SIGUE LA CALUMNIA

22 febrero, 2022 at 8:30 am

AHORA, EL “COMUNISTA” JUAN NEGRÍN

ÁNGEL VIÑAS

Juan Negrín ha sido uno de los personajes más vilipendiados, insultados, denigrados y puestos en solfa de los años republicanos. Los insultos que se le dirigieron son una constante que han abordado sus biógrafos académicos (en fechas relativamente recientes Ricardo Miralles, Enrique Moradiellos y Gabriel Jackson, entre otros). Nada de lo mucho escrito e investigado sobre él ha impedido que escribidores y periodistas sigan tratándole como si hubiera sido un personaje salido del Averno (o de las aguas del Moscova)

Es cierto que en los últimos años los dicterios se habían calmado. No se me ocurre pensar, ciertamente, que por razones de las expuestas por sus biógrafos y por quienes hemos seguido su trayectoria. Tampoco porque (hace ahora casi 15 años) Negrín y sus compañeros de infortunio expulsados casi clandestinamente del PSOE después de la segunda guerra mundial fueran readmitidos, simbólicamente, a la militancia socialista. Nada menos Alfonso Guerra se encargó de presentar públicamente la recuperación.

Ciertamente los papeles de Negrín están a la disposición de los investigadores sin ninguna cortapisa. Esto no podría decirse con tal rotundidad en lo que se refiere a los de su némesis, el nunca olvidado generalísimo Francisco Franco (y no tengo en mente los de la fundación que lleva su nombre).

Con todo, los mitos, los engaños y los camelos nunca terminan de desvanecerse. Hace pocas semanas un amable lector me envió una referencia del mismo periodista de quien ya resalté en dos posts anteriores su desprecio por la historia al enunciar los supuestos “pactos” entre Juan Negrín y Stalin para establecer en España una “Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas”.

En la nueva referencia el mismo periodista ya calificó de “comunista” al expresidente del Consejo de Ministros. Si era comunista, ¿qué iba a hacer si no? La inferencia: montar un remedo de la URSS sobre la ensangrentada piel de toro.

¿Alguna prueba? ¿Algún documento? Eso no, por favor. La conclusión que servidor extrae, aunque otros no lo hagan, es que los españoles debemos estar eternamente agradecidos a Franco y al “Glorioso Movimiento Nacional” porque preservaran a nuestros antepasados de haber caído en las ensangradas garras de Stalin.

Dicho periodista aireó tal epíteto aplicado a Negrín en el mismo periódico. Se trata, ¿sorpresa, sorpresa?, del diario ABC.

He aquí las referencias por si los amables lectores no me creen:

https://www.abc.es/historia/abci-eterna-polemica-coronel-casado-alimana-republicana-quiso-negociar-rendicion-franco-202011220136_noticia.html

https://www.abc.es/historia/abci-eterna-polemica-coronel-casado-alimana-republicana-quiso-negociar-rendicion-franco-202011220136_noticia.html

y

https://www.abc.es/historia/abci-dramatica-sesion-cortes-establo-castillo-figueras-muerta-republica-202107190016_noticia.html?gig_actions=sso

Observarán que sin duda el más que atareado autor amplió el segundo artículo para republicarlo en la revista MUY INTERESANTE, que es donde suscitó la atención del lector que me avisó y me preguntó si el “pacto” con Stalin era cierto. Ya lo había escrito en el ABC, pero servidor no lo había leído. Mea culpa. Mea maxima culpa.

Lo cual me lleva a preguntarme cuáles son los fines que persiguiría el destacado rotativo monárquico abriendo sus páginas a tal tipo de artículos-basura.

Servidor lee a veces ABC. Selectivamente y dependiendo de los temas. Me interesa saber lo que publica en sus páginas sobre la República, la guerra civil y el franquismo. Al fin y al cabo, es el único medio que ha sobrevivido, y a lo que parece muy bien, a los tres períodos mencionados.  Tiene, pues, tras de sí una larga historia, aunque en mi modesta opinión no sea necesariamente gloriosa.

El ABCfue uno de los grandes y más enconados arietes contra la República entre 1931 y 1936. No el único, pero sus compañeros de desvelos antirrepublicanos no han sobrevivido. La Nación fue asaltada por lo que evidentemente llamaron las turbas en la primavera de 1936. Afortunadamente está digitalizada y todavía espera a que algún estudiante de postgrado haga su historia. Lo recomiendo vivamente. El Debate desapareció. Por desgracia no está digitalizado y su sucesor en la época franquista YA no llegó a establecer una conexión ininterrumpida. Tampoco, que servidor sepa, ha sido digitalizado. Algo realmente muy lamentable, porque para consultarlo hay que ir a la hemeroteca.  

Así, pues, el ABC es un caso único. Su colección está en línea, aunque no completa. O, al menos, de ella ha desaparecido algún artículo importante después de que me diera  tiempo de examinarlo y comentarlo antes de que se volatilizara. No me atrevo a pensar que fue por ello, pero ¿quién sabe? Me permitió poner en ridículo a un eminente embajador franquista (monárquico) y puedo imaginar que alguno de sus descendientes, político connotado en y tras la Transición, bien pudo caer en la tentación de invocar los reglamentos UE correspondientes en materia de protección de datos. O quizá hubo alguna protesta. El hecho es que hay que ir a la hemeroteca para consultarlo.

La actividad del ABC en materia de ataques a la República no es un tema desconocido. Hace ya muchos años lo abordó la profesora Maria Cruz Mina (catedrática de la UPV: https://es.wikipedia.org/wiki/Mar%C3%ADa_Cruz_Mina_Apat). A mí me llamó la atención que su trabajo (“ABC en la preparación ideológica del 18 de Julio”), en una obra masiva dirigida por el profesor Manuel Tuñón de Lara (Comunicación, cultura y política durante la II República y la guerra civil), que consulté en la biblioteca de la Facultad de Geografía e Historia de la UCM, mostraba huellas que habían dejado  generaciones y generaciones de estudiantes.

En el trabajo de Mari Cruz Mina me basé para conectar al ABCde los años 1935 y principios de 1936 con la conspiración monárquica, militar y fascista contra la República. Algo en lo que tampoco innové. Ya en su clásica obra, La destrucción de la democracia en España, Paul Preston lo había utilizado abundantemente. Y, si mis recuerdos no son incorrectos, tampoco había sido el primero. Por lo demás, el mismo ABC (edición sevillana), bajo el palio que también extendió sobre la misma el carnicero general Queipo de Llano, hizo su aportación a la causa y ha sido descuartizado analítica y temáticamente en una tesis doctoral, más tarde publicada. Lo que sí hice, en ¿Quién quiso la guerra civil?, fue señalar la larga experiencia de Don Juan Ignacio Luca de Tena y sus muchachos, tan atentos a analizar las “atrocidades” del octubre asturiano de 1934.  Sus noticias más interesantes, para mí, las concentraron en tres momentos críticos de la conspiración en marzo, abril y junio de 1936 (en este caso coincidiendo con el período que antecedió a la firma de los contratos con los italianos del 1º de julio en materia de ayuda aérea: no para una mera sublevación, sino para una guerra que creían corta). 

A mayor abundamiento, una periodista cuyo nombre no conocía, Lucía Noguerales García, acaba de publicar en la revista académica digital Hispania Nova, en cuyo consejo editorial figura quien esto escribe, un interesante artículo sobre la actividad de ABC en la primavera de 1936. Los lectores pueden encontrarlo aquí:

https://e-revistas.uc3m.es/index.php/HISPNOV/article/view/6455/5194

Así, pues, el ABC es un periódico que, a pesar de que ya han transcurrido más de ochenta años desde aquella primavera, sigue fiel a su trayectoria. Y, por supuesto, los enemigos de ayer siguen siendo “enemigos” hoy. Al menos en términos de la necesidad de mantener enhiestos los viejos mitos en el marco de las guerritas culturales sobre historia y memoria. No sorprende, pues, que uno de sus redactores tuviera el menor en repetir, como si no se hubiera escrito nada desde por lo menos 1975, alguna de las “verdades eternas” de la propaganda más burda de los sublevados durante la guerra civil y la dictadura franquista referidas a Don Juan Negrín.

Sobre el tema elegido por tan distinguido periodista se ha escrito en los últimos años: Ángel Bahamonde, Javier Cervera Gil, Fernando Hernández Sánchez, sir Paul Preston y, en último término, incluso un servidor hemos escrito, entre otros, sobre el final de la guerra civil y el papel de Negrín en ella. Aparte, naturalmente, de sus más eminentes biógrafos. Pero da igual. La historia no sirve para nada. Lo que vale, lo “chanchi”, es evitar que se apolillen los mitos de la “Cruzada” por antonomasia. Y entre ellos figura en lugar destacado la figura emblemática de la resistencia: Juan Negrín, motejado de comunista. En línea con los mejores obiter dicta de VOX.

En todo caso, me ha sorprendido profundamente que en estos tiempos actuales el distinguido periódico monárquico, de cuya calidad en otros aspectos no dudo lo más mínimo, se haya prestado a una operación que me parece no solo innoble sino tan fácil de refutar. Es, creo, indigna de su trayectoria, no porque sea falsa solo sino porque no irá a ninguna parte.

SOBRE LAS CHECAS

15 febrero, 2022 at 8:30 am

ÁNGEL VIÑAS

Contra las falacias y las mentiras que desde 1936 empezó a difundir, en la zona sublevada, la propaganda franquista y que, desde 1939, extendió al resto de España pocos son los temas que hayan gozado de tal predicamento como el de la actividad criminal de las checas, en particular en Madrid y Barcelona. Siempre fueron consideradas como los ejemplos por excelencia del “terror rojo”. Su siniestra fama se divulgó en la literatura. Nombres como el conde de Foxá, Wenceslao Fernández Flores, “El Caballero Audaz” (José María Carretero), “El Duende de la Colegiata” (Adelardo Fernández Arias) y muchos otros la elevaron a la enésima potencia en novelas que traducían odios y miedos viscerales y estaban en consonancia con las necesidades de la propaganda de los sublevados por ocultar sus propios asesinatos y venganzas. En cuanto a los novelistas citados, los dos primeros incluso han sido “rehabilitados”. Los siguientes, de ínfima calidad, todavía no. Todo se andará. Existen unas cuantas editoriales especializadas en difundir tal tipo de basura.

Ni que decir tiene que la historiografía profranquista y filofranquista encontró siempre en el “terror rojo” que emanaba de las checas todo un filón. Dura hasta nuestros días. Los trabajos de empaque académico que sobre el tema se han realizado son relativamente escasos.

Viene ahora a enriquecer la serie de obras esenciales para comprender el fenómeno la adaptación de una tesis doctoral. Hay que seguir de cerca la aprobación de tesis doctorales en historia contemporánea porque, al menos en España, es generalmente de la Universidad de donde proceden los trabajos de una nueva generación de investigadores que combinan el rigor científico y metodológico con su preocupación por temas largo tiempo dejados al arbitrio de numerosos periodistas y de aficionados siempre atentos a ventas fáciles y a excitar el morbo de un sector concreto del público lector (y no lector).

En el caso en cuestión corresponde a un joven historiador formado en la UCM y miembro del grupo de estudios sobre la guerra civil en Madrid el haber abordado, tras una serie de tanteos previos, la tarea de seguir desmitificando la densa nube que rodea el tema de las checas. Se llama Fernando Jiménez Herrera. La Editorial Comares, de Granada, que dirige mi buen amigo Miguel Ángel del Arco Blanco y cuyo catálogo es uno de los más serios y solventes en materia de la Historia que se hace en y desde la Universidad, la ha publicado, imagino que debidamente raspada de toda la parafernalia académica que suele envolver cualquier tesis doctoral que se precie.

Curiosamente la recepción que le han dado los grandes medios de comunicación, atentos a las decenas de títulos sobre temas más o menos estúpidos que aparecen casi todas las semanas, ha sido muy mesurada. Una pena. El trabajo de Jiménez Herrera merece muchísima mayor atención. Tanto de la crítica como de los lectores.

Las preguntas de las que parte este joven historiador constituyen el meollo, el alfa y el omega, de la labor de todo investigador que se respete: ¿Qué pasó? ¿Cómo pasó? ¿Por qué pasó? Sin plantearse seriamente estos tres interrogantes, y sin basar la respuesta en el descubrimiento y análisis de las evidencias primarias relevantes de época, es imposible dar explicaciones fundadas a las representaciones que el historiador se hace del pasado. Sobre todo, si se trata de temas ya “vistos”. Y, al hacérselas, debe tener cuidado con el lenguaje.

En el caso en cuestión aceptar el término de “checa” es ya un tanto ahistórico. Es el resultado de una importación movida por planteamientos y estímulos propagandísticos. Su origen es ruso o, más exactamente, soviético. Su aplicación al caso español fue una primera victoria de los sublevados de 1936. Estaba en consonancia con la línea fundamental de su propaganda de antes de la guerra y que insufló toda la conspiración monárquico-militar (y fascista). La gran diferencia es que la policía represiva soviética estuvo encuadrada desde el primer momento en las estructuras de un nuevo Estado en formación, en guerra civil y con aspiraciones revolucionarias. Luego, formó parte esencial del aparato de supervisión, vigilancia y castigo de los disidentes (cuya identificación atravesó por numerosas etapas).

El caso español es completamente diferente. Sin conocer la tesis de Jiménez Herrera, pero partiendo del tenor anticomunista de la intoxicadora propaganda que distribuyó la UME (Unión Militar Española), a mí me había llamado la atención el énfasis puesto en el peligro soviético para la alejada España desde los comienzos más serios de la conspiración en 1934. Algo que, en puridad, no era ninguna novedad porque, simplemente, fue una constante en un sector de las derechas españolas desde la implantación del régimen soviético en Rusia. Herbert R. Southworth dedicó una gran parte de su obra a dibujar los contornos de tales planteamientos.

Así, pues, con buen tino, lo primero que hace Jiménez Herrera es llamar a las cosas por su nombre en el título de su libro. El mito de las checas y dedicar el primer capítulo a estudiar la génesis y evolución de este concepto. No es un apriori. Es el resultado de estudiar el movimiento histórico al final del cual, en una coyuntura determinada surgida del fracaso de la sublevación en Madrid y Barcelona, los sublevados aplicaron aquel concepto soviético para enmascarar y/o deformar lo que ocurrió en realidad: la transformación y adaptación de una parte de los núcleos organizativos del proletariado (Casas del Pueblo socialistas, Ateneos Libertarios anarquistas y Radios comunistas) a la tarea ímproba descabezar el movimiento militar y fascista. Sin saber manejar armas, salvo las cortas, y sin organización. Lo que los autores profranquistas o filofranquistas afirman sobre las “milicias” izquierdistas para antes del 18 de julio es de risa. Yo siempre recomiendo leer los camelos de Luis Bolín que he citado en varias de mis obras.

El mito de las checas. Historia y memoria de los comités revolucionarios (Madrid, 1936), de Fernando Jiménez Herrera. Comares Historia.

Pues bien, a las tareas habituales propias y que en aquellos núcleos organizativos habían ido perfilándose en los años anteriores a la sublevación (cuando todavía se encontraba en el estadio de proyecto deseado o anhelado) se añadió, casi de forma natural, la expansión a las funciones de control y justicia. Los dos términos, obviamente, no son equivalentes. Vale el primero. El segundo habría que entrecomillarlo. Ambas se materializaron, con todo, en el surgimiento de los más propiamente denominados, que no “checas”,  “comités revolucionarios”. El núcleo central del libro se sitúa precisamente en el proceso que acompañó este cambio y que se mantuvo más o menos hasta finales del año 1936.

El pueblo en armas (una de las consecuencias del desplome del aparato de seguridad del Estado, también minado por los conspiradores) asumió, temporalmente, el ejercicio de tales nuevas funciones durante aquellos cinco o seis meses, cruciales eso sí, en la identificación y represión de elementos contrarrevolucionarios (fascistas, monárquicos, clérigos, burgueses y un variopinto etc.), reales o supuestos, que de todo hubo. La eliminación física, al margen de toda la legalidad republicana pre-existente, pasó al primer plano y afectó a un gran número de personas.  No es de extrañar, añadiré, que a algunos diplomáticos británicos la evolución les hiciera evocar más los días del Terror en la revolución francesa que el bolchevique tras la revolución rusa.

El autor ha llegado a novedosas conclusiones después de haber pasado varios años estudiando miles de documentos de los que todavía se conservan en una variada gama de archivos. Ante todo, el general e histórico de la Defensa, amén de los archivos de la Guardia Civil y del Ministerio del Interior y del Centro Documental de la Memoria Histórica, complementados con la documentación conservada en el Histórico Nacional, los archivos del PCE, del PSOE, de la CNT y diversos repositorios locales y provinciales. Amén de las fuentes hemerográficas conservadas en más de una docena de sitios en línea y presenciales. Ha debido ser una labor de Sísifo. Basta con echar un vistazo a la serie documental PS relativa a Madrid en Salamanca para que a cualquier investigador se le abran las carnes.

Casi una veintena de tesis doctorales en versión no publicada pero sí disponibles en la red, unas setenta obras de memorias y recuerdos de variado pelaje, recuentos oficiales y una amplia bibliografía española y extranjera complementan las fuentes documentales primarias y secundarias.  

Me apresuro a señalar que Fernando Jiménez en modo alguno trata de disminuir el saldo trágico de la actuación de los comités revolucionarios. Llega hasta donde los documentos se lo permiten. En el caso de Madrid, que es en el que se concentra básicamente su relato, se hace eco de las cifras de muertos y “paseados” durante el resto del verano y el otoño de 1936 (en torno a los 8.360) pero también recoge estimaciones más elevadas, que llegan hasta un total de 13.000 personas. No es moco de pavo, bajo ningún concepto. Al tiempo, pasa revista a los intentos de lo que quedaba de poder gubernamental, más o menos respetado, para encauzar la furia popular por canales jurídicamente aceptables en una situación de excepción y, por desgracia, totalmente imprevista.

¿Por qué tales excesos al margen de la legalidad, incluso en evolución? Fernando Jiménez, en la tercera parte de su libro, pasa revista a toda una serie de explicaciones que figuran en la bibliografía generada por los más variados expertos, españoles y extranjeros, que han arrojado luz sobre el fenómeno. ¿Una muestra? Javier Cervera Gil, Francisco Espinosa, Carlos Gil Andrés, Gutmaro Gómez Bravo, José Luis Ledesma, Jorge Marco, Javier Muñoz Soro, Javier Rodrigo, Julius Ruiz, Glicerio Sánchez Recio, María Thomas, Enzo Traverso y otros.

Una nota de advertencia: he sido muy sensible a la lectura de este libro, y confieso que esta breve reseña no le hace justicia en modo alguno, por una razón personal. Francisco Espinosa, cuyo nombre no necesita presentación, Guillermo Portilla, catedrático de Derecho Penal, y un servidor hemos invertido un año, más o menos, en hacer un estudio de las bases conceptuales, jurídicas, filosóficas, políticas, históricas y de contexto de la represión que los sublevados plantearon desde antes del primer momento contra quienes permanecieron fieles al gobierno de la República. Fueron dos mundos diferentes. Nuestro trabajo saldrá para la Feria del Libro.

Cualquier lector que tenga el más mínimo interés por un tema ardientemente discutido y que forma parte del repertorio argumental de las derechas filofranquistas incluso en el día de hoy hará bien en comparar el libro de Jiménez Herrera con el nuestro. Luego decidirá quién tuvo mejor razón, quién fue más salvaje, quién más cruel, quién actuó con mayor premeditación, con más elevado grado de alevosía y sobre quienes debe caer la responsabilidad última de tantos muertos, tantos sacrificios, tantos horrores. Porque la guerra no vino por casualidad ni España o la República estaban señaladas por el dedo del Señor para un castigo bíblico. Alguien la quiso. Alguien la preparó. Alguien se preparó. Y alguien ha seguido y sigue engañando a los españoles. A pesar de todos los esfuerzos de autores extranjeros como, valga el caso, el profesor Sir Paul Preston entre muchos otros colegas británicos.

La discusión, animada por propagandistas y políticos atentos a hacer de la historia, del pasado, su particular campo de Agramante, probablemente continuará durante bastante tiempo. Las evidencias primarias permiten, sin embargo, llegar a respuestas muy diferenciadas respecto al cómo y al por qué de procesos históricos que, para bien o para mal, siguen pesando sobre la conciencia de los españoles de nuestro tiempo.

CALUMNIA …. QUE ALGO QUEDA (II)

8 febrero, 2022 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

En el post anterior lancé una batería de preguntas abiertas a un periodista que no identifiqué. Supongo que a cualquiera de los amables lectores le será posible hacerlo acudiendo de nuevo a la preciosa ayuda de Mr. Google. Me preocupó mucho que, en diciembre de 2021, es decir, tan solo hace dos meses (si la revista salió antes habría que corregir esta afirmación) hubiese divulgado al amplio mundo lector que el presidente del Consejo de Ministros republicano durante la guerra civil, Juan Negrín, había llegado a un pacto con nadie menos que Stalin para hacer de España una “unión de repúblicas socialistas ibéricas”.

Titulé el post “Calumnia… que algo queda” porque tamaña estupidez no es del todo nueva. Sin embargo, que yo sepa no se había descargado generalmente con tamaña crudeza sobre los anchos hombros de D. Juan Negrín. Por otra parte, es lógico pues Negrín fue, en mi modesta opinión, el único hombre de Estado que apareció en el enturbiado cielo republicano durante la guerra civil. ¡Hay que ir a por él! No sea que la historia lo trate bien.   

Ahora bien, hasta el momento, en lo que se me alcanza a saber, nadie ha demostrado documentalmente tal calumnia. Por ejemplo, exhibiendo el supuesto pacto con Stalin. Así, pues, pregunté abiertamente de dónde tan inquisitivo periodista habría tomado tal noción.

Lo hice de forma retórica porque ya habían indicado algo parecido, aunque menos crudamente, algunos otros, pero sin referencia a un pacto explícito. Es esto lo que, de ser cierto, elevaría al para el común de los mortales inmarcesible olimpo al periodista en cuestión. Obligaría a repensar a los modestos historiadores que hemos escrito algo sobre Negrín todo el contexto internacional de la guerra civil y, por supuesto, las relaciones bilaterales hispano-soviéticos. Incluso la política exterior y de seguridad de la URSS, tout court, en aquella época. Palabras mayores. No logro explicarme cómo los historiadores y periodistas afines al PP o, ¡cielos!, a VOX, que de todo hay, no se han hecho de lo que sería, caso de ser cierto, una bomba informativa.

Al abordar la cuestión en un momento pretérito servidor se concentró, por razones de espacio, en un autor que había indicado algo en una dirección parecida y que presumía, hace años, de historiador. Por razones que han aparecido más o menos someramente en los medios,  se fue años más tarde a tomar el sol en Miami y ya no participa en los actuales, y a veces grotescos, debates “mediáticos” del tiempo actual.  

En El HONOR DE LA REPÚBLICA, que publiqué en 2008 pero que no me he visto obligado a revisar en una nueva reedición que apareció el año pasado y que cualquier hijo de vecino puede encontrar en librerías o pedir por Internet, mencioné a dicho “experto” y naturalmente, a sus “fuentes”. Eran de tercera o cuarta mano y, encima, distorsionadas (véanse, por ejemplo, pp. 489 y siguientes de mi libro). En términos muy generales, por supuesto, afirmó: “una de las consecuencias que se extraen de la antigua documentación soviética es que (…) Negrín ya había llegado a un acuerdo con los agentes de Stalin para implantar en España una dictadura similar a las que oprimieron Europa oriental tras la segunda guerra mundial”. A esculpir en letras de oro si tal aserto hubiese sido documentable.

Se trataba de un autor cuyo polifacetismo y producción literaria tuvieron escasos paralelos en el mundo de las letras españolas e incluso universales. No por la calidad, sino por su volumen. No es fácil escribir y publicar dos o incluso tres libros al año sobre los temas más diversos y durante un largo período de tiempo. Un prodigio de la naturaleza (o un mecanismo correctamente engrasado de “negros” y “copiadores”, aunque ignoro si bien o mal pagados).

Siempre ha sido una sorpresa para mí que nadie se haya hecho eco de si tal asombroso autor ha llegado al Guinness. Ciertamente lo habría merecido bajo un renglón, que creo inexistente, de número de páginas impresas o de toneladas de papel escritas bajo su nombre. Si me equivoco y ha conseguido tal marchamo confío en que algún amable lector me rectifique. Solo los no sabios no cambian jamás de opinión.

Servidor se atrevió a especular si su “fuente” no habría sido una información que José María García-Valdecasas, colaborador y discípulo de Negrín, había transmitido a uno de sus primeros biógrafos, el ya fallecido Joan Llarch. Negrín, añadió, se había negado. Cabe especular si las vociferaciones de VOX y de otros sectores super-filofranquistas no pesarán demasiado sobre los ordenadores de una nueva generación.

Se comprende, pues, que el denodado periodista que ha mencionado el “secreto” del supuesto “pacto” Negrín-Stalin haya dado un paso más hacia adelante. Un paso, todo hay que decirlo, de gigante. Claro que no habría sido, precisa, un pacto directo sino por personas interpuestas: “los agentes de Stalin” en España. Tampoco señaló cuáles, algo de cierta importancia. Naturalmente, al igual que su predecesor se ha cuidado mucho de citar documentos.  Pero lo nuevo radica en una palabra milagrosa: “pacto”.

En su momento servidor dio a conocer varios acuerdos bilaterales hispano-soviéticos que se protocolizaron en buena y debida forma. En dos casos con todos los detalles típicos de  la feliz conclusión de negociaciones intergubernamentales por medio de plenipotenciarios debidamente acreditados. Por parte soviética se trató en tales casos del encargado de Negocios en España. Otros acuerdos se negociaron por medio del embajador español en Moscú que naturalmente informó de ello a Negrín, cuyas instrucciones seguía.

Quizá por mala suerte no vi el pacto a que alude tan arrostrado periodista. Tampoco encontré la menor referencia a él, antes o después de su presunta conclusión. Y eso que manejé masas de documentación republicana y soviética a lo largo de varios años, algo de lo que cabe dudar que el distinguido periodista del “secreto” haya sido capaz de hacer, Nada, absolutamente nada, apuntó hacia la meta por él anunciada.  Pero, en fin, no especularé. A lo mejor, le es posible demostrar lo contrario. Si es así, servidor se alegrará. Lo escribo sin la menor reticencia. NO HAY HISTORIA DEFINITIVA.

Ningún historiador es capaz de abarcar la totalidad de un pasado que se ha esfumado. Por consiguiente, que ya no existe y que no podemos recuperar, reconstruir, analizar o explorar con detalle. Lo más que podemos hacer es alumbrar vetas, cuanto más significativas mejor.

Dos consideraciones se imponen respecto al aserto insertado en “Secretos de la guerra civil”.  La primera es muy simple: mientras no se demuestre lo contrario, se trata de una burda MENTIRA. Mentira gorda, con mayúsculas. Mentira elevada a la enésima potencia. Porque, ¿dónde está el supuesto pacto?

                                                   Nowhere

Es decir, en ningún sitio. Al menos nuestro brillante autor no lo ha indicado. Una lástima, pero supongo que ha buscado afanosamente en los archivos españoles, franceses, ingleses, norteamericanos, italianos, alemanes o soviéticos. Incluso no excluyo que pueda afirmar que lo ha hallado en algún archivo privado. Por ejemplo, en el de un agente del SIPM (Servicio de Información y Policía Militar) de Franco. O en el de algún detenido por la BPS (Brigada Político-Social), de triste recuerdo en el franquismo.

Ahora bien, si fuera así, y esta es mi segunda consideración, también habría que dudar en principio, porque no encajaría con lo que demostrablemente se sabe de las relaciones entre la República Española y la URSS durante la guerra civil. Este es un tema ya algo trabajado (aunque faltan facetas e incluso paneles enteros por explorar, pero no se preocupe el periodista en cuestión; estoy en ello).

Varios autores y protagonistas de las más diversas procedencias se han acercado al tema. Sirvan de muestra aleatoria y por orden alfabético nombres como los siguientes, Andrew, Bayerlein, Bolloten, Broué, Carley, Castells, Cattell, Davies, Dimitrov, Dullin, Ehrenburg, Elorza/Bizcarrondo, Firsov, Gorodetsky, Haslam, Howson, Jorge, Khlevniuk, Koltsov, Kowalsky, Maisky, Orlov, Payne, Poharskaya, Pons, Puigsech Farràs, Radzinsky, Roberts, Rybalkin, Schauff, Skoutelsky, Starinov, Sudoplatov, Témime, Togliatti, Ulam, Volkogonov, Ziemke entre muchos otros. Ninguno lo menciona. Los dos últimos historiadores, norteamericanos por más señas, que han abordado la gestión de Stalin en aquellos años, tampoco lo han hecho. ¡Qué dolor, qué dolor, que pena!

El aserto, pues, hecho por el periodista objeto de estos comentarios me parece que es mas bien una de las numerosas mentiras podridas que encajan entre las muchas esparcidas por los vencedores de 1939. Todo para justificar por qué hubo una guerra civil, por qué fue preciso ganarla y por qué con ello España prestó un inmenso servicio a la civilización cristiana y occidental (también a la nazi-fascista, pero afirmar esto último ya no es aceptable hoy).

La pregunta fundamental es: ¿por qué sacar la mencionada calumnia a la luz del día en diciembre de 2021? Se me ocurren varias razones.

La primera y fundamental es, simplemente, porque la sublevación contra la República en julio de 1936 hubo que disfrazarla con argumentos especiosos que justificaran, en el sentido deseado por los vencedores, la mayor catástrofe de la historia de España desde la Guerra de la Independencia. Incluso cabría afirmar que a su lado quedan chiquitas otras guerras y guerritas que también han asolado el suelo patrio desde, quizá, Indívil y Mandonio hasta 1936-1939.

En segundo lugar, porque igualmente hubo que justificar la implantación de la dictadura franquista. Recordemos que esta no fue prevista en ningún momento ni por los conspiradores ni por los sublevados. Ocurrió por la intervención del azar: el asesinato de José Calvo Sotelo y la muerte en accidente del teniente general José Sanjurjo, es decir, la desaparición de escena de los líderes político y militar de una conspiración orientada, en último término, por el deseo de restaurar la Monarquía. Con el beneplácito, hay que suponer, de aquel paradigma de todas las virtudes históricas y guerreras patrias que fue Alfonso XIII. Recordemos Annual.

En tercer lugar, porque la “historia” que desde el primer momento marcaron los vencedores respondió al principio supremo del “calumnia, que algo queda” en el Dictamen sobre la ilegitimidad de poderes actuantes en 18 de julio de 1936. Tan sublime documento lo redactaron no solo los defensores políticos, militares e ideológicos de los sublevados sino, para más inri, incluso algunos de los ilustres conspiradores de los años de paz. ¡No iban a contar algo diferente a los subterfugios y mentiras con que instigaron la preparación de la sublevación!

En cuarto lugar, porque la historiografía franquista, profranquista o filofranquista siempre aplicó el socorrido mecanismo de “proyección”. Es decir, achacar al enemigo las actuaciones y comportamientos que tipificaron los propios. Así, un inexistente pacto entre la República y la URSS sirve para encubrir los pactos que sí se firmaron y protocolizaron debidamente entre la autodenominada España nacional y las potencias del Eje. Con la Italia mussoliniana ya a finales de 1936 y con la Alemania nazi en 1937 (que en una primera fase no estaba tan interesada en amplios acuerdos) con tres de naturaleza económica y comercial. TODOS ELLOS SECRETOS. POR NO HABLAR DE, en un tiempo ulterior, EL TAMBIÉN SECRETO Tratado de Amistad y Cooperación entre la gloriosa España Nacional y el Tercer Reich.  Esto último antes de que estallara la guerra europea, pero ya ilustrado por la salida, con un portazo escasamente cortés, de la Sociedad de Naciones el 1º de abril de 1939. ¿No lo sabe nuestro inquisitivo periodista? Lo he explicado en el penúltimo capítulo de La otra cara del Caudillo (reeditado varias veces) donde los lectores podrán comprobar todos los artilugios que se desplegaron para que dicho tratado permaneciera en la más absoluta oscuridad. Incluso eminentes historiadores pro-franquistas lo ocultaron o disminuyeron en importancia, en aplicación del fundamental eslogan del TODO POR LA PATRIA.

En lo que a Negrín y la URSS se refiere los amables lectores pueden estar tranquilos. Si es cierto lo que se afirma habitualmente de que una mentira que se repite mil veces termina convirtiéndose en “verdad” (Hitler dixit, Goebbels también) no deja de ser igualmente cierto que “antes se coge a un mentiroso que a un cojo” porque, como la sabiduría popular germánica señala, “las mentiras tienen patitas cortas”.

No es de extrañar que en las batallas culturales que tienen lugar en la España de nuestros días los bulos, los “trumpismos” y las mentiras mondas y lirondas se presenten con todo desparpajo como verdades inmanentes con el fin de desvirtuar vergonzosamente el pasado y “trasladar” hacia el futuro las guerritas ideológicas y políticas del presente, enmascarando lo ocurrido. ¿En busca de la consecución de la hegemonía ideológica? Pues lo tienen difícil, salvo que logren implantar una nueva dictadura.

 En cualquier caso, lo que he examinado en estos dos posts ni es Historia ni, por supuesto, un “secreto”.  Es, simplemente, una de las muchas estupideces que circulan hoy y, en este caso, sobre las sufridas espaldas de Don Juan Negrín.

FIN

CALUMNIA …. QUE ALGO QUEDA (I)

1 febrero, 2022 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

El 20 de enero pasado un amable lector me escribió a la dirección que figura en este blog con una consulta. Recibo muchas y procuro contestar a todas, en particular cuando no llegan por Facebook que es un sistema que nunca he logrado dominar. En principio había pensado no dar su nombre, pero no ha tenido la menor dificultad en que lo haga y, además, me ha ayudado en la búsqueda de algunos artículos que me ha enviado por si pudieran ser de mi interés. Los dejo en reserva. Mi respuesta a Don Francisco Javier Pino no me ocupó más de dos renglones. Después he recapacitado y me he dicho que quizá conviniera ampliarla y dar a conocer mis resultados en este blog.

El texto de la consulta decía así:

Leo en un monográfico titulado » Secretos de la Guerra Civil» lo siguiente: «había pactado [D. Juan Negrín] con Stalin para instaurar una dictadura de partido único llamada «Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas». No sé si podrá decirme si es cierto o falso, pues es la primera noticia que tengo y apareciendo en un medio de divulgación me parece serio. Espero no robarle mucho de su preciado tiempo.

Más tarde me hizo llegar el contexto:

Caminó Negrín hacia la tribuna […]. Comenzó entonces un largo discurso para maquillar la trágica realidad de lo que ocurría […]. Aún así expresó su deseo de seguir combatiendo y hasta obtuvo el voto de confianza de los presentes. La verdad es que fue un acto de cierto cinismo, ya que había pactado con Stalin, tiempo atrás, la desaparición del sistema democrático para instaurar en España una dictadura de partido único a la que llamarían Unión de Repúblicas Ibéricas Soviéticas o Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas

El autor de tales afirmaciones referidas a Negrín es un periodista. Su nombre aparece en internet como licenciado en Historia por la UCM y master en periodismo. Se señala que, tras trabajar como arqueólogo algunos años, pasó a dedicarse a escribir sobre historia. He comprobado que varios de sus artículos de prensa se mencionan en la red. Ni lo conozco ni creo que su nombre venga al cuento.

En principio, debería contar con mi simpatía. Siquiera por la simple y sencilla razón de que mi hija también estudió Arqueología, que le gustaba mucho. Sin embargo, después de varios escarceos en trabajos de campo no tardó en ver que, fuera de la Universidad, tal ocupación tenía, allí donde ella vive que no es España, un futuro poco seguro. Así, pues, cambió de orientación. No son vidas paralelas porque mi hija, ciertamente, no se dedica ni al periodismo ni a lo que en algunas manifestaciones de esta actividad pasa por historia, como demostraré en el presente caso.

Tampoco puedo saber si el periodista objeto de este comentario aprendió bien o no los rudimentos del oficio. En la UCM (que es mi alma mater y de la que soy profe emérito) había y hay excelentes expertos en Historia Contemporánea (en tiempos ya lejanos hubo otros que estaban demasiado escorados hacia el filo-franquismo, pero es verosímil que no disfrutara de sus “enseñanzas”).

Ignoro, por último, si en el medio que habitualmente escribe le imponen anteojeras. O si, por el contrario, los encargados de montar nada menos que un especial sobre “Secretos de la guerra civil” las tienen. En cualquier caso, la denominación es contradictoria. Un secreto, por definición, no se conoce. Si se conoce, no es secreto.

Cabe fácilmente imaginar que de la guerra civil, de la anteguerra y de la posguerra existan todavía numerosos secretos. Es decir, aspectos, personajes, acontecimientos que los historiadores no hemos iluminado aun. Bien porque no hemos caído en ellos o bien porque no hay forma de documentar parcelas de un pasado que, por definición, ya no existe. Se ha esfumado. Lo que quedan son residuos, a veces palpables, a veces no, y representaciones.

El artículo en el que aparecen las afirmaciones que dan pie a este post no revela, en principio, absolutamente ningún secreto. Es una muy somera descripción de parte de un suceso bastante conocido: el discurso que pronunció ante las diezmadas Cortes de la República el presidente del Consejo de Ministros Juan Negrín en la última reunión que celebraron el 1º de febrero de 1939 en los sótanos del Castillo de Figueras. Es decir, poco antes de que se produjera el colapso total de lo que quedaba de la Cataluña republicana.

Existen varios testimonios al respecto (entre ellos alguno que dicho periodista no menciona: para ello hay que optar a nota) y, como es natural, numerosas interpretaciones. La reunión suele figurar en toda historia que se precie del final de la guerra civil. En los últimos años han aparecido varias. En cuanto al discurso en sí cualquier lector con un ordenador y un ratón puede descargarlo de internet. No se exige nada más que acudir en demanda de auxilio a Mr Google, quien para este tipo de cuestiones ofrece gratuitamente una ayuda inmediata e inestimable:

http://www.fundacionjuannegrin.com/weblog/2019/08/28/intervencion-ante-el-pleno-de-las-cortes-reunido-en-el-castillo-de-san-fernando-de-figueras-1-de-febrero-de-1939/.

Fácilmente se observará que, como no podía menos de ocurrir, Negrín no hizo referencia en su discurso ni a Stalin ni a la Unión Soviética en ningún momento. Es el periodista que describe parte de la sesión de Cortes quien introduce, como de paso, la referencia. Es decir, en virtud de su muy libre albedrío. Y este es, precisamente, el punto que deseo destacar, dado que no viene a cuento, excepto como clarificación del supuesto papel de Negrín en la guerra civil que se le atribuye. Como veremos, con sinigual desparpajo.

Dado que el historiador, como es notorio, al interrogar un documento selecciona lo que le parece más significativo del mismo, pretendo detenerme en lo que hay, o puede haber, detrás de tales afirmaciones que indudablemente para el autor que las hace no son gratuitas. Si no las hubiera introducido, el articulo descriptivo, que no analítico, de la reunión de Cortes no hubiera sufrido gran cosa. El que tan atrevido periodista incluyera sus apostillas induce a especular sobre las razones por las cuales lo hizo tal y como aparecen.

Todo estudiante de historia aprende, bien en la licenciatura (hoy grado) o en el más somero máster sobre técnicas de investigación, que cualquier documento (también un artículo) es susceptible de análisis. Este puede ser interno y/o externo. El primero examina la coherencia del texto. El segundo lo contextualiza. En el caso que aquí nos ocupa se impone un análisis del segundo tipo.

La cuestión, digámoslo de entrada, lo amerita. El periodista en cuestión afirma rotundamente que hubo un pacto entre Stalin (nada menos) y Negrín para crear un Estado de nuevo tipo en España. Salvo que las palabras no quieran decir lo que dicen es de suponer que hubiera sido un Estado parecido a la URSS (¿con o sin Portugal?). No se me ocurre otra interpretación, aunque naturalmente puedo equivocarme. Sin duda, aprovechando que el autor en cuestión escribe habitualmente en un medio de amplísima difusión podrá corregirme y responder, de paso, a algunas preguntas que le dirijo por este medio, que supongo leerá o le harán llegar. Siempre hay voluntarios.

Porque, ¿qué hace, en general, el historiador? En primer lugar, buscar pruebas, documentación, “papeles” o, al menos, identificar a otros autores que le permitan sustentar su relato. La que aquí nos ocupa tiene mucha, si no muchísima, enjundia. Se trata, nada menos, que de un pacto de carácter internacional para imponer en España, incluso a la gloriosa España, a la España que combatía por llegar a la VICTORIA, un régimen de tipo soviético. ¡Ahí es nada!

Así, pues, entre las preguntas mínimas que se imponen no pueden faltar las siguientes:

  1. ¿Dónde se encuentra plasmado dicho pacto? ¿Fue público o secreto?
  2. ¿Cómo se hizo? ¿Vino Stalin a España? ¿Fue Negrín a la URSS?
  3. Dado que tales viajes obviamente no ocurrieron, ¿quién lo firmó por parte soviética?, ¿quién por parte española?
  4. Podría suponerse que los soviéticos actuaron a través de algún plenipotenciario. ¿De quién se trató? ¿Fue el embajador o el encargado de Negocios? ¿Un agente especial enviado desde Moscú? ¿Rosita la pastelera? ¿Estuvieron autorizados formalmente o se pasaron, en los dos primeros casos, la autorización por montera, con los riesgos que ello implicaba en la época?
  5. ¿Cuándo, dónde y cómo lo firmó Negrín? ¿Hubo testigos? ¿Dejaron testimonios? ¿De qué naturaleza? ¿Dónde se encuentran?
  6. Dado que la afirmación aparece en un medio titulado “Secretos de la guerra civil”, es de suponer que se trató de un pacto “secreto”
  7. Si lo fue, ¿cómo se ha enterado de dicho pacto tan denodado periodista? ¿Lo ha buscado en archivos? ¿Cuáles? ¿Lo ha leído en algún libro o en algunos libros?
  8. Si fuera así, ¿Cuál o cuáles? ¿Escrito o escritos por qué autor o autores? ¿Dónde está o están publicados?

Naturalmente son preguntas modestas, prácticas, elementales. No hace falta, en realidad, ser historiador para plantearlas. Son de sentido común.  Muchos lectores pensarán, sin duda, que de fácil respuesta.  Permítanme, sin embargo, que lo ponga en duda. Quizá esté un poco atolondrado (cosas de la pandemia y del autoaislamiento, en mi caso muy rígido), pero lo cierto es que todas las que se me ocurren a dichas preguntas y otras parecidas no van en la dirección que cualquier historiador o cualquier periodista de investigación, por muy normalitos que sean, considerarían adecuada.

Ciertamente, hay ignorancias culpables. Otras no lo son. Si el periodista en cuestión tuviese la bondad de airear a todos los vientos sus fuentes, por ejemplo, en el periódico en que suele escribir, y presentar pruebas irrefutables de que no se trata de un exceso de imaginación propio o, ¡cielos!, del responsable de la publicación en que apareció el notición, no me quedaría más remedio que reconocer mi atolondramiento.

Si se tratara de fuentes a las que solo dicho autor ha tenido acceso por la gracia de su intuición, de sus esfuerzos y/o de la bendición divina y que todavía no ha publicado esperando escribir el SCOOP del siglo entre los secretos de la guerra civil, no me declararía culpable. Al contrario, le felicitaría efusivamente porque habría descubierto algo que hasta ahora nadie había documentado. Lógicamente, también una interpretación de la gestión de Juan Negrín que a ninguno de sus biógrafos (cito, de memoria, a Manuel Tuñón de Lara, Ricardo Miralles, Enrique Moradiellos, Gabriel Jackson) se le había ocurrido tras todo el tiempo que dedicaron a investigar la trayectoria de dicho personaje ..

Esta pregunta, que ahora y aquí hago pública, podría tener efectos inmediatos. El presente post se publica el martes 1º de febrero. Le seguirá otro, una semana más tarde, en el que indicaré algunas de las hipótesis explicativas de que en diciembre de 2021 tal SCOOP, si lo es, haya aparecido, como de tapadillo, en un número de una revista dedicado precisamente a los “secretos de la guerra civil”.

(continuará)