Gobierno del inmarcesible prócer que fue Don José María Aznar, au acometida contra la trayectoria histórica de la Segunda República, servidor que entonces volvía  a escribir historia se interesó de nuevo por ella.

Si no recuerdo mal, ya en 2012 llamé la atención sobre las distorsiones que en el Londres imperial de la época había sufrido la imagen republicana entre 1935 y 1936 y destaqué la importancia de la información que la embajada británica suministraba a sus servicios centrales. Lo hice a base de interrogar críticamente la evidencia primaria relevante de época que ya se había visto enriquecida con desclasificaciones documentales a principios del siglo. Naturalmente, di toda la importancia que merecían a las investigaciones realizadas por historiadores previos, británicos y españoles. Raras veces, en historia, se parte de cero.

Mi exploración de algunos de los documentos ya conocidos, que amplié luego considerablemente, me llevó a destacar la importancia de los informes del embajador británico en Madrid desde los últimos años de la Monarquía. Se llamó Sir George Dixon Grahame.

La biografía es un género que no me ha tentado demasiado. La primera excepción a esta regla la verá el público lector en el libro que saldrá el año que viene en colaboración con Francisco Espinosa y Guillermo Portilla. En el contexto anterior, una reciente biografía de Sir George me ha llamado poderosamente la atención.

Su autora, Silvia Ribelles de la Vega, es una historiadora asturiana, afincada en California, que ha dedicado muchos años de su vida a reconstruir, hasta donde le ha sido posible, la vida y obra del personaje. Como buena biógrafa reconoce que en ambas hay huecos, quizá porque en su momento el protagonista se atrajo la animosidad de parientes y colegas que, como ocurre en las mejores familias, hicieron todo lo posible para destruir las evidencias primarias generadas por Sir George y disminuir la importancia de su labor. En este contexto siempre cabe preguntar: ¿dónde diablos están los papeles de Franco que no fueron a la FNFF?

Aquella actitud hacia Sir George, a todas luces reprochable, es ciertamente muy humana. Es difícil, probablemente, formar parte de la élite de un servicio diplomático imperial y no concitarse algún que otro adversario. Sobre todo en tiempos turbulentos.

El hecho es que hoy, gracias a los desvelos de Silvia Ribelles, disponemos de una biografía bastante completa de Sir George, publicada en la notable colección de Historia que viene alumbrando la editorial Comares, merced a los desvelos de mi buen amigo el profesor Miguel Ángel del Arco. Para todos los interesados por la Segunda República es, en mi opinión, de lectura obligada.

Se trata de un libro relativamente corto, de unas 230 páginas, que se lee con rapidez y, para mi, con sumo provecho. Es también un libro que no gustará a los autores profranquistas y antirrepublicanos amén de a sus correveidiles mediáticos.

Establezco esta hipótesis teniendo en cuenta varias razones: la vida profesional de Sir George, que la autora recorre con detalle, muestra que su biografiado fue una de las promesas del servicio diplomático británico (entonces y durante mucho tiempo después uno de los mejores del mundo y, en mi modesta opinión, el mejor de los que conozco). En cuatro líneas describe al personaje: refinado, políglota y culto; amante del lujo pero sin grandes ostentaciones; sofisticado y elegante; muy inteligente y un pelín narcisista. Estamos ante uno de los diplomáticos más reconocidos y de mayor valía de su generación. ¡Ay! También con enemigos y no sería porque, en términos de estatura, era literalmente un gigante. Entre los últimos debió de figurar uno de sus antiguos subordinados en Madrid. Después de la segunda guerra mundial, ya embajador en Praga, decidió lo que había que destruir entre los papeles de su exjefe y lo que debería conservarse. Esto fue a parar a dos ramas de la familia. Una no hizo caso a la autora. Otra le prestó todo su apoyo. ¡Que la maldición de los historiadores recaiga sobre la primera!.

La biografía se divide en dos partes. Ante todo, la autora  pasa revista a la niñez,  juventud y educación del protagonista (nacido en 1873),  su ingreso en el servicio diplomático en 1897 (es fascinante la reconstrucción de los sistemas de recrutamiento y ascenso en el Foreign Office de la época), sus primeros puestos ((París, Berlín, Buenos Aires y, de nuevo, París). En este último pasó la primera guerra mundial. Hacia su final, se había convertido en el embajador de facto. No se le permitió consolidarse como titular, pero también intervino en las negociaciones del armisticio y de los varios tratados de paz hasta que, en 1920, fue nombrado embajador en Bruselas. Esta capital era entonces un destino muy sensible. Servidor recuerda haber visto la placa que se conservaba en el lugar que había sido su residencia.

Para el lector español, naturalmente es la segunda parte de la obra, la de su embajada en España, que comenzó en 1927, la más importante y significativa. Pero, como es obvio, no es posible comprender cabalmente la forma en que el embajador se enfrentó a una nueva escena política, económica, cultural y social si no se tiene alguna idea de su formación y experiencias previas. Todo historiador que se precie debe conocer algo de ambas, con ojos prejuzgados o no prejuzgados. En honor de Sir George, Silvia Ribelles pertenece a esta segunda categoría.

El nuevo embajador se situó rápidamente entre los más importantes de la Corte madrileña. No tardó en tomar medida a su nuevo puesto y a sus circunstancias. Dos años más tarde, en lo que sería el declive de la dictadura primorriverista, emitió un mensaje claro y clarividente: “la anómala situación actual será tolerada cada vez menos por la parte más inteligente y progresista del país”. La evidencia misma, aunque hay historiadores (abundaron sobre todo en la época oprobiosa) que se hartaron de alabar al primer dictador español del siglo.

Silvia Ribelles presta atención, como también hizo servidor años antes, a los informes anuales preceptivos que la embajada británica (al igual que otras como la alemana y la francesa) debían enviar a los servicios centrales al comienzo de cada año sobre lo ocurrido en el precedente  e identificar las perspectivas de futuro. La autora lo hace teniendo en cuenta los comentarios que hacían los funcionarios que en el Foreign Office los leían. Esta era una peculiaridad del sistema británico  que facilita enormemente el seguimiento de las opiniones que discurrían por los meandros burocráticos establecidos (hasta en ocasiones llegar al ministro). Es pues muy útil al historiador de hoy. Unos solían ser positivos, incluso encomiásticos; otros displicentes. La cortesía funcionarial se imponía en cualquier caso y las críticas negativas hay que deducirlas de un lenguaje entonces convenido y hoy no siempre fácil de interpretar. Es preciso conocer las claves subliminales. La discrepancia se revestía de fórmulas corteses y cuando lo eran excesivamente hay que pararse a meditar en el mensaje que se quería enviar a los compañeros y superiores.  Contaré a estos efectos en el próximo post una anécdota que me ocurrió personalmente con un diplomático británico.

La biógrafa es rotunda: “Sir George presentaba una monarquía disfuncional, que había perdido por completo el norte, en una nave vieja y caduca que navegaba hacia los escollos, a la deriva” (p. 127). Aviso, pues, a los historiadores españoles de hoy que quieren rescatar o criticar lo más posible el choque de aquel navío con la ruda realidad política, económica y social del período.

Lo que sí está claro es que Sir George comprendió bien la naturaleza de las actuaciones políticas, económicas y sociales de los gobiernos de la Segunda República. Sus informes (tras la muerte en accidente de nuestro Welsh terrier  Oscar) me encerré en los Archivos Nacionales británicos en Kew y fotografié la mayor parte de los envíos de la embajada a Londres desde 1931 a 1936) constituyen un material de referencia indispensable.

¿Y después? Lo que ocurria en muchos casos entonces y con, las adaptaciones necesarias impuestas por las modernas técnicas de comunicación y de globalización, ocurre ahora.  A las luces emitidas por un embajador y sus colaboradores pueden sucederles la oscuridad y la distorsión de los siguientes, adaptándose a las fobias y filias del superior. Sir George se jubiló en 1935. Pocos meses después su sucesor, Sir Henry Chilton, demostró que también era posible comportarse como un imbécil en el tan afamado servicio diplomático británico. A uno de los grandes embajadores del mismo le remplazó otro de los peores, en mi humilde opinión. Y esto no refleja prejucios por mi parte. Es, simplemente, la constatación de que a un embajador que comprendía bien la sociedad en que se movía le sucedió otro que no tenía la menor idea, tampoco identificó lo que estaba en juego y que, conscientemente o no, despistó a su propio Gobierno (o se atemperó a los prejuicios que advirtió en el mismo).

No hago autopublicidad, pero sí recuerdo que algo de lo que en esta entrada se deja entrever está explicitado en los dos primeros capítulos de mi libro La conspiración del general Franco y otras revelaciones sobre una guerra civil desfigurada, segunda edición revisada y ampliada, Crítica, 2012. Esperemos, contra toda esperanza, que si todavía se conserva documentación del MI6, aunque sea traspapelada, se identifique por fin y se ponga, quizá en el siglo XXII, a la disposición de los investigadores.

EN EL PERÍODO DESPUÉS DEL JALEO SOBRE JUAN DE LA CIERVA

12 octubre, 2021 at 8:30 am

Quien controla el presente controla el pasado ….

Ángel Viñas

Un antiguo refrán castellano con, al menos, dos variantes (“el mejor -o mayor- desprecioes no hacer aprecio-“ y/o “no hay mejor desprecio que el no aprecio”),figura hoy reseñado en el Centro Virtual Cervantes con su correspondiente equivalencia en otros diez idiomas. El significado que atribuye dicho Centro al uso que del mismo hizo, al parecer, el anterior presidente del Gobierno Don Mariano Rajoy en una determinada ocasión creo, en mi modesta opinión, que no se corresponde con la normal acepción del mismo en el lenguaje común.  Para muchos otros y para mí no apreciar implica, esencialmente, despreciar, defecto o virtud a los que acudo con cierta frecuencia.  

Supongo que algo similar hace el Gobierno de la Región de Murcia. Y, en consecuencia, sus terminales mediáticas. No en vano solicitó dos informes con los cuales aplastar la negativa del Gobierno de España a atender una petición de las autoridades autonómicas sobre la denominación del aeropuerto regional.  Uno de ellos me lo ha transmitido amablemente el profesor Javier Guillamón que lo hizo a petición del Rector de la Universidad. Del segundo informe no sé nada. No ha traslucido. El copyright supongo que corresponde al autor, aun cuando hubiera estado bien retribuido.

A mí, francamente, me importa un comino lo que el gobierno de Murcia piense de un servidor. Sin embargo, que hasta ahora, que se sepa, ni siquiera haya dicho ni pío al desafío que en buena y debida forma les lancé hace dos o tres semanas puede obedecer a una creencia basada en alguno de los siguientes fundamentos:

  • Tenemos razón. No nos la quitará nadie.
  • Viñas es un historiador indigente y no hay que hacerle el menor caso
  • Si respondemos, a lo mejor tiene algún cartucho de recambio y nos hace la pascua.

Puede haber otras explicaciones.  Alguien tendrá que explicar por qué no se publica el informe de un “brillante” historiador que, al parecer, ha demolido (supongo que con gran acopio documental) mis tesis sobre don Juan de la Cierva. ¿De dónde las habrá sacado? Misterio.

La más interesante, desde mi punto de vista, es la primera hipótesis, porque entronca con la batalla que, según se afirma por ciertos terminales mediáticos, la izquierda española en general, y servidor en este caso concreto, están llevando a cabo con el fin de distorsionar la HISTORIAAAAA y ganar hoy la guerra que perdieron (por su propia perversidad) en los campos de batalla hace más de ochenta años.

Como quien esto escribe es algo lento de mollera y considera que el pasado ya no existe, entender la sucesión de hechos que ocurrieron en él y preguntarse por qué, me ha llevado muchos años, mucho esfuerzo, mucho dinero y muchos quebraderos de cabeza. No soy como Stanley G. Payne, a quien últimamente cito con frecuencia porque desde que era un jovencísimo profesor ya sabía lo que tenía que saber para escribir más o menos el mismo libro por lo menos una docena de veces. Desde luego sin preocuparse de haber pisado un solo miserable archivo (salvo el de la FNFF, aunque con escaso éxito).

Lo que hoy creo haber documentado me ha supuesto la friolera de cerca de treinta años, la visita a más o menos cuarenta archivos (estatales, subestatales, públicos y privados) en media docena de países y hacerme con una biblioteca particular de varios millares de libros. ¿Resultado? En ese pasado que ya no existe, las cosas no fueron como nos las contaron los historiadores franquistas y como, con algunas mejoras en cuanto a presentación se refiere, han seguido repitiendo sus epígonos, muy vehiculados por la FNFF.

Que en la dictadura hubiese una interpretación básica y única posible era comprensible. El, para algunos, glorioso régimen de Franco mantuvo una censura prácticamente de guerra hasta la Ley 14/1966, de 18 de marzo. No fue precisamente una disposición que abriera las compuertas a lo que ya se había escrito en el extranjero Eso sí, permitió a una serie de autores afines a la dictadura que actualizasen mínimamente algunos (no demasiados) de los mitos en que se sustentaban los cuentos tradicionales.

Para comprender el amplio abanico tradicional sigue siendo una obra absolutamente imprescindible la de Herbert R. Southworth, El mito de la Cruzada de Franco, que dio a conocer Ruedo Ibérico en París. Dicen los enterados que al berrinche que se cogió el nunca olvidado profesor Manuel Fraga Iribarne (un genio entre los numerosos genios que florecieron durante la dictadura) siguió la creación en su Ministerio de (Des)información y Turismo de una unidad especializada en preparar la contraofensiva, quizá con la idea de reeditar antiguas glorias imperiales a lo Carlos I o Felipe II.

La  encargó al aspirante Ricardo de la Cierva, técnico de Información y Turismo, que ya en su primera obra sobre la política española en este sector había derramado abundantísima baba en su dedicatoria a un invicto general: es decir, al personaje impoluto e inmaculado que llevó a los Ejércitos Nacionales a la victoria sobre el enemigo. Pásmense los lectores: el anarquismo, el socialismo, el comunismo, el liberalismo, la masonería y un montón de ideas nefastas no, nefastísimas, que se habían desarrollado a partir de los principios de la Reforma, la Ilustración, la Revolución francesa y, ¡cómo no!, la soviética. ¡Abajo, pues, los siglos XVIII y XIX! ¡Vuélvase a la España imperial de la contrarreforma!

Por mi parte, he llegado a ciertas conclusiones operativas que he apoyado (ya sé que hay quien dice que eso de los documentos es algo decimonónico, positivista, absurdo) lo mejor que he podido. Eso sí, siempre abierto a que se me demuestre que los he interpretado mal (algo que inevitablemente ocurre a quien, por desgracia, no goza de los privilegios de la presciencia ni de la infalibilidad, en los que tanto abundan otros).

Este tipo de relato, basado en un conjunto de documentos de los que se encuentran huellas en los archivos que poco a poco han ido desclasificándose, parece como si estuviera escrito en chino a los historiadores del tipo Payne. ¿Dónde figura el menor reflejo en el libro que ha escrito y reescrito -con gran éxito- tantas veces?  

¿Es su pasado igual al que servidor describe? No. ¿Es el pasado que ahora quiere “recuperar” una futura Asociación Nacional de Víctimas del Frente Popular? No. ¿Es el pasado que enciende las pupilas de los historiadores de VOX? No. ¿Es el pasado al que se refirió, en presencia de Don Pablo Casado, callado como un muerto, uno de los exfundadores de tal partido hace poco? No. ¿Es el pasado que hace titilar las papillas gustativas de los políticos del PP murcianos? No.

Todos nos hacemos representaciones del pasado, pero unos las documentan en su origen, evolución y afloramiento. Otros, no. Es decir, por un lado, hay historia (no tanto de derechas o de izquierdas, sino documentada o no) y, por otro, camelos. El más importante del pasado español en el siglo XX es el origen de la guerra civil.

Dado que su responsabilidad activa recae en un sector de las derechas, es hasta punto lógico que quieran apartar de sí ese cáliz de amargura. No hubiera habido guerra, claro, si la República hubiese cortado la subversión. No lo hizo. Se redimió como pudo. No dejando caer las armas y tratando de compatibilizar revolución y guerra o guerra y revolución. Por supuesto que ni en marzo, ni en abril, ni en mayo, ni en junio de 1936 se esperaba una. La revolución fue una de las consecuencias del golpe semifallido y semiexitoso. La dictadura de Franco también.

Esto es lo que hay que desfigurar hoy, al igual que se desfiguró desde 1936, porque como bien dijo Orwell quien controla el presente, controla el pasado y quien controla el pasado controla el futuro. Así, que ojo al futuro. ¿No ha dicho el señor Casado que cuando llegue al poder, supongo que con la ayuda de VOX, eliminará todas las leyes aprobadas en la presente legislatura por la izquierda? Y, entre ellas, la todavía no nacida Ley de Memoria Democrática.

Por supuesto, en una democracia no demasiado combativa como la española, pero tampoco peor que otras que nos circundan, corresponderá a la ciudadanía elegir a sus gobernantes con los ojos bien abiertos. En recuerdo de sus antepasados y con la mirada puesta en la futura educación de sus hijos y nietos. Desde luego hay que reconocer al señor Casado un mérito: quien avisa no es traidor.  

En otros países acosados en su tiempo por los fascismos, dado que la suerte de las armas les fue adversa, se tomaron medidas precautorias. También en la República Federal de Alemania. El PP, que tanto alardea de su amistad y connivencia con la CDU/CSU, debiera tomar nota de que con los dineros públicos se subvenciona desde hace muchísimos años una Bundeszentrale für politische Bildung, con el fin de fortalecer el sistema democrático a través de la difusión de material destinado a popularizar conceptos elementales de la democracia plural y de las diversas opciones políticas en escena. ¿Sería pensable algo así bajo un Gobierno del PP? Solo hay que recordar el “pollo” que montó contra una inocua asignatura denominada “Educación para la ciudadanía”. Lógico. No quiere ciudadanos. Prefiere adictos y, a ser posible, que sigan meciéndose en la cuna en la que anidan los consabidos huevos de la serpiente.  

UN FRANQUISMO, ¿IMPERECEDERO?, QUE SIGUE MINTIENDO (y II)

5 octubre, 2021 at 8:30 am

Ángel Viñas

En plan de desafíos reconozco seguir deseando que algún historiador franquista, postfranquista o neofranquista, español o extranjero, exhiba alguna maldita vez documentación de época a la que ni muchos otros historiadores ni servidor hemos podido nunca acceder. Cabría mencionar, a título de meros ejemplos, papeles de Franco, Mola, Cabanellas, Orgaz, Goded, Calvo Sotelo, Goicoechea, Galarza, etc entre muchos otros. Es decir, teóricamente debería existir la posibilidad, hasta hoy no materializada, que se demuestre con documentos en la mano que mis tesis, y las de otros autores a quienes yo siempre cito, son inexactas o que necesitan importantes correctivos. Incluso hasta el punto de invalidarlas. No hay historia definitiva porque toda historia es, por definición, de un pasado que no existe ya. Nos guiamos por representaciones y una de las diferencias que existen entre unas y otras representaciones es el mayor o menor anclaje en evidencias. Ya lo sabían los clásicos, aunque lo expresaban de otra forma.

También habría que confirmar que las tesis expuestas de manera no ya oficial, sino oficiliasíma, por el Estado Mayor Central del Ejército de Tierra en 1945, y que contaron documentalmente con el visto bueno y la complacencia de SEJE, en verdad están espaldadas, o no,  por tales documentos todavía desconocidos.

Bien sé que de los mencionados golpistas es posible que no se hayan conservado papeles (me han dicho, por ejemplo, que el general Aranda quemó los suyos en los años cuarenta por temor a la ira del todopoderoso Caudillo que le persiguió con su encono), pero ¿no subsistirán los de Alfonso XIII y de su hijo, Don Juan de Borbón, que estaban fuera de España?

Aquí la Corona quizá pudiera, en mi modestísima opinión, contribuir en algo porque, se quiera o no se quiera, el bisabuelo y probablemente el abuelo de S. M. el Rey estuvieron implicados en la dinámica del golpe, preparada con la ayuda extranjera. Cosa que sigue siendo escamoteada cuidadosamente. No hace falta sino darse un paseo por youtube y ver y escuchar a doctos comentaristas cómo presentan los avances en los preparativos de la sublevación a después de las elecciones de febrero de 1936. Para llorar.

A Alfonso XIII, en particular, lo de plegarse a la voluntad soberana de los españoles (abril de 1931) no le duró mucho. Al año siguiente ya había empezado a hacer pachas con los conspiradores. Lo afirmó un monárquico superconvencido, aunque algo mentirosillo, como fue Juan Antonio Ansaldo ya en el exilio a principios de los años cincuenta. Es decir, ha llovido desde entonces, aunque los comentaristas en la prensa de derechas todavía no se han enterado. Los pobres no se han puesto todavía al día. Con todo, y en descargo de Su decaída Majestad, hay que recordar que la República le desposeyó de todos los bienes que pudo y, claro, en cuanto se toca a las “pelas” se aviva el patriotismo y todos los demás sentimientos con él conexos. Suele ocurrir de manera fulgurante.

En lo que se refiere a las víctimas del Frente Popular (hacia las cuales, solícita, se inclina la todavía nonata ANVFP, habría que diferenciar dos períodos. El que discurre entre los meses de febrero a mitad de julio y el que se inicia con el hundimiento de una gran parte del aparato coactivo del Gobierno, que no había sabido o podido atajar un tipo novedoso de conspiración (atajó otras, como la Sanjurjada, las algaradas anarquistas y el octubre asturiano). Y ello a pesar de que había empezado a forjarse allá por el año 1932, siempre contando con la posibilidad de la ayuda fascista.

Dos estimados colegas, Rafael Cruz y Eduardo González Calleja, han dedicado varias obras a pasar en revista el número y, en lo posible, la identidad ideológica de las víctimas mortales de la primavera de 1936. También en muchos casos sus circunstancias. Son trabajos fundamentales, no solo por su basamento teórico sino también por su carácter empírico. En este blog he mencionado sus estudios repetidas veces. Es más, el segundo de los autores, en su libro CIFRAS CRUENTAS, ha hecho un recorrido por todas las quiebras del orden público desde que se estableció la República hasta el 17 de julio de 1936. Todavía no he visto que ningún historiador, español o incluso extranjero, de los que quizá acudirán a enrolarse bajo el lema de la futura ANVFP (pendiente al parecer del permiso del Ministerio del Interior) y cuyo lema me suena (como supongo que a muchos) algo familiar (“Caídos por Dios y por España, ¡Presentes!”), a tenor de lo publicado por LA RAZÓN, haya escrito algo parecido.

También pienso que que a muchos nos agradaría conocer cuáles son las credenciales académicas o investigadoras de las personas que se han situado detrás de la iniciativa y que hayan aclarado tales sucesos con la misma combinación de teoría y empiria y no solo repitiendo como papagayos la propaganda de los sublevados y sus sucesores desde 1936 a 1975. Todos estuvieron muy interesados en justificar los desmanes que cometieron quienes se sublevaron con las armas y que quisieron evitar por todos los medios no pasar al futuro como lo que fueron (el sustantivo y/o el calificativo oportuno los dejo a la imaginación de los amables lectores).

Personalmente me he esforzado en documentar la tesis que a los conspiradores civiles y militares (cogiditos de la mano) les interesaba sumamente crear la sensación de que en España existía un estado de necesidad. (No he sido el primero, me apresuro a señalarlo, en haberla lanzado). Es un tema importante porque propugnaban como imprescindible la intervención del Ejército para restaurar el orden. No se sublevaban las guarniciones así como así. Los lectores de mi generación quizá recordarán la agitación discursiva que precedió al 23-F y los artículos incendiarios del inolvidable colectivo “Los Almendros” en las sugestivas páginas de El Alcázar de la época.  Al fin y al cabo no han pasado tantos años.

Pues bien, aquellas y multiplicadas acusaciones durante la primavera de 1936 fueron las que se utilizaron para traducir a la práctica la afirmación que Don Antonio Goicoechea había hecho a Mussolini, a la hora de pedirle “pelas”, en octubre de 1935, por segunda o tercera vez (hubo más): si las izquierdas llegan de nuevo al poder, aunque sea por medios legales, nosotros nos sublevaremos. Y desafío, desde aquí, a todos y a cada uno de los promotores de la ANVFP a que lo desmientan con documentos en la mano a los que, quizá, tengan acceso, .O si no ellos, tal vez los benefactores de la FNFF.  

No iban a hacer la sublevación, claro está, los cuatro gatos de Renovación Española. La harían  las guarniciones trabajadas por la UME, por los incendiarios discursos de Calvo Sotelo y de Gil Robles (cada cual para demostrar quién era más tronitruante), por las noticias que publicaban los periódicos de derechas y de extrema derecha (inolvidables el ABC y La Nación, pero también El Debate, que todavía no ha sido puesto en línea*) y por las provocaciones a las izquierdas obreras (que no estaban representadas en los gobiernos republicanos de la primavera de 1936) y que, naturalmente, cayeron en la trampa que se les tendía.

Sobre las afirmaciones 5ª a 7ª que reprodujo LA RAZÓN no hay nada más que ver la continuación de las exhumaciones de las “fosas del olvido”, la crispación que agita a las derechas y la inmensa literatura que ha aparecido sobre el trato que solían dar los vencedores a sus enemigos. En este blog ya lancé un guantelete hace unos años a un alto cargo de la FNFF para restregarle las estadísticas que, en el caso de Navarra, por ejemplo, recopiló y analizó Fernando Mikelarena. Hay muchísimas más.  

Confío en que el año que viene los promotores de la iniciativa que ha desvelado LA RAZÓN así como los directivos y socios de la FNFF tendrán la oportunidad de leer (y tratar incluso de refutar) el ensayo que Francisco Espinosa (autor de obras de referencia sobre la barbarie de los sublevados), Guillermo Portilla y servidor hemos escrito sobre la “teología”, la “filosofía”, la “lógica” y la “justificación” de la represión franquista desde julio de 1936 en adelante.

Hemos utilizado eso de lo que ciertos historiadores de la derecha y más aún de la extrema derecha huyen como dicen que el diablo reacciona ante el agua bendita: la evidencia primaria relevante de época, debidamente contextualizada y analizada. Por cierto,  emanada de la experiencia propia y de la máquina de escribir de un futuro general de División que sabía mucho de lo que había ocurrido porque también había participado en ello desde el principio e incluso lo había “teorizado”.

Por supuesto, no me corresponde sustituir la mejor opinión que a los juristas del Ministerio del Interior y a las instancias adicionales competentes pueda merecerles la eventual legalización de la ANVFP. Si lo hicieran me parecería, desde luego, un insulto a la Historia y a la verdad demostrada y documentada por evidencias documentales, arqueológicas y forenses. En lo que se refiere a la primera los eventuales socios de la misma y sus apoyos mediáticos pueden, en todo momento, recurrir a los miles y miles de legajos en que se depositan los frutos del esfuerzo realizado por los vencedores en su Causa General, hoy abiertos al público en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. Y luego dar a conocer sus resultados, con las referencias precisas e inequívocas, porque en estos temas suelen dar gato por liebre.

La dictadura solo osó publicar un Avance de su magna investigación y no se atrevió a más. Profundizar en ella sería, en cierta medida, lógico, aunque responda a una argumentación espuria. Sus  partidarios y descendientes podrían así continuar la tarea que Franco y sus acólitos no se atrevieron a seguir realizando.  Pero reconozcamos que lo intentarían con casi setenta años de retraso. Ni siquiera el profesor Manuel Fraga Iribarne, en su época de ministro de (Des)información, y que sigue siendo tan idolizado por los políticos del PP, osó abrir las puertas a la caja de los truenos.

En tal sentido, ¡bienvenida sea la Ley de Memoria Democrática!. La que resulte de los debates en el Parlamento. ¿Por qué no seguir el trato que los cristianodemócratas alemanes  (a los que el PP dice que se siente tan próximo) han dado a la propaganda en favor de Hitler y de sus secuaces? No hay que inventar la rueda, como si fueran mexicas sobrevenidos. Ya se la conoce.

  • De forma inexplicable. ¿Se molestaría la Jerarquía católica española? ¿Se habrán ejercido presiones al respecto? El Debate fue, después de ABC, uno de los órganos de expresión más característico e influyente de las derechas de la época. ¿Por qué quitar el placer de leerlo en línea a sus sucesores? Al fin y al cabo, las izquierdas pueden solazarse leyendo El Socialista o Mundo Obrero o la prensa anarcosindicalista sin tener que ir a las hemerotecas. Digitalizar El Debate no debería de suscitar oposición ni en las derechas ni en las izquierdas.

FIN