EL EMBAJADOR DE S.M. BRITÁNICA ANTE LA MONARQUÍA ALFONSINA Y LA SEGUNDA REPÚBLICA: SOBRE UNA RECIENTE BIOGRAFÍA (y II)

26 octubre, 2021 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

Silvia Ribelles ha dedicado espacio a desarrollar la sorpresa que el 14 de abril despertó entre los diplomáticos británicos en Madrid y en Londres. Hace lo que un buen historiador, y no en plan de cantamañas prejuzgados como muchos de los que ahora escriben con supuesta autoridad de titanes. Les cogió de sorpresa. No se lo esperaban. Los comentarios fueron prolijos. Uno de ellos, un “experto”, ejemplifica cuán difícil era -y es- en la actividad diplomática diaria anticipar lo que deparará el futuro: “Esto es solo el principio de importantes cambios en España, importantes solo para España, ya que no creo que sean transcendentes para nuestro país” (p. 133). Con razón dijo mucho después un primer ministro japonés, Yasuhiro Nakusone, que en política prever lo que puede ocurrir una pulgada por delante de los acontecimientos es adentrarse ya en terreno desconocido.

‘Un diplomático al servicio de su Majestad. Sir George Grahame (1873-1940)’, de Silvia Ribelles de la Vega. Comares Historias

Nada de lo que antecede significa que Sir George Grahame no tomara, como se dice, la medida a la joven República. Vio en ella la clara y evidente posibilidad de que España dejara detrás decenios, si no siglos, de decadencia y de que se pusiera a tono con la modernidad europea. Siempre fue por delante de la mayoría de sus compañeros y superiores en Londres, piedras angulares del Imperio, que como corresponde a los servicios centrales pensaban en coordenadas más amplias, pero no por ello necesariamente más acertadas. En la actualidad, los escribidores a sueldo de la derecha española estarán en contra de tal aseveración.

En contra de una historiografía muy asentada servidor sostiene que la década de los años treinta fue también, aunque de otra forma, un período de cierta “decadencia” británica en política  exterior, como la calificó Jean-Baptiste Duroselle para el caso de Francia. Solo que Gran Bretaña era, y sigue siendo, una isla (más otras menores) con el aditamento de la entonces nueva Irlanda del Norte. Además, separada del continente por un océano que, aunque estrechito, imponía obstáculos insalvables merced a la supremacía escasamente contestable de la Royal Navy (los japoneses, años más tarde, no tardaron en demostrar lo contrario en aguas asiáticas).

Algunos historiadores (no hablemos ya de los gacetilleros) siguen, dale que te pego, acudiendo a un supuesto dictum de Lenin de que España sería el segundo país europeo, después de Alemania, de caer bajo la esfera de influencia comunista. Confieso no haber leído todas las obras de Lenin y agradecería a quien lo haya hecho que me informara de dónde apareció la cita y, si es posible, los argumentos que la sustentaran. Además, la ecuación Azaña=Kerenski no dejó de flotar en la mefítica atmósfera desde la cual algunos “genios” del Foreign Office contemplaron la realidad española de la época. 

Más cerca del presunto peligro rojo que, según convención derechista tradicional y que ya vehiculaban los monárquicos alfonsinos, se cernía sobre la amada Patria, el duque de Alba había comunicado a Sir George que España sería el “el último país en convertirse al bolchevismo”. Por su parte el general Berenguer había manifestado a un periodista francés que “el comunismo era prácticamente inexistente en España” (p. 143). Ambas declaraciones eran, sin la menor duda, más ajustadas a la realidad que los sueños y pesadillas que transmitían a Mola (director general de Seguridad) y a Franco (director de la Academia General Militar) los “cruzados” de la Entente Internationale Anticommuniste con sede en Ginebra.

Los que  caracterizo de “cruzados” los había también en el cuerpo consular británico asentado en España. El más representativo, por la audiencia que alcanzó a partir de agosto de 1936, fue un oscuro personaje, el cónsul general en Barcelona, Norman King. Daría mucho de sí. El acudir a los toros como ejemplificación de la supuesta atracción de los españoles por verter sangre de sus compatriotas fue una de sus más populares metáforas, pero no la única. Quizá con Sir George en puesto no se hubiera atravido a hacerlo. Sin él, no encontró ningún impedimento.

Durante los tumultuosos años que le tocaron vivir en España, Sir George criticó algunas de las informaciones que suministraba al augusto diario The Times su corresponsal en Madrid y que han despistado a más de un historiador. Ya en la época había gente, incluso en las altas esferas de la Administración británica, que percibía la realidad internacional también a través de las columnas del rotativo, cuyo director debe figurar -aunque no siempre aparece- en la lista de los “apaciguadores” más indomables. Su influencia se advierte en los comentarios y anotaciones con los que otros “genios” del Foreign Office ampliaron los telegramas y despachos de su embajador, probablemente demasiado poco conservador para ellos.

Silvia Ribelles recupera muchos de tales informes anotados. Bastantes de entre ellos los había sacado a la luz Enrique Moradiellos, Otros, un servidor (por no contar historiadores británicos y norteamericanos). Los que aflora la autora, siguiendo un orden cronológico estricto, permiten ver cómo Sir George siguió los acontecimientos al día a día. Ello se revela en toda su intensidad en el caso del octubre asturiano. En mi opinión, el peso de lo diario puede llevar a oscurecer la reflexión más calma y ponderada que el embajador hizo llegar a posteriori a Londres y que, teniendo en cuenta lo que había publicado la prensa británica, a veces difería considerablemente de la misma. Silvia Ribelles, desde luego, considera que Sir George tuvo un perfil “menos conservador” que su sucesor en el cargo. Es una descripción que no hace del todo justicia al primero, porque este último no es que fuera más conservador, es que era mucho más prejuzgado y se dejó embaucar  por las derechas españolas más extremas. De diplomático ecuánime, analítico, conocedor de la amplia élite política y social del país, rien de rien. Sir Henry Chilton fue un desastre para España y también para su propio país. Uno de los más del servicio diplomático británico de la época.

Todo embajador debe tener en cuenta, en su información a los servicios centrales, la atmósfera dentro de la cual se percibirán sus despachos y telegramas. En lo que se refiere a los asuntos diarios (desórdenes públicos, desacatos a la autoridad de la izquierda revolucionaria, algaradas múltiples) la producción de la embajada bajo Sir George fue notable y, a diferencia de lo que pasa con la alemana o la italiana, se conserva en gran medida. El único ejemplo comparable podría ser la norteamericana, en la cual también se observa el impacto de la llegada de un nuevo embajador, en este caso político y amigo personal del presidente Roosevelt: Claude G. Bowers. (Por cierto, sus memorias, publicadas mucho después de la guerra y tras haber abandonado el servicio diplomático de Estados Unidos, hay que tomarlas con un granito de sal y compararlas con su información de cuando estaba en Madrid: hay desacuerdos y, a veces, contradicciones).

En mi modesta opinión, en los tiempos alborotados actuales en que renacen las “verdades eternas” que sobre la segunda república española vertieron quienes quisieron acabar con ella para justificar su sublevación, la recuperación de la figura de Sir George D. Grahame, que ha hecho Silvia Ribelles de la Vega, debería ser un incentivo para que otros historiadores españoles y no españoles se inclinen de nuevo sobre su producción en forma de telegramas y despachos, bien al día o más meditados.

Nuevas miradas (y la esperanza de que en algún momento en el futuro las autoridades británicas se decidan a desclasificar la documentación del Secret Intelligence Service sobre la España de los años veinte y treinta, si no la han destruido, y la todavía no revelada del contraespionaje, MI5) deberían formar parte del abanico de claves con que los historiadores continuarán derruyendo las versiones amamantadas por el franquismo y el neofranquismo o también por la política de apaciguamiento británica de la época. Y, en ello, quizá sea posible echar luz sobre la perniciosa actuación de algún que otro diplomático británico filofascista y, por supuesto, sobre el topo de Stalin incrustado en la Dirección General que se ocupaba de los asuntos españoles cuando estalló la sublevación de julio de 1936. Nadie, que yo sepa, ha explorado hasta qué punto el Kremlin estuvo al tanto de lo que se hacía y no se hacía en el Foreign Office de la época en relación con la nueva situación creada por el incipiente conflicto español.

P.S. En el libro que escribí sobre mis experiencias en la Comisión Europea narré una anécdota. Se trató de un pequeño percance que me ocurrió con un alto diplomático británico. En un momento me escribió una carta (entregada en mano) en el que criticaba alguna de las decisiones que servidor había tomado sobre cierto tema. Puso en copia al comisario y a otros colegas, entre ellos el gabinete del presidente Delors. No tenía razón y se equivocaba de plano.

La sangre se me subió a la cabeza. ¡Lo menos que podría haber hecho era llamarme o avisarme! Inmediatamente redacté, en inglés, la respuesta pero antes de enviarla pensé un momento. ¿No sería mejor que la viera mi mujer? Al volver a casa le conté lo ocurrido. Se echó a reir. Había actuado en español. Me dio una lección: en ciertos círculos (y desde luego en los Ministerios británicos) cuando se quiere demostrar un cabreo fenomenal el redactor de la respuesta la escribe en términos sumamente almibarados. Así que al día siguiente envié la nueva redacción, con copia al comisario y al resto de los destinatarios de la misiva inglesa. Uno de mis subordinados, francés, vino a verme para expresarme su preocupación por el tono, a su parecer humillante para la Comisión. Con el imprescindible tono de autosuficiencia le dije algo así como “como buen francés, no conoces a los ingleses. Ya verás”. Y, en efecto, lo vimos. El destinatario se disculpó en todos los tonos posibles. Desde entonces nos invitó varias veces a los champagne parties que organizaba en su residencia los domingos por la mañana. Moraleja: conviene entender el mundillo mental y cultural en el que se redactan los despachos diplomáticos. Eso sí, subí enteros en la apreciación de mi inmediato superior, un belga que había trabajado con ingleses en la Résistance contra los nazis.

EL EMBAJADOR DE S.M. BRITÁNICA ANTE LA MONARQUÍA ALFONSINA Y LA SEGUNDA REPÚBLICA: SOBRE UNA RECIENTE BIOGRAFIA (I)

19 octubre, 2021 at 8:30 am

ANGEL VIÑAS

Desde que los “ultramontanos” empezaron hace unos veinte años, aprovechando las oportunidades que les deparó el segundo Gobierno del inmarcesible prócer que fue Don José María Aznar, au acometida contra la trayectoria histórica de la Segunda República, servidor que entonces volvía  a escribir historia se interesó de nuevo por ella.

Si no recuerdo mal, ya en 2012 llamé la atención sobre las distorsiones que en el Londres imperial de la época había sufrido la imagen republicana entre 1935 y 1936 y destaqué la importancia de la información que la embajada británica suministraba a sus servicios centrales. Lo hice a base de interrogar críticamente la evidencia primaria relevante de época que ya se había visto enriquecida con desclasificaciones documentales a principios del siglo. Naturalmente, di toda la importancia que merecían a las investigaciones realizadas por historiadores previos, británicos y españoles. Raras veces, en historia, se parte de cero.

Mi exploración de algunos de los documentos ya conocidos, que amplié luego considerablemente, me llevó a destacar la importancia de los informes del embajador británico en Madrid desde los últimos años de la Monarquía. Se llamó Sir George Dixon Grahame.

La biografía es un género que no me ha tentado demasiado. La primera excepción a esta regla la verá el público lector en el libro que saldrá el año que viene en colaboración con Francisco Espinosa y Guillermo Portilla. En el contexto anterior, una reciente biografía de Sir George me ha llamado poderosamente la atención.

Su autora, Silvia Ribelles de la Vega, es una historiadora asturiana, afincada en California, que ha dedicado muchos años de su vida a reconstruir, hasta donde le ha sido posible, la vida y obra del personaje. Como buena biógrafa reconoce que en ambas hay huecos, quizá porque en su momento el protagonista se atrajo la animosidad de parientes y colegas que, como ocurre en las mejores familias, hicieron todo lo posible para destruir las evidencias primarias generadas por Sir George y disminuir la importancia de su labor. En este contexto siempre cabe preguntar: ¿dónde diablos están los papeles de Franco que no fueron a la FNFF?

Aquella actitud hacia Sir George, a todas luces reprochable, es ciertamente muy humana. Es difícil, probablemente, formar parte de la élite de un servicio diplomático imperial y no concitarse algún que otro adversario. Sobre todo en tiempos turbulentos.

El hecho es que hoy, gracias a los desvelos de Silvia Ribelles, disponemos de una biografía bastante completa de Sir George, publicada en la notable colección de Historia que viene alumbrando la editorial Comares, merced a los desvelos de mi buen amigo el profesor Miguel Ángel del Arco. Para todos los interesados por la Segunda República es, en mi opinión, de lectura obligada.

Se trata de un libro relativamente corto, de unas 230 páginas, que se lee con rapidez y, para mi, con sumo provecho. Es también un libro que no gustará a los autores profranquistas y antirrepublicanos amén de a sus correveidiles mediáticos.

Establezco esta hipótesis teniendo en cuenta varias razones: la vida profesional de Sir George, que la autora recorre con detalle, muestra que su biografiado fue una de las promesas del servicio diplomático británico (entonces y durante mucho tiempo después uno de los mejores del mundo y, en mi modesta opinión, el mejor de los que conozco). En cuatro líneas describe al personaje: refinado, políglota y culto; amante del lujo pero sin grandes ostentaciones; sofisticado y elegante; muy inteligente y un pelín narcisista. Estamos ante uno de los diplomáticos más reconocidos y de mayor valía de su generación. ¡Ay! También con enemigos y no sería porque, en términos de estatura, era literalmente un gigante. Entre los últimos debió de figurar uno de sus antiguos subordinados en Madrid. Después de la segunda guerra mundial, ya embajador en Praga, decidió lo que había que destruir entre los papeles de su exjefe y lo que debería conservarse. Esto fue a parar a dos ramas de la familia. Una no hizo caso a la autora. Otra le prestó todo su apoyo. ¡Que la maldición de los historiadores recaiga sobre la primera!.

La biografía se divide en dos partes. Ante todo, la autora  pasa revista a la niñez,  juventud y educación del protagonista (nacido en 1873),  su ingreso en el servicio diplomático en 1897 (es fascinante la reconstrucción de los sistemas de recrutamiento y ascenso en el Foreign Office de la época), sus primeros puestos ((París, Berlín, Buenos Aires y, de nuevo, París). En este último pasó la primera guerra mundial. Hacia su final, se había convertido en el embajador de facto. No se le permitió consolidarse como titular, pero también intervino en las negociaciones del armisticio y de los varios tratados de paz hasta que, en 1920, fue nombrado embajador en Bruselas. Esta capital era entonces un destino muy sensible. Servidor recuerda haber visto la placa que se conservaba en el lugar que había sido su residencia.

Para el lector español, naturalmente es la segunda parte de la obra, la de su embajada en España, que comenzó en 1927, la más importante y significativa. Pero, como es obvio, no es posible comprender cabalmente la forma en que el embajador se enfrentó a una nueva escena política, económica, cultural y social si no se tiene alguna idea de su formación y experiencias previas. Todo historiador que se precie debe conocer algo de ambas, con ojos prejuzgados o no prejuzgados. En honor de Sir George, Silvia Ribelles pertenece a esta segunda categoría.

El nuevo embajador se situó rápidamente entre los más importantes de la Corte madrileña. No tardó en tomar medida a su nuevo puesto y a sus circunstancias. Dos años más tarde, en lo que sería el declive de la dictadura primorriverista, emitió un mensaje claro y clarividente: “la anómala situación actual será tolerada cada vez menos por la parte más inteligente y progresista del país”. La evidencia misma, aunque hay historiadores (abundaron sobre todo en la época oprobiosa) que se hartaron de alabar al primer dictador español del siglo.

Silvia Ribelles presta atención, como también hizo servidor años antes, a los informes anuales preceptivos que la embajada británica (al igual que otras como la alemana y la francesa) debían enviar a los servicios centrales al comienzo de cada año sobre lo ocurrido en el precedente  e identificar las perspectivas de futuro. La autora lo hace teniendo en cuenta los comentarios que hacían los funcionarios que en el Foreign Office los leían. Esta era una peculiaridad del sistema británico  que facilita enormemente el seguimiento de las opiniones que discurrían por los meandros burocráticos establecidos (hasta en ocasiones llegar al ministro). Es pues muy útil al historiador de hoy. Unos solían ser positivos, incluso encomiásticos; otros displicentes. La cortesía funcionarial se imponía en cualquier caso y las críticas negativas hay que deducirlas de un lenguaje entonces convenido y hoy no siempre fácil de interpretar. Es preciso conocer las claves subliminales. La discrepancia se revestía de fórmulas corteses y cuando lo eran excesivamente hay que pararse a meditar en el mensaje que se quería enviar a los compañeros y superiores.  Contaré a estos efectos en el próximo post una anécdota que me ocurrió personalmente con un diplomático británico.

La biógrafa es rotunda: “Sir George presentaba una monarquía disfuncional, que había perdido por completo el norte, en una nave vieja y caduca que navegaba hacia los escollos, a la deriva” (p. 127). Aviso, pues, a los historiadores españoles de hoy que quieren rescatar o criticar lo más posible el choque de aquel navío con la ruda realidad política, económica y social del período.

Lo que sí está claro es que Sir George comprendió bien la naturaleza de las actuaciones políticas, económicas y sociales de los gobiernos de la Segunda República. Sus informes (tras la muerte en accidente de nuestro Welsh terrier  Oscar) me encerré en los Archivos Nacionales británicos en Kew y fotografié la mayor parte de los envíos de la embajada a Londres desde 1931 a 1936) constituyen un material de referencia indispensable.

¿Y después? Lo que ocurria en muchos casos entonces y con, las adaptaciones necesarias impuestas por las modernas técnicas de comunicación y de globalización, ocurre ahora.  A las luces emitidas por un embajador y sus colaboradores pueden sucederles la oscuridad y la distorsión de los siguientes, adaptándose a las fobias y filias del superior. Sir George se jubiló en 1935. Pocos meses después su sucesor, Sir Henry Chilton, demostró que también era posible comportarse como un imbécil en el tan afamado servicio diplomático británico. A uno de los grandes embajadores del mismo le remplazó otro de los peores, en mi humilde opinión. Y esto no refleja prejucios por mi parte. Es, simplemente, la constatación de que a un embajador que comprendía bien la sociedad en que se movía le sucedió otro que no tenía la menor idea, tampoco identificó lo que estaba en juego y que, conscientemente o no, despistó a su propio Gobierno (o se atemperó a los prejuicios que advirtió en el mismo).

No hago autopublicidad, pero sí recuerdo que algo de lo que en esta entrada se deja entrever está explicitado en los dos primeros capítulos de mi libro La conspiración del general Franco y otras revelaciones sobre una guerra civil desfigurada, segunda edición revisada y ampliada, Crítica, 2012. Esperemos, contra toda esperanza, que si todavía se conserva documentación del MI6, aunque sea traspapelada, se identifique por fin y se ponga, quizá en el siglo XXII, a la disposición de los investigadores.

EN EL PERÍODO DESPUÉS DEL JALEO SOBRE JUAN DE LA CIERVA

12 octubre, 2021 at 8:30 am

Quien controla el presente controla el pasado ….

Ángel Viñas

Un antiguo refrán castellano con, al menos, dos variantes (“el mejor -o mayor- desprecioes no hacer aprecio-“ y/o “no hay mejor desprecio que el no aprecio”),figura hoy reseñado en el Centro Virtual Cervantes con su correspondiente equivalencia en otros diez idiomas. El significado que atribuye dicho Centro al uso que del mismo hizo, al parecer, el anterior presidente del Gobierno Don Mariano Rajoy en una determinada ocasión creo, en mi modesta opinión, que no se corresponde con la normal acepción del mismo en el lenguaje común.  Para muchos otros y para mí no apreciar implica, esencialmente, despreciar, defecto o virtud a los que acudo con cierta frecuencia.  

Supongo que algo similar hace el Gobierno de la Región de Murcia. Y, en consecuencia, sus terminales mediáticas. No en vano solicitó dos informes con los cuales aplastar la negativa del Gobierno de España a atender una petición de las autoridades autonómicas sobre la denominación del aeropuerto regional.  Uno de ellos me lo ha transmitido amablemente el profesor Javier Guillamón que lo hizo a petición del Rector de la Universidad. Del segundo informe no sé nada. No ha traslucido. El copyright supongo que corresponde al autor, aun cuando hubiera estado bien retribuido.

A mí, francamente, me importa un comino lo que el gobierno de Murcia piense de un servidor. Sin embargo, que hasta ahora, que se sepa, ni siquiera haya dicho ni pío al desafío que en buena y debida forma les lancé hace dos o tres semanas puede obedecer a una creencia basada en alguno de los siguientes fundamentos:

  • Tenemos razón. No nos la quitará nadie.
  • Viñas es un historiador indigente y no hay que hacerle el menor caso
  • Si respondemos, a lo mejor tiene algún cartucho de recambio y nos hace la pascua.

Puede haber otras explicaciones.  Alguien tendrá que explicar por qué no se publica el informe de un “brillante” historiador que, al parecer, ha demolido (supongo que con gran acopio documental) mis tesis sobre don Juan de la Cierva. ¿De dónde las habrá sacado? Misterio.

La más interesante, desde mi punto de vista, es la primera hipótesis, porque entronca con la batalla que, según se afirma por ciertos terminales mediáticos, la izquierda española en general, y servidor en este caso concreto, están llevando a cabo con el fin de distorsionar la HISTORIAAAAA y ganar hoy la guerra que perdieron (por su propia perversidad) en los campos de batalla hace más de ochenta años.

Como quien esto escribe es algo lento de mollera y considera que el pasado ya no existe, entender la sucesión de hechos que ocurrieron en él y preguntarse por qué, me ha llevado muchos años, mucho esfuerzo, mucho dinero y muchos quebraderos de cabeza. No soy como Stanley G. Payne, a quien últimamente cito con frecuencia porque desde que era un jovencísimo profesor ya sabía lo que tenía que saber para escribir más o menos el mismo libro por lo menos una docena de veces. Desde luego sin preocuparse de haber pisado un solo miserable archivo (salvo el de la FNFF, aunque con escaso éxito).

Lo que hoy creo haber documentado me ha supuesto la friolera de cerca de treinta años, la visita a más o menos cuarenta archivos (estatales, subestatales, públicos y privados) en media docena de países y hacerme con una biblioteca particular de varios millares de libros. ¿Resultado? En ese pasado que ya no existe, las cosas no fueron como nos las contaron los historiadores franquistas y como, con algunas mejoras en cuanto a presentación se refiere, han seguido repitiendo sus epígonos, muy vehiculados por la FNFF.

Que en la dictadura hubiese una interpretación básica y única posible era comprensible. El, para algunos, glorioso régimen de Franco mantuvo una censura prácticamente de guerra hasta la Ley 14/1966, de 18 de marzo. No fue precisamente una disposición que abriera las compuertas a lo que ya se había escrito en el extranjero Eso sí, permitió a una serie de autores afines a la dictadura que actualizasen mínimamente algunos (no demasiados) de los mitos en que se sustentaban los cuentos tradicionales.

Para comprender el amplio abanico tradicional sigue siendo una obra absolutamente imprescindible la de Herbert R. Southworth, El mito de la Cruzada de Franco, que dio a conocer Ruedo Ibérico en París. Dicen los enterados que al berrinche que se cogió el nunca olvidado profesor Manuel Fraga Iribarne (un genio entre los numerosos genios que florecieron durante la dictadura) siguió la creación en su Ministerio de (Des)información y Turismo de una unidad especializada en preparar la contraofensiva, quizá con la idea de reeditar antiguas glorias imperiales a lo Carlos I o Felipe II.

La  encargó al aspirante Ricardo de la Cierva, técnico de Información y Turismo, que ya en su primera obra sobre la política española en este sector había derramado abundantísima baba en su dedicatoria a un invicto general: es decir, al personaje impoluto e inmaculado que llevó a los Ejércitos Nacionales a la victoria sobre el enemigo. Pásmense los lectores: el anarquismo, el socialismo, el comunismo, el liberalismo, la masonería y un montón de ideas nefastas no, nefastísimas, que se habían desarrollado a partir de los principios de la Reforma, la Ilustración, la Revolución francesa y, ¡cómo no!, la soviética. ¡Abajo, pues, los siglos XVIII y XIX! ¡Vuélvase a la España imperial de la contrarreforma!

Por mi parte, he llegado a ciertas conclusiones operativas que he apoyado (ya sé que hay quien dice que eso de los documentos es algo decimonónico, positivista, absurdo) lo mejor que he podido. Eso sí, siempre abierto a que se me demuestre que los he interpretado mal (algo que inevitablemente ocurre a quien, por desgracia, no goza de los privilegios de la presciencia ni de la infalibilidad, en los que tanto abundan otros).

Este tipo de relato, basado en un conjunto de documentos de los que se encuentran huellas en los archivos que poco a poco han ido desclasificándose, parece como si estuviera escrito en chino a los historiadores del tipo Payne. ¿Dónde figura el menor reflejo en el libro que ha escrito y reescrito -con gran éxito- tantas veces?  

¿Es su pasado igual al que servidor describe? No. ¿Es el pasado que ahora quiere “recuperar” una futura Asociación Nacional de Víctimas del Frente Popular? No. ¿Es el pasado que enciende las pupilas de los historiadores de VOX? No. ¿Es el pasado al que se refirió, en presencia de Don Pablo Casado, callado como un muerto, uno de los exfundadores de tal partido hace poco? No. ¿Es el pasado que hace titilar las papillas gustativas de los políticos del PP murcianos? No.

Todos nos hacemos representaciones del pasado, pero unos las documentan en su origen, evolución y afloramiento. Otros, no. Es decir, por un lado, hay historia (no tanto de derechas o de izquierdas, sino documentada o no) y, por otro, camelos. El más importante del pasado español en el siglo XX es el origen de la guerra civil.

Dado que su responsabilidad activa recae en un sector de las derechas, es hasta punto lógico que quieran apartar de sí ese cáliz de amargura. No hubiera habido guerra, claro, si la República hubiese cortado la subversión. No lo hizo. Se redimió como pudo. No dejando caer las armas y tratando de compatibilizar revolución y guerra o guerra y revolución. Por supuesto que ni en marzo, ni en abril, ni en mayo, ni en junio de 1936 se esperaba una. La revolución fue una de las consecuencias del golpe semifallido y semiexitoso. La dictadura de Franco también.

Esto es lo que hay que desfigurar hoy, al igual que se desfiguró desde 1936, porque como bien dijo Orwell quien controla el presente, controla el pasado y quien controla el pasado controla el futuro. Así, que ojo al futuro. ¿No ha dicho el señor Casado que cuando llegue al poder, supongo que con la ayuda de VOX, eliminará todas las leyes aprobadas en la presente legislatura por la izquierda? Y, entre ellas, la todavía no nacida Ley de Memoria Democrática.

Por supuesto, en una democracia no demasiado combativa como la española, pero tampoco peor que otras que nos circundan, corresponderá a la ciudadanía elegir a sus gobernantes con los ojos bien abiertos. En recuerdo de sus antepasados y con la mirada puesta en la futura educación de sus hijos y nietos. Desde luego hay que reconocer al señor Casado un mérito: quien avisa no es traidor.  

En otros países acosados en su tiempo por los fascismos, dado que la suerte de las armas les fue adversa, se tomaron medidas precautorias. También en la República Federal de Alemania. El PP, que tanto alardea de su amistad y connivencia con la CDU/CSU, debiera tomar nota de que con los dineros públicos se subvenciona desde hace muchísimos años una Bundeszentrale für politische Bildung, con el fin de fortalecer el sistema democrático a través de la difusión de material destinado a popularizar conceptos elementales de la democracia plural y de las diversas opciones políticas en escena. ¿Sería pensable algo así bajo un Gobierno del PP? Solo hay que recordar el “pollo” que montó contra una inocua asignatura denominada “Educación para la ciudadanía”. Lógico. No quiere ciudadanos. Prefiere adictos y, a ser posible, que sigan meciéndose en la cuna en la que anidan los consabidos huevos de la serpiente.  

UN FRANQUISMO, ¿IMPERECEDERO?, QUE SIGUE MINTIENDO (y II)

5 octubre, 2021 at 8:30 am

Ángel Viñas

En plan de desafíos reconozco seguir deseando que algún historiador franquista, postfranquista o neofranquista, español o extranjero, exhiba alguna maldita vez documentación de época a la que ni muchos otros historiadores ni servidor hemos podido nunca acceder. Cabría mencionar, a título de meros ejemplos, papeles de Franco, Mola, Cabanellas, Orgaz, Goded, Calvo Sotelo, Goicoechea, Galarza, etc entre muchos otros. Es decir, teóricamente debería existir la posibilidad, hasta hoy no materializada, que se demuestre con documentos en la mano que mis tesis, y las de otros autores a quienes yo siempre cito, son inexactas o que necesitan importantes correctivos. Incluso hasta el punto de invalidarlas. No hay historia definitiva porque toda historia es, por definición, de un pasado que no existe ya. Nos guiamos por representaciones y una de las diferencias que existen entre unas y otras representaciones es el mayor o menor anclaje en evidencias. Ya lo sabían los clásicos, aunque lo expresaban de otra forma.

También habría que confirmar que las tesis expuestas de manera no ya oficial, sino oficiliasíma, por el Estado Mayor Central del Ejército de Tierra en 1945, y que contaron documentalmente con el visto bueno y la complacencia de SEJE, en verdad están espaldadas, o no,  por tales documentos todavía desconocidos.

Bien sé que de los mencionados golpistas es posible que no se hayan conservado papeles (me han dicho, por ejemplo, que el general Aranda quemó los suyos en los años cuarenta por temor a la ira del todopoderoso Caudillo que le persiguió con su encono), pero ¿no subsistirán los de Alfonso XIII y de su hijo, Don Juan de Borbón, que estaban fuera de España?

Aquí la Corona quizá pudiera, en mi modestísima opinión, contribuir en algo porque, se quiera o no se quiera, el bisabuelo y probablemente el abuelo de S. M. el Rey estuvieron implicados en la dinámica del golpe, preparada con la ayuda extranjera. Cosa que sigue siendo escamoteada cuidadosamente. No hace falta sino darse un paseo por youtube y ver y escuchar a doctos comentaristas cómo presentan los avances en los preparativos de la sublevación a después de las elecciones de febrero de 1936. Para llorar.

A Alfonso XIII, en particular, lo de plegarse a la voluntad soberana de los españoles (abril de 1931) no le duró mucho. Al año siguiente ya había empezado a hacer pachas con los conspiradores. Lo afirmó un monárquico superconvencido, aunque algo mentirosillo, como fue Juan Antonio Ansaldo ya en el exilio a principios de los años cincuenta. Es decir, ha llovido desde entonces, aunque los comentaristas en la prensa de derechas todavía no se han enterado. Los pobres no se han puesto todavía al día. Con todo, y en descargo de Su decaída Majestad, hay que recordar que la República le desposeyó de todos los bienes que pudo y, claro, en cuanto se toca a las “pelas” se aviva el patriotismo y todos los demás sentimientos con él conexos. Suele ocurrir de manera fulgurante.

En lo que se refiere a las víctimas del Frente Popular (hacia las cuales, solícita, se inclina la todavía nonata ANVFP, habría que diferenciar dos períodos. El que discurre entre los meses de febrero a mitad de julio y el que se inicia con el hundimiento de una gran parte del aparato coactivo del Gobierno, que no había sabido o podido atajar un tipo novedoso de conspiración (atajó otras, como la Sanjurjada, las algaradas anarquistas y el octubre asturiano). Y ello a pesar de que había empezado a forjarse allá por el año 1932, siempre contando con la posibilidad de la ayuda fascista.

Dos estimados colegas, Rafael Cruz y Eduardo González Calleja, han dedicado varias obras a pasar en revista el número y, en lo posible, la identidad ideológica de las víctimas mortales de la primavera de 1936. También en muchos casos sus circunstancias. Son trabajos fundamentales, no solo por su basamento teórico sino también por su carácter empírico. En este blog he mencionado sus estudios repetidas veces. Es más, el segundo de los autores, en su libro CIFRAS CRUENTAS, ha hecho un recorrido por todas las quiebras del orden público desde que se estableció la República hasta el 17 de julio de 1936. Todavía no he visto que ningún historiador, español o incluso extranjero, de los que quizá acudirán a enrolarse bajo el lema de la futura ANVFP (pendiente al parecer del permiso del Ministerio del Interior) y cuyo lema me suena (como supongo que a muchos) algo familiar (“Caídos por Dios y por España, ¡Presentes!”), a tenor de lo publicado por LA RAZÓN, haya escrito algo parecido.

También pienso que que a muchos nos agradaría conocer cuáles son las credenciales académicas o investigadoras de las personas que se han situado detrás de la iniciativa y que hayan aclarado tales sucesos con la misma combinación de teoría y empiria y no solo repitiendo como papagayos la propaganda de los sublevados y sus sucesores desde 1936 a 1975. Todos estuvieron muy interesados en justificar los desmanes que cometieron quienes se sublevaron con las armas y que quisieron evitar por todos los medios no pasar al futuro como lo que fueron (el sustantivo y/o el calificativo oportuno los dejo a la imaginación de los amables lectores).

Personalmente me he esforzado en documentar la tesis que a los conspiradores civiles y militares (cogiditos de la mano) les interesaba sumamente crear la sensación de que en España existía un estado de necesidad. (No he sido el primero, me apresuro a señalarlo, en haberla lanzado). Es un tema importante porque propugnaban como imprescindible la intervención del Ejército para restaurar el orden. No se sublevaban las guarniciones así como así. Los lectores de mi generación quizá recordarán la agitación discursiva que precedió al 23-F y los artículos incendiarios del inolvidable colectivo “Los Almendros” en las sugestivas páginas de El Alcázar de la época.  Al fin y al cabo no han pasado tantos años.

Pues bien, aquellas y multiplicadas acusaciones durante la primavera de 1936 fueron las que se utilizaron para traducir a la práctica la afirmación que Don Antonio Goicoechea había hecho a Mussolini, a la hora de pedirle “pelas”, en octubre de 1935, por segunda o tercera vez (hubo más): si las izquierdas llegan de nuevo al poder, aunque sea por medios legales, nosotros nos sublevaremos. Y desafío, desde aquí, a todos y a cada uno de los promotores de la ANVFP a que lo desmientan con documentos en la mano a los que, quizá, tengan acceso, .O si no ellos, tal vez los benefactores de la FNFF.  

No iban a hacer la sublevación, claro está, los cuatro gatos de Renovación Española. La harían  las guarniciones trabajadas por la UME, por los incendiarios discursos de Calvo Sotelo y de Gil Robles (cada cual para demostrar quién era más tronitruante), por las noticias que publicaban los periódicos de derechas y de extrema derecha (inolvidables el ABC y La Nación, pero también El Debate, que todavía no ha sido puesto en línea*) y por las provocaciones a las izquierdas obreras (que no estaban representadas en los gobiernos republicanos de la primavera de 1936) y que, naturalmente, cayeron en la trampa que se les tendía.

Sobre las afirmaciones 5ª a 7ª que reprodujo LA RAZÓN no hay nada más que ver la continuación de las exhumaciones de las “fosas del olvido”, la crispación que agita a las derechas y la inmensa literatura que ha aparecido sobre el trato que solían dar los vencedores a sus enemigos. En este blog ya lancé un guantelete hace unos años a un alto cargo de la FNFF para restregarle las estadísticas que, en el caso de Navarra, por ejemplo, recopiló y analizó Fernando Mikelarena. Hay muchísimas más.  

Confío en que el año que viene los promotores de la iniciativa que ha desvelado LA RAZÓN así como los directivos y socios de la FNFF tendrán la oportunidad de leer (y tratar incluso de refutar) el ensayo que Francisco Espinosa (autor de obras de referencia sobre la barbarie de los sublevados), Guillermo Portilla y servidor hemos escrito sobre la “teología”, la “filosofía”, la “lógica” y la “justificación” de la represión franquista desde julio de 1936 en adelante.

Hemos utilizado eso de lo que ciertos historiadores de la derecha y más aún de la extrema derecha huyen como dicen que el diablo reacciona ante el agua bendita: la evidencia primaria relevante de época, debidamente contextualizada y analizada. Por cierto,  emanada de la experiencia propia y de la máquina de escribir de un futuro general de División que sabía mucho de lo que había ocurrido porque también había participado en ello desde el principio e incluso lo había “teorizado”.

Por supuesto, no me corresponde sustituir la mejor opinión que a los juristas del Ministerio del Interior y a las instancias adicionales competentes pueda merecerles la eventual legalización de la ANVFP. Si lo hicieran me parecería, desde luego, un insulto a la Historia y a la verdad demostrada y documentada por evidencias documentales, arqueológicas y forenses. En lo que se refiere a la primera los eventuales socios de la misma y sus apoyos mediáticos pueden, en todo momento, recurrir a los miles y miles de legajos en que se depositan los frutos del esfuerzo realizado por los vencedores en su Causa General, hoy abiertos al público en el Archivo Histórico Nacional de Madrid. Y luego dar a conocer sus resultados, con las referencias precisas e inequívocas, porque en estos temas suelen dar gato por liebre.

La dictadura solo osó publicar un Avance de su magna investigación y no se atrevió a más. Profundizar en ella sería, en cierta medida, lógico, aunque responda a una argumentación espuria. Sus  partidarios y descendientes podrían así continuar la tarea que Franco y sus acólitos no se atrevieron a seguir realizando.  Pero reconozcamos que lo intentarían con casi setenta años de retraso. Ni siquiera el profesor Manuel Fraga Iribarne, en su época de ministro de (Des)información, y que sigue siendo tan idolizado por los políticos del PP, osó abrir las puertas a la caja de los truenos.

En tal sentido, ¡bienvenida sea la Ley de Memoria Democrática!. La que resulte de los debates en el Parlamento. ¿Por qué no seguir el trato que los cristianodemócratas alemanes  (a los que el PP dice que se siente tan próximo) han dado a la propaganda en favor de Hitler y de sus secuaces? No hay que inventar la rueda, como si fueran mexicas sobrevenidos. Ya se la conoce.

  • De forma inexplicable. ¿Se molestaría la Jerarquía católica española? ¿Se habrán ejercido presiones al respecto? El Debate fue, después de ABC, uno de los órganos de expresión más característico e influyente de las derechas de la época. ¿Por qué quitar el placer de leerlo en línea a sus sucesores? Al fin y al cabo, las izquierdas pueden solazarse leyendo El Socialista o Mundo Obrero o la prensa anarcosindicalista sin tener que ir a las hemerotecas. Digitalizar El Debate no debería de suscitar oposición ni en las derechas ni en las izquierdas.

FIN