CASTIGAR A LOS ROJOS: OTRO ESLABÓN EN UNA CADENA (III)

28 junio, 2022 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

Las sorpresas no terminan en lo recogido en el libro objeto de estos comentarios. En este post voy a atreverme a establecer una comparación que a muchos lectores puede parecer entre curiosa o inquietante. En el siguiente y último Guillermo Portilla abundará en algunas referencias que aquí solo dejo apuntadas a medias. 

‘Castigar a los rojos. Acedo Colunga, el gran arquitecto de la represión franquista’, Ángel Viñas | Francisco Espinosa | Guillermo Portilla (Crítica, 2022)

Los sublevados de 1936 copiaron en sus medidas punitivas más importantes no solo de los antecedentes hispanos (Santa Inquisición incluida) y nacionalsocialistas.  En la búsqueda de un mecanismo simple que pudiera arrojar al averno a todos los españoles que no comulgaban con los principios que inspiraron la sublevación del 18 de julio, también remedaron, consciente o inconscientemente, a los malvados bolcheviques. ¡Los extremos se tocan!

Sorprendente, pero no tanto. En lo que sí puede haber controversia, faltos como estamos de otras obras o escritos de Acedo Colunga, es si los remedó consciente o inconscientemente. En todo caso, se trata de una cuestión hasta cierto punto objetivable.

No conozco a ningún autor que haya establecido esta posibilidad de comparación que, sin la menor duda, no es nada inocente. Si lo hay, presento mis disculpas de antemano. No he podido leer más sobre el tema ya que durante la pandemia he estado también ocupado en escribir un tocho de casi 600 páginas, ya en manos de CRITICA. Supongo que cuando salga el año que viene levantará también alguna que otra ampolla.

Se ha dicho y repetido hasta la saciedad que uno de los componentes que entraron en la ideología del denominado “Glorioso Movimiento Nacional” fue la imitación más o menos encubierta de los regímenes fascistas (primero el italiano y poco después el alemán, deslumbrado Franco por el ejemplo que habían dado los duros guerreros de la Legión Cóndor).

Lo que no se ha elaborado en el terreno que nos ocupa es que, en la asunción de ciertas modalidades del derecho penal de autor, la anticomunista España de Franco también estuvo muy abierta a modalidades parecidas a las que practicaban los odiados bolcheviques. Por supuesto, esto no significa que Franco fuese un émulo de Lenin o de Stalin. Simplemente que sus asesores discurrían por vías en cierto modo paralelas.

Tal enfoque, poco trabajado en lo que sé y que no abordamos en nuestro libro porque nos concentramos en lo más sustancial, lleva a considerar lo que hizo el enemigo ideológico y de clase de los militares sublevados en España que fue el comunismo. Los bravísimos oficiales y jefes del Ejército de Franco, muy cristianos, muy tradicionalistas, muy españoles, en el fondo no hicieron demasiados ascos en el plano jurídico al abordar de forma parecida el elenco de “males” (o “pecados” para los defensores de la SMICAR)  

Tan “cristianos” fueron que uno de los más feroces de entre ellos, el teniente general Don Gonzalo Queipo de Llano, se cobijó bajo el manto de Nuestra Señora de la Macarena para ser enterrado con todos los honores debidos a su acendrada muestra de religiosidad en la basílica correspondiente. Allí sigue, por cierto. Al igual que el jefe de su Asesoría jurídica, otro destacado asesino de uniforme.  

Sin embargo, todos emularon a los odiados bolcheviques a pesar de que la lucha contra el comunismo se elevó al sintagma que reunía en sí todos los males, pensables e impensables.  

Un librito que tenía olvidado en mi biblioteca (y que para mi propio horror reconozco haber desestimado hasta el momento) se titula, en efecto,

¡¡ESPAÑA!! Alzamiento de la Patria contra Moscú

Lo escribió un tal J. Mata. Se publicó en Zaragoza, en noviembre de 1936, en la Imprenta Editorial Gambón. Estaba dedicado “especialmente a los patriotas de las regiones “leales” “. Tenía como subtítulo “Apuntes histórico-críticos sobre el Alzamiento de la Patria contra la invasión masónica-bolchevique”.

Me parece más acertada que la denominación habitual de “judeo-masónica”. Como han estudiado tantos historiadores y politólogos, el adjetivo “judaico” terminó desapareciendo del lenguaje viperino habitual de los grandes teorizantes del franquismo, pero el bolchevique no lo hizo jamás.

El para mí desconocido señor Mata debió escribir su panfleto (en un tamaño algo inferior al de bolsillo y con la friolera de 176 páginas) en los meses del verano y principio de otoño, tras refugiarse en Francia. Cabe suponerlo porque el Imprimátur eclesiástico dató del 7 de noviembre de 1936 bajo la firma de Rigobertus, “archiepiscopus caesaraugustanus” En román paladino: Rigoberto Doménech Valls, nacido en Alcoi en 1870 y fallecido en Zaragoza en 1954.

El diccionario biográfico español de la RAH (edición on line) afirma que fue catedrático (¡otro!), teólogo, obispo de Mallorca y finalmente arzobispo en la ciudad en la que había tronado el general Cabanellas, temprano conspirador contra la República. Fue uno de los varios que secundaron el intento de golpe de Estado “legal” de un tal Francisco Franco (no podía ser otro) desde el EMC del Ejército de Tierra en febrero de 1936 (esto no lo dice dicha monumental obra; lo afirma servidor). Lo que de tan “piadoso” eclesiástico se recoge en él puede encontrarse en https://dbe.rah.es/biografias/39805/rigoberto-domenech-valls.

Es lógico, pues, que el señor Mata no tuviese dificultad alguna en ver visado su panfletillo por la “autoridad militar”. Es decir, recibió todos los parabienes de las autoridades que iban a formar el dúo permanente que constituyó el basamento ideológico esencial de la dictadura de Franco (con perdón a los resabios falangistas que cumplieron, tras 1945, una función muy diferente).

De la basura intelectual e histórica que escribió tal autor dos cosas me han llamado la atención. La primera es que se adelantó en buena medida en varias décadas al Bolloten de la teoría de la “revolución camuflada”.

Al describir la acción del Gobierno republicano -que, según él, pregonaba a todo trapo mentiras por la radio- al Sr. Mata se le ocurrió mencionar a los comunistas. Lo hizo con estas palabras:

“Asombrados ante el peligro de tener que afrontar ellos la situación, se batieron en retirada, negando que fuesen a implantar su sistema, antes asegurando que solo intentaban, en unión de los demás, defender la República” (p. 27).

Lo cierto es que los comunistas no pretendían establecer una República soviética (no lo querían entonces ni lo quisieron después) pero…. ¿y los malvados bolcheviques? ¡Ah!, eso es otra cosa.

Ya el 25 de julio, precisó el Sr. Mata, “convocados por el Komintern de París aquellos jefes comunistas con los recién llegados de España, convenían en que Toulouse fuera el centro de la movilización de numerosas expediciones, en las que cada comunista español se mezclaría con los enviados de Francia, para establecer la república soviética de Barcelona” (p. 89). Con pocas variantes, esta burrada histórica llegó hasta finales del siglo XX o principios del presente.

Se comprenderá que, en estas supuestas condiciones, y luchando contra tan criminales elementos, el patriótico teniente coronel Acedo Colunga tampoco viese el menor inconveniente en importar de la URSS, a su vez, la concepción fundamental del enemigo ontológico. Es decir, del que lo es por el hecho de ser judío o comunista, etc. Había que aprovechar del adversario todo lo que pudiera servir para fortalecer el bando propio.

Ignoramos, en ausencia de papeles privados de Acedo Colunga que pudieran, tal vez, arrojar alguna luz, en qué medida el principio fundamental común a los derechos penales soviético y nacionalsocialista llegó a su conocimiento. Me extrañaría que no hubiese ocurrido porque un vistazo a la literatura de los años treinta en España muestra que entre los eminentes juristas patrios había alguno que se atrevió en profundizar, ignoro con qué alto grado de sabiduría, en los fundamentos del código penal de la URSS.

Me parece improbable que Acedo Colunga no hubiese oído hablar del catedrático Eugenio Cuello Calón, que ya había publicado algún trabajo sobre el mismo y una comparativa entre los correspondientes a tres dictaduras de la época: la nacionalsocialista, la fascista y la soviética. Aparecieron en 1931 y 1934.

Sobre dicho caballero, que no dudó en adherirse al GMN con gran entusiasmo, el lector curioso puede encontrar una reseña en https://humanidadesdigitales.uc3m.es/s/catedraticos/item/14535. No sé si el Señor lo tendrá en su gloria, pero su juicio como experto lo dejo al profesor Guillermo Portilla, al que debemos la glosa de la Memoria de Acedo Colunga.

También es impensable que un fiscal tan acreditado en Asturias como nuestro personaje no hubiese leído nada acerca de la persecución estalinista de destacados exdirigentes soviéticos caídos en desgracia. Además, se acentuó desde el otoño de 1936 hasta alcanzar su paroxismo en la segunda mitad de 1937 y la primera de 1938. En la medida en que el fiscal general Andrey Vishinsky fue ganando fama parecería extraño que el teniente coronel que redactaba entonces su inmortal Memoria no supiera nada de él.

Es decir, quedan cabos por atar. Para la aportación de servidor al libro que acabamos de publicar no son demasiado importantes. Las dictaduras tienen unas lógicas comunes que determinan su acción. Lo que hacen los juristas en ellas es recubrirla con el caparazón más adecuado. Y justificar los asesinatos “legales”, siempre por la Patria, española, nazi o soviética.

En el próximo y último post de esta pequeña glosa participará como protagonista el profesor Guillermo Portilla.

(continuará)

CASTIGAR A LOS ROJOS: OTRO ESLABÓN EN UNA CADENA (II)

21 junio, 2022 at 8:35 am

ANGEL VIÑAS

La reflexión contenida en el post precedente se aplica también a los dos coautores restantes del libro en que los tres participamos. Es, a todas luces, innecesario presentar a Francisco Espinosa. Lleva más de treinta años escribiendo sobre la mortífera represión franquista tras el 18 de julio de 1936, Es un auténtico referente. A él se debe, en este caso, el haber podido consultar la memoria del protagonista, el general de División en el Ejército del Aire y miembro de su cuerpo jurídico así como, previamente, del jurídico militar, Felipe Acedo Colunga.

En lo que respecta al profesor Guillermo Portilla, lo conocí tras haber adquirido su libro La consagración del derecho penal de autor durante el franquismo (Comares, Sevilla, 2010). Es un estudio detallado de las actuaciones del Tribunal especial para la represión de la masonería y el comunismo. Fue una de las aberraciones típicas de la postguerra, pero lo que más me impactó fue el apéndice documental. En particular las transcripciones de las declaraciones de abjuración de la masonería que debían firmar quienes deseaban abandonar lo que entonces se denominaba “secta”.

Baste con decir que se comprometían a creer firmemente en todos los dogmas de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana (SMICAR) que remontaban hasta el Concilio de Trento, del siglo XVI. Una prescripción muy adecuada porque el clero español (ciertamente masacrado en la contienda) tomaba así su revancha. Además de la humillación a los “nuevamente” convertidos a la fe católica, una y verdadera por los siglos de los siglos amén, los prelados los amenazaban con el fuego eterno si volvían a la apostasía (que no les eximía, por cierto, de los rigores que les aguardaban vía el brazo secular, es decir, los sayones y verdugos de la dictadura).

Como ya me ha llegado, merced a Amazon.fr, el catecismo del obispo González Menéndez-Reigada, aprovecho la ocasión para reproducir lo que a dicho excelso príncipe de la SMICAR le parecía tan odiosa “secta”:

Es una sociedad secreta, aliada del judaísmo, para realizar en la sombra sus intentos criminales, y tiene por divisa su odio contra Cristo y aun contra Dios (sic), ensalzando todas las fuerzas de la naturaleza, hasta las pasiones más bajas y abominable, como procedentes de lo que llaman el gran Arquitecto del Universo, adoptando como medio el disimulo y la hipocresía más solapada.

Para Francisco Espinosa y Guillermo Portilla, al igual que para mí, el libro que hemos publicado la semana pasada es una continuación de trabajos previos.

‘Castigar a los rojos. Acedo Colunga, el gran arquitecto de la represión franquista’, Ángel Viñas | Francisco Espinosa | Guillermo Portilla (Crítica, 2022)

Quien esto escribe no conocía la totalidad de la Memoria del general Alcedo Colunga (a quien cabe, quizá, augurar una larga estancia en el infierno en el que permanecerán todos los no perdonados por la gracia infinita de Dios). Me dejó helado, si bien la literatura sobre aspectos parciales de la represión jurídica de los vencidos en y tras la guerra era ya abundante. Siempre se aprende algo y la Memoria en cuestión me enseñó muchas cosas nuevas. Quizá la más impactante fue no tanto la consideración de los vencidos como “sublevados”. Esto es un tema que se conoce desde 1936. Fue lo que había detrás.

En particular, las justificaciones de la mala baba de quienes, efectivamente, empezaron a matar a diestro y siniestro, allí donde encontraron oposición, pero también donde no hubo mucha o incluso ninguna (Marruecos, Navarra, Rioja, Galicia, Baleares, Canarias, grandes partes de Castilla la Vieja y León o de Andalucía). En todos ellos su mala baba se reflejó no solo en los chorros de sangre vertida desde el primer momento.

También aparece, de forma cristalina, en las infames reflexiones del entonces teniente coronel Acedo Colunga de que a  los soldados, oficiales y jefes que se opusieron a una sublevación largamente preparada con pretextos espurios no se les debía reconocer ni siquiera su condición de militares. Según él, no podía haber igualdad moral, ni profesional, porque quienes no se rindieron ipso facto no eran equivalentes a los “patriotas”, los que se sublevaron, porque estos representaban el Bien en dura pugna para hacerlo triunfar sobre el satanismo y la barbarie.

Esta aberración conceptual no solo tenía un fundamente religioso (¡oh, Santa Inquisición!) sino también supuestamente “jurídico”. El teniente coronel Acedo Colunga se agarró a la tesis del pirata vs la guerra justa que tomó del ilustre tratadista pro-nazi Carl Schmitt. Nuestro protagonista, al hacerlo, fue muy pillín. Mezcló alusiones a la teoría medieval cristiana sobre dicho tipo de guerra y estableció la distinción fundamental, ontológica, entre el enemigo legítimo (extranjero) y el enemigo ilegítimo (interior).

O sea, el bandido, el rebelde o el pirata que era necesario perseguir con denuedo, hasta eliminarlo, por el bien y por el orden del Estado.  Las páginas 64 y siguientes de CASTIGAR A LOS ROJOS son muy representativas de las consecuencias de esta absurda analogía. Por desgracia, tuvo consecuencias devastadoras y muchos pagaron con su vida o con largos años de prisión estas que a muchos podrían sonar elucubraciones teóricas.

El libro que ahora hemos publicado debe insertarse, pues, no solo como un mero eslabón en nuestras propias carreras de investigadores. Esperamos que lo sea también en un marco más amplio. Es decir, para bien del conocimiento histórico de años cruciales en la evolución de la sociedad española. Desde este punto de vista hacemos causa común con muchos otros, entre historiadores y juristas, que han emprendido la tarea de mirar, desde la atalaya del presente siglo, las aberraciones del pasado. En este aspecto, los investigadores españoles estamos en línea con los extranjeros que han abordado las aberraciones acaecidas en sus propios países, por ejemplo, Francia, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Alemania, Austria, Polonia, Italia, Croacia, etc.

Ya después de terminada la corrección del último juego de galeradas me han llegado dos libros que, tanto para el caso español como para el extranjero, arrojan luz sobre las conexiones entre Derecho y Política en la historia relativamente reciente.

El primero es la tesis doctoral, convertida en libro, de Gonzalo J. Martínez Cánovas: Luis Jiménez de Asúa (1880-1970). Utopía socialista y revolución jurídica al servicio de la Segunda República (Comares, Granada, 2022). Un contrapunto a las miserables teorías de Acedo Colunga. El segundo es de otro carácter, pero no demasiado alejado en cuanto también es de un tema histórico-jurídico. Un mamotreto de la profesora Francine Hirsch, Soviet Judgment at Nuremberg. A New History of the International Military Tribunal after World War II (Oxford University Press, Nueva York, 2020). Una investigación en profundidad basada en nueva documentación procedente de los archivos soviéticos. Pone de relieve cómo varias aportaciones esenciales de sus juristas sirvieron, paradójicamente, para asegurar una nueva interpretación que criminalizó las consecuencias de las guerras de agresión y conquista.

Confieso que no he podido abordar ninguno de ambos libros. Muestran que la combinación entre archivos, documentación, sentencias de los tribunales y análisis de las doctrinas jurídicas a que se atuvieron constituye un ámbito vivito y coleando.

Sería muy conveniente continuar profundizando en la vía abierta por tal combinación. En este sentido no puedo sino lamentar la cerrazón (no hay otra manera de calificarlo) que demostraron las instancias correspondientes de los archivos del TS cuando varios colegas y un servidor acudimos a ver el expediente de un caso -delicado, por supuesto- pero que nos hubiera permitido aclarar mejor los posibles desmanes de un asesino al servicio de Franco.

No hay historia definitiva. No hay historiadores definitivos. Una afirmación que choca con los postulados de quien fue el cortesano más asiduo en el entorno de Franco, Ricardo de la Cierva y Hoces, y que, al parecer, siguen cultivando con fruición algunos meritorios, en la Universidad pero, sobre todo,  fuera de ella.

(continuará)

CASTIGAR A LOS ROJOS: OTRO ESLABÓN EN UNA CADENA (I)

14 junio, 2022 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

Mañana, 15 de junio, sale a la venta el libro que hemos escrito a seis manos Francisco Espinosa, Guillermo Portilla y servidor. Espero -y deseo- que tenga mucho éxito. No, por supuesto, para comprar con los derechos de autor un pisito en la playa o algo similar en la montaña. Para ello deberían venderse muchos miles de ejemplares. Por otra parte, dudo que tales derechos, repartidos entre los tres, compensaran mínimamente las horas de trabajo, las adquisiciones de libros y de documentos y los desvelos por los que hemos pasado a lo largo de la pandemia.

‘Castigar a los rojos. Acedo Colunga, el gran arquitecto de la represión franquista’, Ángel Viñas | Francisco Espinosa | Guillermo Portilla (Crítica, 2022)

Si deseo que se venda mucho es por otras razones, profesionales y personales. Nótese el orden. Implica una cierta escala en términos de importancia. En primer lugar, creo que con nuestro enfoque hemos cubierto un frente en el que todavía no se había escrito lo suficiente para poner patas arriba principios fundamentales de la “historietografía” (Alberto Reig) franquista, pro-franquista y metafranquista. Lo hemos hecho como se debe. No partiendo de aprioris, sino por inducción desde la búsqueda y el descubrimiento de una nueva base documental. Es decir, EPRE en estado químicamente puro.

El tono personal es porque de manera tanteante, con altos y bajos, a lo largo de los últimos diez o doce años, es decir, desde que me jubilé en la Complutense y me dediqué a la investigación en archivos como ocupación principal, he identificado un objetivo preciso: explicar de una manera algo diferente de la habitual los orígenes inmediatos de la guerra civil. Pero, siempre con EPRE, es decir, evidencia primaria relevante de época.

Por lo demás he citado a muchos de los historiadores más importantes, españoles y extranjeros, que me han precedido. Ningún historiador navega solo. Las aguas por las que se aventura han sido, muchas veces, surcadas por otros.  Si no he mencionado a muchos más ha sido por un motivo muy simple. No hay historia definitiva (tampoco de la República, la guerra civil y el franquismo) ni, por supuesto, historiadores definitivos, mal que le pesen, por ejemplo, al profesor Stanley G. Payne y a sus acólitos.

Por consiguiente, me he abstenido de criticar -o incluso de citar – a autores que trabajaron de buena fé, con sus papeles y con su bagaje cultural, intelectual e ideológico. En cambio, sí he acudido a otras dos categorías: quienes han rellenado huecos que no hubiera podido abordar sin mencionarlos porque mi EPRE no bastaba y, en segundo término, a algunos de los que se han erigido, quizá tras implorar la gracia de Dios, en custodios o defensores de la tradición franquista o, por lo menos, antirrepublicana.

De manera sistemática, aunque con desviaciones previas, empecé a otear que la historia no había sido como nos la habían contado desde mi primer libro en 1974 (La Alemania nazi y el 18 de julio). Se cita todavía cuando, en aspectos fundamentales, ya he avanzado mucho más. Lo mismo ocurre con el segundo (El oro español en la guerra civil). A este respecto algún que otro historiador se ha empeñado (sin documentación al apoyo) en sostener que el envío de una parte del mismo fue “un error, un inmenso error” (por utilizar la terminología de Ricardo de la Cierva al caracterizar el primer gobierno Suárez en los albores de la transición).

Sin embargo, fueron dos obras (La conspiración del general Franco) y la colectiva (Los mitos del 18 de julio) en donde empecé a otear que en otros aspectos fundamentales las cosas tampoco fueron como nos las habían contado ni los historiadores franquistas o neofranquistas ni muchos extranjeros que no solían visitar archivos españoles.

Por razón de la documentación acumulada empecé a mirar hacia atrás y aclarar (con las ayudas imprescindibles de un primo hermano piloto, Cecilio Yusta, y de un amigo patólogo, el Dr. Miguel Ull) la singular aportación del general Franco a la conspiración de 1936 (también con el asesinato de su compañero el general Balmes) y su superinflado papel en mantener a España fuera del segundo conflicto europeo.

Quedaron sin abordar dos flecos principales, un tanto marginados en mi investigación.

El primero, los preparativos jurídicos para amparar el sangriento tajo que en el cuerpo social español los conspiradores querían dar tan pronto se sublevaran. No lo hicieron los militarotes de pro (Mola, Goded, Sanjurjo, Franco, Queipo….). Muchos autores lo habían inducido (en particular Francisco Espinosa) partiendo de los hechos (y generado una larga controversia respecto a cómo caracterizarlos: ¿genocidio?, ¿no genocidio?).

El segundo fleco, desde la perspectiva -tan cara a los sublevados y a sus apoyos ideológicos -católicos y fascistas, extranjeros y propios- cómo se configuró el ritmo del apoyo soviético a la República, al principio y al final de la guerra. En este caso no he olvidado las “aportaciones” de un ya fallecido (y que el Señor tenga en su gloria) general de división en el Ejército del Aire, posteriores a una trilogía que lo examinó de pasada. [CRITICA ya tiene un largo manuscrito en que he abordado tales temitas. Espero que aparezca el año que viene].        

Pues bien, CASTIGAR A LOS ROJOS es un libro de tres autores que identifican los variados hilos ideológicos que confluyeron en la praxis y en la teoría de la represión franquista. Mostramos las raíces de las que surgió la tesis -en la que todavía creen o dicen que creen- numerosos políticos, periodistas, medios impresos y digitales y ciudadanos. No han logrado, o querido, destetarse de la versión según la cual la sublevación obedeció a “un estado de necesidad” para salvar a la PATRIA de caer en las garras del comunismo.

Nuestro libro pone el acento en que la mayor parte de los pensadores jurídico-militares del momento, y los generales a quienes aconsejaban (ya fuesen Sanjurjo, Goded, Franco, Queipo de Llano o Mola) no podían ignorar que desde el Gobierno se les consideraría como jefes de “bandas armadas”, sublevadas contra el régimen legítimo y reconocido internacionalmente. No en vano los conspiradores estaban dispuestos a emprender acciones terroristas que caían dentro los supuestos penados por la legislación y el Código de Justicia Militar entonces vigentes.

Por ello, y en su propia defensa, los terroristas sublevados acusaron a los leales de que, al defenderse contra ellos, cometieron actos de terror. Con ello pusieron de relieve una de las características más notables que subsistió durante toda la dictadura de Franco y que ha encontrado su prolongación en la “historia” que le es proclive: proyectar hacia los adversarios rasgos esenciales del propio comportamiento.

Su mejor plasmación se encuentra en el Dictamen de la Comisión sobre ilegitimidad de poderes actuantes en 18 de julio de 1936 que encargó el entonces ministro de la Gobernación Ramón Serrano Suñer y siniestro personaje. Para colmo, entre los autores figuraban nombres egregios de los conspiradores monárquicos que, con la ayuda previa fascista, habían venido maniobrando para derribar la República y sustituirla por una Monarquía fascistizada desde 1932.

Esto todavía se oculta hoy cuidadosamente y hay gente que utiliza dicho Dictamen como si tuviera la misma validez y significación históricas que las tablas mosaicas. Pues no.

Nota

Un amigo y colega ha leído mi post de la semana anterior en el que citaba a la Dra. Olga Glondys y me ha comunicado que había fallecido, inesperadamente, hace casi dos años. Ha sido un choque profundo.

Descanse en paz. (continuará)

COSTRAS. ESPAÑA HURGA EN SUS HERIDAS

7 junio, 2022 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

A mi regreso a Bruselas hace quince días me encontré con la obra que da título a este post. Me la había enviado CRITICA. Me interesaba sobremanera saber qué había escrito una periodista polaca, asentada durante algún tiempo en España, Katarzyna Kobylarczyk, sobre la represión en y tras la guerra civil. El tema y la autoría me despertaron una curiosidad irrefrenable.

En lo que se refiere al primero porque, como he escrito y repetido en múltiples ocasiones, el estudio de la represión constituye el capítulo más vibrante de la historiografía española contemporánea. VOX y el PP lo deplorarán, pero no pueden negar la evidencia.  El número de títulos que sobre tal tema ha aparecido en, digamos, los últimos treinta años es simplemente inabarcable, a pesar de que numerosos colegas han intentado hacer obras de síntesis, en España y fuera de España (notablemente en varias ocasiones por el profesor Sir Paul Preston).

En lo que respecta a la autoría porque en dos ensayos sobre bibliografía española y extranjera en torno a la guerra civil, el capítulo de lo escrito por polacos ha tenido una excelente presentación de la pluma de la también historiadora de esta nacionalidad, la Dra. Olga Glondys. Debo señalar que establecida en España.

Polonia es, por otra parte, un país muy interesante no solo por razón de su azarosa historia, que también, sino igualmente por los cambios políticos e ideológicos que ha experimentado en los últimos años. Hoy es un Estado miembro con una postura reticente en el seno de la Unión Europea a causa de las presiones gubernamentales sobre su aparato judicial (que recuerda a ciertas dictaduras “suaves”). Su Gobierno no es demasiado fiable para muchos. Por otro lado, ha demostrado ser un partenaire extremadamente generoso en su acogida a refugiados ucranianos.

Sobre la guerra española la historiografía polaca, a decir de la Dra. Glondys, ha oscilado entre dos paradigmas: el oficial que se había asentado en los tiempos en los que la soberanía polaca estaba recortada durante la guerra fría en su condición de aliada de la URSS, y el rabiosamente anticomunista que ha ido desarrollándose después. En términos generales, no es difícil detectar una aproximación a tesis muy queridas por la derecha española en cuanto a los orígenes, desarrollo y significación de nuestra guerra civil. En ambos casos nunca se es suficientemente anticomunista. Algunos todavía hoy. Con independencia de que Putin sea escasamente equiparable a Stalin y que la Rusia actual no tiene una institucionalidad política, económica y social que la diferencia con toda claridad de la precedente.

A los lectores que quieran profundizar en la historiografía polaca sobre nuestra pasada contienda (hoy se dice que entre hermanos o que todos fueron iguales entonces, cosa evidentemente insulsa) les remito a sendos artículos de Olga Glondys en el número monográfico de la revista de la Universidad de Salamanca, Stvdia Historica. Historia contemporánea, La guerra civil, nº 32, 2014, que me ocupo el honor de dirigir en homenaje al añorado profesor Julio Aróstegui. Está disponible en internet. Igualmente he de aludir al volumen La guerra civil. Una visión bibliográfica, que codirigí con el profesor Juan Andrés Blanco y que cabe adquirir de Marcial Pons Digital, 2017. Puede descargarse por un módico precio (se trata de un volumen de 763 páginas). Fue la recopilación más completa sobre literatura española y extranjera en el siglo XX en el momento de su aparición.

La lectura de COSTRAS. ESPAÑA HURGA EN SUS HERIDAS equivale, por decirlo breve pero acertadamente, a un mazazo emotivo. Está escrito en un lenguaje directo y dinámico, muy bien traducido al castellano, provisto de una elemental -pero escogida- literatura de autores españoles, con algunos pocos títulos en inglés, pero disponibles en nuestro idioma, y un par de obras en polaco no traducidas. La autora pretendió sin duda hacer llegar a su público en Polonia un resumen de los resultados de la investigación española sobre la represión en y tras la guerra civil. Hay otros resúmenes en inglés y, que yo conozca, también en alemán (hasta el momento, que yo sepa, no traducidos). En general tienen un corte académico.

‘Costras. España hurga en sus heridas’, Katarzyna Kobylarczyk (Crítica, 2022)

La aparición en castellano de esta divulgación de alto estilo hace la obra muy recomendable para los lectores españoles, de derechas, de izquierdas, de centro o indiferentes, que quieran en unas pocas horas recorrer las 250 páginas con el fin de labrarse una idea del estado de la cuestión.

Como es lógico, el núcleo se centra en la represión franquista. Fue la más inmediata, la más dura, la más extensa, la más variada y la mejor controlada desde las alturas de los militares sublevados en contra de la República. Sin embargo, hay también un amplio espacio para la represión en el caso republicano. En ambas situaciones con pocos juicios de valor explícitos. Las diferencias se exponen con admirable claridad.

La autora se basa en observaciones y experiencias hechas durante su estancia en España. Desde luego, en conversaciones con los expertos que más se han destacado en la identificación de las víctimas de la represión franquista olvidadas en fosas. A la par con otras entrevistas sostenidas con los descendientes.  No olvida los primeros intentos de abordar la cuestión, emanados de la sociedad civil, efectuados después de la muerte de Franco y cuando los medios universitarios apenas si se movían.

El período central de su atención discurre desde finales del siglo XX y primeros años del XXI tras la exhumación, por Emilio Silva, de la fosa de Priaranza del Bierzo en la que yacían su abuelo y otros desaparecidos: Juan Pérez Merino, Pedro Cancho, Feliciano Ciruelos del Val.

En prosa ultrarrápida, que corta el aliento, el primer capítulo (todos son breves), titulado Matemáticas, hace un recuento de los resultados de la represión estimados en número de huesos. Tras la guerra, el suelo español llegó a acumular, por lo menos, 103 millones. Una contabilidad mínima.

La autora ha hablado con médicos forenses, antropólogos, arqueólogos, historiadores, hijos y nietos de víctimas en un amplio espectro.

Describe, sobre la base de casos identificados, cómo se hacían las sacas, se daban los paseos, se enterraban someramente a quienes pasaron a engrosar la nueva categoría de desaparecidos. Por desgracia, muchos siguen siéndolo todavía. También muestra el desgarro y los miedos de los descendientes, la incuria de las autoridades, los progresos que la sociedad civil fue arrancando a base de lloros y esfuerzos, las inanidades proclamadas por ciertos medios de comunicación. (Probablemente se han intensificado desde que puso en prensa su obra en Polonia).  Identifica a los contactos que fue estableciendo. Es decir, hijos y nietos. En ocasiones ha hablado con alguno de los propios ejecutores, cuando no se opusieron a hablar, pero que tampoco mostraron el menor remordimiento.

No deja de lado a los supervivientes. Es decir, a los encarcelados que lograron sobrevivir a su cautiverio. Los datos que ofrece sobre hacinamientos en las cárceles, fallecimientos por enfermedades contraídas, desnutrición (se le ha pasado que en Córdoba se dieron circunstancias casi peores que en Auschwitz, como ha demostrado Francisco Moreno),  la forma en que  conocidos empresarios se hicieron con mano de obra casi esclava a base de salarios de ganga, etc., son estremecedores.

Katarzyna describe, describe, describe. Cuanto mayor es el horror más cortos son los comentarios. Menciona, eso sí, en varias ocasiones el sublime Catecismo Patriótico Español, del obispo Albino González Menéndez-Reigada. Data de 1939 y, naturalmente, se publicó con la debida autorización eclesiástica. Es muy conocido.  Tras la muerte de Franco se hicieron varias ediciones. Lo he extraviado en mi biblioteca, pero afortunadamente lo he pedido en Amazon.fr. Me prometo volver a él en los próximos meses.

Tan eminente prelado (cuya biografía, ¿por qué será?, en Wikipedia omite todo lo que es relevante para el caso que aquí nos ocupa) identificó a los enemigos de España: liberalismo, democracia, judaísmo, masonería, capitalismo, marxismo y separatismo. Los caracterizó, de cara a la historia, con términos desprovistos de piedad evangélica (por ejemplo, sabandijas ponzoñosas) y puso de relieve el papel fundamental de la masonería, “nodriza de todos los otros”. Este eminente “cruzado” de medio pelo fue también doctor en Derecho y estudió en las Universidades de Salamanca, Madrid, Roma, Berlín y Friburgo. En suma, una lumbrera de la Santa Madre Iglesia Católica Apostólica y Romana de España.

Uno piensa que ya en agosto de 1936 los militares y guardias civiles sublevados, los pistoleros falangistas, las escuadras de acción dirigidas por terratenientes y prohombres locales -todos católicos, todos defensores de la PATRIA en peligro- armados con tales convicciones -y muchas pistolas, fusiles, escopetas y otro material de guerra- no tuvieron demasiada compunción en derramar millares de litros de sangre de los “rojos”. Los exigía la SALVACIÓN de España. Los lectores pueden acudir a las páginas 102 y 103 para hallar más basura vertida por dicho eclesiástico.

Ahora bien, la autora es una periodista concienzuda. También planteó (p. 199) el tema que está desde hace años -en particular en los tiempos del por VOX denominado “gobierno social-comunista”- en los medios periodísticos y redes digitales de la derecha y extrema derecha: ¿Por qué ahora se habla tanto de las víctimas de la represión franquista y no se dice nada de los miles y miles de asesinados por los comunistas y los anarquistas? (sic)

No reproduciré su comentario. Sí aludiré al hecho que, desde la gran victoria contra el comunismo y la masonería de 1939, se elevó y perfeccionó crecientemente un peregrino culto a los “caídos por Dios y por España”. En algunos de mis últimos viajes, poco antes de la pandemia, todavía vi la inscripción en varias iglesias, incluso -si no recuerdo mal- en Pontevedra. Me llamó la atención,  pero salvo que las autoridades locales o autonómicas hayan tomado cartas en el asunto, a lo mejor todavía sigue.

Pues bien, el amable lector encontrará que la periodista polaca dedica de la página 105 a la 139 a reseñar el origen, peripecias de la construcción y funciones del “Valle de los Caídos” y desde la página 200 a la 256 a las evocaciones que los descendientes de quienes entonces cayeron ante los fusiles y tropelías “rojos” hacen sus deudos. Empezando por el jefe de pistoleros, José Antonio Primo de Rivera, pedigüeño de ayuda a Mussolini junto con Calvo Sotelo y Goicoechea desde la cárcel en junio de 1936, y sin olvidar a los inmortales generales Sanjurjo y Mola, Ni tampoco, naturalmente, “Paracuellos”.

En resumen, un libro ágil, impactante, donde cada uno puede encontrar lo que busca, no exento de errores que podrían haberse evitado (las causas del accidente aéreo, por ejemplo, en el que pereció Sanjurjo) y que, en mi opinión, constituye un ejemplo para presentar en este modesto blog porque no está cortado por el patrón de los periodistas que se pronuncian con más autoridad que si fueran eminentes historiadores. Que conste que servidor sí los lee, aunque solo en alguna ocasión he pretendido sacar los colores a uno de quienes al parecer está en la nómina de ABC.  

El 15 de este mes se publica un libro firmado por Francisco Espinosa, Guillermo Portilla y servidor -prologado por Baltasar Garzón- CASTIGAR A LOS ROJOS. En él se analiza lo qué hubo detrás de la represión bajo la férula militar (es decir, del sector del “Glorioso Ejército” que rompió sus juramentos de fidelidad al régimen constituido en 1931). Es decir, EPRE pura y dura. ¿Figurará en las docenas de libros del futuro sobre la supuesta conspiración comunista que se preparaba, sobre los no menos supuestos planes para “asesinar” a todo hijo de vecino que fuese de derechas? ¿En los preparativos de un gobierno que estuvo carcomido por extremistas antiespañoles? Katarzyna Kobylarczyk se hace eco de tal tipo de afirmaciones en las págs. 229s, de la boca de un piloto que identifica (no lo hará servidor, aunque recomiendo no omitirlo en la lectura). Los amables lectores juzgarán.