CALVO SOTELO Y EL ORIGEN DE LA GUERRA CIVIL. UNA DISTORSIÓN QUE CONTINÚA
Ángel Viñas
Hoy ya no está de tono conmemorar los aniversarios del 18 de julio. Fue una fecha infausta. Terrible. A mí ya no se me ocurre mencionarlo ni siquiera en un aniversario relativamente redondo: este año se cumple, en efecto, el 85 o, para ser más exactos, el octogésimo quinto. Sin embargo, aprovechando que el Jarama pasa por Sevilla, un diario madrileño se ha apañado para adelantarse a recordar el mismo aniversario aunque relacionado con el asesinato de Don José Calvo Sotelo. Ha sacado a relucir los recuerdos de su hija, que ha llegado felizmente a la provecta edad de 101 años. Mi más cordial felicitación, con la expresión de mi más ferviente deseo de que siga cumpliendo muchos más.
La autora del reportaje, cuyo nombre no merece ni mencionarse, ha endilgado a sus lectores una versión, enriquecida con los recuerdos de la hija, del luctuoso acontecimiento. Por lo demás es totalmente tradicional y no deja de lado ningún detalle básico en su tradicionalidad. Ha acudido a dos historiadores en busca de respaldo. No me molestaré en buscar en sus dilatadas obras las citas que de ellos hace la periodista. Existen, en efecto, dos posibilidades. La primera que constituyan una distorsión de lo que hubiesen escrito, y en ese caso la responsabilidad recaería sobre la autora. La segunda, que fueran exactas. Esto me plantea un problema porque, de ser así, habría que preguntarse qué clase de historiadores son. Ciertamente no de los han explorado archivos a la búsqueda de EPRE que, si resulta contraria a sus preconcepciones o concepciones, hacen todo lo posible por no identificarla. (Una tercera alternativa es que no hayan sido cuidadosos -o que no lo haya sido la periodista a la hora de transcribir sus afirmaciones)
En todo caso, el ejemplo me sirve de colofón, antes de que empiecen las vacaciones veraniegas, para cerrar la serie de posts que había creído terminar con la invocación a los desvaríos históricos de todo un general de División sobre la primera parte de la guerra civil y que culminé con sus referencias a la destrucción (naturalmente, por los “rojos”) de la villa foral de Gernika.
La autora del reportaje hace varias afirmaciones que son, digamos, un tanto inexactas.
La primera que el diputado señor Calvo Sotelo “siempre se las apañaba para restar importancia al clima de violencia que se respiraba en aquellos días previos a la Guerra Civil”. No sé si interpretarla como manifestación de pura ignorancia o, simplemente, de distorsión. Solo hay que comparar los discusos en el Parlamento de dicho diputado en abril y junio de 1936 para comprobar no ya que fueron in crescendo sino que crisparon notablemente los ánimos. Acepto que sobre las intenciones del Sr. Calvo Sotelo pueda discutirse. Esa es, precisamente, la labor del historiador porque, que se sepa, él no dejó ningún cuaderno de notas, diarios o las reflexiones que fuera haciéndose sobre la marcha. Una pena. Servidor tiene una interpretación basada en una reconstrucción -dentro de lo posible- del trasfondo en que ambas intervenciones se produjeron y la he plasmado en, por lo menos, cuatro libros, también in crescendo.
La segunda afirmación es que su asesinato “fue determinante en el estallido de la guerra civil cinco días espués”. Esto es una mezcla de profunda ignorancia y, hoy, también de distorsión. De ignorancia porque la revuelta militar estaba en marcha y ya se había fijado hasta la fecha de su estallido. Los comienzos de la misma hasta los franquistas más acérrimos suelen ubicarlos hacia marzo de 1936 aunque lo cierto es que cabe remontarla mucho más hacia atrás. De distorsión porque hace pivotar un acontecimiento que cambió para siempre la historia de España del asesinato de un hombre.
La tercera afirmación es el alegato de que la calificación de Calvo Sotelo como “protomártir” revela una cierta sorna. No es cierto. Así fue calificado dentro de una línea interpretativa que siempre ligó la sublevación a su muerte violenta. Fue, por el contrario, de sumo aprecio. Presentó al diputado (declarado por Franco el 18 de julio de 1948 Duque con Grandeza de España) como el prólogo de los asesinatos que los “rojos” iban a cometer a mansalva a lo largo de una “Cruzada” salvadora, bendecida por la Iglesia católica española.
Ahora llegamos a un “viva la Virgen” de la desinformación. Se dice en el artículo: “No hay documentación que pruebe que Calvo Sotelo estuviese en la conspiración para el golpe de Estado que estaba organizando el general Emilio Mola”. Bueno, sin querer en modo alguno ponerme plumas en un sombrero tirolés, recomendaría a la autora que examinara algunos libros y, en particular, la carta que su héroe, junto con Don Antonio Goicoechea y el nunca olvidado mártir de la “Cruzada” José Antonio Primo de Rivera, escribió poco antes de su intervención parlamentaria del mes de junio a un personaje de no escasa influencia en lo que estaba urdiéndose: Benito Mussolini. En la carta tan significado trío anunció el golpe y la necesidad de “untar” a ciertos generales para que se sumaran a él. Como se conoce desde hace más de cuarenta años (la publicó Ismael Saz) sorprende que la autora siga en Babia.
¡Ah! en su lugar acude a un nombre de excepción: el profesor Bullón de Mendoza. Es autor de una gran hagiografía de Calvo Sotelo de la que, en la medida en que se refiere al caso en cuestión, me permití señalar la omisión de algunos aspectos esenciales. Si lo ha citado bien -y me atrevo a dudarlo- he de señalar, con todos los respetos, que estaría en un profundo y craso error. Los monárquicos alfonsinos habían declarado al Duce en octubre de 1935 por boca de Don Antonio Goicoechea que si las izquierdas llegaban al poder, aunque fuera por medio de elecciones, ellos y una parte del Ejército se sublevarían. Calvo Sotelo estaba en aquel momento, al igual que Goicoechea, en Roma y pensar que este último obró sin que lo supiera el primero es algo que me declaro incapaz de concebir. Hoy lo que escribo está documentado.
Por cierto, si es verdad que dicho historiador afirmó a la periodista que Renovación Española no aportaba nada a la conspiración es de nuevo una interpretación errónea de esta o porque todavía ignora que después del pacto de marzo de 1934 con los italianos, los monárquicos alfonsinos (con, a su frente, Calvo Sotelo) se dedicaron a crear una organización subversiva dentro del Ejército (la famosa UME). Era evidente que los civiles monárquicos y los pistoleros falangistas no iban a derribar ellos solitos al régimen republicano.
Tampoco me atrevo a creer que otro historiador, Jordi Canal, excelente conocedor del movimiento carlista, pudiera haber dicho a tan estimable periodista que “Calvo Sotelo no estaba implicado”. De haberlo hecho, me temo que, con dolor, debo corregirle públicamente. También en el punto en que solo la muerte del diputado gallego unió a carlistas, falangistas y al Ejército, porque cada uno iba por su lado. Pues no. Calvo Sotelo no era el líder de la oposición conservadora en el Parlamento. Era el lider de los diputados de Renovación Española y andaba cogidito de la mano con los carlistas. La oposición “conservadora” (hoy diríamos de derechas) estaba dirigida por el Señor Gil Robles (que también conocía los preparativos del golpe) pero que iba a lo suyo de mala manera.
Entre las lagunas de que adolece el artículo me deja helado en que su autora ni siquiera haya mencionado la única reconstrucción potable del asesinato, debida ya hace muchos años a Ian Gibson. El que no la cite me parece una falta glamorosa de profesionalidad.
Y queda Franco. Tampoco la periodista le hace un buen servicio. Como un papagayo repite la tesis de que terminó convirtiéndose en doctrina: El futuro golpe “ni siquiera contaba con la adhesión decidida de Franco, que precisamente decidió sumarse oficialmente a la conspiración a raiz del asesinato”. Esto no es cierto y por mucho que se haya repetido no ha dejado de serlo. Hay que remontarse a un Franco en el pináculo de su en aquel momento incierta gloria para leer lo que ordenó que se escribiera al respecto: fue él quién había manejado los hilos de la conspiración desde casi el primer momento. Es decir, tras haber sido cesado como jefe del Estado Mayor Central en febrero de 1936. ¿Y Sanjurjo? Una mera figurativa decorativa. ¿Y Mola?, a sus órdenes a pesar de estar en las lejanas Canarias.
Franco, siempre mendaz, escribió esto en 1944 y así quedó incorporado a un libro que debería ser reeditado por el Servicio de Publicaciones del Ministerio de Defensa. Eso sí, debidamente presentado y anotado de forma crítica, como han hecho los alemanes con el Mein Kampf de Hitler. Se trata del primer volumen de la Historia de la guerra de Liberación, publicado por el Servicio Histórico Militar del Estado Mayor Central del Ejército de Tierra en 1945.
¿No lo conoce nuestra estimada periodista? Está a la venta en internet a un precio módico. De seguro que si lo lee, seguirá deleitándonos con los agudos comentarios que le sugiera. Pero quizá convendría que, a la par, aprendiese a leer críticamente. Al fin y al cabo los periodistas son los pre-historiadores del presente que será historia mañana. Tienen una gran responsabilidad por lo que es preciso que no suplanten a quienes se dedican a descifrar, entender o interpretar un pasado más o menos remoto porque las dos profesiones tienen un ethos, una orientación y una metodología diferentes.
Repito lo dicho en la anterior serie: conviene pasar por la piedra de toque de las evidencias primarias las “representaciones” que se tengan del pasado, porque como ya demostré con el general de División Don Rafael Dávila Álvarez, no todas valen.