Desde ahora, en el Reino Unido, hay un Sir Paul Preston

26 junio, 2018 at 2:20 pm

Ángel Viñas

Las últimas semanas han sido muy atareadas para mí. Solo gracias a un esfuerzo no se ha retrasado la cadencia de este blog. Ahora entro en la recta final hacia las vacaciones, que en este año tomaré adelantadas. Me espera un verano pleno de trabajo.  Interrumpo, no obstante, mi serie sobre la lenta guerra de Franco porque desde hace unos días el conocido historiador Paul Preston ha cambiado de nombre. A todos los efectos civiles en el Reino Unido se le llama ya Sir Paul Preston. Es la consecuencia de haber sido distinguido con el título de caballero por su majestad la reina Isabel II.

Reino Unido es el único país europeo en el que se da esta circunstancia. En cualquier otro uno puede acumular condecoraciones y honores, pero su nombre no se modifica. En el Reino Unido, sí. Los británicos también han racionalizado el sistema de concesión de honores y la lista en que aparecen los nuevos caballeros se emite dos veces al año. Una de ellas es en función del cumpleaños de la reina, no del auténtico sino el que se celebra en mayo. La otra se publica con ocasión del año nuevo. Cuando un primer ministro cesa en el cargo, tiene la potestad de dar a conocer la suya propia. Aunque el sistema es difícilmente exportable, al menos podríamos aprender de cómo no herir a la economía con tantas y tantas festividades nacionales y locales. En el Reino Unido se han desplazado sistemáticamente a los lunes. Así se prolonga el finde y se evitan tanto los puentes como las autopistas tan típicas españolas. No hay que inventar la rueda.

The Gazette (una especie de BOE) del 9 de junio pasado ha publicado la lista de honores y condecoraciones de esta mitad de año. También aparecen en la misma categoría que el nuevo caballeroalgo más de veinte personas, de las cuales dos son muy conocidas: el historiador Simon Schama y el novelista Kazio Ishiguro, uno de los valores más sólidos de la novelística actual. ¿Quién no recuerda la película The remains of the day, basada en una de sus obras?  Hay ocho o nueve catedráticos. Una muestra de que la Universidad no se queda atrás a la hora de alcanzar tal suerte de honores. Compárese la situación con el abandono en el que, en este respecto, se halla el gremio de “cátedros” y otros profesores en la española.

Es muy interesante destacar el motivo por el cual se otorga el honor. Así, por ejemplo, en el caso de Ishiguro lo es por “servicios prestados a la literatura”. En el de Schama, con obras importantísimas en su haber pero que aparece con frecuencia en series de televisión sobre temas históricos, lo es “por servicios a la historia” aunque se le caracteriza, además de profesor, como “broadcaster”.

En el caso de Sir Paul Preston podría haberse escogido este último aderezo. Sin embargo, la sutileza británica ha optado por otro derrotero. Será armado caballero “por servicios a las relaciones hispano-británicas” y, como tal, aparece en el apartado “Servicio Diplomático y Lista de Ultramar”.  Un mensaje claro y rotundo y, si se me apura, tan bien merecido como si hubieran puesto el de “servicios a la historia”.

Esto es así porque una de sus actividades más prestigiosas y efectivas estriba en haber logrado introducir en la prestigiosa London School of Economics and Political Science (LSE) un centro dedicado a temas españoles, históricos y políticos. Con una gran aportación económica de la Anglo-Spanish Cultural Foundation y otros donantes británicos, amén de la de la Fundación Cañada Blanch valenciana, el nuevo caballero ha realizado una gran labor en el acercamiento cultural y político entre estudiosos y políticos de uno y otro país. Recientemente, el hoy presidente del Gobierno Pedro Sánchez dictó una conferencia en la LSE sobre el momento político español. Preston presidió el acto.

Son incontables los estudiantes y graduados españoles que han visitado su centro en la LSE. También son incontables las tesis doctorales que ha dirigido sobre temas españoles, tanto a estudiosos de lengua inglesa como españoles. Varias de entre ellas las ha prologado y se han publicado en la colección que patrocina en la Sussex University Press.

Sir Paul Preston y servidor somos amigos desde antes de la muerte de Franco. Me pregunto qué dirán ahora los numerosos autores al servicio de la dictadura y sus epígonos acerca de este honor, uno de los más celebrados en el mundo británico, y que se une a la Gran Cruz de Isabel la Católica que ya le concedió el Gobierno español hace varios años (a tal efecto no olvido que también se le otorgó al profesor Stanley G. Payne, en sus antípodas, con la diferencia de que no hizo, que yo sepa, ascos a la misma a pesar de haber caracterizado al Gobierno Rodríguez Zapatero en el venerable ABC como debido al “terrorismo internacional”, algo que sin duda escapó al avispado diplomático que, desde Estados Unidos, lo recomendó).

A la hora de escribir este post recuerdo las soflamas, improperios, insultos y demás tropelías que a Preston le dedicó aquel genio de la tergiversación y manipulación que respondió al nombre de Ricardo de la Cierva. Sólo porque no compartía (¿cómo iba a hacerlo?) las técnicas propias de la seudo-historia, las mismas que siguen teniendo curso en ciertos sectores de autores de chicha y nabo o de periodistas que presumen de historiadores en la España de nuestros días. El ínclito de la Cierva, que pasará probablemente a la historia de la infamia española, se explayó a sus anchas cuando Preston publicó una biografía de Franco que calificó de lamentable, como sus demás libros, y mendaz, adecuada a los criterios de la “secta masónica” y de la “línea internacional socialista”. Lo llamó “Beatle de la historia” y lo caracterizó de “hortera”.

Todo este aluvión de insultos, y muchos otros, pueden encontrarlo los amables lectores en un libro que guardo como oro en paño y que lleva por título No nos robarán la historia. Nuevas mentiras, falsificaciones y revelaciones. No es necesario detenerse en que tal panfleto, que sí es una horterada grosera, lo publicó en su propia editorial de grato recuerdo para los amantes del carandelliano “Celtiberia Show”. La única que creo se haya establecido en Madridejos y que llevaba por nombre el muy simbólico de Fénix, quizá con la idea de a ver si con sus esfuerzos resucitaba el fulgor de la dictadura de Franco. Mi ejemplar data de 1995 y me extrañaría que la Fundación que tanto sigue honrando al dictador no se hubiera hecho eco de tal panfleto.

Es muy de agradecer que Paul Preston haya entrado en la línea de otros historiadores británicos tan conocidos y admirados en España como Hugh Thomas (elevado por razones políticas a la categoría de lord), Sir Raymond Carr, Sir John H. Elliot, Sir Ian Kershaw o Sir Richard Evans. Más vale tarde que nunca.

Espero que algún periódico español se haga eco de la noticia y entreviste al nuevo caballero ahora que parece que el gobierno español está decidido a poner a nuestro país en línea con los demás europeos occidentales en temas relacionados con la historia y la memoria histórica. Ya era hora, porque entre las basuras que han dejado acumuladas tras de sí los gobiernos del registrador de la propiedad Sr. Rajoy la incapacidad de hacer frente al pasado colectivo las relacionadas con aquel régimen de extraordinaria placidez (Jaime Mayor Oreja dixit) y sus secuelas no figuran en último término.

Prometo seguir y terminar con Franco, por ahora, en el próximo post.

La guerra lenta de Franco (IX)

19 junio, 2018 at 8:30 am

Ángel Viñas

En el post anterior he pasado por la criba de la crítica documental el argumento “económico” (la búsqueda ansiosa de las riquezas de la huerta valenciana) y el internacional (el temor a la intervención francesa) para explicar presuntamente el parón de Franco a las operaciones tras la toma de Lérida el 4 de abril de 1938. Ahora hay que pasar a la ofensiva contra la curiosa argumentación que a este respecto parece revivir en la imaginación de algún autor. Tampoco hay que buscar largo y tendido. Basta con tener tres cosas: un ordenador, un ratón y conexión a internet. Algo que no es pedir demasiado.

Si el lector curioso busca en los Documenti Diplomatici Italiani (o en el CD que acompaña a mi libro El honor de la República (nº 17) verá que el 6 de abril de 1938 el embajador Viola di Campalto telegrafió al Ministerio de Relaciones Exteriores que acababa de hablar con Franco acerca de la postura francesa. SEJE le había informado que se había quedado bastante tranquilizado, no solo por lo que atañía a la frontera pirenaica sino también acerca de una eventual acción armada francesa contra el Protectorado. Las noticias provenían del propio EM francés en contacto con el de Franco. A Viola se le informó acerca de la división en el Gobierno francés y que Gamelin no se había opuesto de manera decisiva. Esto, evidentemente, se refería a lo ocurrido en la reunión tan conocida del CPDN a que he aludido en un post anterior. Gamelin, sin embargo, había sido obligado a retirar su apoyo. Como sabemos esto no es cierto, pero es lo que se dijo a los italianos. Que sepamos Franco no dijo quién habría logrado convencer o anular a Gamelin. Tampoco le reveló la fuente que le había informado, y que no era otro que el mariscal Pétain.

¿Qué transmitió, además, Franco al embajador? En primer lugar que, sin contar el peligro de complicaciones más amplias, el EM francés habría demostrado claramente que unas pocas divisiones hubieran sido insuficientes para obtener un resultado rápido y decisivo a favor de los republicanos españoles. Y, al parecer, dijo la perogrullada más perogrullesca de toda la guerra civil: dado que Francia no había intervenido cuando tal medida hubiera podido ser decisiva, no tenía sentido que interviniera entonces, en el peor momento. ¿Quién dijo que Franco era idiota?

Rematado, pues, el temor a la intervención de la propia boca de SEJE (habría que demostrar que tergiversó frente a Viola di Campalto), hemos de explicar el comportamiento de Franco acudiendo a otras explicaciones que los lectores encontrarán en la literatura.

La más popular se debe a un amigo mío, Robert Whealey, catedrático ya jubilado de la Universidad del Estado de Ohio. Es muy frecuente encontrarla en libros en lengua inglesa. Hitler habría intervenido sugiriendo a Franco que se tornara hacia Valencia. El argumento reza como sigue: el Führer habría explicado sus motivos al coronel Erwin Jaenecke, jefe de la plana mayor que organizaba y supervisaba la intervención militar nazi en España. Quería que Cataluña siguiera siendo “roja”, porque así las primeras materias que se extraían en la zona franquista no irían a reabastecer las fábricas catalanas y tendrían que seguir exportándose a Alemania. Además, una Cataluña “roja” dependería de la política francesa, lo cual impediría un acercamiento entre el Caudillo y el gobierno de París.

Tales elucubraciones nos parecen traídas por los pelos. En sus memorias no publicadas Jaenecke puso, por ejemplo, como chupa de dómine a los militares franquistas y ya mucho antes que servidor Manfred Merkes calificó en 1969 tales argumentos de ensoñaciones (Wunschträume) que desconocían las realidades del terreno. Por lo demás, Jaenecke se guardó cuidadosamente de afirmar que se hubieran comunicado a Franco. Pero, ¡oh cielos!, no hay que dejar que un buen argumento estropee una bonita fantasía.

Este es el punto al que terminó agarrándose el enaltecido profesor Payne quien no cayó en cuenta de ello hasta 2008. Claro que se pasó por las columnas de Hércules que ya el 30 de marzo el mando militar en Berlín había ordenado al jefe de la Legión Cóndor, el general Helmut Volkmann, que comunicase a Franco el deseo alemán de que continuasen las operaciones militares hasta la completa conquista de Cataluña y que no se detuvieran para realizar ofensivas en otros frentes. Como esto está escrito con toda claridad en el documento nº 554 de los relativos a la guerra civil española publicados a principios de los años cincuenta nos sorprende un pelín la credulidad del distinguido historiador norteamericano.

No es que fuese imposible que Hitler tuviera ideas diferentes a la de sus militares, pero Payne no se molestó en averiguar si esto ocurrió en el caso que nos ocupa o no. En términos generales no hubiera sido la primera vez que las elucubraciones de Hitler respecto a España quedaron sin consecuencias operativas. Hitler (“el mayor estratega de todos los tiempos”, según la propaganda nazi) no seguía la guerra en la lejana España con el mismo grado de atención al detalle que Stalin o, al menos, que Mussolini.

Nosotros sospechamos que Payne fue víctima de alguna de las típicas baladronadas de Burnett Bolloten. Este afirmó, sin la menor evidencia que manejara, que en el punto que nos ocupa Hitler quiso prolongar la guerra.

Ciertamente hubo posibilidad de comunicar tales deseos del Führer a Franco, pues el 4 de abril Canaris se entrevistó con él, algo en lo que Payne tampoco repara. Fue, además, el día de la toma de Lérida, así que supongo que los teletipos del Cuartel General echarían humo.

Hay dos preguntas que todo historiador debe hacerse. La primera es la que plantearía la total incoherencia intra-germana en cómo convencer a Franco de los supuestos deseos de Hitler, frente a las recomendaciones del EM. La segunda cómo este pudo dejarse convencer, con la velocidad de un relámpago. Porque, como muy tarde al día siguiente decidió no avanzar hacia Barcelona por una carretera estupenda y cuando, a mayor abundamiento, el gobierno republicano estaba sumido en una crisis profunda. Quizá la más importante de toda la guerra y para saldar la cual Negrín asumió personalmente la cartera de Defensa Nacional dejando la de Economía y Hacienda y a Prieto fuera del Gobierno (aparte de otros reajustes bien conocidos).

Siendo más papistas que el Papa el resultado habría sido que Franco, puesto como un recluta en el primer tiempo del saludo ante Canaris, se dejó convencer por este en la decisión político-militar más importante de toda la guerra. A cambio, ¿de qué? De nada. En muchas otras ocasiones no él, sino a través de sus generales y de sus ministros, opuso resistencia a deseos alemanes mucho mejor articulados y mejor reflejados documentalmente. Pero, ¿qué le ofrecieron los alemanes el 4 de abril de 1938? Porque Canaris no era de los que ponían pistolas al pecho. Hubiera argumentado para convencer a Franco. ¿Ha encontrado el profesor Payne, o en su día Bolloten, alguna documentación que soporte sus teorías? ¿O es que creen que Franco, a la altura de 1938 y bastante seguro ya de su victoria, se hubiera dejado manejar como si fuera un muñeco?

Habitualmente se afirma que cuando se descartan todas las explicaciones normales para entender un fenómeno, porque no dan resultados, conviene echar mano de otras que no lo son. No hemos explorado, sin embargo, todas las explicaciones normales y el resultado de todas nuestras elucubraciones lo expondremos en el próximo post, que será el broche final de esta serie.

La guerra lenta de Franco (VIII)

12 junio, 2018 at 1:23 pm

Ángel Viñas

Como alguna vez dijo Herbert R. Southworth, bestia negra para Ricardo de la Cierva, el Ejército de Franco no era el de una tribu africana (en la época en que escribió el historiador norteamericano no existía lo “políticamente correcto” en la acepción que hoy se le da). Las informaciones se recogían por escrito y las órdenes se cursaban según el mismo procedimiento. Lo mismo podría afirmarse de la Administración civil del naciente Estado. No todo quedó reflejado en papel, pero sí muchas cosas. Afortunadamente este el caso en lo que se refiere a los supuestos planes franceses de invadir España por Cataluña y la reacción del Gobierno de SEJE, nombrado poco antes. Para explicar el tema conviene retroceder un mes. Agradecería a los amables lectores que no se impacientaran. Todo quedará explicado a lo largo de esta serie.

 

El 13 de marzo de 1938 se formó el segundo gobierno Blum en Francia. Édouard Daladier fue su vicepresidente y ministro de la Defensa Nacional y de la Guerra. Joseph Paul-Boncour se hizo cargo del Quai d´Orsay.  La víspera las tropas nazis habían entrado en Austria y ocupado el país, en medio de la alegría desbordante de las multitudes y la desesperación de la minoría judía. De un golpe cambió la situación político-estratégica en Europa Central. Era de prever que la compresora nazi se dirigiera hacia Checoslovaquia, cabeza de puente francés hacia el Este y pilar de la estrategia defensiva francesa. En paralelo, Juan Negrín se desplazó a París para ver qué tipo de ayuda podrían prestarle los franceses. Sus gestiones no nos interesan aquí.

Lo que sí nos interesa, y mucho, es que el 15 de marzo tuvo lugar una reunión urgente del Comité permanente de la defensa nacional (CPDN). Es muy famosa. Duró menos de dos horas. No hay libro alguno que aborde con cierta extensión el contexto internacional de la guerra civil que no la mencione. También los de los historiadores franquistas y no franquistas, aunque de ello no terminan de extraer las conclusiones que aquí desarrollaré. El acta de la reunión se conoce desde 1946. La publicó el general Maurice Gamelin en el segundo tomo de sus memorias, Servir. Hay igualmente recuerdos, a veces muy sesgados, de algunos de los participantes.  Se discutieron dos temas: ¿cómo prevenir una acción alemana contra Checoslovaquia y cómo intervenir en España? En lo primero las grandes cabezas militares pensantes de Francia constataron que, sin apoyo exterior, no era mucho lo que podría hacerse. El único que podían concebir era el británico. Mala cosa.

Con respecto a la segunda cuestión, la pregunta de Blum fue cómo apoyar un ultimátum a Franco. Si en un lapso de 24 horas no renunciaba al apoyo de las fuerzas extranjeras, Francia se reservaría el derecho de adoptar por sí misma todas las medidas de intervención que considerase necesarias. La discusión subsiguiente es algo que mencionan casi todos los historiadores franquistas, ateniéndose al acta, como si en el acta estuviera recogida toda la verdad. Los militares, encabezados por el superprestigioso mariscal Pétain, vicepresidente del comité, rechazaron la idea. Daladier afirmó que una intervención conduciría a un conflicto europeo.

En consecuencia, Blum planteó el tema que le interesaba y que interesaba a los republicanos: la posibilidad de intensificar el apoyo material. ¡Vade retro! Los militares se opusieron. Equivalía a desguarnecer la defensa nacional. Pétain calcó literalmente el discurso británico: al final de la guerra Franco necesitaría de apoyos exteriores. La conclusión fue, naturalmente, no intervenir. Solo Paul-Boncour mostró buena disposición a ir adelante.  Si, realmente, Blum había contemplado seriamente la posibilidad de intervención tuvo que echar marcha atrás. Pero fue solo una finta,

Dos días más tarde el embajador británico sir Eric Phipps fue a ver a Blum a su domicilio particular. Blum fue muy explícito. No rompería abiertamente con la no-intervención, pero no podía asegurar que no enviase alguna ayuda. Así disfrazó una pequeña mentirijilla.

Blum había tendido, en efecto, una trampa a los generales al plantearles dos cuestiones a las que sabía que dirían que no. El día anterior a la visita de Phipps y siguiente de la reunión del CPDN el Ministerio de Finanzas emitió secretamente una disposición que llevaba tras de sí el apoyo político y operativo de los ministros del Interior, Defensa, Aire, Marina, Asuntos Exteriores, Comercio y Colonias.  Entre ellos, como se ve, Daladier. La disposición no se hizo pública, pero en realidad era el comienzo de desmontaje de la no intervención. La ayuda a la República, propia y dejada pasar por la frontera franco-catalana, se intensificó.

Reduciendo a los límites más estrictos una historia que daría para varios posts afirmaremos lo siguiente:

1.Los franquistas estaban “al loro”. Malos tenían que ser, profesionalmente hablando, si no lo hubieran estado. Al día siguiente de la reunión del comité el ministro de Asuntos Exteriores, general Gómez-Jordana telegrafió al duque de Alba para que se enterara de las intenciones de los Gobiernos de Londres y París. El ministro, que no era idiota, afirmó que lo que se reflejaba en la prensa no era suficiente. [Aviso para los autores que todo lo fían a ella]. También cursó instrucciones urgentísimas a Quiñones de León en la capital francesa. Era el representante oficioso de Franco desde el estallido de la guerra. Las resumo: debía ponerse a toda velocidad en contacto con Pétain. Se esperaba de su “alto patriotismo y profundo sentido político” el que ejerciese su influencia “respecto a la gravedad del momento actual”. Uno se pregunta qué lazos habría trabajo el ministro con el anciano mariscal. Quizá se conociesen de la época de Alhucemas.

2.El 16 de marzo, es decir, al día siguiente de la reunión del CPDN, Franco supo que su petición había sido atendida. Gómez-Jordana lo telegrafió a Alba en Londres. Sin embargo se refería a la ayuda material al Gobierno republicano (la decisión se tomó el 17), pero obsérvese que en modo alguno hay la menor alusión a la eventualidad de una intervención francesa.

3.La noticia de que Francia se atendría a los compromisos de la no intervención la confirmó Pétain. No era cierto ya, probablemente porque Pétain ignoraba la orden del Ministerio de Finanzas, pero de lo que no cabe duda alguna es de que la idea de una “intervención francesa” en Cataluña no estaba sobre la mesa.

  1. El 18 de marzo Gómez-Jordana, que tenía la costumbre de dictar sus intervenciones en el Consejo de Ministros, informó a este y, por consiguiente, a Franco. Si no lo había hecho ya anteriormente, cosa muy probable.

En consecuencia, ¿en qué se basa, pues, el presunto temor de Franco a una intervención francesa o a complicaciones internacionales UN MES MAS TARDE?

Pero, como Franco no se fiaba ni de su padre (en sentido literal y figurado) imaginemos que el 18 todavía no hubiera estado convencido. Para tal eventualidad puede servir de contraste un despacho del marqués de Magaz, embajador en Berlín, del 24 de marzo y que Gómez-Jordana recibió el 31. Si hubo alguna conversación telefónica o algún telegrama previo (lo cual es muy probable), no lo hemos localizado. Magaz había hablado con unos y con otros, también con el consejero italiano en la capital alemana, y las informaciones que había podido recoger las pasó también (hombre precavido vale por dos) al Cuartel General. Le respondió el jefe de la sección de Operaciones, Antonio Barroso: en los despachos pegados al de Franco se disponía ya de informes genuinos que descartaban la tan cacareada intervención francesa.

Fue una semana después del informe de Berlín cuando Yagüe capturó Lérida. Como suponemos que Franco no seguiría tomando lecciones de golf, hemos de suponer que en varios momentos entre el 15 (fecha de reunión del CPDN) y el 31 de marzo debió de haber leído los informes y telegramas que procedían de Berlín y París. Es más después de esta última fecha tuvo también tiempo de recopilar, o de que le recopilasen, otras informaciones de interés relacionadas con el inexistente ánimo de intervención en Cataluña por parte francesa.

Insisto, finalmente, que para llegar a esta conclusión no había que ir a los archivos de París, Londres o Berlín, viajes siempre costosos, aunque sea en plan estudiante o de turista de medio pelo. Cuando me ocupé de buscar EPRE sobre el tema solo había que andar unos cinco minutos desde el metro de la Puerta del Sol al archivo del MAEC. Al alcance de cualquier hijo de vecino. Hoy está disponible en el AGA. Pero, además, para ahorrar las molestias los documentos correspondientes están reproducidos en el CD anejo a uno de mis libros: El honor de la República que, por desgracia para mis finanzas, todavía no está agotado.

La guerra lenta de Franco (VII)

5 junio, 2018 at 8:30 am

Ángel Viñas

En el post anterior me permití dejar a los amables lectores con la miel en los labios. Aspiré a que se preguntaran ¿qué habría dicho el César de la guerra de liberación al gran historiador del régimen sobre su decisión de no atacar Barcelona? ¿Podría haber sido, acaso, una estratagema destinada a confundir al odioso enemigo? El Jefe del Estado (SEJE, como suelo denominarlo para ver si consigo incorporar al léxico tal acrónimo) se dignó conceder una entrevista a Ricardo de la Cierva en 1972 y se lo desveló. Don Ricardo utilizó la casi sagrada versión de SEJE en numerosos escritos para oponerse a la “mareada roja” que, según él, anegaba las universidades españolas. Lo hizo en diversas variantes. Así que no sabemos con cuál quedarnos.

 

Lo que movió a Franco según de la Cierva fue, ni más ni menos, “el temor de suministrar un pretexto para la ya premeditada invasión francesa de Cataluña”. Lo leemos, en palabras que debían de haberse impreso en gruesa tipografía y en rojo, en su biografía Franco, publicada por Planeta en 1986, p. 240. Esta precisión es imprescindible porque para entonces hacía ya diez años que SEJE estaba criando malvas y su biógrafo habría tenido tiempo de reflexionar, documentarse, consultar otras obras y, quizá incluso, haber visitado algún que otro archivo, por eso de que tales ejercicios siempre revitalizan al historiador. De todas maneras, ruego a los amables lectores que recuerden tales palabras atribuidas a Franco. Naturalmente nadie sino su entrevistador pudo saber con precisión lo que SEJE dijo o no dijo, insinuó o no insinuó.

Algo más tarde, sin embargo (ya se sabe que la historia no es una ciencia exacta), de la Cierva modificó su argumento sutilmente. En un nuevo libro (era muy prolífico) con el atractivo título de Historia esencial de la guerra civil española. Todos los problemas resueltos, sesenta años después, (¡menos mal!), publicado en 1996 en su propia editorial, Fénix, en el pueblo, ciudad o villa de Madridejos, y ya transcurridos diez años de lo escrito anteriormente, afirmaría (p. 714) que de lo que se trató en 1938 fue de “no avivar el intervencionismo francés”. ¡Caramba! No es lo mismo. Esto significa que Franco sospechaba que los franceses, siempre enemigos de la PATRIA, estarían esperando el momento para, ¡zas!, hacer de las suyas, como en los años veinte… del siglo anterior.

Pero sigamos. Ricardo de la Cierva siempre fue un historiador “creativo”.  En 1999 (La victoria o el caos. A los sesenta años del 1 de abril de 1939), también aparecida en la misma editorial, p. 102, la versión volvió a modificarse. Solo habían transcurrido esta vez tres años. En tal ocasión la versión fue de naturaleza muy diferente y subrayó una actitud de prudencia y preventiva. Franco no avanzó hacia Barcelona para “evitar las complicaciones internacionales por el comprensible recelo de Francia ante la presencia de alemanes e italianos en el Pirineo” ¡Caramba otra vez! Dejemos de lado que la argumentación evidentemente tampoco era la misma que tres y trece años antes y que, de ser cierta, el futuro no pintaba brillante porque, alcanzada la VICTORIA, los franceses, que no eran tontos, podrían suponer que alemanes e italianos tal vez se vieran tentados a darse un paseo por las comarcas pirenaicas.

Sin embargo, no tema el lector, no es esta la última explicación de tan dilectísimo e ingeniosísimo historiador de la corte de los milagros franquistas. En 2003 (Historia actualizada de la segunda República y la guerra de España, 1931-1939. Con la denuncia de las últimas patrañas), p. 1.014 (un tocho), también publicada en Editorial Fénix, volvió a 1996, por eso de que hay que ser consistentes: Franco desistió “para no avivar el intervencionismo francés”.

Es decir, que no sabemos realmente lo que Franco contó a su estimado hagiógrafo en 1972.  Es posible, no obstante, que cualesquiera que fuesen los camelos que oyó de la boca de SEJE nuestro pundonoroso historiador se quedara, tal vez, algo confuso.

Así, pues, hay que acudir a lo que dijo Franco no a de la Cierva, porque ya se ve que de este no podemos fiarnos un pelo, sino a otra persona infinitamente más allegada a SEJE que el tan mencionado historiador de Corte. Lo que dijo Franco al respecto es mucho anterior. Nada menos que en 1957. Lo recogió, suponemos que con el respeto reverencial que exigía la ocasión, su primo hermano, exayudante, exjefe de la Casa Militar, exfactótum para todo y siempre confidente. Nos referimos al teniente general Francisco Franco Salgado-Araujo, en Mis conversaciones privadas con Franco. Las publicó Planeta con gran éxito en 1976 y las conoce hasta el apuntador. Pero, en este caso, de la Cierva se las pasó por encima limpiamente.

¿Qué confesó, pues, Franco a su primo? En lo que a nosotros nos importa le hizo tres afirmaciones. Todas mentiras, puras y duras:

  • “Nuestra guerra se ganó por un verdadero milagro, gracias a nuestra fe en la victoria, a los altos ideales que defendíamos y a la ayuda grande de la Providencia”.
  • “Tuvimos que importarlo todo y empezar a fabricar municiones buenamente como pudimos, pues todas las fábricas militares y la mayor parte de la industria nacional estaban en poder de los rojos”
  • “Por ello mi prisa (…) en conquistar el Norte, para apoderarme de la industria bilbaína y del carbón de Asturias; no quise apresurar la ocupación de Barcelona por no tener divisas para facilitar algodón a las fábricas catalanas. En cambio, antes ocupé Valencia para poder exportar las naranjas y demás fruta de su espléndida huerta” (p. 202).

Voilà! La esfinge habló, en confianza, con su pariente y le reveló el secreto de su estrategia. Dejemos de lado dos ucronías. No se apresuró a dirigirse contra el Norte y, desde luego, no ocupó Valencia. Con todo es fácil colegir que, si prestamos atención al eminente turiferario que fue Ricardo de la Cierva, este no supo, no quiso o no pudo, tal vez porque le diera el telele, integrar los razonamientos de Franco que no podía ignorar y se parapetó en no sabemos qué le dijo SEJE en 1972.

Nosotros nos tomamos muy en serio a Franco. Siempre lo hemos hecho. Destacamos, pues, que 19 años tras los acontecimientos -que no es un lapso de tiempo demasiado largo- y cuando SEJE, que sepamos, estaba en buena salud, confió a si primo un auténtico disparate. Sobre todo en términos militares, como no dejó de señalar con cierta mala uva, quizá, Ramón Salas.

Los motivos que en estos posts nos interesan y que hemos transcrito en itálicas son, con todo el respeto que merece tan excelsa figura como SEJE, razonamientos estúpidos, absurdos, grotescos. Ocupa Barcelona y no tiene divisas para dar algodón a las fábricas catalanas, ¿y qué? Tras la victoria habría podido importar, sin divisas, a crédito, algunos miles de balas de tan preciado producto. ¿No se había enterado todavía de que hacía su guerra a crédito?

Comprendemos que un jefe militar curtido en las campañas de Marruecos no tenía que tener mucha idea de los problemas económicos, pero ¿no se le ocurrió consultar a algún experto? Los tenía. Además, no conquistó la huerta valenciana. La campaña de Levante se saldó con un fracaso. Diecinueve años más tarde se le había olvidado.

Hoy diríamos que Franco aplicó argumentos “trumpianos” para esclarecer sus decisiones.

Naturalmente, no son muchos los historiadores que hagan uso de ese tipo de razonamientos, pero sí los hay que se refugian en el mensaje de 1972 y que, por desgracia, de la Cierva no transmitió íntegramente a sus ávidos lectores: el temor a una invasión francesa de Cataluña. Hay incluso gente que, nuevos Núñez de Balboa de la historiografía, lo redescubrieron no hace muchos años.

Claro que al explicar por tal motivo la decisión de SEJE se abre la puerta a todo tipo de posibilidades de contrastación empírica. Habría que ir, por ejemplo, a los papeles franceses y ver si los malvados vecinos tenían preparados planes muy avanzados para entrar en Cataluña. A priori, sería un poco raro, a no ser que tratara de un juego típico de Estado Mayor. Ya se sabe, conviene prepararse para el peor escenario posible, porque puede ocurrir. Y digo que es raro porque si los franceses no quisieron ayudar a la República en julio/agosto de 1936, cuando su intervención hubiera podido permitir salvar algunos muebles, no se ve por qué razón habrían de hacerlo casi dos años después cuando la guerra había ido consistentemente tan mal para ella mes tras mes.

O, ¡descubrimiento de otro Pacífico de la historiografía!, también podría acudirse a los papeles españoles. Claro, en el supuesto de que no se hubieran destruido porque como es sabido los vencedores, y sus sucesores, no siempre se portaron bien en materia de preservación de documentos para la historia.

Es, pues, hacia la combinación de papeles foráneos y los nativos a la que debemos prestar alguna atención y tratar de ver cómo puede torearse este toro que la historiografía franquista dejó sin torear.