El historiador en tiempos de redes

29 marzo, 2023 at 3:55 pm

Los “hechos alternativos” han llegado para quedarse, envueltos además en ropaje “seudocientífico”. Nunca ha sido más necesaria, en mi opinión, la buena historia que en los momentos actuales

Artículo de elDiario.es aquí

Ángel Viñas

@angelvinashist

Kellyanne Conway, consejera de Trump, en una imagen de archivo, quien popularizó la expresión "hechos alternativos". EFE/Chip Somodevilla
Kellyanne Conway, consejera de Trump, en una imagen de archivo, quien popularizó la expresión «hechos alternativos». EFE/Chip Somodevilla

28 de marzo de 2023 22:26h
Actualizado el 29/03/2023 08:20h

Hubo una época, no tan lejana en el tiempo, en la que no existían dudas acerca de lo que era el pasado. Se reflejaba más o menos nítidamente en documentos, periódicos, memorias, monumentos etc. Era deber del historiador interpretar dicho pasado ateniéndose a evidencias. Algo que venía haciéndose desde la más remota antigüedad. ¿Cómo, si no, hubiese escrito Edward Gibbon su historia sobre la decadencia y caída del Imperio romano? 

Sin embargo, si hay una cosa que no es estática es el pasado. La gran historiadora canadiense Margaret MacMillan lo explicaba con un viejo chiste de los tiempos soviéticos: “No hay cosa que cambie tanto como el pasado”. Hacía referencia a la costumbre de que, cuando ciertos protagonistas de este caían en desgracia, sus nombres desaparecían de fotos, de artículos e incluso de sesudos ensayos en la Enciclopedia Soviética. Luego, algunos volvieron a reaparecer como si no hubiera pasado nada. 

Reconozco que, en tales condiciones, la tarea del historiador se hacía un poco más complicada de lo que es en realidad. 

Ahora las circunstancias son diferentes. Mucho de lo que se escribe sobre el pasado fluye de alguna manera hacia un repositorio, una biblioteca. Incluso se digitaliza y perenniza. Por lo menos mientras existan los instrumentos técnicos que permitan leer tales versiones. 

Sin embargo, la profesión de historiador, academizada a lo largo de los decenios positivistas y racionalistas del XIX cuando la historia aspiró a tener consistencia científica, se ha devaluado. Hoy, cualquier hijo de vecino con acceso a un ordenador se cree en el derecho de opinar y de difundir sus conocimientos, sea cual sea su procedencia, en el amplio mundo digital. Las redes han democratizado hasta límites insospechados la capacidad de intervenir en un debate con opiniones que otrora no hubieran salido del entorno de una tertulia de café.

Es vano quejarse de ello. Los avances tecnológicos son irreversibles e imparables. Continuarán y se acentuarán. Solo el cielo es el límite. Además, la acumulación y democratización del conocimiento no es de por sí algo negativo. Antes al contrario. Es -y en mi modesta opinión debe ser- una pieza fundamental de cualquier concepción acerca de los avances deseables en un sistema democrático. La educación para todos fue siempre una aspiración de los pensadores más razonables del pasado (aunque hubo excepciones). Es una conquista de la civilización a defender por todos los medios.

Con todo, parece evidente que esa difusión del conocimiento, pero también de lo que servidor se permitiría denominar “anticonocimiento”, no está exenta de riesgos o, por lo menos, de trampantojos. No todas las opiniones valen. A algunas se llega mediante procesos exigentes de investigación, reflexión y contrastación inter pares. Otras se lanzan alegremente a la red basándose en suposiciones, cuentos chinos (con perdón) o meras ganas de provocar. Las redes son también un instrumento de manipulación. 

Este es el caso de uno de los países más tecnológicamente avanzados del mundo, Estados Unidos. Como es obvio, ha sufrido durante años. Tal vez sufra algunos más en el próximo futuro. Hemos visto las consecuencias de la manipulación de las redes desde la mismísima Casa Blanca. También desde un partido político otrora responsable. En todo caso, potenciados por una caterva de opinadores sin freno sobre todo lo divino y humano. Un expresidente consiguió la proeza de diseñar, mantener y propagar una realidad paralela, basada en no hechos, rebautizados como “hechos alternativos”. ¡Un hallazgo!

Servidor no tiene ni la varita mágica ni la bola de cristal necesarias para enseñar cómo abordar tales “hechos alternativos”. Sesudos tecnólogos, politólogos, sociólogos, periodistas, teóricos del conocimiento, etc. están en la tarea. 

Mi experiencia es mucho más prosaica. El pasado ha quedado reflejado de diversas maneras en huellas materiales (documentos, monumentos, campos de batalla, fosas, residuos de campos de concentración y de exterminio). Si estas huellas pueden afrontar las inclemencias del tiempo y los efectos del cambio climático no todo está perdido. 

A la “ciencia” de los hechos alternativos hay que oponer las ciencias de la realidad, tanto de cara al presente como de cara al pasado. Ciertamente, hoy no estamos como en los tiempos de Gibbon. Él se basó en historiadores romanos, estableció un método y una forma de crítica. Se trata de un clásico porque, aunque sus contenidos han quedado ampliamente superados, su enfoque respondía a un tipo de racionalidad que no se ha agotado. 

Hoy incluso se habla de historia en casos en los que en el pasado no se hubiera utilizado. Historia de la tierra. Historia del tiempo. Historia del clima. Son, en mi modesta opinión, extrapolaciones sin base real. 

La historia no es simplemente evolución. Exige la agencia humana. Hombres y mujeres que actúan, viven y mueren en condiciones dadas. No las crean conscientemente. Les vienen transmitidas desde el pasado y/o son productos de los esfuerzos de generaciones anteriores por modificarlo. 

Para el investigador es una disciplina: una forma de pensar. No aleatoria. Se basa en una metodología, en un savoir faire. Las afirmaciones que hace el historiador genuino (no los cantamañanas) no son gratuitas. Deben tener una referencia íntima y directa a realidades pasadas, aprehendidas con toda la panoplia de instrumentos técnicos disponibles en una época y en un tiempo determinados. 

Son de muy diversos tipos y sometidos a constante proceso de cambio. Los testimonios personales, si no están fijados en algún soporte material, se evaporan. Si están fijados, se convierten en “evidencia”. Compete al historiador enjuiciar su mayor o menor adecuación como materiales explicativos de alguna parcela de la realidad pasada. 

Una forma de entrar en materia estriba, para mí, en leer y releer Montaillou. La historia y tragedia de una diminuta aldehuela occitana interpretada por el gran historiador francés Emmanuel Le Roy Ladurie. Con base en documentación de la Inquisición (Santa Inquisición habría, para algunos, que decir) reconstruyó una gran parte de la vida, amores, rencillas, pugnas y peleas de los habitantes del pueblecito. De no haberse conservado, no hubiera sido posible sacar aquel diminuto panel del pasado occitano a la luz de nuestra contemporaneidad. 

O, en el otro extremo, leer y releer El queso y los gusanos, de Carlo Ginzburg. Microhistoria en estado puro, como eran las creencias de un molinero italiano, víctima también de la “Santa” Inquisición, sobre el origen del mundo, la relación del hombre con la divinidad en una especie de teogonía en trazo grueso. 

¿Y para qué? No solo para explicar la sed de conocimiento inherente en el ser humano. También para indagar en nuestros orígenes. Ya remotos, ya más próximos. Porque los “hechos alternativos” han llegado para quedarse, envueltos además en ropaje “seudocientífico”. Nunca ha sido más necesaria, en mi opinión, la buena historia que en los momentos actuales. 

Cuándo “se jodió” España? Respuesta a Ramón Tamames

23 marzo, 2023 at 10:09 am

Ángel Viñas

@angelvinashist

El reciente debate sobre la moción de censura ha puesto de relieve, en mi modesta opinión, dos características, una política y otra personal. La primera se refiere a la incuria, incompetencia y desasosiego de la dirección, personal y colectiva, de Vox. No es asunto de mi competencia. La segunda tiene que ver con el patético despliegue que el tan admirado profesor y académico Don Ramón Tamames hizo de su conocimiento de la Historia contemporánea de España. En un momento lanzó una frase, famosa, que me impactó mucho: la superfamosa pregunta de Vargas Llosa sobre “cuándo se jodió el Perú”. Que recuerde, el aspirante a presidente del Gobierno no la respondió taxativamente, pero la dejó caer. 

Los historiadores, que no aficionados, hemos dado vueltas y vueltas a una pregunta similar en dos momentos del tiempo. Una, en el extranjero, mientras duró la dictadura con su censura, primero de guerra. Desde la Ley Fraga Iribarne, de 1966, también dentro de España, en este caso todavía con la debida prudencia. 

La respuesta general, salvo de aquellos enfeudados de una u otra manera a la dictadura, es que no fue en la revuelta de octubre de 1934. La derecha post 1939 puso más bien el acento en las turbulencias y violencias durante la primavera de 1936, preludio del golpe de Estado comunista. En marzo, una reunión de generales examinó la situación. Los más pelotas de entre los autores profranquistas recalcan las supuestas condiciones que expuso el general de División Francisco Franco para unirse a la misma. Entre ellas, la inminencia del tan cacareado golpe comunista. 

De hecho, aquel golpe no se planteó nunca en la realidad. Fue una creación de las derechas más cerriles y que ya reflejaron algunos editoriales de sus periódicos desde antes de 1931. En un libro de próxima aparición, el profesor Francisco Sánchez Pérez examinará el tema con pelos y señales desde la obra seminal de Ben Ami sobre los orígenes de la segunda República. 

En contra de lo afirmado por las derechas, España “se jodió” porque los gobiernos de la primavera de 1936 no acertaron, no supieron o no pudieron cortar la amenaza golpista de la que, en principio, deberían haber estado bien informados. Naturalmente, la culpa histórica no fue solo de ellos sino más bien de quienes preparaban un golpe con pretextos espurios. 

La inminencia del golpe de Estado comunista solo existía en su imaginación. Durante años, fue la “explicación” más extendida. Lo de la violencia vino después cuando resultó literalmente imposible mantener aquella ficción. No crean los amables lectores que fue un proceso fácil. Todavía a principios del presente siglo un eminente historiador eclesiástico, según se dice miembro del Opus Dei, encontró la forma de revivir dicho mito. Y hace no muchos años, tan solo dos, un distinguido, y jubilado, general de División volvió al tema como si no se hubiese demostrado ampliamente tal pamema. 

Los más listos entre los historiadores de derechas evolucionaron a tiempo. Más que la amenaza del supuesto golpe comunista (que en las autoalabanzas militares en tiempos de la dictadura ya preveían para agosto de 1936), lo que contó, según ellos, fue la violencia desatada en las calles de las ciudades españolas, los asesinatos por doquier que tenían lugar en cualquier sitio y, con la vista  puesta en la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, los templos incendiados y saqueados por las turbas desmadradas con el beneplácito, si no la pasividad, de las fuerzas de orden público, comandadas por políticos izquierdistas y, para colmo, masones.  

Pues no: una larga ristra de historiadores españoles y extranjeros han (hemos) examinado todas estas afirmaciones y demostrado las fabulaciones tras las mismas. Da igual. Vox, un sector del PP, y ahora parece que incluso el tan alabado profesor Tamames, coinciden en señalar que, sin fijar un momento preciso, a España la “jodió” la República. Algunos todavía afirman, con la boca pequeña y sin la menor documentación que lo avale, que fue el resultado de la revolución de octubre de 1934 (que el Ejército, a las órdenes del Gobierno de la República que había declarado oportunamente el estado de guerra no tardó mas de dos semanas en poner coto a tal desmán lo pasan por alto). Es un revival perenne. El ilustre académico profesor Tamames incluso evocó la autoridad de Sir Raymond Carr (lo que Julián Casanova desmintió inmediatamente).

Si no fue en “octubre de 1934” tuvo que serlo en la primavera de 1936. Esto se acerca más a lo que efectivamente ocurrió, pero pocos han sido los historiadores de derechas que hayan profundizado en aquella primavera. Tamames y Vox, al menos, son inequívocos. Retoman las alocuciones en el Congreso de los Diputados de lumbreras políticas tan extraordinarias como José Calvo Sotelo (conspirador de pro) y José María Gil Robles (conspirador sobrevenido) y se quedan tan tranquilos. 

Don Ramón Tamames, dando muestras de su erudición y de, aparentemente, estar al día, evocó otra autoridad. Nada menos que la suprema de un expresidente del CSIC y catedrático jubilado de Derecho Administrativo. No consideró oportuno decir más. Podría haberle escamado que tal autoridad no cita absolutamente ninguna fuente, ningún escrito, libro o artículo, y que en la primera parte de su obra (que es la que he leído hasta aburrirme) solo menciona de pasada a un único historiador, el malogrado Javier Tusell.  Espero tener ocasión de discrepar de un colega universitario nonagenario.

Así, pues, ¿cuándo se “jodió” España? Para mí la respuesta es inequívoca, después de haber escrito tres libros y varios artículos académicos sobre el tema (y a diferencia de muchos otros historiadores de derechas siguiendo no tesis preconcebidas, sino un procedimiento inductivo: a partir del análisis de  las evidencias primarias de época sobre comportamientos reales de políticos y militares): se “jodió” en julio  de 1936. 

¿Pudo no haber sido así? La respuesta solo puede ser especulativa. Abarca dos términos. Que las derechas, solas o con el centro, hubiesen ganado las elecciones de febrero de 1936. O que la República hubiese decapitado la conspiración que sabía estaba en marcha. ¿Y quiénes fueron los malos de la segunda parte de la película? Pues el por algunos todavía reverenciado presidente, Don Niceto Alcalá-Zamora, incompetente, rencoroso y muy bien pagado, seguido por su sucesor, Don Manuel Azaña, sobre todo en su primera función como presidente del Gobierno. Se admite documentación en contrario, que nadie -que servidor sepa- ha aportado todavía.  

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El último libro de Angel Viñas es Oro, guerra, diplomacia. La República Española en tiempos de Stalin, Crítica, 2023

ESPAÑA, ESPAÑA, ESPAÑA

14 marzo, 2023 at 8:30 am

Ángel Viñas

Ruego a los amables lectores que no se desanimen al leer el título de este post y puedan, incluso fugazmente, pensar que he pasado a engrosar las filas, recias, prietas, marciales, de los historiadores que dan soporte al PP y/o a VOX. Estoy encerrado tras cinco candados en el ático de mi casa. Soy presa tardía, pero presa al fin, de la COVID. Me entretengo leyendo algunas novelas creo que no traducidas al castellano sobre la posguerra en Hamburgo de 1946 a 1948. Tienen una impresionante descripción de la corrupción y el estraperlo durante la ocupación británica. Fue en Hamburgo donde me inicié en los misterios del alma germana diez o doce años después y siempre he sentido cierta debilidad por la ciudad hanseática.

De vez en cuando también ojeo trabajos antiguos. Entre ellos, me llamó poderosamente la atención un artículo del profesor, y buen amigo, Juan Sisinio Pérez Garzón (https://elpais.com/diario/1998/12/09/opinion/913158004_850215.html) sobre un libro que entonces obtuvo el Premio Nacional de Historia.

No lo leí. Señalo simplemente que me pareció ser un pasito más hacia adelante en la hercúlea pugna por hacer pasar, en tiempos del nunca olvidado, pero tampoco deseado, Sr. Rajoy por las tragaderas de una sociedad libre, desacomplejada, pluralista, abierta al mundo e incrustada en la Unión Europea un puré intelectual emanado, cocido y desarrollado en gran medida de épocas pasadas.  La labor continúa, soterradamente.

Épocas pasadas, sí pero también vigentes en la actualidad (2023), como puede observarse día tras día leyendo los articulitos sobre historia de la República, la guerra civil y el franquismo que aparecen en medios impresos -y también digitales- de ciertas cadenas.

Siempre me ha irritado el nacionalismo, español y no español. Nunca fui simpatizante de François Mitterrand, pero me sentí al cien por cien detrás de su conocida afirmación: nacionalismo = guerra.  Me escapé de los dogmas franquistas tan pronto tuve oportunidad y por una serie de circunstancias que expondré en un próximo libro terminé escribiendo historia como vi que se hacía en Alemania, Francia, Gran Bretaña y, algo menos, en Estados Unidos. Es decir, no tomar ninguna idea, ningún enfoque, ninguna interpretación que no estuviera basada en o corroborada por evidencia primaria relevante de época debidamente encuadrada.

Tal condición es necesaria, pero no suficiente. Hay que añadir la capacidad de interpretación del historiador. Afortunadamente, no todos somos iguales. Incluso hay algunos que son malos y/o bastante malos.

En ocasiones he afirmado que para mí el pedazo de historia que merece más atención en el caso español es la que se inicia en 1931. Esta aparente boutade es simplemente el reflejo del hecho que las evidencias documentales sobre la misma han estado secuestradas hasta bien avanzada la actual etapa democrática (algunas continúan así). Tal circunstancia no permitió resolver numerosos problemas históricos con el adecuado aparato primario

En contra, asistimos al renovado énfasis en los siglos del Imperio, del descubrimiento de América, de una “Reconquista” de pata coja que duró la friolera de casi siete siglos, la romanización en la que la inexistente España dio a Roma tres emperadores y así hasta llegar a la prehistoria “protohispánica”. Siempre llena de gloria inmarcesible.

Se olvidan cosas. España fue uno de los primeros Estados modernos (como también Francia e Inglaterra, “enemigos” seculares) pero su Imperio no fue español estrictu senso. Fue más bien el de la rama hispánica de la Casa de Austria. Adalid de la Contrarreforma -y por consiguiente en el lado para muchos incorrecto de la Historia. Evitó en su suelo las batallas de religión, sí, pero a costa de otorgar privilegios extraordinarios a una Iglesia que para varios millones de europeos tampoco se encontraba en el lado bueno. Las guerras de religión en Europa central y occidental tuvieron su correlato en la exportación de los tesoros de la explotación de las Indias. Murieron menos “españoles” sí, pero los que no murieron no lo pasaron demasiado bien.

Inmune, merced a una férrea disciplina impuesta por la Iglesia y la Corona  y alineada con el espíritu y la espada menendezpelayista de Trento, tampoco fue aquella España uno de los focos de los que irradiaron las semillas y flores de la Ilustración. No fue una casualidad que crecieran potentes en países no católicos (Holanda, Inglaterra, Escocia, Prusia), en partes de la católica pre-Italia y, tras una serie de guerritas internas, en Francia como eterno rival de España.

Tampoco es de extrañar que la historia nacionalista española, producto en gran medida del siglo XIX, sublimara, tras la pérdida de las colonias, una supuesta virtud especial de la “raza hispánica” y que llegara a su paroxismo en el primer tercio del siglo XX, con numerosos “pensadores” inculpando a los rosacruces, carbonarios y masones, transmutados después por arte de magia en anarquistas, socialistas, comunistas, librepensadores, etc, es decir, en la “Anti-España”. Muchos continúan siendo reverenciados. Da cierto pudor mencionar nombres.

La Corona, la aristocracia vieja y nueva, la Iglesia se abroquelaron ante los efluvios emanados de las revoluciones burguesas europeas y de una muy incipiente industrialización. España se desgarró en sus carlistadas y en los caprichos de dos de sus soberanos más estúpidos de su historia, Fernando VII e Isabel II. La distancia con Europa no se mitigó demasiado. La revolución industrial quedó para después. Y llegó la República.

En un libro que saldrá próximamente y que me cabe el honor de prologar, un estimado colega, el profesor Francisco Sánchez Pérez, abordará el todavía, para algunos, no cerrado tema de cómo y por qué llegó. Sólo hay que echar un vistazo a algunos artículos de los eminentes periodistas, “especializados”, que han aparecido últimamente en ABC.

Fue un paso prometedor, pero ….la República fue vencida merced a la ayuda de Dios, de Nuestra Señora y del apoyo de ángeles y arcángeles, de la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica y Romana y la virilidad de una raza (Franco dixit) que no se resignaba a morir. ¿El masivo apoyo nazi-fascista? Sólo son las izquierdas quienes siguen hinchándolo….

Todavía hoy está por ver que los historiadores patrióticos, desde la extrema derecha a la derecha tibia, asuman la importancia de la doble conjunción que hizo inevitable aquella victoria, ya anunciada en el otoño de 1936. No fue nada sobrenatural: fueron la no intervención (de la SdN ha afirmado recientemente un conocido escritor en un artículo en ABC) y la colosal ayuda de los camaradas de camisas negras y pardas. En paralelo se ha exagerado hasta el delirio la soviética como correlato de la estupidez, todavía viva, de que la República se encaminaba a una revolución pro-soviética.

¿Y de Franco, qué? Ya no se estilan las preces en favor de que el Vaticano instruya un proceso de beatificación. Sin embargo, están por ver los historiadores españoles “patrióticos” que hayan impugnado, con EPRE, los camelos que esmaltan el expediente militar del dictador (al alcance de todos en el AGMS), sus embustes sobre su inigualable valor en una mini-acción en África para que le dieran la Laureada de San Fernando,  sus lloros ante S. M. el Rey (a quien luego traicionó vilmente), sus manejos para hacerse con una fortunita durante la guerra y la postguerra y su aportación para proyectarse en el relato oficial como el líder indiscutible de la sublevación contra la República.

Por no hablar de su galaica sabiduría a la hora de “engañar” a los norteamericanos con su autoproyección como la primera (sic) espada en Europa que venció al comunismo, ocultando eso sí las cesiones de soberanía que costó dios y ayuda reajustar. O los mitos sobre el plan de estabilización y liberalización.

Teóricamente existen alternativas. Pero para defender estas es necesario aportar la evidencia primaria imprescindible. Si no se exhibe quedan en lucubraciones, sueños, deseos o, en el peor de los casos, estupideces.  No sorprende que España, todavía en 2023, no haya sido capaz de ajustar las cuentas con su pasado, mediato e inmediato.

Claro que este último es menos sanguinolento que el de las potencias fascistas y de los gobiernos títeres de la Europa ocupada. Todos han sabido lidiar con su pasado. Una parte de la España de nuestros días, no. Se refugia en el Imperio y desdeña el pasado reciente. Con eminentes historiadores de la talla de los líderes de Vox y del PP, sigue agarrada a supuestas verdades eternas. Incluso pareciera que algunos echan de menos la Santa Inquisición. Vivir para ver.

Con este post desearía despedirme de los amables lectores durante una temporada. He aguantado, con solo una pequeña interrupción, casi diez años. Mi intención la anuncié en diciembre de 2013 y empecé a elevar posts en enero de 2014. Mis intenciones las expliqué en https://www.angelvinas.es/?m=201312

Casi diez años después no he parado de publicar libros, buenos o malos, pero siempre con la intención de revelar a los lectores algunas facetas muy distorsionadas del pasado. La COVID me ha dado un toque de alarma. Conviene que me concentre en finalizar mi tarea. El libro terminado saldrá el año que viene. En el curso de este daré con un amigo un repasito a uno de los factores más distorsionados en la historiografía española y extranjera pero que contribuyó lo suyo a la victoria de Franco (¿el mayor genio militar y político español de todos los tiempos?). No sé adónde llegaremos y por dónde. Decidirá el análisis de la EPRE que vamos acumulando.

NO SE TRATA DE UN CIERRE TOTAL Y ABSOLUTO. AL BLOG CONTINUARÉ ELEVANDO REFERENCIAS A TRABAJOS PROPIOS Y EXTRAÑOS. MANTENDRÉ EL DIÁLOGO CON LOS LECTORES. SUBIRÉ ARTÍCULOS DE OTROS HISTORIADORES. SEGUIRÉ EMPERRADO EN BATALLAR POR LA HISTORIA. Y TAMBIÉN HARÉ CRÍTICA. LO QUE CONSEGUIRÉ ES MÁS TIEMPO PARA PENSAR.

¿Por qué hay en España tantos resistentes a la Historia?

7 marzo, 2023 at 8:30 am

Ángel Viñas

La pregunta que da título a este post podría exigir todo un libro. En parte, alguna respuesta ya se ha dado en numerosas ocasiones en varios de los títulos que conectan la experiencia española con otras foráneas: Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania…. Incluso en países con sociedades otrora modélicas, como las escandinavas. Naturalmente aquí yo solo puedo, y quiero, fijarme en algunas características específicamente españolas, es decir, que no se encuentran con iguales intensidad y contenidos en otros países, ya sea de la Unión Europea o fuera de ella, como en América Latina.

Anticipo que mi argumentación no será necesariamente del agrado de muchos politólogos e incluso de numerosos historiadores. Pero creo que está fundada en características propias de la sociedad española, que no es igual que otras sociedades de nuestro entorno, por muchos que sean los rasgos comunes a una y otras.

En la Europa occidental (dejo de lado los países del Este de Europa, incluida Grecia) coinciden características comunes marcadas por experiencias similares: procesos bastante simultáneos de desarrollo económico, social y político, aunque con gradaciones diferentes; exposición a dos guerras europeas (y mundiales) contra el nazi-fascismo; recuperación económica, también auxiliada por la Ayuda Marshall y por los acuerdos de multilateralización de intercambios y pagos subsiguientes; desarrollo económico, político y social en condiciones de guerra fría bajo un paraguas tutelado por Estados Unidos; participación ulterior en mecanismos de integración comercial y/o económica de aspiración más o menos paneuropea; experiencias comunes, aunque no iguales, de pérdida de los imperios coloniales y heterogenización de las sociedades crecientemente eximperiales, dentro de ciertos límites…

Con la relevante excepción de Portugal, que no participó de todos los anteriores rasgos, y de Luxemburgo, que nunca tuvo imperio colonial, es posible argumentar que España no formó parte de ninguno de ellos en el tiempo y con la intensidad que el resto de los países mencionados. ¿La causa? Se enumera fácilmente, mal que pese a los esforzados caballeros de los estandartes con la cruz, el águila de San Juan, el yugo y las flechas de los Reyes Católicos y otros aditamentos ad hoc: la dictadura de Franco. Que, además, estaba encantada de ello.

Mientras pensaba estas líneas puse delante de mí un panfletillo de Ernesto Giménez Caballero titulado “Notas de un alférez de la IVª de Navarra sobre la conquista de Port-Bou” del que copio, alborozado, el sentimiento primordial del entonces incipiente nuevo régimen:

“Si la Historia de España pudiera definirse con una frase, esa frase sería la de tener o no tener Pirineos. Desde el siglo XVIII, España había dejado de empezar en los Pirineos. Según los enciclopedistas franceses, España empezaba en África. Y por eso, aunque empezaba en África y no había Pirineos, fue posible a nuestros vecinos introducir a España -sin pagar aduana- una dinastía francesa, y meternos de matute, y sin frontera, la filosofía francesa, y la lírica francesa, y el romanticismo francés, y las pelucas, trajes, amores, libros, periódicos y perfumes de París. Y que se concibiera a España como una simple prolongación espiritual y política de Francia. Primero con el centralismo borbónico y monárquico; luego, con el separatismo republicano y demócrata. ¡No había Pirineos! Y, por consiguiente, para guardar esa raya ilusoria y fronteriza, hubo que poner allí unos carabineros. Los cuales -lógica, histórica y fatalmente- habrían de formar en su día los mejores batallones democráticos y franceses para atacar a una España al fin no francesa, a una España de nuevo genuina y nacional, que arrancando el 18 de julio justamente de África –donde hasta entonces empezaba España– habría de llegar aquí, a estas mugas pirenaicas; habría de llegar, con sus banderas desplegadas, para hacer desplegar aquí las que hace dos siglos se habían arriado; habría de llegar para hacer aquí surgir -de nuevo, y como un milagro ante los ojos de la Historia- eso: los Pirineos.

Nosotros hemos tenido la gloria de ver alzarse de nuevo en nuestro mapa, como en un movimiento sísmico de la Historia: los Pirineos. La cordillera de montes y de espíritu puesta por Dios y derribada por los traidores al genio de España, que separaba desde siglos la absoluta integridad española de toda avidez imperial vecina.

¡Oh españoles, hermanos míos! Desde el 10 de febrero de 1939 en la primera hora postmeridiana, España, tras dos centurias de agonías, de bofetadas, de renunciamientos, de ofensas y de lágrimas en silencio, acababa de contestar a los descendientes del Conde de Harcourt: “Señores: ¡Hay Pirineos!” “

Estas “paridas”, de un fascista redomado, a quien redescubrieron en la Transición algunos estudiosos de la literatura española, estuvieron detrás del intento de crear la ESPAÑA, grande y libre, que soñara José Antonio y que supuestamente llevó a su culminación el “genio” de Franco.

No es de extrañar que durante cuarenta años a su régimen se le mirara con desprecio, aunque con codicia económica, desde allende los Pirineos. Y tampoco que a Franco hubiera que extraerle a tenazazo limpio, como con un sacadientes medieval, el sí a la liberalización de la economía española de 1959. Potencialmente más peligrosa que el arrendamiento a precio de ganga de la autonomía estratégica y militar de la PATRIAAAA a tenderos yankis, militares yankis y costumbres yankis.

Tres años de guerra, más cinco de ardiente preparación de los espíritus para la guerra deseada y venidera, más veinte de aislamiento político, institucional y mental hacen mucho daño, sobre todo cuando poderosas fuerzas políticas, ideológicas, FRANCO-CATÓLICAS, económicas y culturales los apoyaron en todo lo posible, hasta que se constató, con asombro, que el dictador no era “inmorible”.

En el interín, al menos dos generaciones se habían visto expuestas a los gérmenes mortales del hipernacionalismo, de la hiper-raza hispánica, del Sonderweg hispano tan despreciativo de las democracias inorgánicas, de los derechos humanos y de las libertades solo reconocidas tibiamente, y sin garantías, por el sacrosanto Fuero de los Españoles.

Hay conciudadanos que todavía no se han librado del yugo sacramental, espiritual, racial y genético cuyas bondades cantó el genio superfascista de Giménez Caballero. Son quienes comulgan con las tres “verdades eternas” que difundieron la propaganda y las escuelas de la dictadura: la guerra fue inevitable para salvar a la PATRIAAA del yugo comunista, del peligro de sovietización e incluso de la muerte de la España inmortal, la única por la que valía la pena luchar y morir. Como caballeros legionarios…

No es de extrañar los arrebatos triunfalistas de las autoridades madrileñas a quienes sacaron las castañas del fuego sus progenitores ideológicos, culturales y …. fascistas.

Por consiguiente, tampoco es de extrañar que las investigaciones históricas basadas en documentos o en las ciencias duras de la arqueología, la física, la química y la medicina forense sean repelidas, ignoradas, pateadas y resistidas en todo lo posible para que sus resultados no contaminen a las nuevas generaciones. El futuro pertenece a quien domina el pasado.

Así que, ¡abajo la Ley de Memoria Histórica!, ¡abajo las leyes de Educación!, ¡abajo las leyes de igualdad de género! ¡A denunciar de comunistas a quienes se atreven a tocar una historia patria desgraciadamente contaminada desde antes de la República, porque -ya se sabe- esta fue el último escalón tras el cual España iba a derrumbarse, salvada eso sí  in extremis por la gracia de Dios y del Caudillo.

Nota: La obra de Ernesto Giménez Caballero mencionada en el texto fue impresa por la Editora Nacional, Madrid, MCMXXXIX, Año de la Victoria. La cita corresponde a las páginas 13 y 14. El ejemplar que poseo, un regalo de Reyes, procede de la Biblioteca del Colegio de Nuestra Señora del Pilar madrileño.