Negrín y Cataluña (I)

28 noviembre, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

En la Biblioteca Central de la Universidad de Valencia se ha estado exhibiendo una exposición sobre la biblioteca particular que Juan Negrín conservó en París, ciudad en la que vivió de 1946 a 1956 tras su regreso de Londres. La selección de los libros que integran la exposición ha corrido a cargo del profesor Salvador Albiñana, que ha procurado representar en ella los múltiples intereses intelectuales del polifacético hombre de Estado. No es este el momento de abordar los significados de los libros representados, entre los que abundan varios de los publicados por la famosa Editorial España que Negrín fundó junto con Luis Araquistaín y Julio Álvarez del Vayo a finales de los años veinte. Sí quiero señalar que, para celebrar el cierre de la exposición, la Universidad de Valencia me  había invitado el pasado mes de mayo a dar una conferencia conmemorativa. Cumplí el encargo y elegí como tema de la misma la relación que Negrín tuvo con Cataluña durante la guerra civil. La conferencia se publicará, espero, en la red de la Universidad. Sin embargo, teniendo en cuenta que el contenido podría interesar tal vez a los amables lectores que me hacen el honor de seguir este blog, y el hecho de que el tema catalán haya ocupado un lugar central en la política y discusiones del presente, voy a tratar de ampliarla, siquiera sea un pelín, en este y en los próximos posts. Innecesario es señalar que tanto una como otros se aferran a la máxima que aspiro a poner en términos operativos de que la historia no se escribe con mitos. Ni para la derecha, ni para la izquierda. Todavía no he podido, ni querido, apearme del burro de que los valores de la Ilustración siguen teniendo vigencia, incluso en estos tiempos de mentiras, fake news y populismos baratos. En el presente post recordaré algunos rasgos de Juan Negrín que me parecen imprescindibles para comprender los siguientes.

El catedrático de Fisiología de la Universidad Central profesor Juan Negrín López empezó a entrar en la historia política de España con su afiliación al PSOE en abril de 1929. Confirmó su entrada, con letras algo mayores, cuando fue elegido diputado a las Cortes constituyentes por la circunscripción de Las Palmas en junio de 1931. Dio un salto cualitativo en 1936 al asumir en la guerra civil la cartera de Hacienda. Llegó a su cota más alta al convertirse en mayo de 1937 en presidente del Consejo de Ministros. Encarnó la legalidad republicana en el exilio hasta 1945, cuando una conspiración de corte palaciego le precipitó en el abismo. En 1946 fue expulsado del PSOE, con tres docenas de sus compañeros, en circunstancias poco claras. Murió en París, en el exilio, en 1956. En la casa en que habitó el Ayuntamiento parisino colocó una placa conmemorativa que refleja este hecho. El 4 de febrero de 2008 me correspondió el honor de presenciar el acto en compañía de su nieta Carmen Negrín, del embajador de España Francisco Villar, del presidente de la Fundación Juan Negrín de Las Palmas, José A. Medina y de Gabriel Jackson, entre muchos otros.

No ha habido político alguno en el siglo XX más denostado y vilipendiado que Negrín. Lo fue por compañeros de su propio partido. Lo fue por representantes de un amplio abanico de fuerzas políticas que abarcan desde franquistas y neofranquistas a anarcosindicalistas, desde ciertos sectores comunistas a los trotskistas o semitrotskistas. Desde liberales de pro a gentes e intelectuales sin partido. Es más, lo fue durante muchos, muchos años. Sin embargo, y tras un largo silencio, en julio de 2008, en el 37 Congreso Federal del PSOE, fue rehabilitado con todos los honores y readmitido a la militancia a título póstumo junto con los compañeros que con él fueron expulsados. Carmen Negrín recogió el carnet que así lo atestiguaba.

Los archivos que su nieta donó en parte, digitalizados, al Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca y en su totalidad, digitalizados y en papel a la Fundación que lleva el nombre del político canario a Las Palmas de Gran Canaria, constituyen una fuente inagotable de información. Está por ver si la familia de su gran contrincante, el general Francisco Franco, hace lo propio con los papeles que, al parecer, nunca llegaron a la FNFF. Por lo demás no deja de tener bemoles que los papeles de Stalin sean hoy consultables en Moscú, incluso en lo que se refiere a los aspectos más sórdidos de su dictadura y no los de su homólogo español. Paradojas…

Toda una pléyade de historiadores, españoles y extranjeros (empezando por Juan Marichal, Manuel Tuñón de Lara, Ricardo Miralles, Enrique Moradiellos, Josep Puigsech, Herbert R. Southworth, Paul Preston, Helen Graham, Gabriel Jackson y un largo etcétera entre quienes también figura servidor) han defendido a Negrín. Todos se han batido a lo largo del tiempo contra una tradición que encabezaron las grandes luminarias de la historiografía franquista desde sus comienzos y que en el extranjero abanderó Burnett Bolloten, tras abandonar sus veleidades procomunistas. En esta línea le han seguido con denuedo Stanley G. Payne y numerosos historiadores de lengua inglesa, francesa y alemana. No puedo dejar de mencionar al gran prohombre, mitógrafo y encendido valedor de SEJE que fue Ricardo de la Cierva, de quien algo diremos en un próximo libro que he escrito con varios colegas.

La historiografía basada en fuentes primarias ha dado un mentís a los detractores de Negrín. Como ya señaló el New York Times en un artículo necrológico, el catedrático de Fisiología y expresidente del Consejo de Ministros nunca tuvo nada que temer de la historia.

En esta serie de posts me centraré solo en un aspecto de su compleja personalidad: los rasgos esenciales de su relación con Cataluña durante la guerra civil. En ella manifestó un patriotismo sin mácula y una voluntad de resistencia que no tuvieron sus críticos.

Es más que verosímil que este patriotismo fuese debido a la conjunción de dos factores ambientales: el primero su condición de canario alejado de la Península en su niñez, juventud y adolescencia; el segundo, su larga estancia en el extranjero, en la Alemania guillermina, a la que llegó para estudiar medicina cuando era un chavalito de 14 años. Fue en Alemania donde se doctoró en Medicina, se casó con una joven de origen ruso y empezó su vida profesional, empezando como tantos otros -incluso servidor- a trabajar como ayudante en la Universidad.

En resumidas cuentas: la formación académica, profesional y humana de Negrín tuvo lugar en el extranjero. Polifacético, políglota y científico, es un caso absolutamente único, por lo que sé, entre los presidentes del Gobierno españoles. Tampoco, todo hay que decirlo, eran frecuentes tales características entre sus colegas extranjeros de la época. Para introducir el tema de esta serie me parece imprescindible hacer una breve presentación de los comienzos de su carrera política.

En la primera legislatura republicana, de 1931 a 1933, Negrín no tuvo ningún cargo parlamentario de relieve. Fue elegido como uno de los cinco miembros de la comisión directiva del grupo socialista. Representó al PSOE en las comisiones de Estado, Hacienda y Presupuestos.

Su adscripción a tales comisiones se explica fácilmente. Hablaba idiomas, varios y bien. Su fuerte eran el alemán y el francés, pero también se manejaba en inglés, en italiano y en ruso. Más tarde aprendió, mejor o peor, otros. Su curiosidad lingüística fue insaciable. Parece obvio que en las circunstancias de los años treinta en España, esto era algo más que notable. Que formara parte de la comisión de lo que en la actualidad se denomina de Asuntos Exteriores resultaba lógico. También había estudiado Economía, sin llegar a graduarse. Esto no era tan raro como pudo parecer durante muchos años en España. La universidad alemana de la época se guiaba por los principios que había enunciado Humboldt. Los estudiantes gozaban de plena libertad para configurar su plan de estudio aunque es verosímil que el de Medicina se atuviera a un patrón preciso. Dado el carácter de las enseñanzas de Economía en la Alemania de su época, Negrín tuvo que sumergirse por fuerza en la historia económica, la hacienda pública y la sociología. Siempre con un sesgo historicista, que era absolutamente dominante. Su incorporación a la comisión de Hacienda también era lógico. Y, naturalmente, en un partido como el socialista de aquella época en el cual sus exponentes más notorios eran juristas, un diputado como él podía desempeñar también un papel importante en la comisión de Presupuestos. En esta, aparte de los temas propios, se veían otros como los de la sanidad y educación para los cuales el flamante diputado canario estaba más que cualificado.  No participó en la limitada Comisión Mixta del Estatuto de Cataluña ni en la de Traspasos de competencias a la Generalitat, pero sí cabe suponer que un diputado disciplinado, trabajador, sistemático y con gran capacidad de análisis tomaría plena conciencia de los desiderata catalanes y, en general, de la problemática de la inserción de la Generalitat y sus futuras competencias en el marco jurídico y político general de España.

Negrín logró labrarse en las Cortes republicanas una buena reputación en los ámbitos de su competencia profesional. Viajó por diversos países, participó en reuniones internacionales y estableció contactos con políticos y correligionarios extranjeros. En particular, con los franceses. Su amistad con figuras relevantes de entre los socialistas del país vecino, sobre todo con Vincent Auriol y Jules Moch, data de aquellos años. Tuvo consecuencias para su gestión política ulterior e incluso para la evolución de la española en los años sucesivos.

 (Continuará)

La “realidad” política de la oposición en España durante el franquismo según algunas de sus fuentes más entrañables

21 noviembre, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

Hace ya tiempo que debería haber escrito este post. Se lo debo a un amigo, compañero y colega de tribulaciones. Lo he ido dejando seducido por varias series que exigían tratamientos un tanto alargados. Ahora, que ya he terminado la serie sobre Companys, y antes de empezar otra, todavía no prefigurada, cumplo con aquella obligación. Aseguro a mis amables lectores que “disfrutarán”, caso de seguir mis recomendaciones. 

Juan José del Águila es un investigador dedicado a ir sacando evidencia que ponga de manifiesto la realidad policial de la España de Franco. Lo conocí gracias a un libro suyo sobre el famoso Tribunal de Orden Público que me produjo un gran impacto. Jurista de formación, defensor de acusados ante el mismo, magistrado jubilado, en vez de dedicarse a jugar al golf o pasear a los nietos hace, en su especialidad, lo que quien esto escribe hace en la suya: escribir y dar a la luz trabajos rígidamente basados en EPRE, es decir, en evidencia documental relevante de época. No puedo por menos de confesar que muchas de sus investigaciones han alumbrado mis trabajos. Siempre que ha sido necesario, me he basado en ellos aprovechando el principio de las ventajas comparativas. ¿Para qué hacer lo que otro ya hace bien?

En el estudio de la represión franquista, Juanjo del Águila me lleva una distancia sideral. Es jurista, yo no. Ha actuado como defensor de acusados y condenados políticos. A mi no se me hubiese podido ocurrir. Nos une, sin embargo, un compromiso común: no hay que olvidar el pasado, hay que trabajarlo, es preciso poner al descubierto sus aristas más bravas. Ambos coincidimos en un cierto perfeccionismo. Su libro sobre el TOP adolecía de una carencia que le pareció intolerable. No se había basado sobre todas las sentencias emitidas por dicho organismo. Ha seguido, pues, en la brecha hasta que ha colmado dicha laguna. Mi próximo libro, escrito con tres colegas y que ya voy anunciando, también responde al mismo propósito: si hay agujeros en la argumentación, es necesario cerrarlos tan pronto como sea posible.

En sus pesquisas Juanjo dio con la colección casi completa de Boletines de Información de la Brigada Político-Social franquista y los de su antecesora. ¿Qué creen los amables lectores que se le ocurrió? Pues ni más ni menos que ponerlos a disposición de todos los interesados en su blog. Ahí, al alcance de cualquier click de ratón, se encuentran algunos de los documentos más dramáticos y más secretos del mundo policial franquista.

Compárese esta forma de proceder con la de nuestro bienaventurado Ministerio del Interior al preparar una historia del mismo, encargada a dos funcionarios y de la que ya me he hecho eco en este mismo blog. En tal historia -ciertamente desde los orígenes de la institución- apenas si se menciona la BPS.

Si algún día los archivos de Interior fuesen accesibles en su totalidad, como suele ocurrir en los países de nuestro entorno, con las limitaciones fijadas por disposiciones en general claras, sería posible reconstruir las actividades de dicha brigada. Mientras ello ocurre, la mejor forma de acercarse a su mundo ideológico y su percepción de las “fuerzas oscuras” que pretendían subvertir un régimen supuestamente católico, social, regeneracionista (Stanley G. Payne dixit) y de derecho estriba en acudir a los boletines de información de la misma.

El lector puede encontrarlos en el blog Justicia y dictadura de Juan José del Águila:

https://justiciaydictadura.wordpress.com/2017/04/18/relacion-provisional-de-los-boletines-informativos-de-la-brigada-politico-social-bps-que-actualmente-estan-en-el-archivo-privado-de-juan-jose-del-aguila/

Son de fácil consulta. También verán los lectores que el eximio “historiador” de las izquierdas españolas, el comisario Eduardo Comín Colomer, algunas de cuyas obras son textos absolutamente impagables, fue responsable de los boletines previos, denominados algo más que candorosamente de “Información Antimarxista”. Curiosamente, los primeros datan de 1938. Dado que fue en este año cuando la flamante policía política del “nuevo Estado” empezó a recibir colaboración técnica de expertos tan destacados y entregados como los de la Gestapo y de las SS es verosímil -aunque no está del todo probado- que el input nacionalsocialista tuviera algo que ver con la introducción de tan moderna práctica.

Tampoco conviene olvidar que tras el fallecimiento del ministro responsable de inicial tal colaboración, el nunca olvidado general Severiano Martínez Anido, de amarga memoria, quien le sucedió en el cargo, amalgamado ya con el de ministro de Gobernación, fue el cuñado de SEJE, don Ramón Serrano Suñer. Que yo sepa, jamás dedicó un artículo, y ni siquiera una línea, a lo mucho que se aprovechó de tales responsabilidades. Caso único en la historia: un ministro al frente de un Ministerio encargado de la represión que no dice una palabrita de lo mucho que, sin duda, aprendería y que indudablemente no figuraba en el temario de las oposiciones que hizo al Cuerpo de Abogados del Estado.

Juan José del Águila se lo ha puesto fácil a los lectores. Los boletines, en torno a una cincuentena, están reproducidos íntegramente y en el blog puede consultarse tanto su título como su contenido. Hay auténticas joyas.

Por lo demás, el blog cuenta con una completa biografía de su autor, desde sus más tiernos pasos por este valle de lágrimas, sin descuidar los lagrimones vertidos en la lucha antifranquista (lo que le valió un expediente que le obligó a cambiar de Universidad). También tuvo que enfrentarse a las delicias de un Consejo de Guerra y no dejó de probar la bondad de las prisiones de Franco.

Se trata, pues, de alguien que escribe con conocimiento de causa, que mezcla “práctica” con teoría y que ha escrito sucintas biografías de algunos de los represores más odiosos de la dictadura, como el inmarcesible coronel Eymar, de supertrístisima fama y que aparece en uno de los relatos de Alberto Méndez en Los girasoles ciegos. Conviene comparar la imagen que en dicho relato aparece con la de Eymar que ha trabajado Juanjo del Àguila.

Mi consejo: no dejen de echar un vistazo al blog y si se interesan por la clandestinidad durante el franquismo, vista con los fríos ojos de la policía política, descarguen los boletines. Con su publicación on line Juanjo del Àguila ha prestado un gran servicio a los estudiosos, que merece ser ampliamente conocido y reconocido.

Una forma de contextualizar el “Documento Companys”

14 noviembre, 2017 at 11:14 am

Ángel Viñas

El peso histórico de un solo documento, como el expuesto en los tres posts precedentes, no puede limitarse a un análisis crítico interno. Es preciso contextualizarlo. Esta es una labor tediosa que requiere ciertas habilidades por parte de quien lo haga. Puede tenerlas en el grado requerido o no. Cuando di clases en un master de Historia Contemporánea (guerra civil, franquismo) en la UCM hace varios años, una de las posibilidades que ofrecí a la hora de preparar el trabajo de fin de curso estribaba en hacer una crítica de ciertos documentos. Todavía recuerdo uno que me impresionó poderosamente hace casi cuarenta años cuando lo descubrí: una carta del ministro subsecretario de la Presidencia almirante Luis Carrero Blanco a su compañero el ministro de Asuntos Exteriores Fernando María Castiella sobre la relación con Estados Unidos. Databa, creo, de 1961 y me pareció absolutamente fundamental para abordar la comprensión que la dictadura tenía de sí misma y de su relación con la escena internacional. Los resultados de la contextualización que realizaron algunos asistentes difirieron entre sí. Lo normal. Con ello mostraron su capacidad relativa de quizá llegar a ser historiadores excelentes, buenos o simplemente normalitos.

 

Utilizaré el “documento Companys” para señalar cómo yo procedería si tuviese que escribir un artículo académico sobre el Consejo de Guerra y el fusilamiento del expresidente de la Generalitat. Advierto que no soy un experto en el tema y que no he leído demasiado sobre el caso. También que, obviamente, no tengo la menor intención de escribirlo.

Lo primero que haría sería tratar de encontrar la evidencia primaria de época conexa. Es decir, la documentación relacionada con el consejo de guerra que pueda encontrarse en los archivos relevantes. Estos no son numerosos. Lo normal es que se encuentren en Barcelona y en Madrid (o tal vez solo en Madrid, dada la significación de Companys).

Simultáneamente, porque el buscarla y encontrarla -si existe- puede llegar algún tiempo, examinaría la evidencia externa, es decir, la utilizada de cara al exterior de los círculos militares, a saber, noticias de prensa y eventuales declaraciones. Lo haría para fijar hechos en primer lugar y para no olvidar, en segundo término, las interpretaciones dadas en la época.

Una vez acumulado un cierto volumen de información que considerase suficiente lo ordenaría cronológica y temáticamente y ME PONDRÍA A ESCRIBIR. Es decir, haría un primer borrador basado en las fuentes localizadas hasta ese momento. No me preocuparía de las lagunas que subsistieran. Trataría de identificar el hilo conductor de los hechos y, por ende, del relato que tuviera en cuenta todos ellos.

En él las lagunas serían perceptibles. Probablemente existirían incongruencias, inconsistencias y saltos no explicados. Entonces, Y SOLO ENTONCES, sería el momento de comparar mi pre-relato con el existente en la bibliografía. Se presentarían discordancias, positivas y negativas. Positivas porque, si el documento no era conocido, nadie que hubiese escrito sobre el caso lo habría tenido en cuenta. Algo de cajón. Negativas porque en la literatura se habrían explorado datos conexos. La bibliografía existente colmaría verosímilmente muchas lagunas, pero no siempre en el sentido que se desprendiera del pre-relato.

Acomodar este pre-relato con los conocimientos disponibles en la literatura es una labor a la que no cabe renunciar. Forma parte integrante del proceso de contextualización de un determinado documento. Permite corroborar, o no, lo escrito por otros autores y al investigador apoyarlos o no.

Todo lo que antecede es fácilmente comprensible pero no agota las posibilidades que se abren al historiador. Es preciso definir los límites de la contextualización. Pueden ser más amplios o más estrechos. Los objetivos y criterios del investigador se revelan en tal delimitación. Conviene que los haga explícitos. En el caso que nos ocupa se me ocurren varios: ¿aclarar el “caso Companys” por sí mismo?, ¿hacer de él una ilustración, un ejemplo, de los procedimientos judiciales de la dictadura en 1940?, ¿o se quiere más bien demostrar la aplicación torticera de las bases “legales” de que se sirvieron los vencedores durante la guerra civil y después? Cabe abrir las puertas a comparaciones. ¿Hubo otros casos más o menos similares al de Companys?. ¿Qué similitudes y diferencias pueden apreciarse?

Tampoco cabe dejar de lado el “aprovechamiento” que la dictadura hizo del juicio y condena a muerte del expresidente de la Generalitat. ¿Qué fines se persiguieron? ¿Cuáles fueron las reacciones que suscitó? ¿Qué lecciones extrajo la historiografía subsiguiente? ¿Por qué se mitifió el caso Companys y no otros similares?

En este sentido, una comparación ineludible es el fusilamiento de varios destacados socialistas que comparten con Companys la condición de haber sido entregados por los nazis a las autoridades franquistas con la connivencia, en mayor o menor medida, de las autoridades de la Francia de Vichy. Siempre con la presencia de uno de los policías más siniestros de la ya por sí siniestra dictadura como fue el inspector Pedro Urraca Rendueles.

Algunos de los viejos empleados de la embajada de España en Bélgica todavía se acuerdan de él y de cuando estaba incrustado en ella para, se decía, vigilar al exilio español en este país. Hay una biografía sobre dicho personaje, pero que no he tenido la menor curiosidad por leer. Quizá contenga más datos sobre el consejo de guerra y no sería correcto por mi parte no darla a conocer por si alguien de quienes me hacen el honor de leer estos posts quisiera consultarla.

Es imposible no aludir, en cualquier caso, al consejo de guerra paralelo al que fueron sometidos, entre otros, Julián Zugazagoitia, director del periódico El Socialista, ministro de Gobernación en el primer Gobierno Negrín y secretario general de Defensa Nacional en el segundo y tercero. O su compañero periodista, y también socialista, Francisco Cruz Salido. Como es archisabido, ambos fueron fusilados, en tanto que otras personas que los acompañaron en el respectivo consejo de guerra fueron posteriormente indultadas. Aparte de que los tres fueron acusados de haberse rebelado en 1936 y de que los ejecutaron vilmente con un mes de diferencia, ¿cabría determinar algún elemento en común o discrepante entre los inicuos procesos que llevaron a la muerte a Zugazagoitia, Cruz Salido y Companys?

Todavía cabría hacer una contextualización más amplia a dos niveles.

El primero sería comparar la causa contra Companys con la seguida en otros casos de los que conocemos los pormenores y la atmósfera en que tuvo lugar el consejo de guerra correspondiente. Sin entrar en honduras, en las que el historiador puntilloso debería profundizar, me vienen a la memoria los recuerdos del profesor Nicolás Sánchez- Albornoz (Cárceles y exilios, Barcelona, Anagrama, 2012) sobre el consejo de guerra que lo juzgó junto con otros trece encartados el 12 de diciembre de 1945. Este distinguido historiador hace un recuento completo de sus proclamadas actividades delictivas, sus experiencias en la cárcel, sus recuerdos de otros prisioneros que fueron ejecutados y su propio consejo de guerra en el que los juzgadores no sintieron la necesidad de tomar nota. En su caso la petición del fiscal de tres años se dobló a seis. También compara Sánchez-Albornoz la actitud de su defensor (que hizo un alegato probablemente tan corto como el que se dio en el caso de Companys) con el amplio escrito presentado por otro en la causa seguida contra el cineasta Ricardo Muñoz Suay y otros miembros del PCE. Este defensor desmontó punto por punto la acusación del fiscal. Fue el teniente Emilio Andrés Méndez Vigo y me pregunto si no sería familia del actual Ministro de Educación y Cultura.

El segundo nivel estribaría en encajar el consejo de guerra seguido contra Companys en la dinámica y procedimientos en boga al final de la guerra. Sobre estos temas la bibliografía es ya muy abundante. Son numerosos los investigadores que han trabajado en tales ámbitos. Aquí no sería procedente enumerar ni siquiera los más importantes. Me permitiré mencionar dos trabajos de síntesis, disponibles en internet, a los cuales pueden acudir los lectores que así lo deseen. Se trata de los artículos de Francisco Moreno Gómez “La gran acción represiva de Franco que se quiere ocultar” y de Juan José del Àguila Torres “La represión política a través de la jurisdicción de guerra y sucesivas jurisdicciones especiales del franquismo” en el número 1 extraordinario de la revista Hispania Nova (http://e-revistas.uc3m.es/index.php/HISPNOV/index). Los amables lectores me perdonarán que haga honesta publicidad de dicho número, escrito con la intención que se describe en mi prólogo.

El caso Companys es uno de los más sobresalientes de la inmediata posguerra, pero no cabe olvidar que fue solo una de las puntas de un iceberg de dimensiones inconmensurables y que solo en los últimos años ha empezado a emerger. Son pocos los que salen con honor entre los acusadores y jueces. Son infinitamente más abundantes los que perecieron delante de pelotones de ejecución al amparo de una legislación (que databa en ocasiones como el Código de Justicia Militar de finales del siglo XIX) utilizada torticera e ilegítimamente en contra de quienes no quisieron someterse a la dictadura militar que empezó a erigirse en la España sublevada en julio 1936.

Innecesario es señalar que no se ha escrito todavía sobre aquellos polvos todo lo que puede y debe escribirse para situar historiográficamente todos los sucesivos lodos. En nuestra modestia, tres colegas de aventuras archivísticas y servidor nos hemos conjurado para aportar nuestro granito de arena a resituar alguno. El resultado de nuestras pesquisas aparecerá, según nos dice CRITICA, en la segunda mitad del mes de enero. En estas semanas estoy abrumado trabajando sobre el índice onomástico y analítico que espero facilite la lectura. Confiamos en que el público nos haga el honor de adquirir el mamotreto de casi 650 páginas. Algunos se sentirán defraudados. Es posible que la mayoría no albergue tal sentimiento.

Un testimonio directo sobre el consejo de guerra hecho a Companys (y II)

7 noviembre, 2017 at 8:30 am

Ángel Viñas

Aparte la relevancia histórica de una figura como la de Companys el testimonio de una persona presente en el consejo de guerra al que fue sometido no es desdeñable. Afirmo esto porque no hay muchos casos en que los condenados por alguna de las múltiples parodias que los militares sublevados iniciaron tan pronto como estalló la rebelión de 1936 dejaran constancia de sus recuerdos de aquel encuentro, fatídico para tantos. Es verdad que un testigo avezado podría haber escrito muchas más cosas al cónsul general alemán en Barcelona, pero no hay que pedir peras al olmo. Probablemente al representante del Tercer Reich le interesaba más la atmósfera del consejo que los detalles jurídicos o técnicos que lo esmaltaron. El lector debe ser consciente de que las evidencias empíricas no son siempre de tal naturaleza como la que, muchos años después, desearían los historiadores. Con este caveat imprescindible, continúo la reproducción del testimonio.

“A las diez en punto se constituye el Consejo y pocos momentos después, conducido por la Guardia Civil y acompañado del teniente coronel gobernador de la fortaleza, es conducido. Companys anta aquel, atravesando la plaza de armas, procedente de su alojamiento.

La sala está atestada. Asisten unas trescientas personas, en su mayoría jefes y oficiales del Ejército. Hay algunos jefes y elementos de Falange, así como paisanos, perfectamente controlados. También concurren hasta una docena de señoritas.

Companys aparece sentado en el banquillo, siendo su aspecto normal si bien demacrado, ofreciendo su semblante un color terroso. Viste traje claro y calza alpargatas.

Previa la venia del presidente, comienza el instructor a leer el apuntamiento, que, aunque algo extenso, es concreto, determinándose en forma clara los antecedentes y actuación del encartado. Se leen también los informes de la Policía y Guardia Civil; también se citan declaraciones de algunos testigos, entre ellos Armenteros, capitán Bravo (sic), señor Sánchez Cañete y un funcionario del Ayuntamiento. Cuando tiene lugar la lectura del informe de la policía se hacen en él alusiones a la vida privada del encartado y este, entonces, se levanta de su asiento y pide permiso al presidente para decir que lo se ha leído es “canallesco y falso”. Pretende continuar, mas es invitado por aquel a sentarse, debiendo exponer lo que desee cuando le llegue su vez. Dice entonces Companys que nada manifestará entonces y se sienta.

Se lee también la declaración de Companys, en la cual resalta la conversación sostenida con el general Goded y cuando este fue trasladado a su presencia en el Palacio de la Generalidad. Dice Companys que, estando fracasado el Movimiento en Barcelona, el día 19, fue detenido el general Goded y conducido a su despacho, en donde aquel le manifestó que “la fatalidad le había vencido”; siendo entonces invitado por Companys a hablar por la radio para evitar todo derramamiento de sangre inútil a lo cual accedió voluntariamente el general, ya que ante le dijo aquel a este que no le coaccionaba para tal fin, contestando el mismo entonces que ya lo sabía, pues si esa hubiera sido intención no se lo hubiera tolerado.

Terminada la lectura por el juez, comienza el fiscal su acusación, en la cual se limita a citar los hechos que se deducen más o menos del apuntamiento, sin proceder a análisis profundos. Estima ha rozado el procesado el delito de traición, penado en el Código de Justicia Militar, al pretender desmembrar la Patria, e incluso inducir a determinada nación extranjera a declarar la guerra a España, pero más bien, dice, cae de lleno en el delito de rebelión militar, por todo lo cual solicita se le imponga al encartado pena de muerte.

La actuación del fiscal ha sido muy discreta, ya que esta se ha limitado simplemente a enumerar las actividades de Companys, mas en forma escueta y sin mayores complicaciones. Aparece el fiscal algo emocionado, careciendo de brillantez su informe.

El defensor, en forma muy breve y concisa, estima que su patrocinado es autor en todo caso del delito de auxilio a la rebelión con atenuantes, por lo que considera debe imponérsele la pena de veinte años y un día. Basa su informe en el hecho de que aquél ningún mal hizo directamente y siempre que pudo evitar sufrimientos a los perseguidos los realizó (sic).

Al terminar el defensor su informe, se dirige al procesado el presidente por si desea hacer alguna manifestación, levantándose este y dice: “La historia nos juzgará a todos; si se me condena a muerte, moriré por mis ideales, pero sin rencor”.

A continuación es despejada la sala, para deliberar en sesión secreta el Consejo. Pasa algún tiempo y no se reanuda la vista, por lo que los asistentes, que aun esperaban una nueva llamada, abandonan el castillo.

En el día de ayer vuelve a recibir la visita de sus hermanas Companys y habiendo entrado en capilla en las últimas horas de dicho día se despiden del mismo aquéllas en forma serena”.

 


COMENTARIO

Aquí termina la parte del informe relativa al juicio. Lo que sigue ya lo he reproducido hace dos semanas en el post que describe el fusilamiento.

¿Cómo enjuiciar el informe desde el punto de vista del historiador que busca evidencia primaria relevante de época (EPRE)? En lo que sigue haré unas breves consideraciones. No se trata aquí de dar ninguna lección de teórica. Esto es algo que me propongo hacer en un post ulterior. En primer lugar es preciso examinar la consistencia interna del informe.

1º En lo que se refiere al juicio por el Consejo de Guerra resulta evidente que el autor dejó de lado aspectos importantes. Por ejemplo, no dice nada acerca de cuándo sus miembros volvieron a reunirse para pronunciar sentencia. Esto puede deberse a varias circunstancias. Quizá no lo presenció y no se atrevió a poner por escrito algo que no había visto. Tal vez entendió que así correspondía mejor a la confianza que en él hubiera depositado el cónsul general alemán. O a lo mejor no tuvo curiosidad por enterarse vía algún otro asistente que hubiese presenciado el fallo. En todo caso, el informe no dice nada acerca de la forma en que Companys la recibió.

2º Paradójicamente estas carencias me llevan a pensar que el informe, tal y como se escribió, resulta creíble. El testigo da su testimonio de lo que ha visto y oído. Ahí se para. No va más allá. No inventa nada. La introducción solo sirve para poner de manifiesto los antecedentes de lo que él ha presenciado. Como es obvio que no estuvo en la Dirección General de Seguridad ni en la Comisaría de Policía ni sabía nada de cómo se llevó a cabo el apresamiento de Companys no hace la menor referencia a ello. El grueso de lo que escribió es, esencialmente, lo que vio.

3º ¿Contiene el informe contradicciones? La respuesta es negativa. La exposición discurre linealmente, en forma cronológica. Los aspectos atmosféricos, fáciles de captar pero que no se transcriben en la prosa judicial del consejo de guerra, reciben toda su importancia. Más, quizá, que la referencia a esta, que es minúscula, aunque no por ello intrascendente. Así, por ejemplo, el testigo describe la sala (pobretona). La alusión al carburo, por si se producía algún corte de luz, es sintomática. También alude a la concurrencia. Fue elevada. Trescientas personas suponen un conjunto numeroso. Su composición es la esperada, pero hay alguna sorpresa. La mayoría la constituyeron jefes y oficiales. Que hubiese falangistas no llama la atención. Cabe preguntarse quiénes habrían sido los civiles (paisanos). El testigo afirma que estaban perfectamente controlados. Esto significada que pudieron ser elegidos con sumo cuidado. Para mí algo muy revelador es que hubiera habido también “señoritas”. No por prejuicios misóginos, claro, sino porque el historiador debe preguntarse acerca de los motivos por los cuales se permitió su asistencia. ¿Estaban relacionadas con los miembros del Consejo de Guerra o militares asistentes? ¿Eran familiares de víctimas de la represión republicana? ¿Cómo se seleccionaron?

4º Muy significativos son los juicios de valor que hace el informante sobre la calidad de las exposiciones del fiscal y del defensor. El primero no le impresionó por su calidad. El segundo le resultó mejor. De la descripción se trasluce que los papeles fueron estereotipados. Que el fiscal acusara a Companys de traición por “querer desmembrar España” induciendo la intervención de una potencia extranjera está dentro de lo esperado. La dictadura siempre lanzó dardos y venablos contra la intervención soviética y proclamó a cuatro vientos la francesa (faltando gravemente a la verdad histórica), pero como desgraciadamente no he leído las actas del Consejo de Guerra, no puedo pronunciarme al respecto. Estaba dentro de lo “normal” que la acusación más potente fuese la de “rebelión militar”. Es un argumento que se encuentra ya en los primeros consejos de guerra desde agosto de 1936. Era dar la vuelta a la tortilla. Quienes se habían rebelado eran los leales a la legalidad. El mundo al revés. El Derecho retorcido como si fuera un calcetín que tirar a la basura. Incidentalmente, este es el argumento más sólido para defender la anulación de las sentencias emitidas por tales consejos, aunque todavía hoy sesudos juristas proclamen a los cuatro vientos que dicha anulación no procede.

5ª La defensa utilizó el único razonamiento posible en aquellas circunstancias. Reducir la acusación de rebelión a la de auxilio a la rebelión. Se hizo en numerosos otros Consejos de Guerra. La diferencia estribaba en que en este caso la pena prevista no era de muerte sino de prisión. Una diferencia sustancial para los encartados.

Podrían aducirse algunos puntos adicionales propios de la crítica interna, pero no son sustantivos. El informe puede considerarse como un documento de cierta importancia en cuanto se refiere a atmósfera y, sobre todo, al desmontaje del mito sobre la muerte de Companys con los pies desnudos pegados al suelo catalán. Sin embargo, de utilizarse como documento histórico habría que hacer otra cosa adicional que es la que da valor al trabajo del historiador. Me refiero a su contextualización. No cabe extraer grandes conclusiones de uno o dos o tres documentos considerados aisladamente. Incluso cuando resisten las pruebas relacionadas con la crítica interna.  Es preciso situarlos en contexto. Es lo que me propongo hacer en el próximo post desde un punto de vista más general.