ANTE ORO, GUERRA, DIPLOMACIA
Ángel Viñas
Dado que mi nuevo libro está ya en la calle y que mañana, 1º de febrero, lo presento personalmente en Madrid me gustaría hacer unos comentarios sobre su génesis. No es mi intención darme coba. Simplemente quisiera ubicarlo dentro del contexto en y para el cual lo he escrito. Todo libro tiene una prehistoria y todo libro se justifica por una serie de razones.
El contexto inicial lo enuncio en el prólogo. El año pasado se cumplió el tercer centenario del establecimiento de relaciones bilaterales, digamos modernas, entre los reinos de España y Rusia. En Moscú se celebró previamente con la coedición, en castellano y en ruso, de un mamotreto que abordaba muchas de las vetas que han acompañado tal relación: culturales, políticas, diplomáticas, de influencia artística, etc. Lo normal. Continuó, ya en la pandemia, con un congreso on line en el participamos autores de ambos países. Muchas de las ponencias presentadas se publicaron después, en castellano y/o en ruso.
Servidor tenía la idea de escribir algo para conmemorar la ocasión, a mi manera, tan pronto como deshice algunos de las leyendas que todavía hoy, en España y en parte de la literatura que producen algunos historiadores extranjeros, lastran la explicación de los motivos o de las razones por las cuales en 1936 estalló una sublevación militar.
No había entrado demasiado en las relaciones bilaterales hispano-soviéticas durante aquel período porque no se conocían bien y porque mi intención estribaba en destruir el infundio de que la sublevación de julio se hizo para prevenir una toma del poder por los comunistas españoles (versión castizamente franquista) o por los socialistas bolchevizados (algo sobre lo que ya he escrito en este blog identificando a más o menos notables historiadores que siguen afirmándolo tan panchos).
Se interpuso la pandemia. Un desastre sin paliativos para todo el mundo. Las pérdidas humanas, económicas, culturales, etc. que ha ocasionado son enormes. Cada uno ha lidiado con ella como ha podido y/o como le han dejado.
En mi caso, una de las ventajas de estar jubilado es no tener que salir a trabajar y ya estaba acostumbrado. Me encerré en casa, salí poco, bicicleteé (es un decir, ha sido estáticamente) varios centenares de kilómetros y me concentré en escribir. Como en los viejos tiempos, en dos y a veces tres libros a la vez. Cuando me cansaba de un tema pasaba a otro. Ya tengo dos en buenas vías para este año y el siguiente.
Dejando de lado la conexión con el tercer centenario, aproveché la ocasión para echar luz sobre algunos de los capítulos de las relaciones hispano-soviéticas con los que me había topado a lo largo de mi carrera. Para ello había ido recopilando, cual hormiguita hacendosa, bastantes papeles de archivos y literatura secundaria antes y a la par de que me planteara abordar hacia 2011 algunas dimensiones de la conspiración militar (y también no militar) que llevó al estallido de julio de 1936.
Llovía sobre mojado porque algunos aspectos (por ejemplo, la cuestión del oro de Moscú) ya había empezado a tratarlos en 1974 y 1979. Fue también la que constituyó el núcleo en torno al cual giró una parte de las relaciones bilaterales en la guerra civil (abordado en una trilogía a partir de 2006 y, si se quiere, tetralogía con la inestimable coautoría en el cuarto tomo de uno de los más brillantes historiadores del comunismo español, Fernando Hernández Sánchez). Aprovecho para recordar que los cuatro volúmenes (varios miles de páginas están de nuevo disponibles en el mercado tras el agotamiento de anteriores ediciones). No parece, por cierto, que los políticos, funcionarios, periodistas (es un decir), historiadores e influencers del PP y de Vox les hayan hecho demasiado caso.
Previamente a este libro que ahora ha salido publiqué otros dos (¿Quién quiso la guerra civil? y El gran error de la República) en los que creo haber demolido las versiones ¡oh, cuán castizas!, de que la responsabilidad del estallido de julio de 1936 corresponde exclusivamente a las izquierdas. No fue así. Diferenciando entre condiciones necesarias y condiciones suficientes, creo haber puesto de relieve que los tan hiperbolizados factores estructurales (hay quienes lo remontan a principios de siglo) no llevaban por sí a la guerra. Fueron los hombres (ciertos hombres) quienes la quisieron y la provocaron. Algo que todavía hoy no parece haber calado en la mente de muchos españoles, para quienes tales leyendas (propagadas antes, en la guerra y después de la guerra durante cuarenta años) parece que todavía tienen validez.
Así que este nuevo libro es una consecuencia lógica de mucho de lo que he escrito anteriormente. ¿Cómo lo he hecho? No acudiendo a una glosa de la literatura existente (enfoque que suele recomendarse a los doctorandos para que antepongan en sus tesis un “estado de la cuestión”) sino yendo directamente a las fuentes documentales. Es decir, lo que llamo EPRE (evidencia primaria relevante de época) y que tantas carcajadas ha suscitado en ciertos autores que se abstienen cuidadosamente de buscarla, contextualizarla, analizarla e interpretarla. En tal ámbito siempre cito a un muy distinguido historiador norteamericano, darling de la derecha española y que ahora no mencionaré.
Solo a partir de la EPRE (española, soviética, francesa, británica, alemana, italiana, etc) fui construyendo el relato en el que tras pergeñar un borrador bastante elaborado inserté la literatura secundaria. Porque es evidente que esta no ha faltado tampoco en la presente ocasión. El procedimiento a que me atengo lo he descrito en al menos dos ocasiones en este blog y no es el caso de retornar a ello.
Debo enfatizar y subrayar que lo que ha escrito servidor -y otros historiadores españoles y extranjeros que han trabajado sobre el mismo período- no hubiera sido posible sin la apertura de archivos: de los soviéticos en primer lugar (en los que investigaron, entre otros, Gerald Howson, Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo, Daniel Kowalsky, Frank Schauff, Josep Puigsech Farràs y otros) y de los archivos españoles (en los que también han husmeado muchos autores pero sin hacer la conexión con los primeros, salvo en el caso de Ricardo Miralles).
Es evidente, literalmente de cajón, que para describir y analizar relaciones bilaterales se necesitan, en primer lugar y ante todo, papeles de ambos lados. Cuantos más, mejor.
He tenido mucho cuidado en no reproducir demasiado aspectos presentados previamente a los lectores en otras obras mías. Subrayo lo de demasiado porque a veces ha sido imprescindible, pero no se trató nunca de condensar los capítulos soviéticos de la tetralogía para “engordar” el libro que acaba de salir.
No puedo olvidar que fue en un período en el que todavía estaba en vida un general llamado Francisco Franco cuando, tembloroso, me adentré en los arcanos de los archivos departamentales del Banco de España, en los del Servicio Histórico Militar y en los de la Delegación de Hacienda de Burgos, entre otros, para husmear las huellas que pudiera encontrar en ellos sobre el supermitificado “oro de Moscú”.
Por cierto que, en vano porque la obsesión antirrepublicana, y para ello anticomunista, todavía subsiste en numerosos autores, militares y civiles, historiadores y periodistas, políticos y copiones. Todos los cuales la han esparcido a la población y a los lectores.
En lo que a mí respecta, no puedo dejar de dedicar unas palabras de recuerdo a los profesores Enrique Fuentes Quintana y Rafael Martínez Cortiña quienes, sin quererlo, me desviaron de mi profesión de economista para enriquecerla con lo que pudiera arañar de un pasado histórico entonces tan discutido y controvertido como sigue siendo en la actualidad.
Ciertamente ya no es tan incomprensible. Los historiadores españoles y extranjeros hemos hecho nuestro trabajo y hoy se conoce infinitamente mejor que entonces. Lo cual no impide que ciertas editoriales hagan su agosto vendiendo obras de calidad ínfima pero que confortan la versión que los vencedores de la guerra civil presentaron como la única posible. Consiguieron y siguen consiguiendo que varias generaciones de españoles la deglutieran, de buen o mal grado, como si no pudiera haber otra.
Pues no.
La “historia” que diseminaron los vencedores es una historia basada en la proyección. Es decir, atribuyeron sistemáticamente los comportamientos propios a los adversarios (perdón, enemigos ontológicos) y se los endilgaron como si los suyos hubieran sido los que correspondían a ángeles de la luz.
Pues tampoco.
¡Que se abran radicalmente los archivos! ¡Que los doten de más medios y de más personal! ¿Quién teme a la historia? ¡Viva la EPRE!