UNA PUGNA CONTRA LA DISTORSIÓN: INVESTIGANDO EL PASADO (y XIV)

13 julio, 2021 at 8:30 am

EL GENERAL DE DIVISIÓN DÁVILA ÁLVAREZ  Y SUS CUENTOS SOBRE LA

DESTRUCCIÓN DE GERNIKA

Ángel Viñas

En los tres posts anteriores he comentado algunas de las tesis del señor general de División. Creo que en lo que he leído no dice apenas nada interesante, salvo la descripción de la actuación de su distinguido abuelo en la unión de la dirección política del bando sublevado con la suprema jefatura militar. Algo limitado, a pesar de que lo haya, lógicamente, inflado todo lo posible.  Contiene notables errores (no merece la pena hacer el inventario), inmensas lagunas y una representación del pasado que no concuerda con la que se desprende de las evidencias primarias ya estudiadas por numerosos historiadores. Sin embargo, al llegar al capítulo 38 (“Vizcaya”: pp. 253-260) he terminado por aburrirme y no he podido, a pesar de mi mejor voluntad, tomármelo en serio. No he seguido leyendo. Esto no significa que no hubiese tenido que decir más cosas. Significa que tras la primera mitad de su obra prefiero pasar página y dedicarme a otros libros  mucho más interesantes por leer.  

POR FIN, EXCLAMARÁN MUCHOS. ¡MENUDO ROLLO QUE NOS HA ENDILGADO EL PROFESOR VIÑAS!  

Es verdad, me disculpo. Hay que utilizar un pelín de ironía o una gruesa dosis de sarcasmo, según los gustos, para deglutir la sopa boba que algunos “historiadores” sirven. Pero se los lee, hacen caja y tranquilizan a los que necesitan ser tranquilizados frente a los “despropósitos” de las “hordas rojas” que siguen su marcha triunfal conquistando, para la KGB  decía Ricardo de la Cierva, los puestos y las cátedras de la Universidad.

Lamento, pues, comenzar en tonos negativos, muy negativos. Sobre la campaña de Vizcaya la literatura es inmensa. El general de División Dávila Álvarez, como militar profesional, podría haber hecho varias cosas: resumir los rasgos fundamentales de su planificación y desarrollo; enriquecerlos con comentarios más o menos profundos derivados de su propia experiencia e incluso con el análisis de los estudios técnicos e históricos que sobre la campaña haya efectuado o se hayan efectuado. Ofrecer, quizá, alguna interpretación o por lo menos dar a sus lectores insights que no están al alcance de quienes no somos militares.  

Él, sin embargo, ha optado de nuevo por la vía más fácil y menos seria posible: la de inventarse diálogos (pp. 253s). Este procedimiento devalúa radicalmente su tratamiento. A no ser que escriba para las masas populares, dispuestas a tributar un rendido homenaje a su audacia por salirse de los senderos por los que suelen transitar los historiadores. Ciertamente, se cubre las espaldas: “no vamos a recoger lo mucho escrito sobre el bombardeo de Guernica. Solo añadir lo recogido de las conversaciones mantenidas esos días entre el general Mola y el general Solchaga, que pueden esclarecer los hechos”. ¡Ja, ja, ja! Pero ya afirmo que si aquellas conversaciones tuvieron lugar con la orientación que él señala, Mola y Solchaga mintieron como bellacos y el señor general Dávila Álvarez es incapaz de detectarlo.

Señalado esto con la adecuada contundencia, tengo que recordar al señor consultor del Münchner Neueste Nachrichten que si le agradan las fuentes nacionalsocialistas las hay, con gran diferencia y valga la antonimia, muchísimo mejores.  De haberlas examinado hubiese evitado desempeñar el poco grato papel que ha elegido incluso en su “patriótico” esfuerzo para excluir en todo lo posible el vector Tercer Reich en el origen de la campaña del Norte.  Que ya es.

Me parece obvio, si bien puedo equivocarme, que la noción de que una de las campañas estratégicas y, según nuestro autor, más importantes de la guerra civil, tuviera en su concepción y lanzamiento un componente nazi sigue sin ser bien visto en algunos círculos. Si el señor  general no ha encontrado muestra de ello en los papeles de su abuelo quizá sea porque no los conservó. Pero para eso están otras fuentes primarias, cuya búsqueda es siempre labor primigenia de todo historiador que se precie. Sugiero, pues, que para la próxima edición de su magna obra eche un vistazo al estudio Die Kämpfe im Norden (DKN), muy conocido de los especialistas, y favorezca a sus lectores con una exposición de sus, sin duda, críticas  observaciones. De nuevo observo que si bien menciona en la bibliografía una obra de un notable historiador militar alemán, Klaus A. Maier, el uso que hace de ella es igual a cero.

Aquel relato oficial, de unos militares de quienes tal vez los gloriosos combatientes franquistas no tenían nada que aprender tras sus exitosas campañas contra las kabilas, sin duda más importantes que los cuatro grandes frentes de la primera guerra mundial, empieza afirmando que “el fracaso de los ataques de los nacionales contra Madrid y la ofensiva de Guadalajara en febrero y marzo de 1937 obligaron a adoptar nuevas decisiones operativas. Había que intentar compensar los indeseados efectos políticos de tales tortazos, mediante actuaciones en otros frentes y evitar que la iniciativa pasara al enemigo. En este sentido el comandante en jefe de la Legión Cóndor, general Sperrle, insistió cerca del Generalísimo para que se tomara una decisión”.

DKN se hizo eco, obviamente, de las presiones del nunca suficientemente denostado general Mola con sus notables ínfulas de carnicero del “rojerío” de la época. Las aplicó durante meses para obtener más recursos con los que reforzar sus brigadas con aviación y con artillería para  avanzar rápidamente hacia Bilbao. Quizá tuvo en cuenta que desde diciembre de 1936 o enero de 1937 los alemanes habían empezado a pensar en una ofensiva en el Norte. El Mola destructor (“hay que arrasar Euskadi”)  no les anduvo a la zaga. Sus concepciones militares las reflejó en un proyecto de fecha  26 de enero. Antes del 9 de febrero, Solchaga había preparado un boceto de plan de operaciones.

Sperrle no pensaba que la suerte de la guerra pudiera decidirse rápidamente en el Norte, pero sí que favorecería la superioridad moral y material franquista y la recuperación del prestigio de las armas “nacionales”. He aquí un tema en el que hubiera debido brillar la capacidad analítica de nuestro autor, caso de haberlo abordado. Además, existía el aliciente nada desedeñable de las reservas mineras y fabriles de Vizcaya. Franco,  genio estratégico por excelencia, fue difícil de convencer. Hasta el 20 de marzo no dio luz verde.

Entonces el jefe de EM de la Cóndor, coronel Wolfram von Richthofen, empezó a discutir detalles y detallitos en permanente contacto con el coronel Juan Vigón. En DKN quedan claras dos cuestiones: una, la primacía de Franco, que absolutamente nadie discutió. Otra, la necesidad de poner en práctica una estrecha coordinación operativa y táctica entre las fuerzas españolas, alemanas e italianas. Se mantuvo, con pleno conocimiento de todos los escalones de mando implicados. Iban desde la jefatura inmediata de las unidades de tierra, pasaban por Vigón y Mola y llegaban hasta Kindelán y Franco. Subsistían plenamente el 26 de abril de 1937, cuando Gernika fue destrozada por la aviación nazi-fascista.

La inmensa repercusión internacional, examinada por autores que van desde el Dr. Herbert R. Southworth al teniente coronel Maier, la profesora Stefanie Schüler Springorum, el profesor Xabier Irujo y, modestia aparte, un servidor, con las aportaciones de Raymond L. Proctor y Robert H. Whealey, entre muchos otros, han dejado en cueros vivos la interpretación del general Jesús Salas a quien sorprendentemente su compañero ni menciona. Servidor no es capaz de tal menosprecio, porque ya se sabe que no hay mayor desprecio que el no hacer aprecio.

Ha costado mucho sudor y mucha tinta aclarar lo que pasó antes, en aquel día y después, pero ahora llega el general de División Dávila Álvarez y afirma que el arrasador de Vizcaya que fue Mola habría advertido a Solchaga y a Vigón como sigue:  “tengan ustedes mucho cuidado con Guernica, que no entren ni moros ni soldados; la sala de Juntas que la ocupen fuerzas de requetés, vizcaínos a poder ser ” (p. 257). También lo comunicó a la Aviación. Innecesario es decir que no aduce la menor prueba ni de una cosa ni de la otra.  El distinguido general parece referirse al 27 de abril, es decir, a toro pasado porque Gernika había sido destruída la víspera. Lo achaco a una sintaxis defectuosa. Yo, personalmente, me estremezco ante la idea de que Mola pudiera ser tan correcto después de haber dicho (lo recogería von Richthofen) que convendría ruralizar Vizcaya.

Eso sí, también cita nuestro estimado general de unas desconocidas memorias de Solchaga una frase que me deja algo más que boquiabierto: “todos tenemos un disgusto grande con la destrucción de Gernica; no conducía a nada más que ayudar a la propaganda roja”.  De su propia cosecha añade el nieto del futuro sucesor de Mola que este  “mostraba su gran contrariedad. Estos italianos han venido a ayudarnos, pero ¡cuántos disgustos nos dan!”. Camelo trumpiano avant la lettre, aunque el general de División Dávila Álvarez añade que “le explican que ha sido la aviación (italiana y alemana) que sin orden la han bombardeado”. Pobre Mola, pero más pobre es históricamente que todo un señor general lo presente como engañado de los alemanes e italianos, es decir, de unos TRAIDORES.

Es para hacer llorar de indignación la idea de que un militar de altísimo grado y cargado de condecoraciones implique hoy que Mola no se había enterado todavía de los, para la época, sofisticados mecanismos de comunicaciones y de transmisión de órdenes con la aviación nazi que sus tropas habían puesto a punto antes de la campaña y perfeccionado durante las tres primeras semanas. Denuncio, pues, lo que a todas luces es una incapacidad absoluta de reflexionar sobre el acontecimiento, precedido como lo que fue toda una innovación en aquella guerra y resultado de estudios muy avanzados en el Tercer Reich en busca de una Luftwaffe lo más potente posible de cara a la próxima guerra.

El 29 de abril los franquistas entraron en Gernika. El general Dávila Álvarez parece que cita a Mola como sigue: “He hecho el ridículo. Nos han engañado. Ustedes son testigos de mi orden. Ya se pueden marchar a su casa, no sirven más que para darnos disgustos”. ¿Ha consultado algún papel en el que mínimamente algo de esto aparezca? Que nos lo dé a conocer, por favor, pero ante tamaño disparate hay que preguntarse para quién escribe tan distinguido militar.

Además, insiste: al entrar las tropas “nacionales”  los supervivientes les comentan “que después del bombardeo quedaban casi todos los edificios en pie, posteriormente empezaron los incendios y oyeron muchas explosiones. Indudablemente (…) fueron incendiando y robando, como en Irún, los propios rojos”.

Ni siquiera la más estúpida y grotesca propaganda franquista de la época, debidamente orquestada desde el Cuartel General hasta el último mono, llegó, con perdón, a tamaños dislates. Produce una inevitable sensación de vergüenza tener que leerlos. Tan distinguido militar metido a historiador sigue al pie de la letra la desintoxicación que ya propagó otro de los destructores, el coronel Juan Vigón, estrechamente conchabado con el mando nazi, y que dio a conocer el mitómano por excelencia que fue Félix Maiz. Claro que no llega a lo que, al parecer, dijo Vigón, a saber, que el escándalo había sido promovido por Moscú, de la mano de Vidali, a través de un grupo de dinamitardis (sic).

¿Y el resultado? Para nota (p. 258): “La 4ª Brigada ocupa Guernica, que es un montón de escombros. Hablan con los supervivientes, que coinciden en que después dl bombardeo quedaban casi todos los edificios en pie, posteriormente empezaron los incendios y se oyeron muchas explosiones. Indudablemente, comentan, fueron incendiando y robando, como en Irún, los propios rojos”.

Recomendación, pues, a los lectores de este blog: No se fíen en modo alguno del general de División Dávila Álvarez como historiador y ojeen  cualquiera de los siguientes libros:

Herbert R. Southworth: La destrucción de Gernika. Periodismo, diplomacia, propaganda e historia, Edición de Comares, Granada, 2013, con un prefacio y un epílogo de servidor “El fallido intento de exonerar al alto mando franquista. La agónica metodología de un general de división en el Ejército del Aire”.

Stefanie Schüler-Springorum: Krieg und Fliegen. Die Legion Condor im spanischen Bürgerkrieg, Schöningh, Paderborn, 2010 (la versión en castellano La guerra como aventura. La Legión Cóndor en la guerra civil española, Alianza, Madrid, 2014, está abreviada con autorización de la autora.

Xabier Irujo:  Gernika. 26 de abril de 1937, Crítica, Barcelona, 2017.

Pero si quieren tener una idea global y rápida sobre los camelos que, por lo que vemos  siguen circulando bajo el manto de la autoridad técnica de un general de División español, el libro a leer es también de Xabier Irujo, La verdad alternativa. 30 mentiras sobre el bombardeo de Gernika, Txertoa, San Sebastián, 2017.

Es más, si desean sumergirse en los abrevaderos de la historiografía franquista, echen por favor  un vistazo a la errada, pero interesante, obra del general de División en el Ejército del Aire Jesús Salas Larrazábal: Guernica: el bombardeo. La historia frente al mito, Galland Books, Valladolid, 2012, que no es en modo alguno de pura broma como la que aquí comento.

Que yo sepa, todos los anteriores títulos están en el mercado, aunque evidentemente hay muchos más. Si ojean en mi blog, angelvinas.es, comprobarán que también he entrado en colisión en el tema de Gernika con algún que otro autor (quien, por cierto, da sopas con hondas al general Dávila Álvarez) en sendos posts de abril y mayo de 2015.

¿Significa lo antedicho que no hay nada válido en el libro que he comentado en los últimos posts?. Hay algunas cosas no conocidas o poco conocidas en lo que he leído. Pocas son interesantes. La mayoría no lo son en absoluto. Por ejemplo,  entre las primeras a servidor me  han llamado la atención las estadísticas de envíos de combustible por parte de la CEPSA desde Canarias a la península durante un par de meses iniciales. Ahora bien,  ¿extrae por ventura de ello el general de División Dávila Álvarez alguna consecuencia que no sea absolutamente pedestre? La respuesta es negativa. Tendré, pues, que volver al tema. Quizá en un libro futuro.

Una observación final. La bibliografía que dice el general haber manejado es amplia. Faltan títulos esenciales, pero cada uno elige lo que quiere. El problema es que, en lo que he leído de su libro, no parece que la haya consultado demasiado. Me recuerda ciertos trabajos escolares de un tipo con el que muchos estamos familiarizados. Abultar a todo coste e intentar engañar al “profe”.

 Es obvio que la “representación” que el autor tiene del período es algo más que muy objetable porque no refleja ni siquiera mínimamente la panoplia de representaciones ancladas en evidencias primarias de época.  En cualquier caso, no lamento haber desembolsado 27,90 euros más gastos de envío. Me han deparado el placer de ojear su magna obra. Me confirma en ciertas ideillas: las muchas estrellas y el mando durante tantos años nublan con frecuencia el entendimiento en lo que se refiere a aportar nuevos conocimientos en materia de guerra civil. Al contrario, lo que hacen es abrir la puerta a regresiones convenientemente disfrazadas y publicitadas por dóciles medios de comunicación. Son los que califican, como si fueran jurados del Michelín, con cinco estrellas obras como la presente que solo sirven para aumentar la confusión de ciertos lectores o fortalecerles en sus creencias a las que siguen adheridos con la fé del carbonero.  

Finalmente, me asombra que este tipo de libros pueda publicarlos una editorial seria sin proceder de antemano a un control de calidad mínimo. Aunque ya ocurrió algo similar con la obra magna sobre la guerra civil in totto, preliminares incluídos, de un profesor de una significada universidad privada. Así que quizá no hubiera debido asombrarme.

(FIN DE LA SERIE)

UNA PUGNA CONTRA LA DISTORSIÓN: INVESTIGANDO EL PASADO (XIII)

6 julio, 2021 at 8:30 am

OTRA REPRESENTACIÓN DE UN GENERAL DE DIVISIÓN, PERO

DESFIGURADA

Ángel Viñas

Con toda la razón el eminente general de División Don Rafael Dávila Álvarez ha rescatado de la oscuridad del pasado algunas cartas privadas que se cruzaron el general Luis Orgaz Yoldi y su señor abuelo. También ciertas notas que tomó  este último en torno al nombramiento del general Franco como Jefe del Estado naciente. La prensa, sin excepciones que servidor conozca, ha alabado tal descubrimiento como si no se hubiera sabido nada de lo ocurrido y la nueva aportación documental hubiese dejado todo meridianamente claro. ¿Hasta qué punto hay en tales cartas y notas aspectos que obliguen a una revisión sustancial de lo ya conocido? Es la pregunta del millón. ¿Cuán valiosa es una aportación historiográfica?

A riesgo de empezar a fatigar a los amables lectores, en este blog me siento obligado a hacer un comentario al respecto. El año pasado dediqué tres posts a la discusión correspondiente y en ellos pasé revista, con algunos datos adicionales, a las conocidas memorias del general Alfredo Kindelán, también monárquico de pro como lo fueron igualmente los generales Luis Orgaz y Fidel Dávila. Remito a los que se publicaron el 25 de febrero y el 3 de marzo. Pueden consultarse abriendo los enlaces correspondientes que figuran a la derecha de la página  (www.angelvinas.es).  

Desgraciada e incomprensiblemente el señor general Dávila Álvarez hace un recorrido imperfecto de las reuniones que se celebraron en Salamanca en aquel mes de septiembre de 1936. No se detiene en la primera, que tuvo lugar el día 21, y que fue sumamente importante. No por lo que dijese o hiciera su abuelo (sobre lo cual calla, quizá porque no se manifestara demasiado) sino por lo que tal reunión representó para Franco. El personaje central es, por supuesto, este último y no el abuelo. Como cualquier lector fácilmente coprenderá para abordar la cuestión conviene salir de los papeles que nuestro estimado autor ha conservado como oro en paño.

De entre tales papeles, y para ser justos y exactos, lo único que aporta es una carta de Orgaz a su compañero Dávila remitida desde Marruecos al día siguiente de la reunión. En ella Orgaz (que había estado conspirando con Franco desde el mes de abril, cuando lo trasladaron a Las Palmas de Gran Canaria, y gestionaba una común red de contactos en esta última isla en la que se preparaban el asesinato del general Balmes y la sublevación) se pronunció rotundamente a favor del mando único. Lo subrayó de cara a abordar el problema principal que tenían los sublevados que no era, ni más ni menos, que la toma de Madrid. Lo que el general Dávila Álvarez nos proporciona ahora respecto a las consecuencias de aquella reunión es la respuesta de su abuelo. En ella, sin desconocer las ventajas del mando único, recalcó que “la diversidad de objetivos” exigía “esfuerzos independientes y por ende aconsejan adecuadas autonomías” (pp. 183s). Lamentablemente el nieto, en su condición de historiador, no hace ningún comentario y nos quedamos sin saber qué idea le suscita, incluso como militar, tal intercambio epistolar. Yo prefiero silenciar lo que de ello pienso pero recuerdo que, como bien recogió Serrat en sus memorias, no destinadas a la publicación, eran muchos los que creían que, de caer Madrid, la guerra hubiese concluído rápidamente. La cuestión, que todo alevín de historiador se plantearía, es: ¿qué pensaba Franco?

Ignora nuestro estimado general, porque no parece haber leído la literatura que ha ido explorando bien que mal el tema en base a otras evidencias primarias, un aspecto fundamental: Franco ya se consideraba como futuro ganador de la partida. Algo nada desestimable porque cabe imaginar que sus razones tendría. El general, repito, no dice nada al respecto. Quizá no lo ha pensado. Servidor, que no es militar, se ha aventurado a hacerlo. Claro que para ello hay que buscar EPRE en el amplio mundo.

Franco lo había indicado, bien  la víspera o al día siguiente de la reunión, en Sevilla,  al cónsul general de Italia en Tánger. Este caballero, fascista de pro, se había desplazado para hablar con él siguiendo instrucciones muy explícitas del gobierno de Roma. Fueron, por lo demás, extremadamente interesantes y, en mi modesta opinión, históricamente muy relevantes.

La duda en cuanto a la fecha se debe a que los servicios de interceptación británicos calcularon que la entrevista tuvo lugar el día 20, habida cuenta de los movimientos del cazatorpederos que remontó el Guadalquivir y que habían rastreado. En la conversación misma con el cónsul general Franco se refirió a que sus “ministros” estaban de acuerdo con él. Esto podría sugerir que la reunión pudo haberse celebrado el 22. En cualquier caso, Queipo de Llano supo de ella o incluso estuvo presente (el texto en italiano no permite dilucidar con claridad la cuestión).

Como no se trata de ponerme plumas no me refiero a mis análisis, que al señor general evidentemente le importan un pepino, pero sí subrayaré la conveniencia de que tal vez no le habría venido mal echar un vistazo a los Documenti Diplomatici Italiani, octava serie, volumen V, documento nº 97. Está en la red y se puede descargar en cualquier ordenador.

En lo que no hay demasiadas dudas es que Franco consideraba que tenía todas las posibilidades de hacerse con el mando único y con la dirección política de lo que más tarde empezó a denominarse “Glorioso Movimiento Nacional” (GMN). La referencia a “sus” ministros no permite, en mi modesta opinión, una interpretación alternativa. ¿Dónde hay ministros? En un gobierno. ¿Quién tiene autoridad sobre ellos? Su presidente. Claro que no cabe eludir la posibilidad de que Franco fuera de farol (pero habría que documentarlo). El telegrama que recapituló la conversación lo envió el cónsul a Roma el 23 de septiembre.

Es decir ya antes o después de la primera reunión entre generales parece obvio que Franco salió superconvencido de que su “candidatura” triunfaría. En los dos supuestos que cabe considerar habló al cónsul como si ya fuera jefe del “gobierno” de los sublevados. Algo que no es nada desdeñable.

En las cuartillas del general Dávila Arrondo (escritas, por cierto, en una sintaxis penosa) y que ha publicado su nieto aparece subliminalmente el factor foráneo, al referirse a que la Junta de Defensa no estaba reconocida por ningún gobierno extranjero (aspecto que reflejaba nítidamente la realidad). Pero añadió: “por informaciones oficiosas que hasta nosotros habíanse deslizado, algunos de tales gobiernos deseaban desapareciese el cariz de pronunciamiento militar que significaba regir el país una junta de generales” (sic).

Si el general Fidel Dávila llegó a enterarse de que quienes “achuchaban” eran los italianos, no lo escribió (¿por pudor patriótico?). Lo cierto es que insistían y mucho. De aquí la misión del cónsul para con Franco. Me apresuro a señalar que no podía ser el gobierno nazi (ya que de ello no se ha encontrado, ¿todavía?, la menor indicación solvente). Sin embargo, en aquella época Mussolini y Ciano ya tenían un piano Spagna (otra cosa es que fuese narcisísticamente irrealista) y sus derivadas para la deseable era lo que tenía que comunicar al “pre-Duce”.

Años más tarde, según unas memorias desaparecidas en todo, o en esta parte, que escribió Queipo de Llano (al parecer sabía hacerlo sin rebuznar) el hermanito Nicolás y José Antonio Sangróniz (el diplomático que había entregado su pasaporte a Franco para que pudiera volar de Gran Canaria al Marruecos francés el 18 de julio) y que desde entonces le servía de factótum para cuestiones internacionales, se recogió que ambos caballeros empezaron a telefonear a los generales. Les hicieron saber que la ayuda de Alemania e Italia exigía como condición sine qua non el mando único. Así, pues, no tengo la impresión de que la resistencia que el verdugo de Sevilla pudiera oponer al correlato de la dirección política por parte de Franco fuese tremenda. Y no lo fue.

En qué medida el general Dávila Arrondo supo lo anterior no figura en las notas publicadas por su nieto, pero es improbable que no se diera cuenta de que cualquier oposición (él afirma que de Cabanellas y Queipo -¿jugando a dos barajas?- y otro general llamado Germán Gil Yuste) podría tener consecuencias desastrosas. De aquí se explica que pugnara por que se aceptara unir al mando militar el político. Como hicieron otros generales monárquicos, sin que servidor recuerde ahora muchas excepciones.

En definitiva, es muy de agradecer que el general Dávila Álvarez haya dado a conocer las notas de su abuelo (siempre serán EPRE) pero hay que analizarlas, como cualquier EPRE, y contextualizarlas. Por ello no hay que extraer la noción de que fue el general Dávila Arrondo quien arrumbó los obstáculos que se opusieron a la conjunción de la unidad de mando y la dirección política.

Que Franco no fue un mero espectador (algo que apareció en la película de Amenábar) podemos deducirlo de su comportamiento ante el cónsul general italiano. Todos los generales que pensaban que el GMN serviría para restaurar tarde o temprano la Monarquía sabían que no había alternativas. Mola no se opuso y ya se había puesto a las órdenes de Franco a finales de julio, como he demostrado en mi último libro y se enteraron de inmediato los republicanos. Nada hace pensar que aspirara al mando supremo. No lo había hecho durante la conspiración. Malamente podría querer encaramarse después. Incluso Sainz Rodríguez lo negó en sus memorias, aunque en ciertos temas hay que tomarlas con algún grano de sal.

El ilustre general Dávila Álvarez sugiere que la guerra comenzó realmente el 1º de octubre. Hay que someterse a una fuerte dosis de kif para aceptarlo. La contienda, tal y como estaba planteada en septiembre, tanto en sus aspectos internos como internacionales, ya la tenía perdida la República. Con un ejército en primerísima fase de formación,  cortada de los suministros que hubieran debido de haber emanado de los arsenales de las democracias (Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y luego del resto de las europeas) y con el aparato del Estado descoyuntado en los territorios a los que se extendía su capacidad normativa (y escasamente la coactiva), con un mando único en el plano político o sin él entre los sublevados el futuro no se le presentaba nada halagüeño.

Personajes tan dispares como el presidente de la República, Manuel Azaña, o el nuevo agregado militar francés y jefe en España del Deuxième Bureau, el teniente coronel Henri Morel, así lo advirtieron. Ciertamente el primero lo consignó a la privacidad de sus apuntes tras intercambiar opiniones con algunos políticos republicanos y socialistas. Unos le dieron razón. Otros, no. Pero la impresión quedó escrita en su testimonio de aquellos días.

¿También lo desconoce el general Dávila Álvarez quien toma a Azaña por el pito del sereno? Por su parte Morel no dudó en absoluto de que, con la ayuda de las potencias fascistas, los sublevados se alzarían con la victoria.

Ninguno tuvo en cuenta el nuevo factor que cambiaría el panorama interno e internacional: la ayuda soviética. Es notable que el general Dávila Álvarez se limite a escribir cuatro banalidades (soy generoso) al respecto. La literatura existente es ya notable. Los primeros barcos con material soviético (aparte de un envío de fortuna en el buque-cisterna Campeche) empezaron a llegar a los puertos del Mediterráneo a mitad de octubre. Más o menos cuando también comenzó a hacer acto de presencia la que llegó a ser 11ª Brigada Internacional.

La prensa extranjera llevaba semanas haciéndose eco de la posibilidad de una intervención soviética. Los diplomáticos nazis y fascistas adelantaban su llegada en telegramas a veces delirantes (adjetivo utilizable hoy: en su momento hacían bien en enviar a Berlín y a Roma los rumores que oían). Es de imaginar que aunque la Junta de Defensa fuera un organismo embrionario extremadamente kaki también supiera de las noticias de prensa que pululaban por el exterior. Incluso Franco había dicho al cónsul general italiano que quería acelerar la ofensiva antes de que entrase en acción la ayuda soviética y también porque no quería alargar las hostilidades ya que sus tropas carecían de ropa de invierno. ¡Muy previsor!

En este contexto no sé si hay que felicitar efusivamente al general Dávila Álvarez por citar (p. 243) como fuente digna de todo crédito al Münchner Neueste Nachrichten del 12 de noviembre de 1936 (yo no lo he leído, de aquí mis parabienes, ya que supongo que habrá ido a la fuente y que no lo habrá copiado sin más de alguno de los libros que dice haber manejado o quizá tomado de la traducción de los recortes de prensa que llegaran a la Junta Técnica del Estado, de la que su abuelo acababa de ser nombrado presidente). El caso es importante porque demuestra la capacidad analítica, o de émulo de Herodóto/Tucídides, de nuestro distinguido autor, tal y como ha afirmado otro no menos distinguido comentarista.

Sin embargo, para cualquier historiador genuino habría generado algún tipo de comentario la noticia de tal periódico:  el 12 de noviembre combatían “al servicio del gobierno rojo de Madrid” la friolera de 9.000 rusos, con otros 4.000 belgas y franceses y 300 ingleses. O que en la aviación había 120 aviadores rusos (pregunta al señor general: puesto que cita a Howson, ¿sabe cuántos aviones soviéticos ya habían arribado a puertos españoles?).  

Claro que el general Dávila Álvarez no ha creído oportuno informar a sus lectores (un despiste lo tiene cualquiera, también servidor) de que tal periódico habia pasado en diciembre de 1935 a manos de la editorial del partido nazi, Franz Eher Nachf. GmbH, que naturalmente lo puso al servicio inmediato de la dictadura hitleriana. Así, pues, una fuente muy fidedigna, aunque solo para cumplimentar los designios del maestro Goebbels.

Por lo demás, caso de haber acudido a alguno de los numerosos libros que han estudiado la presencia soviética en España, nuestro distinguido general se habría, quizá, enterado de que los asesores militares no pasaron de 600 en ningún momento amén de los 1.300 que combatieron directamente, de un total de entre 2.000 y 2.150 de todos los niveles (los datos los tiene en Rybalkin, p. 96)

En realidad, tan poco preciso general tampoco ha leído la obra, que cita en la bibliografía, de Skoutelsky. De haberlo hecho se habría dado cuenta de que en Madrid (“rompeolas de todas las Españas”) en aquella fecha de noviembre solo estaba la 11ª BI (unos 2.100 hombres armados de fusiles Remington, sin bayonetas, sin granadas, sin fusiles ametralladores, sin cascos, sin máscaras de gas y sin víveres de reserva) y que acababa de formarse a toda velocidad la 12ª BI con 1.600 voluntarios.

Ya no me detendré en la exposición que el distinguido general, vestido de historiador, hace de la ayuda soviética y, en particular, de la operación de venta del oro a Francia y a la URSS (cap. 34, pp. 219-225). Es una amalgama de datos desfigurados, expuestos sin ton ni son, deshauciados y, si se me permite la comparación, no daría para el aprobado en un examen de grado en cualquiera de sus cuatro cursos de hoy en día.  Los lectores pueden enterarse leyendo algunas obras que hayan tratado del tema.  

Eso sí, el general Dávila Álvarez (sin duda políglota) tiene la brillante idea de referirse a la obra de Rybalkin en ruso (p. 219) aunque lo cita mal e ignora que fue publicada en recio castellano en 2007.

Desde el punto de vista de análisis del pasado y de deshacer entuertos mi valoración es, de nuevo, que la “representación” que de él propaga tan distinguido  general de División es algo más que objetable porque no refleja ni siquiera mínimamente las  ancladas en evidencias primarias de época ni las analizadas por otros autores, que sí las utilizan.

(continuará)